Chavales, ponedme unas botellas a enfriar. |
Las paradojas del mundo del
deporte y que por desgracia tan bien conocemos en nuestro devaluado país.
Mientras la antaño reluciente ciudad de Detroit ocupa la primera línea
informativa ejemplificando el gran fracaso del capitalismo liberal y su empeño
en obtener los más cuantiosos beneficios privados a través del mayor
sufrimiento público posible, a pocos kilómetros de la urbe, formando parte aún
del área metropolitana de Detroit, en las colinas de Auburn Hills, encontramos
un Palace baloncestístico que vuelve a soñar con ver a sus Pistons en play offs
después de cuatro años sin pisar post-temporada.
El principal argumento para
la renovación de esperanzas por parte del sufrido seguidor de la MoTown
responde al nombre de Josh Smith. El completo forward de Georgia llega a la
ciudad del motor como uno de los agentes libres más deseados del verano y
dispuesto a convertirse en el nuevo líder de la franquicia desde que el tip-off
inicial dé comienzo a la próxima temporada. A su lado deben seguir creciendo
los jóvenes Brandon Knight, Greg Monroe y Andre Drummond para consolidar a
Detroit como un equipo nuevamente de play offs y que se sitúe al menos en el
segundo escalón entre los equipos fuertes del Este (en el primero claramente
figuran a día de hoy Miami, Indiana, Chicago y la nueva sensación llamada
Brooklyn Nets) Pero no es Smith la única reciente incorporación de la
franquicia ganadora de tres títulos, ya que en los últimos días los aficionados
han recibido la agradable noticia del retorno de uno de los jugadores más
queridos y que más profunda huella han dejado en la MoTown en los últimos
tiempos: nada menos que el líder de los últimos Pistons campeones, el jefe de
aquella banda de forajidos que asaltó la NBA y dejó con la miel en los labios a
los Fab Four angelinos (Kobe, Shaq, Karl Malone y Payton) Hablamos, como no,
del gran Chauncey Billups, cuya influencia en el equipo era tal que baste recordar
que con el genial base de Colorado en sus filas Detroit jamás estuvo ausente de
unas finales de conferencia, llegando a disputar seis consecutivas, y en cuanto
salió del equipo a cambio del ignominioso Allen Iverson el club del motor
avistó el cataclismo cayendo de inmediato en primera ronda contra Cleveland sin
ganar un partido (4-0) y sin pisar play offs los cuatro años siguientes (mientras que Denver jugaba sus primeras finales de Conferencia en más de 20 años a los pocos meses de la llegada de Chauncey). Es
decir, los seis años de Billups en Detroit se traducen en seis finales de
Conferencia. Los cinco años posteriores sin él se cifran en cuatro partidos de
play offs y ninguna victoria durante todo ese lustro. Eso es Billups para Detroit.
La noche y el día. |
Curiosamente su salida dio
comienzo a una reconstrucción de la que ahora también va a ser partícipe. Que
paradójico, y que error el de Joe Dumars permitiendo su traspaso a cambio de un
jugador absolutamente en las antípodas del estilo de juego genéticamente
adquirido en Detroit cuya base principal es la química así como el sacrificio
conjunto, como era un Allen Iverson tan genial como individualista y ya en unos
años de su carrera en los que sólo parecía preocupado por hacer números estadísticos
y engordar los de su cuenta corriente. Sin un líder ambicioso como Billups (MVP
de las finales de 2004) Detroit comenzó su particular travesía por el desierto.
Con el espacio salarial dejado por el traspaso de Chauncey, y con Iverson (quien
acabó la temporada como suplente y “enfermo imaginario” al que constantemente
le surgían repentinas lesiones para no jugar) dando la espantada, Dumars fue a
por jugadores de nivel bastante regular como Charlie Villanueva o Ben Gordon.
La renovación no ha dado sus frutos hasta el momento y Detroit ha sido de las
peores escuadras NBA en los últimos años, aunque se han enmendado viejos
errores pasados gracias a los aciertos en las elecciones del draft de Brandon
Knight (número 8 en 2011) y sobre todo de los interiores Greg Monroe (número 7
en 2010) y Andre Drummond (número 9 en 2012) Ninguno de ellos ha sido un Top 5
del draft (como tampoco lo ha sido la elección de este año en el puesto número
7, el exterior Kentavious Caldwell-Pope, y es que no ha tenido precisamente
suerte la franquicia de Michigan a la hora de los sorteos), ni ninguno parece
en principio una superestrella (aunque los dos pívots tienen sobrado potencial
para serlo), pero se percibe la calidad suficiente como para que sobre ellos y
Josh Smith se asienten ya los nuevos Pistons que también necesitarán de las
prestaciones de otros jóvenes como el sueco Jonas Jerebko o el ex –madridista
Kyle Singler. Pistones de reciente cuño dirigidos por el mítico ex –jugador
Maurice Cheeks, uno de los mejores bases de su época con una larga carrera NBA
basada sobre todo en la ciudad de Philadelphia. Cheeks encabeza un cuerpo
técnico en el que también figura otro mito reciente para el Palace de Auburn
Hills: el inigualable y lenguaraz Rasheed Wallace, también campeón en 2004, y
quien tras colgar las botas debuta como técnico asistente en “su casa” (aunque
llegó a jugar incluso más temporadas en Portland que en Detroit)
Pero que a nadie le quepa
duda de que el auténtico jefe de la pandilla será una vez más el viejo Chauncey
Billups. Camino de los 37 años sus piernas ya no son las mismas que las de hace
una década, y en sus últimas temporadas el declive físico ha sido una realidad
tristemente patente. Pero hablamos de otra cosa, de algo que va más allá de la
mera producción deportiva. Hablamos de símbolos que hacen que los clubes brillen
mucho más que lo que indican los títulos expuestos en las vitrinas y que
permiten que los aficionados mantengan un orgullo e identificación constante
con dichos clubes. Fue un error traspasar a Billups, y no deja de ser
paradójico que finalmente vuelva cuando la reconstrucción parece llegar a su
fin y toca volver a ser equipo de play offs. Es bueno tenerlo de vuelta.