Ayer nos sorprendió la noticia de la retirada del “Chapu”
Nocioni, confirmada por el propio jugador en una carta reflejo de su carácter,
emotiva pero plena de humor y sin caer en el sentimentalismo barato. Tiempo
habrá de repasar la carrera de un jugador legendario, tercer mosquetero de la
irrepetible Generación Dorada, quien junto a Ginobili y Scola entre otros llevó
a su país a cotas anteriormente no conocidas, de igual manera que ha sucedido
en nuestro país con los Gasol, Navarro, o sus actuales compañeros de equipo
Felipe Reyes y Rudy Fernández. Esta entrada viene condicionada por la reacción
vivida ayer dentro del mundo del madridismo ante la retirada de un jugador con
rol secundario en lo deportivo pero claramente primario en lo emocional, y es
que Andrés Nocioni no ha necesitado siquiera tres años para convertirse en uno
de los favoritos de las gradas del Palacio de Los Deportes, todo ello dentro de
un equipo plagado de grandísimas figuras y jugadores mediáticos, lo que da un
valor añadido al hecho de que el “Chapu” haya logrado esa trascendencia y
ascendencia en vestuario y graderío. Sin ser el jugador más talentoso de los
que han estado al servicio de Laso, ni el más vistoso, estético y elegante en
su juego, sí que encontramos en Nocioni el paradigma de una de las grandes
características de esta era esplendorosa de baloncesto madridista: la de la
inquebrantable comunión entre equipo y afición (o al menos entre la mayor parte
de ella) forjada a través de una férrea fe en las posibilidades de un equipo
que nunca deja de competir, dejando el puro resultadismo al margen.
Pero incluso si nos atenemos a lo puramente
deportivo, no sólo no se pueden entender los éxitos deportivos de este equipo, especialmente
en la cima que supuso la “perfect season” en la temporada 2014-15, sin la
presencia del “Chapu”, sí no que precisamente fue su llegada la pieza que le
faltaba al puzzle de este histórico Real Madrid de Laso, Herreros y
Sánchez.
Lo hemos comentado en muchas ocasiones. El Real
Madrid de la 2013-14 fue la máxima expresión de belleza baloncestística que se
ha visto en mucho tiempo en Europa. Un constante “highligh” durante todo el
invierno y parte de la primavera. A velocidad de crucero, el equipo de Laso
batía records (31 victorias consecutivas), destrozaba rivales y reventaba los
marcadores de cualquier cancha sobre la que sus jugadores pusieran sus pies. Con
el sabor amargo de la derrota en Londres ante un más competitivo y experto
Olympiacos todavía en el paladar, la Final Four de Milán se presentaba como la
particular consagración de la Primavera de Laso. La puesta en escena ante
Barcelona dejó un partido para las videotecas, una de las muchas obras maestras
de Laso. Un 62-100 al eterno rival. Cien puntos en el torneo que años antes
muchos equipos habían dominado a base de hormigón armado y no de talento,
ofreciendo al aficionado marcadores exiguos y un tipo de baloncesto gris y
plomizo que el Real Madrid de Laso estaba dispuesto a convertir en un mal
recuerdo del pasado. No contaban con las trampas tácticas de David Blatt y el
estado de gracia de un diabólico Tyrese Rice. El Maccabi Tel Aviv cercenó el
sueño continental y volvió a dejar en evidencia la falta de colmillo de los
blancos para los momentos decisivos. Dos finales de Euroliga consecutivas para
un equipo que jugaba de ensueño, pero no lograba levantar la Copa en el domingo
de Mayo más importante para el baloncesto de clubes. Habían crecido respecto a
final de Londres, pero seguía faltando un plus de competitividad que otros equipos
si poseían. Saber combinar la excelencia en el juego con la guerrilla subterránea
de codos y “trash talking” era la asignatura pendiente. La derrota en Milán fue
el comienzo de un pequeño pero tortuoso periplo para Pablo Laso representado en
la inaudita imagen de su expulsión del Palau en silla de ruedas, lesionado de
su talón de Aquiles. Tocaba afrontar un duro verano, con constantes rumores
sobre la salida del vitoriano del club, y el gran mirlo blanco, Nikola Mirotic,
de quien se señalaba su falta de entendimiento con un Laso que le exigía más
mordiente en la pista, emprendiendo rumbo a la NBA a lucir la camiseta de los
Chicago Bulls, precisamente el club que supusiera en su momento la primera
aventura estadounidense de quien iba a ser su sucesor en el Real Madrid (y
protagonista de esta entrada), Andrés Nocioni.
No nos engañemos. La llegada de Nocioni (como la de
Laso en su día) no suponía especialmente un estímulo para la afición
madridista. Se iba un jugador con aroma a posible estrella NBA como Mirotic,
cuyo techo aún es desconocido, y llegaba un veterano de 35 años quien posiblemente
ya había vivido sus mejores días como jugador de baloncesto y que no parecía la
primera opción para reforzar una posición que quedaba huérfana con la salida
del hispano-montenegrino. Y es que una vez conocida la salida de Niko, las
miradas se posaron sobre quien por aquel entonces se convertía en MVP de Liga
Endesa, el valencianista Justin Doellman, pretendido por media Europa y quien
finalmente acabaría firmando por el Barcelona. La llegada del “Chapu”
acompañada de jugadores sin excesivo cartel como K.C.Rivers o Jonas Maciulis,
más las dudas sobre los problemas físicos de Gustavo Ayón, no invitaban al
optimismo en el entorno madridista, temores refrendados durante un invierno
insoportable en el que el ruido originado desde las trincheras menos analíticas
y críticas con Laso amenazaba con echar por tierra un proyecto maravilloso que
no sólo no estaba acabado si no que apenas estaba comenzando a andar. Por
suerte para todos los amantes del buen baloncesto, a partir de Febrero de 2015
el equipo experimentó una mejoría hasta el punto de acabar haciendo historia
ganando todos los títulos en juego. Una historia en la que tuvo muchísimo que
ver el “Chapu”…
Imagino que Pablo Laso debió intuir un brillo
especial en la mirada de aquel jugador que con 35 años largos jugaba su primera
Final Four de Euroliga. Nocioni quizás había perdido la agresividad en ataque
de antaño para pelearse en la zona rival (lo cual como otros grandes
supervivientes ha ido compensando con una destacable evolución en su tiro,
siendo el Nocioni actual uno de los triplistas más fiables al servicio de Laso),
pero donde no dudaba en dejarse ni un ápice de su alma era en la propia. La
intensidad defensiva del argentino se convirtió en una de las armas predilectas
de Laso, un factor X que no sólo se limitaba a la propia actividad del jugador
sobre sus rivales, si no que contagiaba a un equipo que no dudaba en seguir a
su compañero a la guerra como quien sigue a un loco maravilloso, como quien
nada hacia la catarata, y por supuesto activaba la grada. Sólo Llull puede
compararse al “Chapu” en esa capacidad para poner en ebullición al Palacio. Su
tapón a Goudelock en el partido de semifinales ante Fenerbahce sigue siendo la
jugada más recordada de una Final Four inolvidable para el madridismo. Mientras
otro de los discutidos, K.C.Rivers, desatascaba el ataque a base de triples, “Chapu”
cerraba el aro y le espetaba un “not in my house” nunca mejor dicho al equipo
de Obradovic. Finalizaba el partido con 12 puntos y 6 rebotes en casi 27
minutos. 18 de valoración. No había alcanzado tales cifras en toda la
temporada, excepto en la victoria en Nizhny Novgorod, de la cual hacía ya cinco
meses, cuando le endosaba 15 puntos y 9 rebotes a los rusos. Repetía valoración
en la gran final ante Olympiacos, pero con cuatro minutos menos en pista, para
convertirse en justo MVP en la primera Final Four de su vida. El buen vino se
guarda para las grandes ocasiones, y Laso descorchó su mejor botella en aquel
Mayo de 2015. Un gran reserva argentino criado en Santa Fe y madurado en
Vitoria. El maridaje perfecto para el plato del título continental.
Nocioni no tenía el tiro de Mirotic, ni sus
movimientos, ni su calidad técnica, ni la capacidad de progresión. Sin embargo
no fue casualidad que tras dos intentos infructuosos en la tercera oportunidad
se alcanzase el cetro europeo coincidiendo con la llegada del argentino y su
MVP. Si quieres ganar títulos pon un “Chapu” en tu vida. Volvió a responder en
los momentos decisivos con unos fantásticos play offs de Liga Endesa, volviendo
a contagiar al equipo en defensa y con un estratosférico 14 de 24 en triples en
todos los partidos por el título y clavando tres triples como tres puñales en
el corazón azulgrana en el Palau para impedir la remontada culé y cerrar las
finales con un rotundo 3-0 a favor de los blancos. El Real Madrid capitulaba la
temporada perfecta y Nocioni se ganaba un sitio en el olimpo del equipo más
laureado de Europa. Laso, Herreros y Sánchez habían acertado. Hasta la llegada
del argentino su equipo era una hermosa criatura de una belleza espléndida y exuberante
pero que a la hora de morder mostraba la ausencia del colmillo. Nocioni se
convirtió en el colmillo de Laso, la pieza necesaria para poder masticar los
alimentos más duros. Otra prolongación más en la pista del técnico vitoriano,
en este caso la emocional, la que iba a ser el punto de ignición para la grada.
Otro doblete la temporada pasada vino a confirmar la
importancia del “Chapu” en el roster madridista. Pese al sufrido camino
europeo, rematado con la ejecución a manos de un Fenerbahce cobrándose la
ventaja del curso anterior, Nocioni seguía dejando muestras de buen baloncesto,
bailando sus últimos tangos con exhibiciones como su partido en Kaunas con un
fastuoso 6 de 6 en triples. Seguía siendo decisivo. En la Copa de 2016 finaliza
con unos porcentajes de ensueño: 3 de 4 en tiros libres, 7 de 10 en tiros de
dos, y 5 de 11 en triples. La madurez de un jugador que sigue dejándose la piel
en defensa pero en ataque sabe seleccionar perfectamente las mejores opciones. El
pasado curso acaba con un demoledor 58 de 118 en triples, entre ligar regular y
play offs. Prácticamente un 50%.
Esta temporada, con un año más en las piernas, y una
competencia brutal en las posiciones interiores, la dosificación del jugador
está siendo mayor que nunca. Ley de vida en un deporte que no obstante ha
evolucionado hasta el punto de que jugadores por encima de los 35 años aún
puedan seguir rindiendo a un magnífico nivel, como ha sido el caso del “Chapu”.
Se despide, como hemos dicho, con una carta que define perfectamente la
personalidad del deportista: un tipo al que no te quieres enfrentar en una
cancha de baloncesto, pero con el que te irías a tomar unas cañas acabado el
partido.
Hace años me hubiera costado imaginar que un jugador
con sólo tres temporadas en la sección de baloncesto del Real Madrid fuese
capaz de aglutinar tantas muestras de respeto y cariño en el momento de
anunciar su retirada, y que incluso el presidente del club blanco le acompañase
en un anuncio oficial cediéndole el palco de honor del Santiago Bernabeu. Una
muestra más de que las cosas han cambiado para bien en el basket madridista,
que vive una auténtica edad dorada desde la llegada de Pablo Laso, un
entrenador que no ha dejado de crecer y de mejorar y que ha sido capaz de
encontrar la pieza que le faltaba para encajar el puzzle en un corajudo “forward”
argentino que venía de ser leyenda en equipo de la ciudad del propio Laso. Y es
que quedará para siempre en el recuerdo que después de haber vestido las
camisetas de Racing, Olimpia, Independiente, Baskonia, Manresa, Chicago,
Sacramento, Philadelphia, Peñarol y selección argentina, el último tango de
este potro salvaje se haya bailado en Madrid.
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