jueves, 22 de abril de 2021

LA MISERIA DEL ÚNICO BALÓN

 



En el centro Stankovic (FIBA) y Bertomeu (Euroleague), el cisma controlado.


El fallido (por el momento) intento de la creación de una nueva liga europea de fútbol al margen de la UEFA ha puesto encima de la mesa la comparación con el mundo del baloncesto, porque es cierto que si podíamos encontrar un precedente en este asunto es en el deporte de la canasta a comienzos de este siglo XXI, cuando un buen número de los clubes europeos con mayor pedigrí decidieron plantar a la FIBA y la competición continental que dirimía el cetro europeo bajo los parámetros de la federación internacional de baloncesto.

 

La comparación, por tanto, no es baladí. Lo desolador ha sido comprobar una vez más el absoluto desconocimiento por parte de un sector del periodismo deportivo de todo lo que escape al fútbol, único deporte para la mayoría de personajes del gremio, o al menos para los más “famosos”, lo cual a día de hoy es sinónimo de decir los más ruidosos, fanáticos o vocingleros. Los que ya apenas escriben columnas de opinión o análisis futbolísticos (el único deporte que siguen) pero han encontrado un importante acomodo en tertulias radiofónicas y televisivas cuanto menos moderadas mejor.

 

Obviando el tema Roberto Gómez, un señor que directamente se dedica a decir lo primero que se le pasa por la cabeza e inventarse noticias (el pasado lunes en Radio Marca aseguraba que el gobierno central de Pedro Sánchez apoyaba la Superliga de fútbol para que a los cinco minutos conociéramos el comunicado oficial de Moncloa mostrando su rechazo), en la misma tertulia vespertina de Radio Marca dirigida por Vicente Ortega dos de los participantes (no recuerdo los nombres) competían por ver quien soltaba la mayor boutade sobre el mundo del baloncesto. Uno de ellos deslizaba el nombre de la Euroliga, y claro, lejos de ensalzar las virtudes de una competición tan impresionante como esta (y miren si no la calidad del juego, competitividad y emoción que nos ha dejado esta presente edición cuyos play offs de cuartos de final acaban de comenzar) aseguraba que era un fracaso y que literalmente no interesaba a nadie. Además de tratar a los aficionados de imbéciles asegurando que no sabían que competición se disputaba en cada partido. Desolador. La apuesta subió cuando otro de los contertulios puso sobre la mesa el nombre de la NBA, afirmando que “la NBA siempre ha sido igual, no han conocido otra cosa”. Cuando realmente la historia de la liga de baloncesto profesional estadounidense es una historia de constantes cambios, expansiones y negociaciones entre todos los protagonistas. Poco queda de aquella BAA primeriza, embrión de lo que tres años después se conoció como NBA, con sólo once primeros protagonistas. La agencia libre de jugadores tal y como la conocemos, o el tan manido límite salarial, son conceptos que no entran en vigor hasta mediados de los años 80. Por no recordar que durante prácticamente diez temporadas convivieron dos ligas profesionales como la NBA y la añorada y entrañable ABA, en un sano ejercicio de libre competencia y mercado. Un escenario que se antoja imposible en el fútbol, quizás porque haciendo bueno el dicho de “piensa el ladrón…” hay que dar la razón al contertulio que expresaba la dificultad del aficionado de seguir dos competiciones a la vez, como si la capacidad neuronal del seguidor del balompié tuviese tan serias limitaciones.

 

En estos días tormentosos de furibundo debate alrededor de la idea de la Superliga futbolística hay quien ha esgrimido que no pueden compararse baloncesto y fútbol. Y es cierto. En realidad el fútbol no admite parangón con ninguna otra disciplina, ya que no existe otro deporte con una capacidad tan férrea y cerril para oponerse a cualquier cambio, mejoría o evolución (no hay más que ver la firme resistencia ante una herramienta tan útil como el VAR) El fútbol sigue anclado en un incoherente pensamiento ancestral y atávico que no se corresponde con la realidad ni del deporte ni con la del propio fútbol, y de ahí su incoherencia. Da la sensación de que si fuera por algunos aficionados, Di Stefano no hubiera cruzado nunca el charco, traicionando el fútbol latinoamericano pero ayudando a crecer exponencialmente el fútbol europeo. Un Di Stefano quien por cierto jugaba en Los Millonarios de Colombia, club que adoptó aquel nombre después de que la calle, por influencia de los medios de comunicación, se refiriera a ese club que originalmente había nacido como Juventud Bogotana con el millonario apelativo por el que acabaría pasando a la historia, gracias a sus altos contratos, especialmente a los jugadores extranjeros y especialmente argentinos. Hablamos de mediados de los 40 del pasado siglo, y ya no cabía hablar de romanticismo ni de fútbol de barrio. 

 

Pero no era mi intención hablar de fútbol ni del debate sobre la Superliga, si no expresar mi malestar una vez más por el maltrato al baloncesto por parte de la prensa deportiva de este país. Y digo baloncesto sabiendo bien lo que significa y representa esta palabra, baloncesto. El segundo deporte de equipo más popular de nuestro país, del que hemos sido tres veces campeones de Europa y dos del mundo. El deporte que nos ha dado nada menos que 19 medallas entre Juegos Olímpicos, campeonatos del mundo y de Europa. Esto sólo refiriendo a la selección absoluta senior. En femenino sumamos otras 14 medallas con cuatro campeonatos de Europa ganados. Y si nos pusiéramos a recordar los éxitos de categorías inferiores no tendríamos folios suficientes. Sé muy bien por tanto que significa el baloncesto y como es diariamente fagocitado informativamente por el deporte de equipo que más dinero mueve y genera en el mundo. Sé muy bien también que como aficionado a la canasta no puedo quejarme en comparación con un aficionado al balonmano o al waterpolo, o a tantos otros deportes que son prácticamente invisibles e inexistentes para la prensa deportiva de este país. Porque el fútbol lo devora todo. El espacio para el resto es anecdótico. Por eso escuchar estos días hablar de valores, romanticismo o democratización del deporte, cuando en España se impone una única disciplina deportiva desde los medios de comunicación, resulta cuanto menos curioso. Cuando quienes esgrimen estos argumentos desde sus acomodadas tertulias de vocerío y griterío sólo tienen ojos para un único balón. 



 

viernes, 16 de abril de 2021

JAZZ DE MADRUGADA

 







Por alguna razón que no alcanzo a entender y pese a que me congratulo de no padecer habitualmente problemas de insomnio esta semana me ha costado conciliar el sueño más de lo habitual y conseguir hilar seguidas las necesarias horas de reposo. Esta última madrugada, una vez acabada la programación deportiva nocturna de las principales emisoras de radio nacionales, hice un poco de zapping a través de las ondas consiguiendo un dulce estado de duermevela, lo que estaba buscando, mecerme en el sueño con la voz de un locutor dedicado a algún tema que oscilase en un equilibrio entre resultar instructivo y apasionante como para sacarle algún provecho pero sin demasiado apasionamiento que no haría sino dificultarme todavía más el sueño.

 

Ya sumergido como digo en ese estado de duermevela una melodía de jazz fue introduciéndose cada vez más en mi cerebro hasta el punto de hacerla reconocible y despertarme por completo. Era el “Theme for Kareem” que publicara el trompetista Freddie Hubbard en su álbum “Super Blue” de 1978. El motivo de pinchar aquella canción no era otro que el de celebrar el 74 cumpleaños de una de las mayores leyendas del deporte de todos los tiempos, Kareem Abdul-Jabbar. Reconocido amante del jazz por otro lado (conocida es la historia sobre su colección de discos arrasada en el incendio de su casa de Bel Air), Kareem llegó a definir la trompeta en una de las piezas de Hubbard, “Suite Sioux”, como el equivalente musical a uno de aquellos contrataques con los que sus Lakers honraban el “show time”. 

 

La discusión sobre el mejor jugador de la historia, complementada en los últimos tiempos con la etiqueta del “GOAT” (greatest of all time) me resulta del todo punto absurda y cansina, además de sepultada por una dictadura de pensamiento único que impone a Michael Jordan como el mejor que ha existido nunca y que existiría jamás,  hasta el punto de que todo el baloncesto posterior a MJ es otro deporte para quien practica ese integrismo. En todo caso, y por darle un poco de espacio a las nuevas generaciones, se deja asomar al debate a Kobe Bryant o LeBron James (nunca Tim Duncan con sus cinco anillos y 3 MVP de las finales), y los más nostálgicos se atreven con “Magic” Johnson o Larry Bird. Más atrás de eso no existe nada, como si la NBA comenzase exclusivamente en aquel verano de 1979 en el que los prodigios de Michigan e Indiana oficializasen su desembarco en la mejor liga de baloncesto del mundo (la cual es justo reconocer que ambos astros, “Magic” y Bird, cambiaron para siempre) Pero antes hubo otros jugadores que, parafraseando la autobiografía del propio Kareem, dieron “pasos de gigante” (“Giant Steps”, otro guiño al jazz y a un célebre tema de John Coltrane) para que el baloncesto evolucionase hasta convertirse en ese deporte que muchos tomamos como religión. Gigantes como Chamberlain, Russell o Kareem, que nunca entrarán en el fastidioso debate del “GOAT”, pero sin cuya influencia no podría entenderse la NBA actual.  

 

El palmarés de Kareem en su intergeneracional carrera (llegó a jugar en tres décadas diferentes, algo inaudito en su momento y que con el tiempo igualaría Tim Duncan… o incluso superaría Vince Carter cuyo nombre figura en partidos NBA de cuatro décadas nada menos) habla por si solo. La carta de presentación con la que aterrizaba el número 1 del draft de 1969 (también fue escogido en esa posición aquel mismo año en la ABA) ya resultaba insultante en cuanto a su capacidad dominante. Tres títulos de campeón universitario en la invencible UCLA de John Wooden con medias de 26.4 puntos y 15.5 rebotes, realizando un juego tan tiránico sobre sus rivales que la NCAA llegó a prohibir los mates durante unas diez temporadas, levantando la sospecha de que se buscaba limitar la superioridad del siete pies de Harlem. El argumento oficial sin embargo era el de cuidar el físico de los jugadores y reducir el número de lesiones además de evitar la rotura de tableros (por aquella época eran fijos, no basculantes) La respuesta de Kareem (todavía Lew Alcindor) fue desarrollar el lanzamiento que se convertiría en su mayor seña de identidad: el sky hook. Tres temporadas inolvidables en la universidad angelina, que hubieran sido cuatro de no existir la regla por aquel entonces que distinguía un equipo de jugadores de primer año (freshman) y otro llamado “varsity” en el que se englobaban los del resto de ciclo universitario (entre segundo y cuarto año) Es difícil no pensar de que de no existir aquella norma Kareem hubiera ganado cuatro títulos de la primera división de la NCAA, baste recordar que aquel primer curso 1965-66 se abría con el tradicional partido inaugural entre los dos equipos, de primer año y los “mayores”. Contra todo pronóstico los freshman vencían a los veteranos con 31 puntos, 20 rebotes y 7 tapones de Alcindor…y John Wooden frotándose las manos.

 

En la NBA pocas carreras podrían considerarse más legendarias que la de Jabbar, incluyendo la del intocable Jordan. 20 temporadas jalonadas con 6 anillos, 6 MVP de temporada, 2 de finales, 19 veces All Star y 10 veces incluido en el Mejor Quinteto de la temporada. Y lo que le confiere una mitología especial por encima de todos los demás jugadores, ese título honorífico de mayor anotador histórico de la mejor liga de baloncesto del mundo. Nadie ha hecho tantos puntos ni anotado tantas canastas en semejante escenario, e incluso en estos años de desorbitado volumen anotador preferiblemente sumando de tres en tres sus 38387 puntos siguen resultando una cima inalcanzable para el resto de los mortales, excepto para un LeBron James cuya presencia en el Olimpo y carácter mitológico también estás fuera de toda duda y quien si es capaz de mantenerse sano y a su nivel del pasado curso durante tres temporadas más, o incluso dos, parece el único capaz de derribar un muro tan infranqueable.

 

Pero incluso más allá de los impresionantes números, la figura de Kareem resulta absolutamente imprescindible para comprender la actual NBA y su influencia en la sociedad. Cuando un personaje tan infame como Donald Trump llegó a calificar la liga como una “organización política” está claro que se han seguidos los pasos correctos. El activismo social o la lucha contra el racismo no es una cuestión política, si no humana y valga la redundancia, social. Sólo se intenta contaminar desde un prisma político cuando los enemigos de tales principios se ven sin argumentos y por tanto llevan a ese terreno una batalla en la que sin embargo todos los seres humanos deberíamos estar en el mismo bando. Kareem, junto a otros pioneros (Oscar Robertson, Bill Russell…) fue una de las primeras estrellas en demostrar una enorme conciencia social que perdura hasta nuestros días (actualmente está en plena campaña de concienciación promoviendo la vacunación contra la covid-19) Su sensibilidad en el tema del racismo le llevó a renunciar a los Juegos Olímpicos de 1968 en protesta por la violencia racial cuyo climax supuso el asesinato de Martin Luther King en la primavera de aquel olímpico 68. Hay que recordar que Kareem es hijo del asfalto de Harlem, cuyas calles sufrieron una inusitada ola de racismo y violencia en las décadas de los 40 y 50, especialmente significativo el caso de las revueltas de 1943 en las que seis afroamericanos perdieron la vida.

 

La biografía de Kareem Abdul-Jabbar arroja un irresistible trazado entre lo social y lo intelectual, melómano, escritor, novelista (celebradas son sus novelas basadas en Mycroft Holmes, el hermano del más celebre detective de todos los tiempos)… todo eso complementando a un enorme deportista quien también fue pionero en lo que ahora se conoce como empoderamiento de los jugadores, cuando en 1974 forzó su salida de Milwaukee, donde había sido campeón tres años antes, para volver a Los Angeles donde tan feliz había sido bajo la tutela de John Wooden en sus años universitarios, alegando que culturalmente no se sentía afín a la ciudad del estado de Wisconsin, pero desvelando algo tan simple como que no era feliz en Milwaukee. Como si ser una estrella de la NBA con una generosa cuenta corriente (sin llegar a los sueldos actuales) bastase para obviar lo más importante, la propia felicidad.

 

Con el recuerdo de la en todos los sentidos gigantesca figura de Kareem y bajo los compases del “hard bop” de Freddie Hubbard finalmente concilié el sueño con un objetivo fijado para el día siguiente: escribir esta entrada.