La noticia de la desaparición física de Kobe Bryant
ha sacudido de tal modo los cimientos del mundo baloncestítico que creo que
todos los que amamos este bendito deporte padecemos ahora mismo similar estado
de shock. Un estado que nos impide expresar todo lo que supuso la figura de
Kobe para nosotros pero que a la vez nos empuja a contarlo. No tener fuerzas
para encontrar las palabras, pero sufrir tanto dolor como para buscarlas desesperadamente.
No queremos en esta entrada glosar la figura deportiva de La Mamba Negra, ya de
sobra conocida, y cuyas algunas de sus hazañas ya han sido humildemente
constatadas en este blog. Un repaso a la carrera de uno de los mayores genios
de la canasta nos llevaría días de trabajo, y ojalá algún día dispongamos del
tiempo necesario para ello, en ese constante redescubrimiento de las leyendas al
que siempre se ve obligado el aficionado, escudriñando en la genealogía mitológica
que transcurre desde Mikan hasta Doncic, siempre volviendo la vista atrás
valorando el camino andando pero sin dejar de sorprenderse por las nuevas
hazañas de los recién llegados.
En esa genealogía Kobe encuentra lugar nada menos
que como sucesor real de Michael Jordan. Su único heredero por estilo de juego,
posición y ascendencia en la cancha. Esa búsqueda constante de la mejor liga
del mundo en encontrar un nuevo Rey Midas que disparase las audiencias funcionó
como trituradora para muchas carreras espléndidas que sin la alargada sombra
del escolta de Brooklyn hubieran sido juzgadas con mayor benevolencia por el
aficionado. Sólo Kobe pudo aguantar la comparación, pero porque sólo Kobe
moldeó su perfil de jugador buscando descaradamente la copia de “Air” Jordan. Los
antepasados de Iverson, Duncan, Shaquille, LeBron, Curry o Durant habría que
buscarlos en otras figuras, quizás en los Maravich, Jabbar, Oscar Robertson, “Magic”,
Bird o Karl Malone, pero difícilmente en Jordan. Con Kobe encontramos una
fotocopia obsesiva, misma estatura, físico similar, igual posición en la pista,
movimientos fotocopiados incluso hasta en la expresividad corporal y gestual. Justo
es reconocer que pese a que Kobe no llega al nivel depredador de Jordan en
cuanto a tiranía en la liga (y casi diría que es de agradecer para el
espectador imparcial, preferible de disfrutar de una competición más abierta en
candidatos… aunque siempre nos quedará la duda de hasta donde podían haber
llegado los Lakers del binomio Kobe-Shaq si no hubiese estallado la inevitable
lucha de egos entre ambos) si llega a superarle en algunos aspectos
estéticos.
Y es que ya que como decimos esta no es una entrada
para desentrañar la exuberante carrera de Kobe, y por otro lado nunca nos hemos
considerado resultadistas, queremos recordar el valor casi poético de la figura
del escolta angelino, quien firmaba en la pista movimientos imposibles y llevó
hasta la perfección ese “fade away” tantas veces imitado posteriormente. Porque
más allá de los cinco anillos de campeón, dos MVP de las finales, su MVP de
liga regular, los cuatro del All Star Game o sus dos oros olímpicos, para mí siempre
figurará en el particular olimpo de mi memoria incrustado en mi retina como esa
hipnótica Mamba Negra dispuesta a morder a su rival elevándose majestuosamente
con esa perfecta e indefendible caída hacia atrás donde no puede llegar la mano
del defensor. El último “fade away” de Kobe finalmente es el que le ha hecho
traspasar el definitivo umbral que separa al hombre del mito. Eterno.