Cuesta escribir esto intentando
no caer en el chauvinismo o el orgullo patrio que a veces resulta tan mal
entendido, y con el cuidado de quien se siente un poco gafe y cuando saca la
cabeza para celebrar nuestros éxitos piensa que pronto vendrán mal dadas (lo
cual no deja de ser ley de vida, ciclos ganadores y perdedores)
Pero lo cierto es que llega
el verano y con el uno de los asuntos clásicos del estío para bien en nuestro
deporte: la habitual recolección de medallas en distintas categorías por parte
de las selecciones nacionales de nuestro baloncesto. La primera no se ha hecho
esperar, y es nada menos que una plata mundial que sabe a oro, como todas las
platas que se obtienen cayendo contra la mayor potencia baloncestística como es
Estados Unidos, y después de una lección magistral de coraje, pundonor y buen
juego que a punto estuvo de dar la victoria y cerrar con una grandísima
sorpresa el Mundial Sub17 celebrado en la República Checa. Para comprender la
magnitud de la hazaña, basta con echar un vistazo a la trayectoria estadounidense
durante este campeonato: en primera ronda habían pasado por encima de China
(69-41), Francia (88-40) y Mali (78-22), en octavos hicieron lo propio con Méjico
(91-35), en cuartos sin piedad de Canadá (86-45) y en semifinales Hungría
apenas les inquietó (91-63) Seis victorias por una media de 40 puntos por
partido. Sólo Hungría “osó” pasar de 60 puntos frente a su defensa, mientras
que el resto de equipos no fue más allá de los 45 que hizo Canadá. Un rodillo
del que nadie podía dudar que sus jugadoras se colgarían el oro al final del
torneo, la pregunta era, ¿cuánta resistencia sería capaz de ofrecer la correosa
España dirigida por el joven y carismático Víctor Lapeña?, y la respuesta fue
dada anoche a todos los amantes de este deporte en la retransmisión de
Teledeporte, donde nos frotábamos los ojos ante la exhibición de una Ángela
Salvadores, MVP del torneo sin discusión (19.9 puntos, 7.4 rebotes y 3.6
asistencias por partido, una “all around player” total, una versión blanca,
adolescente y femenina de LeBron James) que ayer dejó una exhibición para la
historia con sus 40 puntos, una gesta capaz de recordar la de aquel Ricky Rubio
de la final del Europeo de Linares. Decir que “el futuro es suyo” es quedarse
corto. Ya tiene el presente.
Es impresionante la capacidad
de crecimiento que ha tenido el baloncesto femenino en este siglo XXI. Después
de despedir a la generación que nos llevó a la elite, liderada por Amaya
Valdemoro, los últimos torneos de formación han demostrado que nuestras chicas
van a seguir peleando por medallas allá donde vayan. Justo es reconocer el
trabajo de la FEB en este sentido, y el de los técnicos, aspecto donde también
encontramos en los últimos años nombres de entrenadores que apuntan al
optimismo, a los que hemos visto dar auténticas lecciones en los banquillos de
basket femenino, caso de Lucas Mondelo, o ahora el zaragozano Víctor Lapeña.
Este Mundial femenino será
recordado también por la jugosa anécdota de la jugada sucedida en el Eslovaquia-Méjico
de la primera fase, cuando una jugadora europea anotaba en su propia canasta
tras un fallo en tiro libre de la rival. No quedaba ahí la cosa puesto que acto
seguido, Méjico, sin caer en el error de las eslovacas, efectuaba saque de
fondo para atacar su propio aro hasta que los árbitros se dieron cuenta del
disparate que estaba sucediendo y pararon el partido. La acción apareció en
todos los medios, deportivos o no, y desgraciadamente se quedó en eso, en lo
anecdótico, y apenas se habló de lo deportivo, a pesar de la buena andadura de
España (invicta hasta la final) en el torneo. El baloncesto femenino sigue
siendo el gran olvidado de nuestras canastas pese a darnos grandísimos momentos
como el de anoche, en el que a este humilde Tirador se le pusieron los pelos
como escarpias viendo el coraje derrochado por nuestras jugadores. Que continúe
la cosecha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario