Todo vuelve, dicen. Viejos artistas, series de
televisión, o películas de culto. El deporte tampoco quiere ser una excepción a
la fiebre nostálgica y un Barcelona en crisis ha encontrado en su particular
revival del banquillo la recuperación de la senda de los éxitos.
Svetislav Pesic llegaba a Barcelona hace apenas diez
días, luciendo un envidiable bronceado fruto del sol de las montañas austríacas
donde se encontraba esquiando con su familia. A sus 68 años y después de
haberlo ganado absolutamente todo como entrenador, el maestro de Novi Sad
aceptaba hacerse cargo de un equipo en descomposición ejerciendo como
entrenador puente hacia la deseada era Jasikevicius. Pero el hombre que había
llevado al Barcelona al histórico triplete de 2003 quería demostrar que, quince
años después, su capacidad para imponer magisterio permanece absolutamente
incorrupta. Tratamos de imaginar que tecla anímica ha tocado el laureado
entrenador serbio-germano ya que hasta donde no llegan los números lo hace la
especulación.
Números que parecía tener claro Pesic para enderezar
la nave blaugrana en tan poco tiempo. El serbio ha aprovechado durante esta
Copa del Rey las que a priori parecían las dos virtudes más evidentes del
Barcelona: su ataque (89 puntos por partido en ACB, segunda mejor marca tras el
Real Madrid, y líderes en asistencias con 20,9 por encuentro) y su rebote (con
36,4 rechaces por partido son el tercer mejor equipo ACB en este apartado) Y a
correr. Sin ser Pesic un apóstol del basket ofensivo a lo Laso o Itoudis ha
sabido adaptarse a uno de los peores Barcelona en defensa de los últimos
tiempos… pero de los más talentosos en ataque. El metódico Baskonia de Pedro
Martínez fue la primera víctima. En el aire flotaba el recuerdo de la reciente
visita azulgrana al Buesa Arena, este mismo mes de Febrero y que le había
costado el puesto a Sito Alonso. Un partido prácticamente resuelto en el primer
cuarto tras un escandaloso parcial de 31-7 a favor de los vitorianos en aquella
primera decena de minutos. Quince días después ambos protagonistas se veían de
nuevo… pero con el Barcelona anotando 28 puntos en el primer acto.
Pesic dejó al descubierto desde el primer momento
sus cartas. Libertad absoluta en ataque para un Thomas Heurtel que con sus 20
puntos y 9 asistencias comenzaba a apuntar al MVP y del que no se hace ningún
drama por sus 6 pérdidas. El base francés está completando una gran temporada
pero no han faltado las críticas hacia su nula implicación defensiva. Pesic,
lejos de cortarle las alas, le arropa con un Pau Ribas volviendo a su mejor
nivel, además de otro eficiente perro de presa como Hanga. Oriola imprime
carácter, y Claver es el gran recuperado precisamente por su labor oscura y
reboteadora. Y Tomic, claro. 18 puntos con 7 de 11 en tiros de campo y 9
rebotes para confirmar que ha de ser uno de los pesos pesados del nuevo
Barça.
El Gran Canaria, en semifinales, aguantó hasta el
descanso, con un Eriksson excelso en el lanzamiento exterior (25 puntos y 6
rebotes, con 6 de 8 en triples), pero un gran tercer cuarto blaugrana y una
descollante actuación de nuevo de Heurtel (13 puntos y nada menos que 14
asistencias) nos ofrecía de nuevo la final más clásico de nuestro baloncesto.
El Real Madrid de Laso, el entrenador de las siete vidas y los milagros, se deshacía en el partido anterior del otro
equipo insular para disputar nada menos que su sexta final consecutiva… pero
Laso ya había gastado otra de sus vidas en cuartos de final remontando ante
Unicaja…
…y aun así los blancos protagonizaron un último
cuarto histórico en la gran final. 38 puntos y una última bola para ganar el
partido. Todo ello pese a comenzar el último acto 15 abajo. Laso jugó sin red.
Renunció a los grandes pívots y ordenó una presión ahogante a media pista con
sus exteriores mordiendo al más puro estilo de los Bad Boys de Chuck Daly. Y de
repente un Barcelona que había realizado un magnífico partido coral bajo la
batuta de nuevo de la pareja Heurtel-Ribas palideció ante el arrojo suicida del
equipo que mejor ha encarnado el baloncesto temerario en los últimos años en
Europa. Thompkins dejó un último minuto de ensueño, con dos triples que
cortaron la respiración y un robo de balón limpio y cristalino a Pau Ribas. Un
Ribas que se rehízo con dos tiros libres posteriores que hicieron diana, al
contrario de los lanzados por un Pierre Oriola cuya cara en la línea del 4,60
era todo un poema. El jugador de Tárrega fue de los más efusivos en la
celebración del título, quizás porque sabía que de haber entrado el triple de
Causeur hubiera tenido que soportar durante el resto de su carrera que dos
fallos en el tiro libre dieron otro título al eterno rival. Tal fue su euforia
que se llevó por delante sin contemplaciones a Luka Doncic en un gesto feo por
muy involuntario que fuese (hubiese estado bien pedirle disculpas allí mismo a
su rival, y no en los micros de los
periodistas) Un detalle más para una final histórica, como la falta de Claver
sobre Taylor no señalada y que bien podría servir para abrir el debate sobre
ampliar el “instant replay” a más supuestos que los actuales (unos actuales que
no contemplan la revisión por posible falta personal)
Veremos hasta donde llega el “efecto Pesic” y el
particular revival con el entrenador que hace quince años ganó más títulos en
menos tiempo en el banquillo azulgrana. Su familia, por si acaso, sigue
esquiando en Austria.
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