Hoy queremos
utilizar nuestro blog para hacer un pequeño y modesto, pero sentido homenaje, a
cuatro grandes jugadores que nos han dejado en fechas recientes. En algunos
casos hombres todavía con mucho por vivir que se nos han ido demasiado pronto,
y cuyas hazañas en la pista seguro que recordarán los buenos aficionados de mi
generación (los nacidos a mediados de los 70), o incluso más jóvenes, ya que
hablamos de dos jugadores que despuntaron en la década de los 90, y otro que en
aún en esa década fue capaz de dar mucha guerra y ser un nombre importante en
la mejor liga de baloncesto del mundo. Por otro lado también lloramos la
pérdida de un jugador cuya trascendencia histórica y cultural va más allá de la
estrictamente deportiva.
El primer
caso nos lleva a los felices y añorados 80, y es que el pasado 18 de Febrero,
con 52 años de edad, nos dejaba el legendario y espigado alero Jerome Kersey, recordado
sobre todo por sus magníficas once temporadas (entre 1984 y 1995) en los
Portland Trail Blazers, donde coincidió con nuestro pionero Fernando Martín en
el curso 86-87. Kersey fue un versátil alero con un juego que anticipaba lo que
posteriormente sería la magnífica versión mejorada de su posición en la figura
de Scottie Pippen (se enfrentaría a él en las finales del 92, las del segundo
anillo de Air Jordan) y fue pieza clave en el engranaje de unos Blazers muy
guerreros, habituales de play offs y que entre 1990 y 1992 jugaron dos finales
por el título de la NBA (ambas perdidas, frente a Detroit y la citada frente a
Chicago) y tres finales de conferencia Oeste. Los buenos aficionados recordarán
sin problemas aquel mítico quinteto titular: Porter, Drexler, Kersey, Williams
y Duckworth. De aquellos cinco dos ya se nos han ido, Kevin Duckworth, en 2008,
y ahora Jerome Kersey.
Kersey
llegaría a jugar nada menos que 17 temporadas en la NBA, promediando 10.3
puntos, 5.5 rebotes y 1.9 asistencias, y aunque nunca igualaría sus registros
en Portland, pudo conocer lo que se siente al ganar un anillo de campeón cuando
en la temporada 1998-99 formaba parte del comienzo de la dinastía Spurs siendo un
jugador que aportaba veteranía desde el banquillo. Nunca llegó a jugar un All
Star Game, pero si se le pudo disfrutar en el fin de semana de las estrellas
disputando la final del concurso de mates de 1987 frente a nada menos que
Michael Jordan (repetiría en la edición del 88, aunque en esa ocasión la final
la disputaron Jordan y Wilkins, en el concurso de mates quizás más recordado de
la historia) Finalmente nos dejaba el pasado Febrero tras las complicaciones de
una operación de rodilla que le formaron un coágulo en el pulmón. Un día antes
había estado con sus ex –compañeros Terry Porter y Brian Grant visitando un
instituto de Portland con motivo del mes dedicado a la historia de los
afroamericanos en Estados Unidos. Nadie hubiera podido imaginar que su paso por
el quirófano para lo que en principio era una simple intervención de rodilla
acabase con sus días.
La vida no es justa.
Kersey en las finales del 92 frente a los Bulls. |
En ocasiones
escuchamos al profano (si se me permite, al bocachanclas de turno) en la
materia hablar de la NBA, o del baloncesto estadounidense en general, como “un
juego de negros”, incluso de manera más despectiva, “negros saltarines”,
atribuyendo una falta de pureza en el deporte de la canasta al país donde
precisamente nació, y donde, digan lo que digan, se sigue practicando el mejor
basket del planeta. Es cierto que el predominio de los jugadores negros ha sido
evidente en las últimas décadas, y que sus condiciones genéticas les dan una
superioridad en un deporte tan físico como éste, pero esta preponderancia del
jugador de color en el baloncesto norteamericano no sólo no ha sido siempre
así, si no que durante largos años los negros, como en tantas otras
actividades, estaban vetados para la práctica de este deporte en un país
envenenado de un racismo atroz hasta bien entrados en la segunda mitad del
siglo XX. Hubieron de derribarse muchas barreras, y en el mundo de la canasta
Earl Lloyd, fallecido el pasado 26 de Febrero, significó un nombre propio para
cambiar la fisionomía del baloncesto estadounidense, y con ello de parte de la sociedad
yanqui.
Earl Lloyd nació
en el ya lejano 1928 en el sureño estado de Virginia y ha pasado a la historia
como el primer jugador negro en disputar un partido en la NBA, vistiendo la
camiseta de los Washington Capitols. Era el 31 de Octubre de 1950 y su rival
los Rochester Royals. Un día después otro pionero afroamericano, Chuck Cooper,
saltaría a la cancha con la camiseta de los Boston Celtics. Cooper tiene el
honor de haber sido el primer baloncestista negro drafteado por un equipo NBA,
precisamente por los Celtics de Red Auerbach, el mito Celtic que derribó los
prejuicios raciales y que acabaría delegando en esa leyenda aún viva que es
Bill Russell. Lloyd fue drafteado la misma noche que Cooper, pero en novena
ronda, mientras que el jugador de Boston lo hizo en segunda. Recordemos que en
aquellos años todavía existían leyes como la que obligaba a un ciudadano negro
a ceder su asiento a un blanco en un autobús, la cual dio lugar al famoso
incidente de 1955 protagonizado por una humilde costurera llamada Rosa Parks,
quien negándose a ceder su asiento (y acabando en prisión por ello) jugaría un
papel clave para la lucha de la población afroamericana por la reivindicación
de sus derechos.
La carrera
de Lloyd como jugador no fue especialmente prolífica. Jugó nueve temporadas en
la NBA, ganando el título con los Syracuse Nationals en 1955 (primer jugador de
su raza en conseguirlo, junto a Jim Tucker, también en aquel roster), pero
siempre se mantuvo vinculado al deporte de la canasta e incluso fue entrenador de
los Detroit Pistons a principios de los años 70 (tampoco era habitual ver “coachs”
negros todavía) Sin duda una figura legendaria que gozó de una larga vida y
acabó retirándose a Tennesse, un estado que en 1863 se negara a firmar la
Proclamación de Emancipación de Abraham Lincoln y donde en 1928, año en el que
Lloyd vino al mundo, el racismo se podía oler en el ambiente con tanta claridad
como el aroma de la madera de arce con la que se destila el Jack Daniel’s. Lloyd
ayudó a cambiar las cosas. Para bien.
The Big Cat |
Sólo dos
días después nos llegaba la noticia del fallecimiento de Anthony Mason, con tan
sólo 48 años tras un fallo cardiaco. En una franquicia tan dada a las
decepciones como los New York Knicks, los 90 aún se recuerdan como la década
del resurgir, con dos finales jugadas (1994 y 1999, ambas perdidas ante Houston
y ante los Spurs donde militaba, como ya se ha mencionado, precisamente Jerome
Kersey) Uno de los jugadores emblemáticos de aquellos años con la camiseta
Knickerbocker fue de hecho Mason, quien defendió los colores del Madison Square
Garden entre 1991 y 1996. También jugó para New Jersey, Milwaukee, Charlotte, Denver
y Miami. Precisamente fue su única campaña con los Heat una de las mejores de
su carrera, llegando a ser All Star aquella temporada 2000-01 en la que jugó
para la franquicia de su ciudad natal, Miami. Otro de sus grandes logros fue el
ser elegido Mejor Sexto Hombre de la liga en 1995 con su camiseta más
recordada, la de los Knicks.
Los números
hablan por si solos de su valía como jugador. En sus trece campañas como
profesional promedió 10.9 puntos, 8.3 rebotes y 3.4 asistencias. En seis de
ellas estuvo por encima de los diez puntos por partido, y los topes de su
carrera los alcanzó en Charlotte en la 96-97 con numerazos: 16.2 puntos, 11.4
rebotes y 5.7 asistencias por partido. Un jugador muy generoso en la pista al
que le costó mucho alcanzar su estatus de estrella. Siendo elegido en tercera
ronda del draft de 1988 por los Blazers, que lo cortaron antes de comenzar la
temporada, se tuvo que buscar las habichuelas y formarse como jugador en ligas
como la turca (Efes Pilsen) o venezolana (Marinos de Oriente) antes de regresar
a la NBA y demostrar el jugador que llevaba dentro a base de tesón y corazón.
Un corazón que dejó de latir hace unos días, después de varias semanas de
complicaciones y operaciones. Sabemos que deja dos hijos y que ambos juegan al
baloncesto. Veremos si el apellido Mason vuelve a brillar en la NBA en su
legado.
Anthony Mason, dando espectáculo |
El corazón
también le ha fallado a Chris Welp, fallecido el 1 de Marzo también joven, con
51 años. Fue uno de los mejores jugadores de la historia del baloncesto alemán,
desarrollado en la NCAA convirtiéndose en una leyenda para los Huskies de
Washington, equipo del que aún es máximo anotador histórico. Pese a llamar la
atención de la NBA y ser elegido en el puesto 16 del draft de 1987 por
Philadelphia, no llegó a cuajar en la liga estadounidense (tampoco le ayudó la
suerte, perdiéndose por lesión casi toda su primera temporada), regresando a
Europa tres años después para convertirse en uno de los pívots dominantes del
baloncesto FIBA.
Su momento
culminante tuvo lugar en el Eurobasket de 1993 en el que Alemania oficiaba de
anfitrión, liderando a una selección entrenada por Svetislav Pesic y con
jugadores como Harnisch, Gnad o Koch en sus filas. Welp fue MVP de aquel torneo
en el que los germanos se llevaron su único oro continental hasta la fecha
después de vencer en apretados finales primero a España en cuartos de final, Grecia
en semifinales, y finalmente a Rusia en la final. Dirk Nowitzki tenía por aquel
entonces 15 años, y seguro que soñaba con vivir él mismo algún día éxitos como
aquel.
Un joven Christian Welp flanqueado por otros dos históricos: Uwe Blab y Detlef Schrempf |
De modo que
en apenas once días hemos perdido a cuatro grandes nombres de este deporte.
Pésimas noticias, malísima racha, y esperemos hablar de cosas más felices en
próximas entradas. Pero como no podía ser de otro modo hemos querido recordar
para nuestros lectores la importancia de estos cuatro jugadores. Descansen en
paz y gracias por todo lo que nos han dado.
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