Las
tres décadas que se cumplen hoy del fallecimiento de Fernando Martín
es una de esas efemérides que lejos de hacernos sentir viejos
parecen congelar el tiempo, grabando para siempre en el recuerdo
aquella tarde de Diciembre en la que el destino convirtió en leyenda
al hasta aquel momento jugador más importante e icónico en la
historia del baloncesto español. Un accidente mortal que unió en el
dolor a toda una generación de aficionados de este país, entre
ellos un adolescente de la ciudad de Ponferrada que había instalado
en su panteón particular a jugadores como el propio Martín,
Iturriaga o el carismático “Chechu” Biriukov y que a sus 16 años
no fue ajeno al luctuoso hecho de la pérdida del coloso madrileño.
A
finales de los años 80 la televisión de la comunidad autónoma de
Galicia ya se había introducido felizmente en la mayoría de los
hogares bercianos, siendo uno de los canales favoritos de la zona,
comprensible debido a la afinidad geográfica-sentimental entre la
comarca leonesa y el pueblo gallego. La TVG servía además de
estupendo complemento a la a veces roma programación deportiva de la
televisión estatal (recordemos que las cadenas privadas no comienzan
a emitir en España hasta 1990), especialmente para los amantes del
baloncesto (de hecho está documentado que la primera retransmisión
deportiva del canal autonómico gallego es nada menos que un Boston
Celtics-Los Angeles Lakers correspondiente a las finales de la NBA,
imagino que de 1985, año en el que echa a andar la cadena), y dentro
del menú de la programación habitual siempre podíamos disfrutar de
un encuentro de liga ACB cada fin de semana.
El
primer fin de semana de diciembre de 1989 el partido elegido era el
Real Madrid-Cai Zaragoza previsto para la tarde del domingo 3 de
Diciembre. Aquel Real Madrid de George Karl, envuelto ya para siempre
en malditismo, trataba de reponerse de la ignominiosa fuga de Drazen
Petrovic a la NBA, puñalada trapera en toda regla por parte del
genio de Sibenik, con una apuesta que se antojaría arriesgada como
era la de un joven (no llegaba a los 40 años) técnico
estadounidense desconocedor de nuestro baloncesto y quien siempre
estuvo bajo sospecha por parte de la prensa, afición y directiva. El
bueno de Karl acabaría siendo uno de los mejores técnicos en la
NBA, pero sus accidentadas dos etapas en el Real Madrid (volvió en
1991) no son precisamente lo mejor de su carrera. Claro que hay que
incidir en que la temporada 1989-90 no pudo ser más aciaga para el
conjunto blanco por temas que escapaban a la competencia del
entrenador estadounidense.
Aquella
fría y lluviosa tarde de un otoño ya invernal el joven aficionado
berciano del que habíamos hablado esperaba ansioso el partido entre
el Real Madrid de su ídolo Biriukov frente al Cai Zaragoza de Mark
Davis y Belostenny, mientras preparaba con desgana un examen que le
esperaba al día siguiente de lengua y literatura. Ya bien pasado el
mediodía y encarando la tarde comenzaba a dispararse el rumor de un
gravísimo accidente de tráfico en el que podría estar involucrado
un jugador de la sección de baloncesto del Real Madrid. La
televisión autonómica convertía entonces lo que debía haber sido
una animosa previa deportiva en una terrible historia de insoportable
suspense, con los jugadores del equipo blanco llegando uno por uno al
Palacio de Los Deportes de la comunidad de Madrid y recibiendo la
noticia de que uno de los suyos se había visto implicado en un
suceso que a medida que pasaban los minutos cobraba mayor gravedad y
se daba por segura la consecuencia mortal del mismo. Los hombres de
George Karl se miraban a los ojos descartándose los unos a los otros
de la particular ruleta rusa en la que se había convertido aquella
tarde de domingo. A alguien le había tocado, ¿pero a quién?
Había
dos jugadores lesionados que no iban a participar en aquel encuentro
pero acudirían al pabellón para estar con el equipo. El propio
Fernando y el escolta Quique Villalobos, quien cumplía su segundo
año en el club blanco. Cuando Villalobos aparece por el vestuario
blanco ya no hay duda. El baloncesto español y el Real Madrid
perdían a su gran estandarte, a su pionero, al jugador que fue capaz
de sacrificar parte de su carrera como internacional (la dejó en 86
partidos con la elástica española y dos platas, europea y olímpica)
por jugar en la NBA cuando la normativa FIBA impedía que los
profesionales de la liga estadounidense participasen con sus
selecciones nacionales. 27 años, una de las mejores edades para el
deporte del baloncesto, abriendo de par en par las puertas de la
eternidad y envolviendo su adiós en el malditismo del peculiar “club
de los 27”, como aquellas estrellas del rock que hicieron caso al
lema “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver” (Brian
Jones, Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin, Kurt Cobain o Amy
Winehouse, todos ellos tuvieron la particularidad de dejarnos
prematuramente a la misma edad de 27 años)
El
joven aficionado berciano rompía en lágrimas junto a todo el
deporte español y el examen del día siguiente pasaba a segundo
plano. Nada podía mitigar aquel dolor que desgarraba el alma del
club más laureado del continente europeo, incapaz a partir de
entonces de levantar cabeza e inaugurando una serie de años
realmente negros en la sección baloncestística del club de la
capital de España. Eso de que el deporte es lo que más importa
dentro de las cosas que no importan cobraba tintes de auténtica
desdicha. El baloncesto español nunca volvería a ser el mismo. Ya
nada volvería a ser igual. Aquellos ídolos del parquet, superhéroes
vestidos de corto, eran realmente de carne y hueso. Eran, por tanto,
tan mortales como pudiera serlo el vecino del tercero.
La portada que nunca hubiéramos querido ver en nuestra revista favorita. |
Aquel
joven aficionado como habrán imaginado era yo, y este pequeño
relato personal es una simple gota en el océano que supuso el duelo
para toda nuestra generación, unidos para siempre por un hecho tan
luctuoso.
A
estas alturas casi resulta anecdótico recordar a Fernando Martín
como el primer español en la NBA, claro que vaya anécdota. Baste
señalar que hubieron de pasar nada menos que 15 años, hasta la
llegada de Pau Gasol a Memphis, para ver a otro de nuestros
compatriotas en la mejor liga de baloncesto del mundo. Pero resulta
anecdótico porque más allá del dato histórico queda la esencia de
un jugador irrepetible, pionero, vanguardista y rompedor no sólo en
quebrar las fronteras con el baloncesto profesional norteamericano,
si no en un estilo de juego absolutamente insólito para los
jugadores interiores españoles de la época (sólo Rafa Rullán,
dotado de una técnica exquisita y un buen tiro de media distancia,
pareció romper moldes), alejado del prototipo de pívot tosco sin
capacidad de supervivencia y apenas influencia fuera de la zona,
Martín celebró la llegada de la línea de tres puntos al baloncesto
para convertirse en el primer pívot español al que no le era ajeno
lanzar desde la larga distancia. Tampoco era raro verle correr el
contraataque, botar el balón de cara al rival, y en definitiva
mostrar recursos técnicos más propios de bases o aleros. En
definitiva, un pívot moderno que venía a anticiparnos el baloncesto
que estaba por venir.
Tampoco
podemos olvidar, evidentemente, su carácter indómito y su pelea, su
espíritu de lucha representado de manera más diáfana que ninguna
otra en sus icónicos duelos con el barcelonista Audie Norris, su más
querido enemigo y quien lloró su muerte como si de un propio
compañero se tratase. El inolvidable emparejamiento Martín-Norris
ha quedado grabado de manera ineludible en la retina de los buenos
aficionados como representación de la rivalidad Real
Madrid-Barcelona de la década de los 80 dominada por las plantillas
de Lolo Sainz y Aíto García Reneses.
Hace
30 años toda una generación de aficionados españoles perdió a su
mejor jugador. Al hombre, al pionero, al Moisés que había abierto
las particulares aguas del Mar Rojo de la NBA. Pero han sido 30 años
en los que el mito no ha parado de alimentarse, y que así sea, que
sigamos disfrutando del hecho de ser uno de los países absolutamente
referenciales en el deporte del baloncesto, y que sigamos recordando
que sobre las hercúleas espaldas de Fernando Martín se labró gran
parte de la leyenda de nuestras canastas.
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