jueves, 23 de marzo de 2017

EL CLÁSICO DE LA IMPOTENCIA









Enésimo clásico entre los dos históricos del baloncesto español, esta vez dentro del escenario de la Euroliga, y más descafeinado que nunca ya que el Barcelona, si días antes estaba virtualmente fuera de cuartos de final, llegaba al Palacio ya matemáticamente descartado debido a la victoria de Efes Pilsen en Kaunas el día anterior. El único interés a efectos clasificatorios estaba por tanto en la posibilidad para el Real Madrid de cerrar definitivamente una de las cuatro primeras posiciones, obteniendo así factor cancha para el play offs de cuartos de final. Algo que vista la trayectoria de los blancos en Euroliga era cuestión de tiempo. 


Pero un Real Madrid –Barcelona siempre deja cosas, y pese a la aparente falta de alma puesta sobre la pista (señalando sobre todo a los azulgranas), el partido ofrece síntomas inequívocos sobre la realidad de uno y otro equipo a día de hoy, especialmente en el caso del Barcelona, cuya imagen demostrada anoche (y no hablamos sólo de la deportiva) debería llevar a la reflexión dentro del organigrama azulgrana.   



Hablamos de dos grandes nombres propios que, lejos de brillar con luz propia (que se suele decir en estos casos, y perdonen la redundancia), al contrario, se oscurecieron a sí mismos con sus acciones. Primero fue Georgios Bartzokas, con su autoexpulsión en el segundo cuarto en medio del vendaval madridista. Algunos han querido encontrar un paralelismo entre la imagen de ayer de Bartzokas enfilando en solitario el túnel de vestuarios con paso firme e impecable en su traje negro, y la dantesca escena del bueno de Pablo Laso abandonando el Palau en las finales de 2014 en silla de ruedas tras ser igualmente expulsado. Sinceramente no encontramos la comparación por ninguna parte. Aquel Real Madrid venía de realizar un baloncesto de ensueño durante toda la temporada (desde aquí seguimos manteniendo que el curso 2013-14 fue en el que el equipo de Laso realizó su mejor baloncesto, y uno de los mejores baloncestos que hemos visto nunca en Europa), había dominado el continente durante todo el invierno y llegado a la Final Four de Milán en un momento de forma y juego tan extraordinario que para el recuerdo dejó una de las más grandes obras maestras de Laso: el 62-100 al Barça de Huertas, Navarro, Abrines, Dorsey, Papanikolau, Nachbar, Lorbek, Tomic y Pascual. Paliza histórica y baloncesto de seda en el mejor marco posible, una Final Four. Dos días después aquel Madrid favorito, incontestable, sufría de las artimañas tácticas del siempre eficiente David Blatt en el banquillo, y un inconmensurable Tyrese Rice en la pista. El sueño europeo se esfumaba y por las rendijas del vestuario blanco se escapaba alguna duda sobre la confianza de algún jugador estelar en el proyecto de Laso (Mirotic en concreto, quien de hecho aquel verano emprende su marcha a la NBA, pese a haber manifestado en anteriores ocasiones su deseo de posponer la aventura americana hasta no haber alcanzado la gloria de ser campeón continental con los blancos) Finalmente el Real Madrid llegaría desfondado a unas finales ACB en las que el Barcelona fue superior. Un desplome físico del que sin duda el cuerpo técnico madridista tomaría buena nota, como han demostrado con la dosificación de esfuerzos de las dos últimas temporadas (y añadiría que como están haciendo en ésta) Aquella expulsión de Laso fue producto del cabreo y ventolera de un entrenador con tanta bonhomía como temperamento, quien sufría al ver el hundimiento de un equipo que había maravillado con su juego a todo el continente apenas un par de meses antes. A Laso le echaron los árbitros, y casi lo echa el propio club (aquel verano estuvo más fuera que dentro) en lo que hubiera sido un error histórico de la sección que hubiera truncado la tercera gran época del baloncesto madridista tras las regidas por Pedro Ferrándiz y Lolo Sainz. La expulsión de Bartzokas, sin embargo, es la de un hombre frustrado porque en ningún momento las cosas han salido como esperaba. Un entrenador de prestigio labrado a pulso en proyectos de talla mediana como Panionios o Lokomotiv Kuban, pero también capaz de llevar las riendas de caballos ganadores, como demostró levantando la Euroliga de 2013 con Olympiacos, pero que llega a otro baloncesto, otro país, otra exigencia, y todo parece volverse en su contra. Un técnico habitualmente moderado y alejado de la polémica que desde su llegada al banquillo azulgrana ha vivido acompañado de la frustración (y que incluso lejos de reconocer su error, al finalizar el partido cargaba contra el colegiado Lamonica… por cierto, ¿cuántas veces hemos escuchado a algunos madridistas quejarse de Lamonica?, el victimismo que nos hace vivir con la venda en la ojos, un problema a erradicar del mundo del deporte, y diría incluso de la sociedad) La expulsión de ayer de Bartzokas es la huida del hombre que no puede más. En resumidas cuentas, la imagen de Laso en el Palau es la de un hombre al que le echan (y no sólo del Palau, si no que casi lo echan del club)… la de Bartozkas la de un hombre que se va…



El otro nombre propio de ayer es Ante Tomic. Pagó su frustración con dos acciones de extrema dureza, en especial la segunda sobre Carroll (anteriormente hizo un feo bloqueo sobre Doncic), propinando un soberbio codazo sobre el tirador madridista que dio con sus huesos en el suelo. Los árbitros se desentendieron de la jugada (e incluso Jaycee fue sancionado con técnica por protestar la acción), pero poco importa el resultado a efectos del partido (ya estaba todo decidido) cuando la escena ya ha dado la vuelta al mundo y supone un torpedo sobre la línea de flotación de la imagen azulgrana. Sólo los aficionados más radicales pueden justificar una acción así, y a buen seguro dentro del club barcelonista están indignados con el comportamiento de quien estaba llamado a ser su jugador más emblemático de la actual era azulgrana. Y todo con la particular historia que hay detrás de la relación de Tomic con el Real Madrid. Fichado por Messina en Enero de 2010, dentro del maremágnum de altas y bajas propuestas por el italiano (18 fichajes en dos temporadas y un gasto de 58 millones de euros), y presentado mediáticamente como “el Gasol del Este” (sigh), Tomic era un joven prometedor de 22 años que venía de ser MVP de la Liga Adriática con la camiseta del KK Zagreb. Dejó buenas sensaciones en sus comienzos (8.5 puntos y 5.5 rebotes por partido en sus 24 primeros partidos ACB de aquella temporada), subió levemente sus prestaciones el segundo año (10 puntos y 4.3 rebotes), y se mantuvo (pese a las críticas a Laso por no sacarle rendimiento) en el primer año post-Messina (8 puntos y 4.9 rebotes), pero demostrando ya algunas de sus carencias que le han acompañado durante todos estos años (un terrible 47% en tiros libres… poca culpa tiene Laso en ese aspecto), una cierta apatía en el juego y falta de ardor defensivo. A buen seguro el aficionado azulgrana agradecería que la ira demostrada anoche golpeando al rival la canalizara con un juego más agresivo de cara al aro, y sobre todo con una mayor intensidad defensiva (ayer en determinadas fases del encuentro Ayón vuelve a dejar en evidencia su endeblez atrás, especialmente con un mate iniciando desde la bombilla) En verano de 2012 el Real Madrid decide no renovar a Tomic, acusado de poca intensidad en la zona, y claramente señalado en el decisivo quinto partido de las finales cuando Fran Vázquez literalmente le destroza. El Barça se lanza a por él, y todos parecen felices. El Real Madrid se deshace de una ficha alta y de un jugador que no acaba de convencer a un Laso que busca un equipo más intenso y veloz en su juego, y Tomic acaba en un equipo cuyo estilo, el propuesto por Pascual, parece más acorde con un jugador que necesita vivir en ataque estático y de posesión larga. Pero seis años después, y con 30 años recién cumplidos, el pívot croata sólo puede presumir de una Copa, una Liga y una Supercopa (añadidas a su Copa ganada de blanco para completar un palmarés decente sin más, y muy lejos del que un jugador de su talla esperaba), mientras que ha visto a su ex –equipo dominar Europa y España año tras año. La historia de Tomic con el Madrid es la de esa pareja que decide romper su relación convencidos de que el futuro será benévolo con ambas partes y encontrarán en otro regazo la felicidad no alcanzada anteriormente. Años después uno de los dos admira con envidia la trayectoria de su ex, en brazos de alguien apuesto, inteligente, y con una billetera lo suficientemente pudiente para llevarla de viaje a las Seychelles, mientras él o ella se ha quedado en el barrio saliendo con la vecina de toda la vida, esa a la que estaba a punto de pasársele el arroz y desesperada no quiere dejar escapar el que puede ser el último tren. Tomic siente que el destino ha sido cruel, y es que las mayores marrullerías entre madridistas y barcelonistas las suelen protagonizar precisamente quienes vienen del club rival, quizás demostrando esa frustración por un amor que añoran (yo mantengo, dentro de esa teoría, que la máxima ilusión nunca cumplida de José Mourinho es la de haber sido primer entrenador del F.C. Barcelona) El codazo de Tomic no se lo propina sólo a Carroll, sino a toda una afición azulgrana que además de lidiar con una de las peores temporadas de la historia de la sección de baloncesto, sufre un deterioro de imagen que daña más que los resultados deportivos.  



Veremos que depara el futuro inmediato a los de Bartzokas. Tan posible es un incremento en la descomposición del equipo, llegando desde el vestuario hasta la secretaría técnica, como una conjura para la conquista del título liguero. Lo normal, por un cuestión meramente física, es que el Barcelona experimente cierta mejoría a partir de ahora, liberados física y mentalmente de Europa. Le sucedió sin ir más lejos al Real Madrid tras ver como el Fenerbahce les apartaba de la Final Four, para acabar el pasado curso en un momento de forma magnífico. Aunque una vez más las diferencias son evidentes. Aquel Madrid (o este Madrid, que sigue siendo el mismo al fin y al cabo) era un equipo sin fisuras en su compromiso, con una perfecta comunión entre técnicos, jugadores y aficionados, y del que, momentos de forma aparte, ningún aficionado conocedor de este deporte dudaría de su calidad. Precisamente todo lo que se sobra al Barcelona: dudas… y una buena dosis de impotencia. 


¿Y el Real Madrid? A lo suyo. El cierre del factor cancha era algo que iba a caer por su propio peso, dada la excelente trayectoria continental de los de Laso, pero decidieron no posponerlo más. Casi sin querer, sin poner todas las cartas sobre la mesa, arrollaron a su rival. También hubo nombres propios en el club blanco anoche, aunque por motivos bien distintos que en el caso azulgrana. Sergio Llull recuperó su mejor versión para seguir prolongando su estado de gracia, ese que le llevó a ser, a nuestro juicio, el mejor baloncestista español de 2016. Sus 21 puntos y 6 asistencias fuero incontestables, y no faltó a su cita con el “buzzer beater”, anotando una de sus míticas mandarinas lejanas al filo del descanso. Junto a él el mejor madridista fue Luka Doncic. Sin hacer apenas ruido dejó otra lección de baloncesto total (5 puntos, 6 rebotes, 4 asistencias y 3 robos), y uno de los highlights de la noche con un mate a una mano tras un “coast to coast”. El otro día comentaba en el podcast radiofónico de El Mundo Madridista, al que suelo ser invitado, que fue sintomático que Llull y Doncic no brillaran en Atenas hace una semana ante Panathinaikos. Cuando los bases están desactivados es que el equipo rival ha impuesto su estilo de juego. Sintomático igualmente fue que anoche ambos jugadores fueran los más descatados. Bat-Man y Robin han vuelto.  El mejicano Ayón fue otro de los protagonistas, con 14 puntos y 5 rebotes, y otra jugada para las videotecas con un mate en penetración que volvía a dejar en evidencia la defensa de Tomic. Y Randolph, con 13 + 5, evidenció que sigue en un buen momento de forma.



Hacía tiempo que no veíamos tantas diferencias entre Madrid y Barcelona. Habría que remontarse a la época de Messina en el club madridista, cuando el Barça de Xavi Pascual pasaba una y otra vez por encima de los blancos. ¿Alguien sigue dudando de cómo ha cambiado Pablo Laso a la sección de baloncesto del Real Madrid? 



Dos realidades bien distintas las vistas ayer en el Palacio madrileño. La de un equipo que aspira a Euroliga y Liga Endesa, cumpliendo su hoja de ruta sin complicaciones y pudiéndose permitir algún que otro tropiezo, y un equipo a la deriva, como la barca de Remedios Amaya, que nadie sabe bien hacia donde va. Tampoco lo sabía Bartzokas cuando enfiló anoche el túnel de vestuarios tras ser expulsado. Posiblemente le daba igual. Lo único que quería era escapar de la pesadilla que está viviendo en su primer (¿y último?) año como entrenador azulgrana. Ni en sus peores sueños podía haber imaginado que iba a estar al frente del clásico de la impotencia.    








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