Enésimo clásico entre los dos históricos del
baloncesto español, esta vez dentro del escenario de la Euroliga, y más
descafeinado que nunca ya que el Barcelona, si días antes estaba virtualmente
fuera de cuartos de final, llegaba al Palacio ya matemáticamente descartado
debido a la victoria de Efes Pilsen en Kaunas el día anterior. El único interés
a efectos clasificatorios estaba por tanto en la posibilidad para el Real Madrid
de cerrar definitivamente una de las cuatro primeras posiciones, obteniendo así
factor cancha para el play offs de cuartos de final. Algo que vista la
trayectoria de los blancos en Euroliga era cuestión de tiempo.
Pero un Real Madrid –Barcelona siempre deja cosas, y
pese a la aparente falta de alma puesta sobre la pista (señalando sobre todo a
los azulgranas), el partido ofrece síntomas inequívocos sobre la realidad de
uno y otro equipo a día de hoy, especialmente en el caso del Barcelona, cuya
imagen demostrada anoche (y no hablamos sólo de la deportiva) debería llevar a
la reflexión dentro del organigrama azulgrana.
Hablamos de dos grandes nombres propios que, lejos
de brillar con luz propia (que se suele decir en estos casos, y perdonen la
redundancia), al contrario, se oscurecieron a sí mismos con sus acciones. Primero
fue Georgios Bartzokas, con su autoexpulsión en el segundo cuarto en medio del
vendaval madridista. Algunos han querido encontrar un paralelismo entre la
imagen de ayer de Bartzokas enfilando en solitario el túnel de vestuarios con
paso firme e impecable en su traje negro, y la dantesca escena del bueno de
Pablo Laso abandonando el Palau en las finales de 2014 en silla de ruedas tras
ser igualmente expulsado. Sinceramente no encontramos la comparación por
ninguna parte. Aquel Real Madrid venía de realizar un baloncesto de ensueño
durante toda la temporada (desde aquí seguimos manteniendo que el curso 2013-14
fue en el que el equipo de Laso realizó su mejor baloncesto, y uno de los
mejores baloncestos que hemos visto nunca en Europa), había dominado el
continente durante todo el invierno y llegado a la Final Four de Milán en un
momento de forma y juego tan extraordinario que para el recuerdo dejó una de
las más grandes obras maestras de Laso: el 62-100 al Barça de Huertas, Navarro,
Abrines, Dorsey, Papanikolau, Nachbar, Lorbek, Tomic y Pascual. Paliza
histórica y baloncesto de seda en el mejor marco posible, una Final Four. Dos
días después aquel Madrid favorito, incontestable, sufría de las artimañas
tácticas del siempre eficiente David Blatt en el banquillo, y un
inconmensurable Tyrese Rice en la pista. El sueño europeo se esfumaba y por las
rendijas del vestuario blanco se escapaba alguna duda sobre la confianza de
algún jugador estelar en el proyecto de Laso (Mirotic en concreto, quien de
hecho aquel verano emprende su marcha a la NBA, pese a haber manifestado en
anteriores ocasiones su deseo de posponer la aventura americana hasta no haber
alcanzado la gloria de ser campeón continental con los blancos) Finalmente el
Real Madrid llegaría desfondado a unas finales ACB en las que el Barcelona fue
superior. Un desplome físico del que sin duda el cuerpo técnico madridista
tomaría buena nota, como han demostrado con la dosificación de esfuerzos de las
dos últimas temporadas (y añadiría que como están haciendo en ésta) Aquella
expulsión de Laso fue producto del cabreo y ventolera de un entrenador con
tanta bonhomía como temperamento, quien sufría al ver el hundimiento de un
equipo que había maravillado con su juego a todo el continente apenas un par de
meses antes. A Laso le echaron los árbitros, y casi lo echa el propio club
(aquel verano estuvo más fuera que dentro) en lo que hubiera sido un error
histórico de la sección que hubiera truncado la tercera gran época del baloncesto
madridista tras las regidas por Pedro Ferrándiz y Lolo Sainz. La expulsión de
Bartzokas, sin embargo, es la de un hombre frustrado porque en ningún momento
las cosas han salido como esperaba. Un entrenador de prestigio labrado a pulso
en proyectos de talla mediana como Panionios o Lokomotiv Kuban, pero también
capaz de llevar las riendas de caballos ganadores, como demostró levantando la
Euroliga de 2013 con Olympiacos, pero que llega a otro baloncesto, otro país,
otra exigencia, y todo parece volverse en su contra. Un técnico habitualmente
moderado y alejado de la polémica que desde su llegada al banquillo azulgrana
ha vivido acompañado de la frustración (y que incluso lejos de reconocer su
error, al finalizar el partido cargaba contra el colegiado Lamonica… por
cierto, ¿cuántas veces hemos escuchado a algunos madridistas quejarse de
Lamonica?, el victimismo que nos hace vivir con la venda en la ojos, un
problema a erradicar del mundo del deporte, y diría incluso de la sociedad) La
expulsión de ayer de Bartzokas es la huida del hombre que no puede más. En
resumidas cuentas, la imagen de Laso en el Palau es la de un hombre al que le
echan (y no sólo del Palau, si no que casi lo echan del club)… la de Bartozkas
la de un hombre que se va…
El otro nombre propio de ayer es Ante Tomic. Pagó su
frustración con dos acciones de extrema dureza, en especial la segunda sobre Carroll
(anteriormente hizo un feo bloqueo sobre Doncic), propinando un soberbio codazo
sobre el tirador madridista que dio con sus huesos en el suelo. Los árbitros se
desentendieron de la jugada (e incluso Jaycee fue sancionado con técnica por
protestar la acción), pero poco importa el resultado a efectos del partido (ya
estaba todo decidido) cuando la escena ya ha dado la vuelta al mundo y supone
un torpedo sobre la línea de flotación de la imagen azulgrana. Sólo los
aficionados más radicales pueden justificar una acción así, y a buen seguro
dentro del club barcelonista están indignados con el comportamiento de quien
estaba llamado a ser su jugador más emblemático de la actual era azulgrana. Y
todo con la particular historia que hay detrás de la relación de Tomic con el
Real Madrid. Fichado por Messina en Enero de 2010, dentro del maremágnum de
altas y bajas propuestas por el italiano (18 fichajes en dos temporadas y un
gasto de 58 millones de euros), y presentado mediáticamente como “el Gasol del
Este” (sigh), Tomic era un joven prometedor de 22 años que venía de ser MVP de
la Liga Adriática con la camiseta del KK Zagreb. Dejó buenas sensaciones en sus
comienzos (8.5 puntos y 5.5 rebotes por partido en sus 24 primeros partidos ACB
de aquella temporada), subió levemente sus prestaciones el segundo año (10
puntos y 4.3 rebotes), y se mantuvo (pese a las críticas a Laso por no sacarle
rendimiento) en el primer año post-Messina (8 puntos y 4.9 rebotes), pero
demostrando ya algunas de sus carencias que le han acompañado durante todos
estos años (un terrible 47% en tiros libres… poca culpa tiene Laso en ese
aspecto), una cierta apatía en el juego y falta de ardor defensivo. A buen
seguro el aficionado azulgrana agradecería que la ira demostrada anoche
golpeando al rival la canalizara con un juego más agresivo de cara al aro, y
sobre todo con una mayor intensidad defensiva (ayer en determinadas fases del encuentro
Ayón vuelve a dejar en evidencia su endeblez atrás, especialmente con un mate
iniciando desde la bombilla) En verano de 2012 el Real Madrid decide no renovar
a Tomic, acusado de poca intensidad en la zona, y claramente señalado en el
decisivo quinto partido de las finales cuando Fran Vázquez literalmente le destroza.
El Barça se lanza a por él, y todos parecen felices. El Real Madrid se deshace
de una ficha alta y de un jugador que no acaba de convencer a un Laso que busca
un equipo más intenso y veloz en su juego, y Tomic acaba en un equipo cuyo
estilo, el propuesto por Pascual, parece más acorde con un jugador que necesita
vivir en ataque estático y de posesión larga. Pero seis años después, y con 30
años recién cumplidos, el pívot croata sólo puede presumir de una Copa, una
Liga y una Supercopa (añadidas a su Copa ganada de blanco para completar un
palmarés decente sin más, y muy lejos del que un jugador de su talla esperaba),
mientras que ha visto a su ex –equipo dominar Europa y España año tras año. La
historia de Tomic con el Madrid es la de esa pareja que decide romper su
relación convencidos de que el futuro será benévolo con ambas partes y
encontrarán en otro regazo la felicidad no alcanzada anteriormente. Años
después uno de los dos admira con envidia la trayectoria de su ex, en brazos de
alguien apuesto, inteligente, y con una billetera lo suficientemente pudiente
para llevarla de viaje a las Seychelles, mientras él o ella se ha quedado en el
barrio saliendo con la vecina de toda la vida, esa a la que estaba a punto de
pasársele el arroz y desesperada no quiere dejar escapar el que puede ser el
último tren. Tomic siente que el destino ha sido cruel, y es que las mayores
marrullerías entre madridistas y barcelonistas las suelen protagonizar
precisamente quienes vienen del club rival, quizás demostrando esa frustración
por un amor que añoran (yo mantengo, dentro de esa teoría, que la máxima
ilusión nunca cumplida de José Mourinho es la de haber sido primer entrenador
del F.C. Barcelona) El codazo de Tomic no se lo propina sólo a Carroll, sino a
toda una afición azulgrana que además de lidiar con una de las peores
temporadas de la historia de la sección de baloncesto, sufre un deterioro de
imagen que daña más que los resultados deportivos.
Veremos que depara el futuro inmediato a los de
Bartzokas. Tan posible es un incremento en la descomposición del equipo,
llegando desde el vestuario hasta la secretaría técnica, como una conjura para
la conquista del título liguero. Lo normal, por un cuestión meramente física,
es que el Barcelona experimente cierta mejoría a partir de ahora, liberados
física y mentalmente de Europa. Le sucedió sin ir más lejos al Real Madrid tras
ver como el Fenerbahce les apartaba de la Final Four, para acabar el pasado
curso en un momento de forma magnífico. Aunque una vez más las diferencias son
evidentes. Aquel Madrid (o este Madrid, que sigue siendo el mismo al fin y al
cabo) era un equipo sin fisuras en su compromiso, con una perfecta comunión
entre técnicos, jugadores y aficionados, y del que, momentos de forma aparte,
ningún aficionado conocedor de este deporte dudaría de su calidad. Precisamente
todo lo que se sobra al Barcelona: dudas… y una buena dosis de impotencia.
¿Y el Real Madrid? A lo suyo. El cierre del factor
cancha era algo que iba a caer por su propio peso, dada la excelente trayectoria
continental de los de Laso, pero decidieron no posponerlo más. Casi sin querer,
sin poner todas las cartas sobre la mesa, arrollaron a su rival. También hubo
nombres propios en el club blanco anoche, aunque por motivos bien distintos que
en el caso azulgrana. Sergio Llull recuperó su mejor versión para seguir
prolongando su estado de gracia, ese que le llevó a ser, a nuestro juicio, el
mejor baloncestista español de 2016. Sus 21 puntos y 6 asistencias fuero
incontestables, y no faltó a su cita con el “buzzer beater”, anotando una de
sus míticas mandarinas lejanas al filo del descanso. Junto a él el mejor
madridista fue Luka Doncic. Sin hacer apenas ruido dejó otra lección de
baloncesto total (5 puntos, 6 rebotes, 4 asistencias y 3 robos), y uno de los
highlights de la noche con un mate a una mano tras un “coast to coast”. El otro
día comentaba en el podcast radiofónico de El Mundo Madridista, al que suelo
ser invitado, que fue sintomático que Llull y Doncic no brillaran en Atenas
hace una semana ante Panathinaikos. Cuando los bases están desactivados es que
el equipo rival ha impuesto su estilo de juego. Sintomático igualmente fue que
anoche ambos jugadores fueran los más descatados. Bat-Man y Robin han
vuelto. El mejicano Ayón fue otro de los
protagonistas, con 14 puntos y 5 rebotes, y otra jugada para las videotecas con
un mate en penetración que volvía a dejar en evidencia la defensa de Tomic. Y
Randolph, con 13 + 5, evidenció que sigue en un buen momento de forma.
Hacía tiempo que no veíamos tantas diferencias entre
Madrid y Barcelona. Habría que remontarse a la época de Messina en el club madridista,
cuando el Barça de Xavi Pascual pasaba una y otra vez por encima de los blancos.
¿Alguien sigue dudando de cómo ha cambiado Pablo Laso a la sección de
baloncesto del Real Madrid?
Dos realidades bien distintas las vistas ayer en el
Palacio madrileño. La de un equipo que aspira a Euroliga y Liga Endesa,
cumpliendo su hoja de ruta sin complicaciones y pudiéndose permitir algún que
otro tropiezo, y un equipo a la deriva, como la barca de Remedios Amaya, que
nadie sabe bien hacia donde va. Tampoco lo sabía Bartzokas cuando enfiló anoche
el túnel de vestuarios tras ser expulsado. Posiblemente le daba igual. Lo único
que quería era escapar de la pesadilla que está viviendo en su primer (¿y
último?) año como entrenador azulgrana. Ni en sus peores sueños podía haber
imaginado que iba a estar al frente del clásico de la impotencia.
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