Corazón tan blanco. |
El Real Madrid se adjudica la liga más especial, la
de su temporada más difícil, el triunfo más épico de toda la era Laso (quizás
junto a la Euroliga de 2018, inolvidable aquel discurso en el vestuario del
Palacio tras acceder a la Final Four después de eliminar a Panathinaikos con
factor cancha en contra) y lo hace precisamente sin Laso en el banquillo.
La noche después del segundo partido de una serie de
semifinales relativamente plácida ante Baskonia en la que los problemas en el
puesto de base ya consolidaban el atípico quinteto de
Hanga-Causeur-Deck-Yabusele-Tavares y se mostraba el dominio del pívot
caboverdiano hasta límites casi insultantes (16,6 puntos, 10,6 rebotes y 1,3
tapones por partido, con un brutal 67,8% en tiros de campo, 27,3 de valoración
media y un +19 cada vez que ha estado en la cancha) Laso se dirigía por su
propio pie al Hospital Universitario de La Moraleja aquejado de una
indisposición que derivó en un infarto de miocardio. Como bien dijo el
legendario base y reconocido doctor Juan Antonio Corbalán, Laso siempre fue un
jugador listo y es un entrenador listo, y esa agilidad y rapidez mental le
salvó la vida al comprender que algo no iba bien. La noticia nos llegaba la
mañana del domingo 5 de Junio y como no podía ser de otro modo supuso un
impacto en el mundo del deporte dominado aquel día por otro éxito de Rafa Nadal
en Roland Garros. Las dudas se cernían sobre una plantilla madridista muy
castigada durante toda la temporada por lesiones, enfermedades por Covid-19 y
problemas extradeportivos ejemplificados en los castigos a Heurtel y Thompkins,
a todos los efectos apartados del equipo. Pero el problema cardiaco de Laso
superaba una barrera incomparable con ningún problema anterior, descubriendo la
realidad del entrenador de elite como sujeto sometido a vivir bajo presión en
todo momento y dejando al desnudo la fina línea que separa la vida de la
muerte.
Sorprendió alegremente ver el mismo martes 7 de
Junio al propio Laso enfilando su camino a casa, tan sólo dos días y medio
después de un infarto. Buenísimas noticias que no escondían la necesidad de la
prudencia y de mantener a Laso apartado de unos playoffs que tras la victoria
aquella tarde en Vitoria con Chus Mateo liderando el staff técnico llevaban a
los blancos a la última estación, la de las finales, a las que acabaría
llegando un Barcelona dubitativo pero capaz de reponerse de su pérdida de
factor cancha en el segundo partido del Palau ante un enorme Joventut. Con dos
victorias en Badalona, la segunda especialmente sufrida, volvíamos a tener la
final más clásica de la máxima categoría del baloncesto español, con un
Barcelona arrollador durante toda la temporada, capaz de liderar la tabla tanto
en ACB como en Euroliga frente a un Real Madrid al alza, con una racha desde la
última derrota en el Palau ante Barcelona en la prórroga (con la polémica
última jugada de la falta señalada a Poirier en la lucha con Sanli por un
rebote que claramente era propiedad de Yabusele) de 15-1 con la única derrota
de la final continental ante Efes por un solo punto.
Un Real Madrid al alza, pero diezmado. Con Llull y
Abalde lesionados (el gallego si pudo al menos ayudar durante 64 segundos a su
equipo), el Madrid recurría de nuevo a un quinteto que ya es histórico con
Hanga de base (y aquí los blancos recogiendo el trabajo hecho por Pesic con el húngaro
cuando decidió reconvertirle en esa posición), Causeur y Deck como puñales en las
alas (especialmente clave que el argentino volviese a su versión más vertical y
de menos posteo) y Yabusele y Tavares por dentro. El comienzo en el Palau fue
deslumbrante, anotando 30 puntos en el primer cuarto y con una exuberancia en
el rebote, principalmente en aro contrario, que sería la principal seña de
identidad madridista durante todas las finales. Pero mediado el segundo cuarto
y con 14 puntos arriba, Anthony Randolph en su defensa sobre Mirotic se torcía
dejando una imagen por desgracia tantas veces vista y que nos hacía temer lo
peor. Efectivamente, la confirmación llegaría al día siguiente con otra lesión
de cruzados para un jugador que pocos meses antes había vuelto a las canchas
después de 351 días de ausencia por una rotura del tendón de Aquiles. Llover
sobre mojado, empapar sobre mojado en un jugador de una calidad tan
extraordinaria como proporcional a su halo de malditismo. La cara de Llull en
el banquillo lo decía todo y ensombrecía lo que parecía hasta el momento un
paseo blanco en el Palacio. Pero el equipo no se descompuso e incluso en el tercer
cuarto estiró las diferencias hasta acabar los primeros 30 minutos con una a
priori inconcebible diferencia de 23 puntos tras anotar el jovencísimo Juan
Núñez uno de sus dos tiros libres. El partido parecía sentenciado pero el
Barcelona ofreció un digno último esfuerzo para con un parcial 12-0 dar vida al
encuentro y arrojar pistas a Jasikevicius sobre la pareja
Jokubaitis-Laprovittola como su posible mejor backcourt. Ya que por dentro los
blaugranas no conseguían esa energía reclamada por el técnico lituano, al menos
por fuera con este dúo veíamos al Barcelona morder en defensa, correr y
penetrar por la zona rival como cuchillo en mantequilla. No obstante la renta
madridista era lo suficientemente importante como para simplemente con la buena
mano de Deck desde la media distancia aplacar la rebelión blaugrana, pero ese
24-14 parcial del último cuarto abría una puerta a la esperanza para un
Jasikevicius quien no quiso ser especialmente duro con sus jugadores consciente
de la labor de diván que le esperaba para recuperar anímicamente a su equipo
para la batalla de 48 horas después.
Randolph, perseguido por la desgracia.
Batalla que se abría con una puesta en escena
similar a la del primer partido y un Madrid que pese a las bajas, en sus
jugadores disponibles mostraba una superioridad física preocupante. El
Barcelona tardó tres minutos en anotar por medio de dos tiros libres de
Higgins, y su primera canasta en juego (Mirotic) no llegaba hasta pasada la
primera mitad del primer cuarto. El Madrid llegó a poner un 2-12 en el luminoso
que hacía saltar las alarmas blaugranas, pero los locales se repusieron gracias
a un Palau espectacular en el ánimo y un Mirotic majestuoso (26 puntos y 7
rebotes), en un partido polémico, con constantes fallos en el reloj de posesión
y quejas airadas de los madridistas al final del encuentro, con la imagen del
manotazo de Davies sobre Causeur, que acabó en triple de Higgins y técnica de
Deck, en total cuatro puntos para un Barcelona que con ocho arriba a siete
minutos del final parecía tener el partido en su mano, pero reaccionó el Real
Madrid con un parcial de 0-8 para llegar a un desenlace igualado en el que
Causeur tuvo un triple para ganar el partido después de dos ataques, uno en
cada aro, en los que los blancos reclamaron disparidad de criterio con un
posible 2+1 para Tavares de señalarse falta de Davies mientras que al
caboverdiano si se le pitó su acción posterior sobre Higgins. Sea como fuere el
partido se lo llevó un Barcelona que logró minimizar sus pérdidas de balón (8,
su mejor estadística de la serie), compitió en igualdad por el rebote (empate a
39) y en el que la pareja Joku-Lapro volvió a resultar decisiva (+15 y +18 cada
jugador en cancha respectivamente… por un pobre -12 de Calathes)
Las finales viajaban a Madrid empatadas con un
equipo blanco que había demostrado mayor superioridad en el global de los 80
minutos, y pudo haber dejado sentenciado el título en el Palau. Las dudas una
vez más estaban en las limitaciones de la rotación, pese a haber recuperado a
Llull, 6.20 minutos en el segundo partido y Abalde llegar ya a los ocho. Todo
seguía pasando por el ya clásico Hanga-Causeur-Deck-Yabusele-Tavares y la
aportación de Poirier como mejor suplente. Dudas disipadas con un Madrid
ofreciendo su mejor partido en defensa de las finales. El partido en el que
deja al Barcelona en menos puntos (66), le provoca mayor número de pérdidas
(19) y desactiva a los mejores efectivos barcelonistas, aplacando el efecto de
la mencionada dupla Jokubaitis-Laprovittola, especialmente con la defensa de
Taylor sobre el argentino. La superioridad en el rebote de nuevo clave (33 a
26), especialmente dolorosos los 15 en el tablero barcelonista.
El Madrid conseguía tener dos “match balls” para
llevarse el título, con un trabajo coral si puede llamarse así cuando hay tan
pocos efectivos, pero ese quinteto titular que insisto quedará en la memoria de
los aficionados había funcionado tan bien que cualquiera de los cinco jugadores
podía entrar en la pelea por el MVP. Pero el partido de Tavares en la
definitiva cuarta batalla reventaba cualquier aspiración posible al título
individual (y siempre secundario) por parte de sus compañeros. El caboverdiano
marcó el camino a la victoria con sus 25 puntos y 13 rebotes, con un 7 de 7 en
tiros libres demostrando su concentración y sangre fría en uno de los pocos
aspectos de su juego que podrían serle reprochados. 7 de sus rechaces fueron
ofensivos, algunos de ellos casi ridículos, palmeando el balón con varios cuerpos
rivales por delante hasta hacerse con la bola y dar una nueva posesión a su
equipo. Alcanzó los 41 de valoración, a sólo dos de su mejor marca (en un
partido intrascendente ante Zaragoza en la fase final excepcional de Valencia
de 2020 cuando el Madrid ya no tenía opciones de semifinales) y su actuación
vuelve a poner de relieve la importancia del pívot dominante. No creo que esa figura
en algún momento desapareciese, pero es cierto que el volumen de tiros desde el
exterior en el basket actual ha dejado fuera del foco a estos siete pies
clásicos cuyo rango de lanzamiento se limita a la zona. En un equipo sin bases
Tavares ha sido el ancla de una nave blanca que recupera el trono del basket nacional
dos temporadas después, tras el título de 2019 con un MVP 42 centímetros menos
que el caboverdiano: Facundo Campazzo. Laso vuelve a demostrar su capacidad de
adaptación a distintos formatos baloncestísticos, el maestro de la heterodoxia.
Tavares empequeñeció a cualquier rival.
Algunos datos llamativos sobre la importancia del
rebote en estas finales. El Real Madrid ha capturado 88 rebotes en su tablero y
53 en aro contrario, un total de 141, mientras que el Barcelona obtiene 97 en
canasta propia por 37 en el madridista, es decir, 134. La diferencia no es muy
grande, siete rebotes más en cuatro partidos, pero si es sustancial dicha
disparidad respecto a lo que sucede en los dos tableros. Mientras que en la
canasta madridista hay 125 rechaces, en el aro blaugrana la cifra aumenta hasta
150. 25 rebotes más que muestran en principio un mayor acierto ante la canasta
rival del equipo de Jasikevicius frente a un Madrid más errático en el
lanzamiento. El problema viene cuando comprobamos el reparto de dichos rebotes,
ya que el Barcelona captura 37 de los 125 en el tablero de los de Laso, es
decir, un 29,6%, pero su rival le arrebata nada menos que un 35,3%, 53 de 150.
Esta diferencia porcentual de casi un 6% se traduce en un equipo madridista que
ha dispuesto de un total de 292 tiros de campo por 222 del rival blaugrana.
Nada menos que 70 lanzamientos más de diferencia. En tiros libros también
domina el Real Madrid pero con una divergencia mucho menor de 72 a 66. El
Madrid, está claro, ha dominado por dentro, no sólo con la superioridad reboteadora
en aro contrario sino además con una gran producción anotadora en la zona
gracias a jugadores tan verticales como Hanga, Causeur, Llull, Rudy y Deck,
incluso Poirier se ha destapado como un hábil penetrador desde fuera (y como ha
sufrido en defensa un mermado Sanli, cuya lesión dejaba al descubierto sus
problemas de lateralidad), y por supuesto un Tavares sembrando el terror en ambos
aros. Deja unas medias en estas finales de 13,5 puntos, 6,5 rebotes, 1,25
asistencias, 1 robo y 1,5 tapones, un promedio en valoración de 20 y una media
de +11,5 en pista. Y sobre todo esa descomunal actuación ya citada en el
partido decisivo. Su impacto cada vez que comparecía en pista parecía
eclipsarlo todo… todo excepto la presencia de Pablo Laso en esos minutos
finales en los que las cámaras buscaban a un hombre paradójicamente debilitado
pero a la vez fortalecido en su corazón, emocionado ante la gesta de sus
muchachos y sus compañeros de staff, comenzando por un Chus Mateo que
engrandece la figura del técnico asistente, muy a menudo desconocido para el
gran aficionado e injustamente encasillado en un rol que una vez adquirido
cuesta salirse del mismo, a diferencia de, por ejemplo, la NBA, donde es
frecuente ver nombres ilustres pasar de coach principal a asistente y viceversa
de una temporada a otra.
El corazón de Laso y un Real Madrid nuevamente
reinventado vuelve a latir, un Real Madrid al que volvió a llevar a la gloria
después de una larga travesía en el desierto y con el que ya suma 22 títulos,
igualando a Lolo Sainz, aunque todavía con tres temporadas menos. El cambio de
ciclo que parecía perpetrar Jasikevicius tendrá que esperar. Un Jasikevicius
injustamente señalado tras la derrota, incluso por alguno de sus jugadores,
como Mirotic y sus declaraciones señalando inequívocamente a su técnico por la
derrota. No se confundan, la temporada barcelonista ha sido brillante pese al
resultado final. Resulta difícil evitar las comparaciones con el Madrid de Laso
en 2014. Aquella temporada el equipo blanco había realizado un baloncesto
sensacional, dominando las temporadas regulares de ACB y Euroliga, pero la
derrota en la final continental ante Maccabi Tel Aviv y sobre todo en las
finales domésticas ante el Barça de Pascual (otro al que se le dio la patada y
ahora se le echa de menos), con una dinámica similar a la de este año (el
Barcelona de entonces gana el primer partido en pista rival y asegura el título
con sus dos partidos del Palau), dejaron en entredicho al técnico vitoriano,
más fuera que dentro del club blanco durante aquel verano. Su salida hubiera
significado un error histórico. Laso continuó y el resto es historia. Qué tomen
nota en los despachos azulgranas.
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