Por alguna razón que no alcanzo a entender y pese a
que me congratulo de no padecer habitualmente problemas de insomnio esta semana
me ha costado conciliar el sueño más de lo habitual y conseguir hilar seguidas
las necesarias horas de reposo. Esta última madrugada, una vez acabada la
programación deportiva nocturna de las principales emisoras de radio
nacionales, hice un poco de zapping a través de las ondas consiguiendo un dulce
estado de duermevela, lo que estaba buscando, mecerme en el sueño con la voz de
un locutor dedicado a algún tema que oscilase en un equilibrio entre resultar
instructivo y apasionante como para sacarle algún provecho pero sin demasiado
apasionamiento que no haría sino dificultarme todavía más el sueño.
Ya sumergido como digo en ese estado de duermevela
una melodía de jazz fue introduciéndose cada vez más en mi cerebro hasta el
punto de hacerla reconocible y despertarme por completo. Era el “Theme for
Kareem” que publicara el trompetista Freddie Hubbard en su álbum “Super Blue”
de 1978. El motivo de pinchar aquella canción no era otro que el de celebrar el
74 cumpleaños de una de las mayores leyendas del deporte de todos los tiempos,
Kareem Abdul-Jabbar. Reconocido amante del jazz por otro lado (conocida es la
historia sobre su colección de discos arrasada en el incendio de su casa de Bel
Air), Kareem llegó a definir la trompeta en una de las piezas de Hubbard, “Suite
Sioux”, como el equivalente musical a uno de aquellos contrataques con los que
sus Lakers honraban el “show time”.
La discusión sobre el mejor jugador de la historia,
complementada en los últimos tiempos con la etiqueta del “GOAT” (greatest of
all time) me resulta del todo punto absurda y cansina, además de sepultada por
una dictadura de pensamiento único que impone a Michael Jordan como el mejor
que ha existido nunca y que existiría jamás, hasta el punto de que todo el baloncesto
posterior a MJ es otro deporte para quien practica ese integrismo. En todo
caso, y por darle un poco de espacio a las nuevas generaciones, se deja asomar
al debate a Kobe Bryant o LeBron James (nunca Tim Duncan con sus cinco anillos
y 3 MVP de las finales), y los más nostálgicos se atreven con “Magic” Johnson o
Larry Bird. Más atrás de eso no existe nada, como si la NBA comenzase
exclusivamente en aquel verano de 1979 en el que los prodigios de Michigan e
Indiana oficializasen su desembarco en la mejor liga de baloncesto del mundo
(la cual es justo reconocer que ambos astros, “Magic” y Bird, cambiaron para
siempre) Pero antes hubo otros jugadores que, parafraseando la autobiografía
del propio Kareem, dieron “pasos de gigante” (“Giant Steps”, otro guiño al jazz
y a un célebre tema de John Coltrane) para que el baloncesto evolucionase hasta
convertirse en ese deporte que muchos tomamos como religión. Gigantes como
Chamberlain, Russell o Kareem, que nunca entrarán en el fastidioso debate del “GOAT”,
pero sin cuya influencia no podría entenderse la NBA actual.
El palmarés de Kareem en su intergeneracional
carrera (llegó a jugar en tres décadas diferentes, algo inaudito en su momento y
que con el tiempo igualaría Tim Duncan… o incluso superaría Vince Carter cuyo
nombre figura en partidos NBA de cuatro décadas nada menos) habla por si solo. La
carta de presentación con la que aterrizaba el número 1 del draft de 1969
(también fue escogido en esa posición aquel mismo año en la ABA) ya resultaba
insultante en cuanto a su capacidad dominante. Tres títulos de campeón universitario
en la invencible UCLA de John Wooden con medias de 26.4 puntos y 15.5 rebotes,
realizando un juego tan tiránico sobre sus rivales que la NCAA llegó a prohibir
los mates durante unas diez temporadas, levantando la sospecha de que se
buscaba limitar la superioridad del siete pies de Harlem. El argumento oficial
sin embargo era el de cuidar el físico de los jugadores y reducir el número de
lesiones además de evitar la rotura de tableros (por aquella época eran fijos,
no basculantes) La respuesta de Kareem (todavía Lew Alcindor) fue desarrollar
el lanzamiento que se convertiría en su mayor seña de identidad: el sky hook. Tres
temporadas inolvidables en la universidad angelina, que hubieran sido cuatro de
no existir la regla por aquel entonces que distinguía un equipo de jugadores de
primer año (freshman) y otro llamado “varsity” en el que se englobaban los del
resto de ciclo universitario (entre segundo y cuarto año) Es difícil no pensar
de que de no existir aquella norma Kareem hubiera ganado cuatro títulos de la
primera división de la NCAA, baste recordar que aquel primer curso 1965-66 se
abría con el tradicional partido inaugural entre los dos equipos, de primer año
y los “mayores”. Contra todo pronóstico los freshman vencían a los veteranos
con 31 puntos, 20 rebotes y 7 tapones de Alcindor…y John Wooden frotándose las
manos.
En la NBA pocas carreras podrían considerarse más
legendarias que la de Jabbar, incluyendo la del intocable Jordan. 20 temporadas
jalonadas con 6 anillos, 6 MVP de temporada, 2 de finales, 19 veces All Star y
10 veces incluido en el Mejor Quinteto de la temporada. Y lo que le confiere
una mitología especial por encima de todos los demás jugadores, ese título
honorífico de mayor anotador histórico de la mejor liga de baloncesto del
mundo. Nadie ha hecho tantos puntos ni anotado tantas canastas en semejante
escenario, e incluso en estos años de desorbitado volumen anotador
preferiblemente sumando de tres en tres sus 38387 puntos siguen resultando una
cima inalcanzable para el resto de los mortales, excepto para un LeBron James
cuya presencia en el Olimpo y carácter mitológico también estás fuera de toda
duda y quien si es capaz de mantenerse sano y a su nivel del pasado curso
durante tres temporadas más, o incluso dos, parece el único capaz de derribar
un muro tan infranqueable.
Pero incluso más allá de los impresionantes números,
la figura de Kareem resulta absolutamente imprescindible para comprender la
actual NBA y su influencia en la sociedad. Cuando un personaje tan infame como
Donald Trump llegó a calificar la liga como una “organización política” está
claro que se han seguidos los pasos correctos. El activismo social o la lucha
contra el racismo no es una cuestión política, si no humana y valga la
redundancia, social. Sólo se intenta contaminar desde un prisma político cuando
los enemigos de tales principios se ven sin argumentos y por tanto llevan a ese
terreno una batalla en la que sin embargo todos los seres humanos deberíamos
estar en el mismo bando. Kareem, junto a otros pioneros (Oscar Robertson, Bill
Russell…) fue una de las primeras estrellas en demostrar una enorme conciencia
social que perdura hasta nuestros días (actualmente está en plena campaña de
concienciación promoviendo la vacunación contra la covid-19) Su sensibilidad en
el tema del racismo le llevó a renunciar a los Juegos Olímpicos de 1968 en
protesta por la violencia racial cuyo climax supuso el asesinato de Martin
Luther King en la primavera de aquel olímpico 68. Hay que recordar que Kareem
es hijo del asfalto de Harlem, cuyas calles sufrieron una inusitada ola de
racismo y violencia en las décadas de los 40 y 50, especialmente significativo
el caso de las revueltas de 1943 en las que seis afroamericanos perdieron la
vida.
La biografía de Kareem Abdul-Jabbar arroja un
irresistible trazado entre lo social y lo intelectual, melómano, escritor,
novelista (celebradas son sus novelas basadas en Mycroft Holmes, el hermano del
más celebre detective de todos los tiempos)… todo eso complementando a un
enorme deportista quien también fue pionero en lo que ahora se conoce como
empoderamiento de los jugadores, cuando en 1974 forzó su salida de Milwaukee,
donde había sido campeón tres años antes, para volver a Los Angeles donde tan
feliz había sido bajo la tutela de John Wooden en sus años universitarios,
alegando que culturalmente no se sentía afín a la ciudad del estado de
Wisconsin, pero desvelando algo tan simple como que no era feliz en Milwaukee.
Como si ser una estrella de la NBA con una generosa cuenta corriente (sin
llegar a los sueldos actuales) bastase para obviar lo más importante, la propia
felicidad.
Con el recuerdo de la en todos los sentidos
gigantesca figura de Kareem y bajo los compases del “hard bop” de Freddie
Hubbard finalmente concilié el sueño con un objetivo fijado para el día
siguiente: escribir esta entrada.
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