La actualidad baloncestística sigue a un ritmo
vertiginoso, ítem más en comparación con este blog ya habituado a
actualizaciones esporádicas. Pero no podíamos dejar pasar por alto la retirada
de Felipe Reyes, gran capitán de la nave madridista durante los últimos años,
en la gloriosa era Laso, y tercer gran espada de la generación del 80 junto a
Juan Carlos Navarro y el todavía activo Pau Gasol (quien cumple precisamente
hoy, cuando escribo estas líneas, 6 de Julio, 41 años)
Pese a la comprensible pérdida de foco sufrida con
el paso de los años, viendo menguada su cantidad de minutos en pista con el
Real Madrid, y retirado de la selección española desde 2017 (anunció que
realizó después de un Eurobasket al que ya había renunciado, siendo los Juegos
Olímpicos de Río de Janeiro su última participación con la elástica nacional),
Felipe ha sido un personaje imprescindible para comprender el baloncesto en
nuestro país en el siglo XXI. Como madridista confeso en mi caso, la figura de
Felipe ha sido el estandarte a defender en los momentos más crudos, como
hicimos en nuestra entrada “Blanco perfecto”. Y es que no podemos olvidar la
realidad de que en plena época Messina hubo un sector del madridismo, el más
cruento, ese que confunde pasión con talibanismo, en el que a Felipe se le
quiso jubilar, se le acusó de responsable de todos los males de la sección, de
cáncer del equipo, de jugar por decreto, por ser amigo de los periodistas y de
taponar la progresión de jóvenes como Mirotic (posiblemente aquellos que
lapidasen a Felipe en aquel momento han sido los primeros en llamar “rata” al
hispano-montenegrino en su regreso al baloncesto español con la camiseta del
Barcelona) No era nada nuevo, desgraciadamente en fútbol ha sido norma habitual
el despellejamiento de símbolos y capitanes cuanto más históricos peor, como si
hacer larga carrera en un club como el Real Madrid en vez de alimentar la
leyenda blanca atentase contra ella y la entidad deportiva más laureada de
Europa en fútbol y baloncesto no debiese ser si no una máquina trituradora
donde a los mejores deportistas apenas se les pudiera sacar unos pocos años de
rendimiento, siempre por debajo de la decena.
Felipe resistió para comenzar a levantar títulos con
la llegada de Pablo Laso, nada menos que 20 títulos entre ellos dos copas de
Europa. 20 títulos para sumar a los tres anteriores a la llegada del técnico
vitoriano (una liga a las órdenes de Maljkovic y el doblete ACB-ULEB con Joan
Plaza), sin olvidar su Copa del año 2000 junto a su hermano Alfonso (MVP de
aquella edición) en el Estudiantes de Pepu Hernández, quien también acabaría
siendo su primer entrenador en una selección absoluta con la que ha sido
campeón mundial y tres veces europeo (además de otros tres podios continentales
y olímpicos) Uno de los palmareses más deslumbrantes de toda la historia del
baloncesto del continente, pero por encima de los títulos colectivos e
individuales (dos veces MVP de temporada regular ACB y otras tantas de las
finales), de todos los registros destrozados (se retira siendo el jugador con
más partidos disputados nunca en la máxima categoría del baloncesto español y
como máximo reboteador ACB, además de poseer el record de partidos con la
camiseta del Real Madrid), Felipe ha sido uno de esos jugadores que
irremediablemente enganchan, tanto a los aficionados de su propia bancada como
a los rivales. Evidentemente gracias a su estilo de juego, pleno de pundonor y
rozando la épica para un tipo que aunque la ficha le ponga 204 centímetros es
lo que se suele conocer como un “dos metros pelao”. Su desventaja física no ha
resultado óbice para verle fajarse y pelear rebotes a interiores mucho más
altos, muchos más grandes, mucho más fuertes… por otro lado su constante
aprendizaje y mejora en algunos aspectos del juego, especialmente el tiro,
dando ejemplo de que un deportista debe estar sujeto a la constante evolución
si quiere sobrevivir con el paso de los años. Así le hemos visto subir desde
aquellos pobres porcentajes en el tiro libre cercanos al 60% durante los
primeros años de este siglo, hasta esa segunda década en la que se ha movido
con facilidad en un lustroso 80%. De igual modo se ha ido familiarizando con el
lanzamiento triple, cualidad que nunca se le supuso y que le puso bajo sospecha
para el baloncesto moderno en el que la posición de cuatro exige buena mano
para el juego abierto… pero es que en realidad Felipe siempre se ha sentido más
cómodo jugando de cinco, como la gran referencia interior de su equipo,
incrustado en una zona donde postear, pelear, meter codos y lanzarse como un
kamikaze a por cualquier rebote ofensivo. Imposible no engancharte con un tipo
así.
Se retira por tanto un jugador único, característico
en la transición entre siglos, haciéndose un nombre para el gran público global
en aquella final junior mundial ante Estados Unidos de 1999 en la que sus cinco
rebotes ofensivos en momentos decisivos ya mostraban la seña de identidad de un
jugador que el año anterior ya había sido campeón sub18 europeo en Varna al
lado de los Navarro, Raúl López, Pau Gasol y un Calderón que pese a ser un año
más joven con justicia se le puede considerar dentro de la misma generación (no
estuvo en el Mundial junior del 99 por lesión) Fue aquel oro del 99 cuando el
nombre de Felipe Reyes se puso en todas las agendas del globo terráqueo, pero
el aficionado ACB ya le había visto debutar un año antes con la camiseta de
Estudiantes, un 4 de Octubre de 1998 jugando nueve minutos ante el Baskonia.
Por lo tanto hablamos de un jugador que ha llegado a vestirse de corto nada
menos que durante cuatro décadas distintas, dato que sólo Albert Oliver y Rafa
Martínez comparten en España. Dos siglos y cuatro décadas. Eterno Felipe.
Pero entre todos los inolvidables momentos e
icónicas imágenes que nos deja la legendaria carrera del cordobés, sigue
reluciendo con mayor fuerza la que le muestra levantando la copa de campeones
de Europa de selecciones de 2011 en Lituania, gesto que correspondería al
capitán, su gran amigo Juan Carlos Navarro que cede el honor a un Felipe que
había perdido de manera repentina a su padre a pocos días antes de comenzar
aquel torneo. Fueron los momentos más duros en la vida del jugador, que lejos
de hundirse en el fango de la tristeza se arropó en el calor de un vestuario
único que cambió parte la letra de la pachanguera canción “Todos los días sale
el sol” para cantarle a su compañero y amigo que todos los días sale el sol,
Felipón. Baloncesto y vida unidos en una figura única.
Qué suerte que hayamos sido testigos.