La imagen más repetida de la ACB |
La extraordinaria generación de baloncestistas
españoles que estamos teniendo la suerte de disfrutar mantiene en una de sus
claves la ausencia de fecha de caducidad. Una asombrosa dilatación del tiempo
que los convierte en figuras venerables, como los ancianos de una tribu
ancestral, y que casi sin pretenderlo, de una manera natural, por el simple
paso de los partidos y los minutos en pista, van destrozando todos los
registros conocidos hasta la fecha. Personajes cuya retirada todavía no se
vislumbra, con lo cual su cuaderno de proezas, mal que les pese a algunos que
andan pidiendo jubilaciones en el baloncesto español (y madridista, pese al
dulce momento del basket blanco), aún tiene hojas por rellenar.
Uno de esos grandes nombres al que es de justicia
calificar como leyenda en activo es el del actual capitán madridista, Felipe
Reyes. Con 37 años su palmarés habla por sí solo. Siendo adolescente comienza
a darse a conocer al aficionado, cuando se cuelga dos oros consecutivos en
Varna (Europeo Sub-18) y Lisboa (Mundial Sub-19) formando parte de la mejor
generación de jugadores españoles de la historia y al lado de dos compañeros,
rivales en clubes pero amigos cada verano y que han aupado al baloncesto
español hasta cotas jamás conocidas: Juan Carlos Navarro y Pau Gasol. A partir
de ahí, una impresionante recolección de títulos: tres medallas de oro
continentales, un oro mundial, dos platas olímpicas, tres platas europeas, un
bronce olímpico y un bronce europeo (a los que hay que sumar otro bronce
europeo Sub-20) En total 13 medallas con la selección española, diez con la
absoluta y tres con equipos de formación. A nivel de clubes, la colecta ha sido
igualmente abrumadora: 1 Copa del Rey con el Estudiantes, y todo lo imaginable
con el Real Madrid, es decir, 1 Euroliga. 5 ligas, 5 copas del Rey, 3
supercopas, 1 intercontinental y 1 Uleb. 17 títulos. Pero el suyo no es un caso de “estar en el
sitio adecuado en el momento adecuado”, si no que más bien hablamos de una
piedra angular en la consecución de tanta gloria. Dos mvps de temporada regular
ACB, uno de las finales, y hasta cuatro veces incluido en el Quinteto Ideal de
la ACB (además de una vez en el de Euroliga) dejan claro la condición estelar
de uno de los mejores jugadores europeos de todos los tiempos. Siempre fiel a su
naturaleza, instinto e intuición con un deseo indomable cada vez que hay un
balón sin dueño. Porque por encima de todo Felipe es el hombre con hambre que
captura cada rebote como si le fuera la vida en ello. Felipe es el jugador que garantiza
más posesiones para cualquier equipo. Felipe es el rebote.
Decía Jason Kidd, ese asombroso base que hacía
triples-dobles con una facilidad pasmosa (pese a no ser un base eminentemente
anotador, aspecto que hoy día parece crucial para un director de juego y se
infravalora a quien no tenga por principal esa disciplina, algo que podemos
comprobar en el eterno debate sobre la figura del genial Ricky Rubio), que el
rebote es deseo. Deseo de querer el balón. Y nadie quiere más el balón que
Felipe Reyes, si nos atenemos al hecho de que se ha convertido en el máximo
reboteador histórico de la ACB. Lo consiguió en el clásico frente al Barcelona
del pasado 12 de Marzo. Desde entonces, dos partidos más para llegar a una
actual cifra redonda de 4300 rebotes, superando a jugadores históricos como
Granger Hall, Carlos Jiménez, Claude Riley o Juan Antonio Orenga (personaje
harto vilipendiado pero que puede decir con todas las de la ley que es el
quinto reboteador histórico de la ACB)
La Santísima Trinidad del baloncesto español del Siglo XXI |
Si el rebote es deseo, ese deseo no puede entenderse
sin la compañía de la constancia. Y es que Felipe Reyes ha sido un claro
ejemplo de superación, de sobreponerse a los malos momentos, a las feroces
críticas que sufrió por una parte (pequeña, pero ruidosa) de la afición que
pedía públicamente su cabeza en la época de Ettore Messina. Superación también
en su juego, haciendo caso omiso a sus primeros entrenadores que le
recomendaban alejarse de la zona para ser un “forward” moderno, un cuatro
abierto y tirador, ya que con sus centímetros no iba a poder pelearse con los
grandes pívots dominadores de la zona. Una superación que le llevó primero a no
abandonar su naturaleza fajadora, y que con los años nos ha mostrado a un
jugador inconformista capaz de pulir las aristas de su juego. En ese sentido es
justo reconocer que hablamos de uno de los jugadores que mejor ha evolucionado
el tiro (de no superar un 80% en tiros libres en sus primeros diez años de
carrera, al 83% con el que finalizó la pasada temporada… de sumar 21 intentos
triples en sus primeros 8 años ACB, a lanzar 22 en la “regular season” de la
temporada 13-14), de un profesional que ha sabido domar su temperamento, que
pronto dejó de tener problemas con las faltas personales ni de caer en las
trampas y provocaciones de los rivales (míticos duelos contra Luis Scola…
aquella pelea con Kambala en un derbi madrileño, cuando aún jugaba en
Estudiantes) Felipe se fue haciendo a sí mismo como un jugador ejemplar, sin
perder de vista sus orígenes ni referencias. Mientras muchos chavales de su
edad llenaban las paredes de sus habitaciones con posters de Jordan u Olajuwom,
Felipe tenía el ídolo en casa. Su hermano Alfonso, otro prodigio reboteador
pese al hándicap de su estatura, marcaba el camino y servía de “spoiler” para
la película que acabaría protagonizando el menor de la familia. Ambos
canteranos del Estudiantes, y posteriormente jugadores madridistas. El carácter
luchador de Felipe pronto le convirtió en uno de los favoritos de la grada de
los del Ramiro de Maeztu, en unos años aún gloriosos a rebufo del equipo que en
1992 alcanzaba el cenit de ganar la Copa del Rey y llegar a una Final Four de
la máxima competición continental de clubes, con jugadores como Winslow,
Pinone, o sin ir más lejos su hermano Alfonso. El 4 de Octubre debutaba en ACB
en una cancha caliente como el Buesa Arena de Vitoria. Con 18 años jugaba sus
primeros nueve minutos e inauguraba su estadística con dos rebotes, sin que
nadie pudiera imaginar que serían los dos primeros de nada menos que 4300
rechaces. Anotaba una canasta en juego, pero fallaba por cierto sus cuatro
intentos de tiro libre, una cruz en los primeros años de su carrera, defecto sobradamente
superado a día de hoy como ya hemos comentado. En 2000 ya era un elemento
imprescindible para un Pepu Hernández que reverdecía laureles ganando la Copa
del Rey en Vitoria, una ciudad como vemos con un significado muy especial en la
trayectoria de Felipe. En 2004 alcanzaría su techo como jugador colegial,
siendo capaz de plantarle cara al Barcelona de Pesic campeón del triplete. Y es
que el único equipo que realmente llegó a tutear a aquel inmenso Barcelona de
los Navarro, Dueñas, Bodiroga, Fucka, Ilievski o Femerling fue aquel Estudiantes
del que Felipe era corazón y alma. Aquella temporada dejó auténticas
exhibiciones, firmó 12 dobles-dobles en los 34 partidos de liga regular, y
después de dejar en la cuneta en las eliminatorias por el título a Real Madrid
y Baskonia, promedió 14.4 puntos y 7.2 rebotes en sus primeras finales ACB.
Eran tiempos de identificación con la bancada colegial,
en los que se reconocía abiertamente seguidor del Atlético de Madrid en lo
balompédico, y que no escondía que el Barcelona entraba en sus preferencias antes
que el club blanco. Pero la vida ofrece muchas sorpresas y el destino deparaba al
bueno de Felipe convertirse en una de las más grandes leyendas madridistas de
la historia. Con él volvieron los títulos. Tras nada menos que 15 años sin
conseguir la liga, los blancos se proclamaban campeones de nuestra competición
con aquel legendario final de partido en Vitoria (otra vez Vitoria) y el triple
de Alberto Herreros. Felipe no brillaba especialmente en aquel partido (2
puntos y 3 rebotes en 26 minutos), pero no se podía entender aquel título sin
su concurso, ya que con 2-1 abajo en la eliminatoria el ala-pívot cordobés era
el mejor del cuarto partido, disputado en Vistalegre, con 15 puntos y 13
rebotes en otro descomunal combate frente a Luis Scola. Los éxitos se
repetirían dos años después, con el doblete de Liga y ULEB, una liga de la que
fue MVP de las finales promediando 16.5 puntos y 6.5 rebotes en los cuatro
partidos disputados frente al Barcelona de Ivanovic. Luego vendría la era
Messina, con el jugador señalado por parte de la afición cuando la realidad y los
números demostraban que nadie daba la cara dentro de la zona como él. En el
retorno a una Final Four de Euroliga (¡15 años después!), Felipe reconocía que
aquello le hacía tanta ilusión como cualquier título, era devolver al club
blanco a la élite europea de la que llevaba demasiado tiempo ausente. En la
paliza ante el Maccabi de David Blatt (82-63), sólo Felipe se salvaba de la
quema con su férrea voluntad para sumar 15 puntos y 14 rebotes. Gran trabajo
individual, pero sin premio colectivo.
Felipe aguantó aquellas críticas que incluso
continuaron con la llegada de Laso, como bien explicamos en su día en nuestro
blog en la entrada “Blanco perfecto”. Pero Laso (vitoriano tenía que ser)
recuperó la mejor versión del capitán madridista, a día de hoy orgullo y santo
y seña de uno de los mejores grupos de jugadores de la historia.
Hay aficionados que dicen que no se puede vivir del
pasado y que llevan años pidiendo la jubilación de Felipe. Tendrán que esperar,
porque mientras haya un balón en el aire sin dueño Felipe Reyes alzará la vista
y con el mismo deseo con el que empezó a jugar al deporte del que es leyenda,
impondrá de nuevo su ley. La ley del rebote.
Continuará... |
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