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El Rey hincó su rodilla. |
El signo de los tiempos de nuestro blog hace que
pasemos de puntillas por uno de los grandes acontecimientos baloncestísticos de
cada temporada, como son las finales de la mejor liga de baloncesto del mundo,
la NBA. Hemos tenido la suerte en los últimos años de asistir a grandes series
finales entre Miami y Dallas, Miami y San Antonio, y más recientemente
Cleveland y Golden State. Todas ellas con un denominador común: LeBron James,
el gran dominador de la Conferencia Este, primer jugador en la historia en
ganar diez veces consecutivas su división, y campeón del Este en nada menos que
nueve ocasiones. Un joven LeBron James precisamente sufría el anterior 4-0
acaecido en unas finales NBA. Tenía 22 años, y los San Antonio Spurs de Parker,
Ginobili y Duncan no dieron opción a aquel equipo liderado por un joven
insolente que había destronado a los Detroit Pistons de Billups, Hamilton,
Prince y Rasheed Wallace y buscaba dominar la NBA. Once años después un LeBron
maduro, evidentemente mejorado, pero claramente exhausto, vuelve a caer sin
contemplaciones, 4-0, frente a la nueva dinastía de la NBA. Los Golden State
Warriors ganan su tercer anillo en cuatro años y dada la media de edad de su
núcleo fundamental todo apunta a que no será el último. La liga sigue sin
encontrar respuesta a la fastuosa dinamita de los Curry, Thompson y Durant,
sólo Houston Rockets parece haberse acercado a la resolución de la fórmula, y
nos quedamos con la duda de saber si hubieran hecho morder el polvo a los de
Steve Kerr de no haber perdido a Chris Paul para los dos últimos partidos
después de que los de D’Antoni llegasen a ponerles contra las cuerdas con 3-2
en la serie.
No fue por tanto un camino fácil el de Golden State
hasta llegar a su cuarta final consecutiva. Tampoco el de Cleveland, exuberante
ante Toronto (4-0) pero sufriendo lo indecible frente a unos Boston Celtics de
nuevo sorprendentes pese a no contar en play offs con su gran estrella Kyrie
Irving, ni por supuesto Gordon Hayward. Con esas premisas ambos equipos se
citaban de nuevo en una gran cita para la que los de Oakland eran grandes
favoritos, pronóstico que cumplieron de manera casi insultante.
Y es que unas finales en las que uno de los rivales
no estrena su casillero de victorias siempre resultan decepcionantes y
obviamente poco competidas, pese a que el primer y tercer partido gozaron de la
emoción necesaria para tenernos enganchados a la pantalla y disfrutar de un
gran espectáculo. Esa consideración del baloncesto en los pequeños detalles
cobró visos de absoluta crueldad en la figura del ciclotímico J.R.Smith,
protagonista del primer partido cuando en una jugada que pasará a la historia
(a su pesar) de las finales de la NBA renuncia al tiro tras capturar un rebote
ofensivo con marcador empatado a 4 segundos del final, saliendo de la zona y
dejando consumir el tiempo ante la atónita mirada de un LeBron James quien se
había vaciado una vez más sobre la cancha (acaba con 51 puntos, 8 rebotes y 8
asistencias en 48 minutos) No sabemos qué hubiera pasado de haber sabido
aprovechar Smith aquel balón que era un tesoro (o de haber anotado George Hill
el segundo tiro libre, por no cargar toda la culpa sobre el imprevisible alero de
New Jersey) y de haberse anotado Cleveland el primer punto de la serie. Creo
sinceramente que Golden State hubiera acabado alzando igualmente el título,
pero las series hubieran transcurrido por unos niveles de competitividad
totalmente diferentes. La prórroga a la que se vio condenado el equipo de Tyronn
Lue (cada vez más irrelevante en sus decisiones, y sobre quien sus conocidos
problemas de ansiedad generan lógicas dudas sobre su capacidad para estar al
frente de la nave de un equipo que aspire a ser campeón) nos ofreció a un
equipo hundido tanto o más psicológica que físicamente. Con un 0-9 de salida
Golden State comenzó a encarrilar el primer punto de las finales, la
posibilidad, que se alumbraba lógica, del barrido del 4-0, y el deseado “back-to-back”
como ganadores del anillo, con Kerr recurriendo de nuevo al descarado “small
ball” y la renuncia al pívot (Curry-Livingston-Thompson-Durant-Green es el
quinteto que borra de la pista a Cleveland en el tiempo extra)
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J.R.Smith saliendo de la zona con el último balón. Jugada para la historia. |
El segundo choque no fue más que una continuación de
aquella prórroga. Pese a la resistencia inicial de los de Ohio, el paso de los
minutos fue imponiendo el peso de la lógica de un equipo superior, con mayor y
mejor rotación, y más trabajado y dosificado. En el segundo cuarto los de
Oakland comienzan a estirar el marcador otra vez con Livingston formando parte
del quinteto (aprovechando la ausencia de Igoudala en esos dos primeros
partidos), un parcial de 0-7 con dos canastas del base de Illinois y un triple
de Curry rompían la barrera de la decena de puntos, y anticipaba la segunda
victoria californiana que sólo debía esperar el desangrado del rival, incapaz
de cerrar las vías por las que su barco hacia aguas frente a los torpedos de un
Stephen Curry que con 9 triples (de 17 intentos, por encima del 50%) establecía
un nuevo record de canastas de esa distancia en unas finales de la NBA,
superando la anterior marca de 8 de Ray Allen en 2010. 2-0. Factor cancha
salvado. Misión cumplida. Tocaba viajar a Ohio.
Si levantar un 3-1 en 2015 ya había sido una labor
hercúlea para un LeBron que por entonces contaba con la letal alianza de Kyrie
Irving, hacerlo con un 3-0 parecía directamente misión imposible, por eso el
tercer partido se antojaba absolutamente vital para dar ya por campeones a los
de Kerr o al contrario pensar que tendríamos todavía finales y los Cavaliers
conservarían alguna mínima esperanza de remontada. Y ciertamente no se les
puede reprochar nada a los de Lue en este tercer choque con una puesta en escena
arrolladora por parte local. Cleveland ofreció a sus seguidores sus mejores
minutos de las finales, en unos espléndidos primeros cinco minutos en los que
llegan a poner un salvaje 4-16 en el marcador, con acciones tan descomunales
como el autopase a tablero de LeBron para hundir el balón en el aro. Al lado de
The King Kevin Love demostraba casta y orgullo peleando por cada balón y
mirando el aro con decisión, y hasta J.R.Smith se redimía con cinco puntos casi
consecutivos. Pero Cleveland seguía enfrentándose a dos poderosos rivales cuya
conjunción parecía imposible de batir. Por un lado su rival, la casi perfecta
maquinaria ofensiva de Golden State, por otro el tiempo y el paso de los
minutos, puñales que lenta pero inexorablemente se irían clavando en las
piernas de sus hombres clave, especialmente el infatigable LeBron James.
Igoudala reaparecía y entraba mediado el primer cuarto sentando a Javale McGee
para volver a ese juego sin pívots que tanto rédito da a Steve Kerr, y Kevin
Durant comenzaba su recital particular. En un suspiro Golden State estaba en el
partido. En los últimos 4 minutos los visitantes lograban 18 puntos, sin fallo
en sus últimas siete posesiones, que finalizaban en canasta o en tiros libres
igualmente acertados. El marcador una vez sonado la bocina de fin de periodo no
ofrecía dudas. 28-29. Sólo un punto de ventaja para unos Cleveland que parecían
haber jugado su mejor baloncesto en las finales. Aún sacarían fuerzas los de
Ohio para dominar el tercer cuarto, y Lue atisbaba parecer un entrenador de
verdad gestionando sus recursos, sacando partido de la clase de un Rodney Hood
cuyo enfrentamiento con el técnico en el cuarto partido ante Toronto (se negó a
disputar los minutos de la basura, considerándolo un insulto para un jugador de
su categoría) lo han pagado caro todas las partes implicadas. No obstante
Cleveland tenía razones para el optimismo viendo a su equipo mantener
distancias en torno a la decena de puntos, hasta que Durant volvió a demostrar
que aquella noche estaba tocado por los dioses, con seis puntos en el último
minuto y especialmente un triple a 1 segundo del descanso tan letal y casi tan
lejano como el de Curry al filo del descanso en el G1 para poner el empate a
56. El 35 de los Warriors dejaba el marcador en un apretado 52-58. Cleveland
seguía jugando su mejor baloncesto posible, ni siquiera necesitaban a “LeBron
contra el mundo” (en el primer cuarto sólo había realizado cuatro tiros de
campo, ocho en el segundo… en el total del segundo tiempo sumaría 16
lanzamientos más), pero sólo se veían seis arriba en el luminoso con 48 largos
minutos por delante. Seis puntos de ese extraño elemento llamado Javale McGee
metían a los Warriors en el partido hasta el punto de empatar a 61
transcurridos apenas dos minutos de tercer cuarto (entre medias otro triplazo
de Durantula) Los de Kerr comenzarían a tomar el mando del partido, y pese a la
resistencia de los Love, Hood y un cada vez más desinflado LeBron no cederían
la ventaja en el electrónico hasta el último cuarto, cuando el partido entro en
esa apasionante fase “columpio” con constantes cambios de liderato. El último
de los locales fue a tres minutos para el final, momento en el que un
desafortunado Curry (3 de 16 en tiros de campo, 1 de 10 en triples) anota cinco
puntos en 20 segundos para poner a su equipo cuatro arriba, encontrando la
respuesta en el orgullo de King James que responde con un triple. Los mejores
minutos de las finales. Kevin Durant regalaría su séptima asistencia de la
noche al reaparecido Igoudala y el propio Durantula mataría el partido con un
triple antológico para poner una inalcanzable ventaja de seis puntos a 49
segundos para el final. El espigado alero marilandés cincelaba una obra de arte
casi perfecta. 43 puntos con unos porcentajes de cortar la respiración (15 de
23 en tiros de campo, 6 de 9 triples y 7 de 7 en libres), además de 13 rebotes
y 7 asistencias. Sencillamente uno de los mejores partidos que se recuerdan en
unas finales, y la actuación definitiva para conseguir su segundo MVP Finals
consecutivo. No puede haber dudas en el galardón, por mucho que reluzcan los 37
puntos de Curry en el cuarto partido, y es que las medias de 27.5 puntos, 10.75
rebotes y 7.5 asistencias por partido (además de 2.25 tapones por noche) le
sitúan como el máximo anotador, reboteador y asistente de Golden State en las
finales. La némesis perfecta de LeBron James, y además mejor acompañado.
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El fichaje que dimanitó la NBA |
El cuarto partido significaba algo así como asistir
al funeral de Cleveland mientras en las neveras californianas se enfriaba el
champán. Fue un triste epílogo a unas finales sentenciadas prácticamente desde
el momento en que J.R.Smith escribiese otro episodio más en su narrativa
maldita (indispensable escuchar, a este respecto, el programa de “El Reverso”que Gonzalo Vázquez y Andrés Monje han dedicado a su quebradiza figura) con
aquel disparatado rebote ofensivo. El 13-3 que reflejaba el luminoso a los tres
minutos de partido tras un triple de Stephen Curry (era su noveno punto) no
dejaba lugar a dudas. Íbamos a asistir a un trámite y no a un partido de las
finales. Tanto fue así que prácticamente la única alegría que se llevaron los
aficionados del Q Arena fue un celebrado “air ball” del odiado Draymond Green.
4-0, y LeBron James regresando a 2007, sólo que con once años más de baloncesto
y batallas en sus piernas.
Poca historia en unas finales que sin embargo, no
podía ser de otro modo con LeBron James por medio, dejan mucha miga y análisis
posterior. El ídolo de Akron confesaba en rueda de prensa posterior que tras el
primer partido se lesionó su mano derecha golpeando los vestuarios del Oracle
californiano, frustrado por la inverosímil derrota y por las decisiones
arbitrales (especialmente su falta sobre Durant en el ocaso del tiempo
reglamentario, en un principio señalada en ataque y posteriormente tras
revisión cobrada como en defensa, una acción que al igual que el fallo en el
libre de Hill y el extraño movimiento de Smith en el último balón, bien pudo
cambiar el curso del partido, y quizás de las finales) Cualquiera que haya
seguido este blog durante sus siete años de existencia no puede dudar de
nuestro amor por LeBron. En esta nueva edad dorada del mejor baloncesto James
reluce como la estrella más rutilante, la más desafiante a la lógica y la más
capaz de devorar registros y coleccionar hazañas, pero todo eso es insuficiente
para avanzar en un palmarés ya de por si desorbitado. Hablamos de un jugador
condenado a ser recordado, al menos bajo el prisma actual (es muy posible que
el paso del tiempo emita un juicio más generoso sobre su esfuerzo), más por la
miseria de perder ya seis finales que por la gloria de llegar a nada menos que
nueve últimas rondas de play offs. La absurda comparación con Michael Jordan,
que ya padeciera Kobe Bryant (más lógica en el caso del escolta de los Lakers,
por estilo de juego y posición en la cancha), sigue oscureciendo, como una
sombra negra, la auténtica valía de un jugador nunca visto anteriormente. No
entraremos en tal pernicioso debate, pero quienes se aferran a la dictadura de
Jordan como el mejor de todos los tiempos por sus seis anillos en seis finales
en 15 temporadas (¿a qué nivel deberíamos situar entonces a Bill Russell con
sus once títulos en 12 años, dos de ellos como jugador-entrenador, siendo
prácticamente el mejor de todas esas finales pese a que no se entregaba MVP por
aquel entonces?) mal hacen en despreciar la constancia de la carrera de James,
quien ha llegado a tres finales más que Jordan en de momento el mismo número de
temporadas.
Reconocemos pues nuestro “lebronismo”, pero seguimos
advirtiendo que su extraordinaria calidad como jugador queda empañada por su
ansiedad en la búsqueda del anillo llevándole a inmiscuirse en tareas
directivas tratando de dar forma a un equipo a su gusto. Ya le hemos perdonado
su abuso en la posesión del balón y en la dirección del juego, asumiendo que no
le basta con ser posiblemente el mejor alero de todos los tiempos, si no que
busca el ser el mejor jugador, el baloncestista total, al que ningún aspecto
del juego, ni en ataque ni en defensa, le es ajeno, pero debería concentrar sus
energías más en la cancha que en los despachos. El disparate de esta campaña,
cambiando medio equipo antes del “trade deadline”, no parece la mejor manera de
conseguir un grupo ganador, al menos a corto plazo. En estas dos últimas
temporadas marcadas por la llegada de Kevin Durant a Golden State, Cleveland ha
contado con rosters de 21 y 22 jugadores respectivamente, sin dejar madurar
apuestas que en principio parecían interesantes alrededor de jugadores como Isaiah
Thomas, Jae Crowder, Dwyane Wade o Derrick Rose. Buscaban en la defensa la
respuesta a la tormenta ofensiva de Oakland, pero quizás la respuesta hubiera
estado en no renunciar a la dinamita. Lo empequeñecidos que están en este
Cleveland jugadores con la excelente mano de Kyle Korver o Rodney Hood muestra
que Tyronn Lue (o LeBron James) no son conscientes del momento que vive el
baloncesto actual, en el que prima (por suerte) el descaro anotador antes que
la desactivación ofensiva del rival.
Y queda por último toda una NBA obligada a
reflexionar sobre el modelo de “superequipos” en el que Golden State marca un
antes y un después con la incorporación de Kevin Durant. En un baloncesto
contemporáneo marcado (y repetimos, afortunadamente) por la anotación y el
ataque, los Warriors acumulan dos jugadores que han sido máximos anotadores en
cinco ocasiones en la presente década, cuatro de ellas el propio Durant,
siempre en Oklahoma City, un galardón que bien podría haber seguido
coleccionando pero a buen seguro no cambia tal honor por lucir dos anillos de
campeón en sus manos (y dos MVPs de las finales), formando la posiblemente mejor tripleta de
tiradores de todos los tiempos junto a Curry y Thompson. La gestión en Oakland ha sido
realmente eficiente, con las incorporaciones vía draft de Stephen Curry (número
7 en 2009), Klay Thompson (elección 11 en 2011) o Draymond Green (segunda ronda
en 2012), un buen ojo que parece mantenerse viendo el rendimiento del “rookie”
Jordan Bell (mérito también de Steve Kerr, cuya gestión de los recursos humanos
deja en evidente mal lugar el trabajo de Lue en el banquillo Cavalier), pero
curiosamente sus MVPs en las finales han sido sus dos grandes fichajes vía
agencia libre, un Andre Igoudala que buscaba nuevos retos después de haber sido
All Star y jugador franquicia en Philadelphia, y sobre todo el de Kevin Durant,
el golpe definitivo para que la NBA viva la mayor dictadura desde la era de los
Bulls de Jordan. Esperemos que algún equipo encuentre la “respuesta” para que
las próximas finales vuelvan a tener historia.
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Steve Kerr, tres anillos como entrenador... más cinco como jugador. |