China 2019, comienzan los experimentos. |
Sinceramente
no recuerdo la última ocasión en la que la selección española de
baloncesto jugase en Noviembre. Quizás fuera en aquel Preeuropeo de
Invierno buscando plaza para el Eurobasket de 1991. Hay que recordar
que aquel torneo, disputado en Italia y en el que obtuvimos bronce,
contó sólo con ocho equipos en aquella fase final, con lo que el
clasificatorio tenía su razón de ser. Pero hace ya un par de
décadas que nos hemos acostumbrado a que el baloncesto de
selecciones nacionales asomase sólo en verano. Y hay que reconocer
que la fórmula funcionaba.
Los
aficionados a la canasta hemos sido muy felices, sobre todo los
españoles. Y es que durante el curso podíamos disfrutar de
competiciones como la NBA o la Euroliga y en nuestro caso además de
la liga doméstica más competitiva de Europa, como es el caso de la
ACB. Al llegar el verano lejos de quedar huérfanos de baloncesto
disfrutábamos año tras año de un gran torneo de selecciones, bien
fuera Eurobasket o Mundial o Juegos Olímpicos.
La
máxima de no tocar lo que funciona parece ser que no es conocida
dentro de la FIBA. La noticia de modificar el calendario de torneos
de selecciones absolutas, ampliando el periodo entre campeonatos de
Europa, de 2 a 4 años, y pasar los mundiales a años impares, fue
una puñalada en el ánimo de los aficionados. A partir de ahora nos
quedamos sin basket uno de cada cuatro veranos (comenzando por el de
2018, puede ser un buen verano para casarse) Para muchos de nosotros,
créanme, es un drama. La decisión se escudó en el absurdo
argumento de no interferir con los mundiales de fútbol, aludiendo a
un mayor protagonismo para el baloncesto en esos años impares. Pero
la realidad es que mundiales de fútbol y baloncesto siempre han
convivido capaces de encontrar cada uno su propio espacio, ya que
mientras el torneo balompédico suele ser apenas comenzado el verano
o incluso finalizando la primavera, el de las canastas no tiene lugar
hasta finales de Agosto o incluso Septiembre. Fíjense si ese
argumento no era más que una engañifa tremenda que el próximo
mundial de baloncesto, en 2019, ha programado sus fechas en el
periodo habitual de los anteriores torneos de selecciones, del 31 de
Agosto al 15 de Septiembre, mientras que el mundial de Rusia de
fútbol se disputará entre mediados de Junio y de Julio. Es decir,
de disputarse ambos mundiales en 2018, como hubiera sido lo natural,
habría mes y medio de distancia en el calendario entre uno y otro
evento.
No
me gusta ser mal pensado, pero en mi opinión tiene más que ver la
presión de la NBA para que sus cada vez más numerosas estrellas
internacionales no disputen estos torneos que el argumento de dotar
de mayor protagonismo al baloncesto aislándolo de años
futbolísticos. Es comprensible. Hablamos de la competición más
mediática y económicamente más fuerte del globo terráqueo. Un
estatus de privilegio que han sabido labrase y ganarse a pulso.
Sea
como fuere el nuevo escenario devalúa terriblemente el baloncesto de
selecciones y al hacerlo devalúa el baloncesto en general. Las
llamadas “ventanas” FIBA, que no son si no partidos de
clasificación, intercaladas en plena competición son un disparate.
Por mucho que las ligas domésticas, cada vez más pequeñas al lado
de la Euroliga, paren la competición este fin de semana, las dos
grandes ligas mundiales, NBA y Euroliga, siguen su curso ajenas a la
polémica que ha buscado la propia FIBA disparándose en el pie con
la absurda decisión de cambiar el calendario del baloncesto de
selecciones.
Los
entrenadores, caso de nuestro Sergio Scariolo, se ven ahora en un
brete no deseado. Por un lado hacer encaje de bolillos con el fondo
de armario de los baloncestos de los distintos países. En ese
sentido España, cierto es, no puede quejarse demasiado. Tenemos
jugadores de sobrada categoría más allá de Euroliga y NBA (hay que
recordar que Eurocup y Champions League son torneos ganados la pasada
temporada por equipos españoles, Unicaja y Tenerife respectivamente,
si bien es cierto que Unicaja gracias a tal éxito obtuvo billete
euroliguero por lo que Scariolo no puede contar con los Carlos
Suárez, Dani Díez o Alberto Díaz) mientras que selecciones como
Montenegro o Eslovenia, por hablar de nuestros primeros rivales,
pueden sufrir mucho más con las ausencias de los Dubljevic, Vucecic,
Doncic o Randolph (quien por otro lado se encuentra lesionado)...
caso aparte es el de Goran Dragic ya que aparte de seguir siendo
jugador NBA, ya anunció en el pasado Eurobasket que este sería su
último verano defendiendo la elástica de su país. Pero no podemos
obviar que la dependencia en jugadores como los hermanos Gasol,
Navarro o Felipe Reyes ha sido tal en los últimos años que
baloncestistas de extraordinaria calidad no han tenido nunca la
ocasión de ser referentes internacionales, ¿sabremos vivir sin los
“pata negra”?
Pero
hay otro asunto igualmente espinoso y que nos lleva a consideraciones
tanto éticas como deportivas. Cuando llegue el verano de 2019, ¿con
qué cara un seleccionador nacional va a dar una lista de jugadores
que no han contribuido a llevar a su país al mundial?, poniéndolo
más en claro, ¿acaso vamos a ver a los Jaime Fernández, Sergi
García, Rabaseda o Fran Vázquez hacer el trabajo sucio para luego
ver como Scariolo llama a los Ricky Rubio, Sergio Rodríguez, Llull,
o hermanos Gasol en sus lugares?
En
definitiva las “ventanas” FIBA suponen ventanas abiertas al
abismo, a herir de muerte el baloncesto de selecciones, ese en el que
hemos disfrutado de equipos inolvidables compuestos por jugadores
unidos gracias al vínculo sentimental de pertenecer a la misma
tierra y no aglutinados a golpe de talonario.
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