Por primera vez en los últimos 13 años vamos a
asistir a unos play offs por el título sin la presencia de LeBron James. Es la
tercera vez en su carrera que el astro de Akron se va de vacaciones antes de
tiempo. Anteriormente sucedió en sus dos primeras temporadas en la mejor liga
del mundo, y era del todo comprensible si tenemos en cuenta que no llegaba a
los 20 años de edad y se había encomendado a la tarea de reflotar a una
franquicia que llevaba cuatro temporadas consecutivas por debajo del 40% de
victorias en temporada regular y había tocado fondo justo antes de la llegada
del Rey con un balance de 17-65 (el tercer peor registro en la historia del
club) A partir de ese momento 13 cursos consecutivos dominados por el jugador
más completo de este siglo, campeón de conferencia en nueve ocasiones, ganador
de tres anillos, y finalista de la NBA durante ocho ediciones consecutivas y ya
máximo anotador histórico de post-temporada (alcanzó tal gesta en la edición de
2017) 13 años en los que le hemos visto compartir focos con los Duncan, Kobe,
Nowitzki, Pierce, Irving, Leonard, Curry o Durant… pero el elemento común de
esos 13 años ha sido el mismo: LeBron Raymone James Sr.
Sobre la figura de LeBron ya hemos hablado largo y
tendido en este blog (en aquellos felices tiempos en los que disfrutábamos de
más tiempo para dedicar a este espacio), un deportista que ha acumulado
alrededor suyo amor y odio a partes, no iguales, puesto que lo segundo se
imponía con creces a lo primero. Nunca un jugador tan grande fue tan
grandemente vilipendiado. No obstante todo pareció cambiar a partir de las
increíbles finales de 2016. Los Cavaliers se imponían a los todopoderosos
Golden State Warriors por 4-3 culminando por primera vez en la historia una
remontada de 3-1. Aquella exhibición de fortaleza mental y física humanizó a
LeBron ante los ojos del aficionado más incrédulo. Entre el coloso de Ohio y un
enorme Kyrie Irving fueron capaces de neutralizar la impresionante maquinaria
ofensiva de la bahía californiana. Fue el último anillo de King James y en
cierta manera el comienzo, o la consolidación, de una nueva era, la de los
Golden State Warriors como la mayor potencia baloncestística de la historia de
la NBA. La respuesta desde Oakland fue un auténtico movimiento sísmico que
todavía sacude los cimientos del baloncesto profesional estadounidense: Kevin
Durant llegaba a la bahía por algo más de 54 millones de dólares repartidos en
un contrato de dos años. Dos años saldados con dos títulos inapelables para
Golden State (4-1 y 4-0 en ambas finales) con “Durantula” como MVP de las
finales. Tras el pasado verano el alero de Washington DC ejecutaba su “player
option” para seguir un curso más al lado de los Curry, Thompson y compañía por
otros 26.2 millones de dólares. Por si fuera poco a la bahía ponía rumbo uno de
los mejores “cincos” de los últimos tiempos (por no decir el mejor), un
DeMarcus Cousins decidido a estrenar los dedos de su mano con el anillo de
campeón enrolando en una franquicia que es una apuesta segura por el título.
Golden State se convertía así a comienzos de esta temporada en la mayor
constelación de estrellas jamás conocida en el universo NBA.
Mientras tanto el nerviosismo se ha ido apoderando
de un James cuya impaciencia por recuperar el trono perdido le ha llevado a la
situación actual. La mala relación entre las dos figuras de Cleveland dio con
Irving camino de Boston (para liderar un proyecto que dicho sea de paso tampoco
acaba de cuajar) en verano de 2017. Una compleja lesión en la rodilla izquierda
del base (necesitó incluso un catéter en una de las venas que conducen al
corazón debido a una infección bacteriana provocada por dicha lesión) eliminó
la posibilidad del morbo que sin duda hubiera producido el duelo entre LeBron y
Kyrie en unas finales de conferencia que no obstante necesitaron de un séptimo
partido en el que Cleveland se impuso en el TD Garden de Massachusetts después
de haberse visto 3-2 abajo en la serie (una constante en la carrera de LeBron,
verse contra las cuerdas y evitar finalmente el KO) Después de caer en unas
finales sin historia (rotundo 4-0 para Golden State, con Cleveland sólo
compitiendo en un ya mítico primer partido resuelto tras prórroga una vez que J.R.
Smith, ante el estupor de compañeros y rivales, consume el tiempo reglamentario
con marcador empatado pese a tener posibilidad de atacar el aro… James, por
otro lado, acaba ese encuentro con 51 puntos, 8 rebotes y 8 asistencias en 48
minutos… enésima capacidad para vaciarse en la pista con resultado estéril), LeBron
se enfrentaba a “the decision 2.0” en su condición de agente libre para elegir
destino, o continuar en una errática franquicia de Cleveland en la que su toma
de decisiones era más que evidente (el traspaso de Wiggings por Love, la
efímera aventura de Wade en Ohio, la salida de David Blatt del banquillo
“cav”…) A principios de Julio las dudas quedaban despejadas con un anuncio que
no podía dejar indiferente a ningún aficionado. LeBron vestiría de oro con Los
Angeles Lakers. El mejor jugador del mundo en la franquicia más “glamourosa”,
la cual había recuperado para la causa a su gran mito “Magic” Johnson (otro
genio multidisciplinar, como el de Akron) ahora como presidente de operaciones.
Parecía un matrimonio destinado a consumarse tarde o temprano.
LeBron y "Magic". El año que vivimos peligrósamente. |
LeBron llegaba a un equipo claramente en
reconstrucción tras la retirada de otro de los grandes mitos angelinos, Kobe
Bryant. No parecía la mejor elección si de lo que se trataba era de luchar por
el anillo a corto plazo, de inmediato. Cinco temporadas (tres de ellas todavía
con Bryant) sin entrar en play offs y estableciendo un paralelismo con su
llegada a Cleveland con un registro de 17-65, el peor de la historia desde que
la franquicia se estableció en Los Angeles, sólo tres años antes del fichaje de
James por los californianos. No obstante la ilusión comenzaba a instalarse en
la afición del Staples alrededor de jóvenes jugadores como Brandom Ingram,
Lonzo Ball, Josh Hart o Kyle Kuzma, incluso después de no dejar cuajar
proyectos como D’Angelo Russell o Julius Randle. El banquillo igualmente
rezumaba juventud, ya que el mando de la dirección técnica seguía siendo para
Luke Walton, hijo del mítico Bill, y curiosamente elegido como jugador en el
draft de 2003, precisamente aquel en el que LeBron fue elegido número 1 (pese a
ser casi cinco años más joven que su actual entrenador)
Intentando dotar de más mordiente y colmillo al
roster angelino, comienzan a llegar jugadores tan peculiares como Rajon Rondo,
Lance Stephenson o Javale McGee. No sabemos hasta qué punto James fue decisivo
en estas contrataciones, pero si llama la atención la configuración de un
equipo tan físico y poco dotado en el tiro exterior (casi un anatema en el
baloncesto de hoy día), cuando precisamente en los tres anillos conseguidos hasta
la fecha por LeBron no sólo estuvo rodeado de especialistas en el triple, si no
que en determinados momentos fueron decisivos para ganar el título (Ray Allen,
JR Smith…) dejando a Caldwell-Pope muy sólo en la anotación exterior… un
Caldwell-Pope por otro lado constantemente en el punto de mira de un posible
traspaso durante la temporada que está a punto de finalizar.
Siendo justos, en el plano meramente deportivo poco
se puede achacar a LeBron James por la decepción angelina del curso presente. El
mayor todoterreno del baloncesto actual se enfrenta por primera vez en su
carrera a una temporada en la que su físico no responde. James sabía lo que era
parar en algún momento de la temporada, resultaba del todo lógico en un jugador
acostumbrado a esfuerzos casi sobrehumanos, pero hay un dato revelador sobre lo
que ha sufrido el astro durante esta campaña: en sus anteriores catorce
temporadas se había perdido un total de 71 partidos de ligar regular, algunos
de ellos por decisión propia de cara a dosificarse para la lucha por el título.
Unos pírricos cinco partidos por curso, mientras que en esta temporada se ha
visto fuera de las canchas nada menos que 27 noches. Nunca había tenido una
lesión grave, lo más aciago que había sufrido hasta la fecha era una lesión de
rodilla que a principios de 2015 le hizo parar durante dos semanas por primera
vez en su carrera. La noche de Navidad de 2018 trajo un regalo envenenado para
James. Los Lakers realizaban quizás su mejor partido de la temporada,
derrotando por 26 puntos a unos Golden State Warriors al completo (excepto
Cousins) en el Oracle Arena de Oakland, pero LeBron se perdía la segunda
parte por un tirón en la ingle. Se retiraba con 17 puntos, 13 rebotes y 5
asistencias… números bestiales si tenemos en cuenta que necesitó sólo 21
minutos para ello. El equipo angelino marchaba por aquel entonces cuarto en el
Oeste y a dos victorias y media del liderato. Nadie podía imaginar que aquel
tirón en la ingle sería el principio del fin. LeBron ponía fin a una racha de 156
partidos jugados de manera consecutiva y se perdía 17 encuentros, en los que su
equipo salía derrotado en 11 de ellos. Se perdería posteriormente 9 partidos más
(serán 10 con el del cierre de temporada regular de esta noche) en los que
Lakers sólo ganarían en tres ocasiones. En total el balance sin el
point-forward es de 9 victorias y 17 derrotas, mientras que en los 55 partidos
que The King ha podido jugar el balance es positivo, 28-27. Estadísticamente es
el máximo anotador, reboteador y asistente de su equipo por partido. Nada
nuevo.
LeBron se lesiona. Comienzan los problemas. |
Pero la lesión de LeBron no fue la única que
trastocó los planes de Walton durante esta temporada. Prácticamente sólo el
criticado Caldwell-Pope ha estado realmente sano a lo largo del curso. Brandon
Ingram se ha perdido nada menos que 29 partidos por una lesión en el hombro tan
seria que finalmente ha acabado siendo una trombosis. Lonzo Ball ha estado
ausente en 34, Rondo en 35, Hart se pierde 14, Stephenson 13… con tal plaga de
lesiones no es de extrañar que un “patito feo” del estilo de Alex Caruso (un
extraño elemento que entroncaría dentro del árbol genealógico de los J.J.
Barea, Jeremy Lin o Mathew Dellavedova) haya acabado siendo el mejor jugador
laker en las últimas semanas.
No obstante no vale escudarse en los problemas
físicos a la hora de hablar de la decepcionante temporada de los de púrpura y
oro. Las constantes dudas a lo largo de la campaña han enrarecido el ambiente
de una franquicia en perenne búsqueda de una identidad perdida y que creían haber
encontrado en la llegada de LeBron el golpe de efecto deseado desde el
infructuoso intento de conseguir a Chris Paul en el “trade” finalmente vetado
por David Stern (algo histórico y que tiempo después descubrimos que se produjo
por el miedo de Mitch Kupchak de incluir a Lamar Odom en la operación
mandándolo a New Orleans… por lo que el disoluto alero acabó en Dallas) Dudas
que alcanzaron su cenit con la imagen ante los medios por la posibilidad de
hacerse con Anthony Davis (quien por cierto comparte representante con James)
Los Lakers parecían dispuestos a entregar hasta el Staples Center con Jack
Nicholson incluido de lo desesperados que estaban por conseguir otra
megaestrella que acompañase a LeBron. A nadie puede extrañar que aquello
sentase como una auténtica puñalada dentro del vestuario. James, lejos de
tutelar a los jóvenes jugadores angelinos, parecía un malhumorado inconformista
dispuesto a hacer lo posible por ganar, incluso descabezar su actual equipo.
La crisis en el seno de la laureada franquicia
california tiene como último capítulo el de la dimisión de “Magic” Johnson como
presidente de operaciones. LeBron, por su parte, sigue ejerciendo como GM,
lanzando mensajes seductores al resto de estrellas NBA sin querer perder su
parte de poder a la hora de tomar decisiones sobre la configuración del roster
de la próxima temporada. Ya se habla hasta de una reunión en verano del club
angelino con Kyrie Irving, abriendo la posibilidad de reunir de nuevo el dúo
que llevó a Cleveland al anillo en 2016. No sería descabellado tras confesar el
base que hace unos meses llamó a LeBron para disculparse por su salida de Ohio y
elogiar públicamente a su ex –compañero.
Sea como fuere algo tiene que cambiar, otra vez, en
el que seguimos pensando es el mejor jugador del planeta en la actualidad. Los espectaculares
datos estadísticos de LeBron arrojan también cierta luz sobre sus carencias a
la hora de tener más anillos de campeón en sus dedos. Especialmente asombroso es
el que le sitúa como líder absoluto de sus equipos en puntos, rebotes y
asistencias en nada menos que 66 partidos de play offs. Una animalada que se
acrecienta cuando comprobamos que los siguientes jugadores en esta
clasificación serían Larry Bird y Tim Duncan, ambos con 21. LeBron lo ha hecho
45 veces más que otros dos jugadores que al igual que The Chosen One
redefinieron el baloncesto de sus respectivas épocas. No se me ocurre
estadística más salvaje y espectacular, pero al mismo tiempo reveladora.
Reveladora de la realidad de un LeBron demasiado solo en sus asaltos al título.
Aquella magnífica química con Dwyane Wade (por encima de todos) o el Irving de
2016 resulta de nuevo imprescindible si LeBron quiere seguir jugando en
Primavera. Cuando la mayoría de los jugadores se van de vacaciones y sólo los
elegidos continúan sobre el tablero.
Sólo no puedes. Con amigos sí. |
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