Once años han tenido que pasar para poder ver de
nuevo al Club Baloncesto Málaga, el Unicaja, levantar un título. En la
primavera de 2006 Sergio Scariolo llevaba a los malagueños a ganar su primera
(y hasta el momento única) liga ACB. Eran los mejores momentos del baloncesto
de la capital de la Costa del Sol, con un equipazo comandado por Carlos
Cabezas, Walter Herrmann y Jorge Garbajosa. El año anterior se había conseguido
la Copa del Rey, y cinco años antes la extinta Copa Korac. El Unicaja se
instalaba entre los grandes del baloncesto nacional y casi europeo, y creaba unas
expectativas para el futuro y rodeaba al club de un nivel de exigencia que en
muchas ocasiones ha propiciado que el nivel de análisis con el trabajo
realizado no haya sido justo. Recordemos que hablamos de una grada, la del
Martín Carpena, que llegó a abuchear a Aíto García Reneses cuando fue
entrenador de los malagueños.
Joan Plaza no lo ha tenido fácil. Criticado por el sector
más futbolero de la prensa deportiva (encabezado por grandes “entendidos” en
baloncesto como Antonio Merchán, ejemplo de aficionado metido a periodista que
vive en una constante insatisfacción atizando a diestro y siniestro a cualquier
entrenador que se siente en el banquillo de La Rosaleda o el Carpena, como si
los títulos los regalasen en los kioskos y fuese obligación del club andaluz llenar
las vitrinas de ellos año tras años), ha mantenido al Unicaja en un digno
segundo peldaño del escalafón ACB, siempre detrás de Madrid y Barcelona, pero
peleando con Baskonia y Valencia. En sus cuatro temporadas como entrenador
malagueño ha metido tres veces al equipo en la fase final de la Copa y en otros
tantos play offs por el título (este año parece casi seguro que irán por el
cuarto), siendo semifinalistas en dos ocasiones y a punto de dar la campanada y
eliminar al Barcelona en 2015 (aquel triple decisivo de Navarro en el quinto
partido) En Euroliga estuvieron a un partido de meterse en cuartos de final en
la primera temporada de Plaza, y aún es reciente el recuerdo de la increíble
primera vuelta en la segunda, y el record de imbatibilidad como local. Pero
todo eso no bastaba (ya saben, los de la Play Station) y Plaza siempre ha sido
mirado con lupa por gran parte del entorno malagueño.
Es cierto que manejando buenas plantillas en
ocasiones ha faltado regularidad en el trabajo malagueño. Una regularidad que
parece haber llegado en esta temporada en la que bajan un peldaño en
competición continental, evidenciando la dificultad de jugar Euroliga y ACB a
la vez. La Eurocup ha sido más llevadera, hasta el punto de haberla competido
(y conquistado) sin perder de vista las primeras posiciones ligueras.
El título ganado ayer tiene aroma épico. Sin Dejan Musli,
lesionado y ausente durante la serie final, con factor cancha en contra, entrando
once abajo en el último cuarto, y con Alen Omic expulsado por técnica
descalificante al mediar en una trifulca entre Nedovic y Rafa Martínez (señal
inequívoca de la tensión que se respiraba en el encuentro) Omic, por cierto,
había sido aplaudido por la afición de La Fonteta minutos antes cuando en un
gesto inaudito de “fair play” corrigió al árbitro en un saque de fondo. El
pívot esloveno había sido el último en tocar un balón pero el colegiado no lo
advirtió, y el propio jugador le señaló su error. Ganar, sí, pero no de
cualquier manera.
Fuera quien fuera el vencedor anoche sabíamos que la
Eurocup se vendría para España. Bien la merecía, tanto como el Unicaja, un
Valencia que lleva años haciendo las cosas muy bien y le falta, al igual que
los malagueños hasta anoche, dar ese pasito de conquistar un título. Con un
entrenador “pata negra” como Pedro Martínez, y un buen núcleo de nacionales
(Vives, Martínez, San Emeterio, Oriola), más la experiencia de Van Rossom o
Sato, la madurez de Diot (finalmente anoche tampoco pudo jugar), la
inteligencia de Sikma, y sobre todo el excelso momento de forma de Dubljevic, el
equipo taronja es una de las grandes alternativas al poder establecido
practicando un gran baloncesto. Pero es cierto también que nos produce una gran
alegría el triunfo de Joan Plaza. Es uno de nuestros entrenadores favoritos y
quien sea seguidor de este blog desde sus inicios puede corroborarlo. Estos
días he podido comprobar con agrado como Plaza ha dejado huella en el
madridismo. La mayoría de aficionados blancos iban con quien fuera entrenador del
Real Madrid las tres temporadas anteriores a la llegada de Ettore Messina.
Plaza ganó dos títulos para el club de Concha Espina, la ULEB (lo que
precisamente ahora es Eurocup) y la liga ACB, ambos en su primer año. Dos
títulos en tres temporadas no es un bagaje especialmente exitoso para un club
como el Madrid, pero por encima de los resultados el aficionado madridista
recuerda con agrado aquel equipo dirigido por Plaza y con jugadores como Raúl
López, Bullock, Mumbrú, Hervelle, Felipe Reyes y un joven Llull llegado
precisamente a finales de la primera temporada de Joan en el club. Un equipo
con el que era fácil identificarse dentro de un baloncesto globalizado en el
que hay clubes que cambian más de medio roster de un año para otro. Plaza
devolvió la ilusión al aficionado tras varios años de ignominia, y el cariño
con el que le recuerdan los buenos aficionados debería incluso engrandecer más
la figura del actual técnico, Pablo Laso, con un palmarés que ha demolido todos
los registros anteriores hasta su llegada. El madridismo debe cuidar a
Laso, igual que el Unicaja debe hacer lo propio con Plaza.
Joan Plaza, un técnico que creció y aprendió al lado
de los grandes (especialmente Aíto y Maljkovic) y ahora les puede mirar a la
cara. Una lección de fe realizada desde antes que comenzara el partido, cuando
el entrenador catalán mostraba a sus jugadores un vídeo documental en el que una iguana sobrevivía al ataque de unas serpientes que estaban a punto de
devorarla. Era una metáfora sobre un Valencia favorito y un Unicaja que tendría
que luchar al 200%, pero también una metáfora sobre la propia carrera de Plaza,
tantas veces discutido pero tantas veces saliendo a flote.
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