sábado, 18 de agosto de 2018

LA CASA DE LA BOMBA CIERRA SUS PUERTAS











Exactamente once meses después (lo anunciaba el 17 de Septiembre de 2017) de su retirada de la selección española de baloncesto, llega un día que por esperado no deja de ser triste y emotivo para la historia de nuestro deporte de la canasta. La retirada definitiva de las canchas de baloncesto de la leyenda Juan Carlos Navarro. Se intuía, pese a que a nadie escapa que el deseo del jugador era continuar un año más, y si algún deportista en la historia del Barcelona se había ganado el derecho a elegir el día de su retirada debía ser, que duda cabe, quien sin duda es el mayor mito del club azulgrana por delante incluso del legendario Juan Antonio San Epifanio. Es el segundo exponente del núcleo duro de los Juniors de Oro, aquella generación del 80 que cambió para siempre la historia de nuestro baloncesto, que cuelga las botas, después de que lo hiciera el mago Raúl López en 2016 tras una carrera que aún siendo exitosa no fue ni la mitad de lo que hubiera podido llegar a ser de no haber mediado aquellas malditas lesiones de rodilla. Seguiremos disfrutando en las canchas de los eternos Pau Gasol, Felipe Reyes y Carlos Cabezas, empeñados en dilatar el tiempo, al igual que un Jose Calderón quien pese a ser un año más joven siempre se le ha integrado dentro del grupo del 80, y quien recordemos si no estuvo en el Mundial Junior del 99 fue por una de esas inoportunas lesiones que algunos veranos han impedido hacerle crecer aún más su palmarés.


Se retira Navarro y nos quedamos sin palabras que puedan describir toda la magia desplegada en la cancha durante sus casi 20 años de profesional, en las que las exhibiciones con la elástica azulgrana y nacional han sido constantes. Es difícil quedarse con un solo momento en su carrera, cuando hablamos de un jugador que fue prácticamente indefendible hasta bien pasada la treintena, si bien es cierto que sus últimas cuatro temporadas fueron una constante cuesta abajo (aún así se despide con un lustroso 41% en triples en el último curso ACB) en rendimiento individual e impacto en el colectivo, en gran parte por esa maldita fascitis plantar que le tuvo a mal traer durante los últimos años. Personalmente recuerdo como una de sus cimas el Eurobasket de 2011, del que fue justo MVP, especialmente sus exhibiciones a partir de cuartos de final, cuando los partidos eran a vida o muerte y no había margen de error. Hasta entonces, en las fases previas, estaba haciendo un muy buen torneo, con 14.75 puntos por partido, pero desde cuartos rayó lo sobrenatural con 29.3 tantos de media, sin fallo en el tiro libre (16 de 16), 22 de 29 en canastas de dos, y nada menos que 50% en triples (12 de 24) No había manera de frenarle, y España se colgó su segundo oro continental (y de manera consecutiva) gracias al talento del genio de San Feliu. Nos regaló un verano inolvidable, otro más, a los aficionados a este bendito deporte de este país.


Pero por encima de todas las gestas conseguidas por el huidizo escolta catalán, quedará en la memoria del aficionado la heterodoxia de su juego. No deja de resultar asombroso, pese a esos 20 años de proeza y talento, comprobar como Navarro fue capaz de sobrevivir en uno de los deportes de equipo más duros y de mayor contacto como es el baloncesto, pese a lo endeble de su físico y la escasez de su presencia orgánica. Navarro es ese chaval con el que nos hemos echado unas pachangas en la cancha del barrio y después nos ha acompañado a tomar unas cañas. Lo más alejado de un animal de gimnasio en un deporte en el que el físico es la supervivencia. Ese instinto de supervivencia llevó a un jugador frágil, bajito, y carente de músculo, a desarrollar un estilo de juego salvaje e intuitivo, arriesgado, sin red. Su lanzamiento más característico, esa “bomba” con la que inteligentemente salvaba la defensa de jugadores que le sacaban más de una decena de centímetros ha marcado el camino del baloncesto actual hasta el punto de que podemos encontrar esa suerte de lanzamiento tanto en un Jaycee Carroll (sólo tres años más joven que Navarro) como en el jovencísimo Ruben Domínguez, canterano del Unicaja que acaba de ser medalla de plata europea con los sub16 y al que hemos podido ver ejecutando ese heterodoxo tiro por elevación. El baloncesto, nunca nos cansaremos de repetirlo, es un deporte que evoluciona constantemente. Un juego en el que los protagonistas se ven obligados, independientemente de su físico, perfil y posición, a manejar distintas facetas del juego, cuantas más mejor. Dentro de esa evolución en la que entran los Antetokounmpo que con casi siete pies pueden correr toda la pista, la figura de Navarro se antoja tan fundamental como artística y por ello pervivirá en el tiempo y en la memoria del aficionado como una especie de Houdini lleno de trucos de magia en sus bolsillos.


Y en lo puramente estadístico o resultadista hablamos de un devorador de registros, del máximo anotador de Euroliga, del jugador que más partidos ha disputado en la máxima competición continental y del que ha alcanzado más valoración, además del tipo que más veces ha perforado el aro rival desde el triple. No caben malabarismos ni trampas a este respecto. Si crecimos admirando, porque eran los que mandaban, a los Papaloukas, Spanoulis o Diamantidis de turno, Navarro llegó para ponerlo todo patas arriba y superar con crecer a estos genios. Navarro, a nivel global deportivo, constituye uno de esos personajes a la altura de los Puyol, Iniesta, Xavi, Casillas, Raúl, Ramos, Felipe Reyes, Rudy, Nadal, Alonso... constreñirlo a una camiseta, a un color, a una bandera, es un error, porque no sólo es que Navarro trascienda el baloncesto de clubes para convertirse por derecho propio en posiblemente el segundo mejor jugador de la historia de nuestro basket tras Pau Gasol, es que la realidad ha de poner de manifiesto que hablamos de un jugador que trasciende incluso el contexto del baloncesto nacional para entrar dentro de las leyendas que no entienden las fronteras, donde el único lenguaje, la única bandera, es el baloncesto. Si además de eso hablamos de un jugador de nuestro país tanto mejor, pero el panteón de Navarro es el mismo de los Korac, Meneghin o Petrovic, por citar los primeros tres nombres de mitos depredadores que se me han venido a la cabeza (cada cual con sus circunstancias, en ese sentido Drazen y Radivoj unidos por la tragedia de una muerte prematura en la carretera, mientras que Dino y La Bomba comparten la felicidad de haber podido “envejecer” en las canchas haciendo lo que más feliz les hace... lo que más feliz nos hace)


Y así llegamos a este punto que podría ser y aparte, pero dado el nivel del baloncesto actual esperemos que sea seguido. Sea como fuere, y por muchos émulos posibles que pueda tener el escolta catalán, difícilmente volveremos a ver a un jugador con ese físico de, permítanme la licencia, comerse un bocata de calamares y tomarse dos cañas, capaz de destrozar cualquiera de las mejores defensas posibles del baloncesto europeo.


La retirada de Navarro nos hace viejos. Se acaba una era. ¡Pero qué suerte haberla vivido!




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