Exactamente once meses después (lo
anunciaba el 17 de Septiembre de 2017) de su retirada de la selección
española de baloncesto, llega un día que por esperado no deja de
ser triste y emotivo para la historia de nuestro deporte de la
canasta. La retirada definitiva de las canchas de baloncesto de la
leyenda Juan Carlos Navarro. Se intuía, pese a que a nadie escapa
que el deseo del jugador era continuar un año más, y si algún
deportista en la historia del Barcelona se había ganado el derecho a
elegir el día de su retirada debía ser, que duda cabe, quien sin
duda es el mayor mito del club azulgrana por delante incluso del
legendario Juan Antonio San Epifanio. Es el segundo exponente del
núcleo duro de los Juniors de Oro, aquella generación del 80 que
cambió para siempre la historia de nuestro baloncesto, que cuelga
las botas, después de que lo hiciera el mago Raúl López en 2016
tras una carrera que aún siendo exitosa no fue ni la mitad de lo que
hubiera podido llegar a ser de no haber mediado aquellas malditas
lesiones de rodilla. Seguiremos disfrutando en las canchas de los
eternos Pau Gasol, Felipe Reyes y Carlos Cabezas, empeñados en dilatar el tiempo, al
igual que un Jose Calderón quien pese a ser un año más joven
siempre se le ha integrado dentro del grupo del 80, y quien
recordemos si no estuvo en el Mundial Junior del 99 fue por una de
esas inoportunas lesiones que algunos veranos han impedido hacerle
crecer aún más su palmarés.
Se retira Navarro y nos quedamos sin
palabras que puedan describir toda la magia desplegada en la cancha
durante sus casi 20 años de profesional, en las que las exhibiciones
con la elástica azulgrana y nacional han sido constantes. Es difícil
quedarse con un solo momento en su carrera, cuando hablamos de un
jugador que fue prácticamente indefendible hasta bien pasada la
treintena, si bien es cierto que sus últimas cuatro temporadas
fueron una constante cuesta abajo (aún así se despide con un
lustroso 41% en triples en el último curso ACB) en rendimiento
individual e impacto en el colectivo, en gran parte por esa maldita
fascitis plantar que le tuvo a mal traer durante los últimos años.
Personalmente recuerdo como una de sus cimas el Eurobasket de 2011,
del que fue justo MVP, especialmente sus exhibiciones a partir de
cuartos de final, cuando los partidos eran a vida o muerte y no había
margen de error. Hasta entonces, en las fases previas, estaba
haciendo un muy buen torneo, con 14.75 puntos por partido, pero desde
cuartos rayó lo sobrenatural con 29.3 tantos de media, sin fallo en
el tiro libre (16 de 16), 22 de 29 en canastas de dos, y nada menos
que 50% en triples (12 de 24) No había manera de frenarle, y España
se colgó su segundo oro continental (y de manera consecutiva)
gracias al talento del genio de San Feliu. Nos regaló un verano
inolvidable, otro más, a los aficionados a este bendito deporte de
este país.
Pero por encima de todas las gestas
conseguidas por el huidizo escolta catalán, quedará en la memoria
del aficionado la heterodoxia de su juego. No deja de resultar
asombroso, pese a esos 20 años de proeza y talento, comprobar como
Navarro fue capaz de sobrevivir en uno de los deportes de equipo más
duros y de mayor contacto como es el baloncesto, pese a lo endeble de
su físico y la escasez de su presencia orgánica. Navarro es ese
chaval con el que nos hemos echado unas pachangas en la cancha del
barrio y después nos ha acompañado a tomar unas cañas. Lo más
alejado de un animal de gimnasio en un deporte en el que el físico
es la supervivencia. Ese instinto de supervivencia llevó a un
jugador frágil, bajito, y carente de músculo, a desarrollar un
estilo de juego salvaje e intuitivo, arriesgado, sin red. Su
lanzamiento más característico, esa “bomba” con la que
inteligentemente salvaba la defensa de jugadores que le sacaban más
de una decena de centímetros ha marcado el camino del baloncesto
actual hasta el punto de que podemos encontrar esa suerte de
lanzamiento tanto en un Jaycee Carroll (sólo tres años más joven
que Navarro) como en el jovencísimo Ruben Domínguez, canterano del
Unicaja que acaba de ser medalla de plata europea con los sub16 y al
que hemos podido ver ejecutando ese heterodoxo tiro por elevación.
El baloncesto, nunca nos cansaremos de repetirlo, es un deporte que
evoluciona constantemente. Un juego en el que los protagonistas se
ven obligados, independientemente de su físico, perfil y posición,
a manejar distintas facetas del juego, cuantas más mejor. Dentro de
esa evolución en la que entran los Antetokounmpo que con casi siete
pies pueden correr toda la pista, la figura de Navarro se antoja tan
fundamental como artística y por ello pervivirá en el tiempo y en
la memoria del aficionado como una especie de Houdini lleno de trucos
de magia en sus bolsillos.
Y en lo puramente estadístico o
resultadista hablamos de un devorador de registros, del máximo
anotador de Euroliga, del jugador que más partidos ha disputado en
la máxima competición continental y del que ha alcanzado más
valoración, además del tipo que más veces ha perforado el aro
rival desde el triple. No caben malabarismos ni trampas a este
respecto. Si crecimos admirando, porque eran los que mandaban, a los
Papaloukas, Spanoulis o Diamantidis de turno, Navarro llegó para
ponerlo todo patas arriba y superar con crecer a estos genios.
Navarro, a nivel global deportivo, constituye uno de esos personajes
a la altura de los Puyol, Iniesta, Xavi, Casillas, Raúl, Ramos,
Felipe Reyes, Rudy, Nadal, Alonso... constreñirlo a una camiseta, a
un color, a una bandera, es un error, porque no sólo es que Navarro
trascienda el baloncesto de clubes para convertirse por derecho
propio en posiblemente el segundo mejor jugador de la historia de
nuestro basket tras Pau Gasol, es que la realidad ha de poner de
manifiesto que hablamos de un jugador que trasciende incluso el
contexto del baloncesto nacional para entrar dentro de las leyendas
que no entienden las fronteras, donde el único lenguaje, la única
bandera, es el baloncesto. Si además de eso hablamos de un jugador
de nuestro país tanto mejor, pero el panteón de Navarro es el mismo
de los Korac, Meneghin o Petrovic, por citar los primeros tres
nombres de mitos depredadores que se me han venido a la cabeza (cada
cual con sus circunstancias, en ese sentido Drazen y Radivoj unidos
por la tragedia de una muerte prematura en la carretera, mientras que
Dino y La Bomba comparten la felicidad de haber podido “envejecer”
en las canchas haciendo lo que más feliz les hace... lo que más
feliz nos hace)
Y así llegamos a este punto que podría
ser y aparte, pero dado el nivel del baloncesto actual esperemos que
sea seguido. Sea como fuere, y por muchos émulos posibles que pueda
tener el escolta catalán, difícilmente volveremos a ver a un
jugador con ese físico de, permítanme la licencia, comerse un
bocata de calamares y tomarse dos cañas, capaz de destrozar
cualquiera de las mejores defensas posibles del baloncesto europeo.
La retirada de Navarro nos hace viejos.
Se acaba una era. ¡Pero qué suerte haberla vivido!
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