jueves, 8 de marzo de 2018
CINCO ANILLOS Y UN OSCAR
La noche que el Dorothy Chandler Pavilion de Los Angeles coronaba a un maestro del fantástico como Guillermo del Toro como gran triunfador de los oscars de Hollywood de 2018, un auténtico icono de la ciudad angelina recogía la dorada estatuilla para sorpresa de muchos aficionados al séptimo arte. No era la forma del agua, era la forma del baloncesto. El jugador más “jordanesco” tras el propio Michael Jordan, el baloncestista de los mil y un recursos individuales y el más perfecto “fade away” de todos los tiempos, el ganador de cinco anillos de la NBA, el mito Kobe Bryant, se codeaba con los grandes astros de la meca del cine.
¿Qué hacía Bryant allí?, se preguntaban algunos. Los buenos aficionados a la canasta sin embargo recordarán como en su despedida de las canchas el 8/24 de Los Angeles Lakers nos dejaba una emotiva carta en la que expresaba su amor por el baloncesto, la pasión de su vida, una larga relación vivida desde la cuna (su padre fue jugador profesional con una larga y exitosa carrera entre la NBA e Italia) “Dear Basketball” fue el título que el genial escolta dio a su emotiva misiva, un texto que dio la vuelta al mundo y que finalmente convirtió en corto de animación bajo la dirección de un clásico del género como Glen Keane (cuya firma se encuentra en algunos de los más reconocibles trabajos de Disney de las últimas décadas) El apartado de mejor cortometraje de animación suele pasar bastante desapercibido en la ceremonia de los oscars de Hollywood, pero no fue así en esta ocasión, cuando el célebre Mark Hamill, el inolvidable Luke Skywalker de la saga Star Wars exclamaba a la audiencia el nombre de uno de los más grandes baloncestistas de todos los tiempos.
Y es que después de cinco anillos de la NBA, dos oros olímpicos, dos veces máximo anotador de la temporada, dos MVP de las finales, y un MVP de temporada regular (entre otros reconocimientos que vamos a obviar para no abrumar más al lector), la leyenda de la Mamba Negra se engrandece todavía más como icono absoluto del baloncesto y de la sociedad occidental. Su sonrisa recogiendo el oscar eran tan grande o más que la nos regalaba en la cancha después de una de sus interminables canastas imposibles. La sonrisa de los jugones, que decía el gran Andrés Montes.
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