martes, 3 de diciembre de 2019

30 AÑOS SIN EL HOMBRE... 30 AÑOS CON EL MITO




Las tres décadas que se cumplen hoy del fallecimiento de Fernando Martín es una de esas efemérides que lejos de hacernos sentir viejos parecen congelar el tiempo, grabando para siempre en el recuerdo aquella tarde de Diciembre en la que el destino convirtió en leyenda al hasta aquel momento jugador más importante e icónico en la historia del baloncesto español. Un accidente mortal que unió en el dolor a toda una generación de aficionados de este país, entre ellos un adolescente de la ciudad de Ponferrada que había instalado en su panteón particular a jugadores como el propio Martín, Iturriaga o el carismático “Chechu” Biriukov y que a sus 16 años no fue ajeno al luctuoso hecho de la pérdida del coloso madrileño.


A finales de los años 80 la televisión de la comunidad autónoma de Galicia ya se había introducido felizmente en la mayoría de los hogares bercianos, siendo uno de los canales favoritos de la zona, comprensible debido a la afinidad geográfica-sentimental entre la comarca leonesa y el pueblo gallego. La TVG servía además de estupendo complemento a la a veces roma programación deportiva de la televisión estatal (recordemos que las cadenas privadas no comienzan a emitir en España hasta 1990), especialmente para los amantes del baloncesto (de hecho está documentado que la primera retransmisión deportiva del canal autonómico gallego es nada menos que un Boston Celtics-Los Angeles Lakers correspondiente a las finales de la NBA, imagino que de 1985, año en el que echa a andar la cadena), y dentro del menú de la programación habitual siempre podíamos disfrutar de un encuentro de liga ACB cada fin de semana.


El primer fin de semana de diciembre de 1989 el partido elegido era el Real Madrid-Cai Zaragoza previsto para la tarde del domingo 3 de Diciembre. Aquel Real Madrid de George Karl, envuelto ya para siempre en malditismo, trataba de reponerse de la ignominiosa fuga de Drazen Petrovic a la NBA, puñalada trapera en toda regla por parte del genio de Sibenik, con una apuesta que se antojaría arriesgada como era la de un joven (no llegaba a los 40 años) técnico estadounidense desconocedor de nuestro baloncesto y quien siempre estuvo bajo sospecha por parte de la prensa, afición y directiva. El bueno de Karl acabaría siendo uno de los mejores técnicos en la NBA, pero sus accidentadas dos etapas en el Real Madrid (volvió en 1991) no son precisamente lo mejor de su carrera. Claro que hay que incidir en que la temporada 1989-90 no pudo ser más aciaga para el conjunto blanco por temas que escapaban a la competencia del entrenador estadounidense.


Aquella fría y lluviosa tarde de un otoño ya invernal el joven aficionado berciano del que habíamos hablado esperaba ansioso el partido entre el Real Madrid de su ídolo Biriukov frente al Cai Zaragoza de Mark Davis y Belostenny, mientras preparaba con desgana un examen que le esperaba al día siguiente de lengua y literatura. Ya bien pasado el mediodía y encarando la tarde comenzaba a dispararse el rumor de un gravísimo accidente de tráfico en el que podría estar involucrado un jugador de la sección de baloncesto del Real Madrid. La televisión autonómica convertía entonces lo que debía haber sido una animosa previa deportiva en una terrible historia de insoportable suspense, con los jugadores del equipo blanco llegando uno por uno al Palacio de Los Deportes de la comunidad de Madrid y recibiendo la noticia de que uno de los suyos se había visto implicado en un suceso que a medida que pasaban los minutos cobraba mayor gravedad y se daba por segura la consecuencia mortal del mismo. Los hombres de George Karl se miraban a los ojos descartándose los unos a los otros de la particular ruleta rusa en la que se había convertido aquella tarde de domingo. A alguien le había tocado, ¿pero a quién?


Había dos jugadores lesionados que no iban a participar en aquel encuentro pero acudirían al pabellón para estar con el equipo. El propio Fernando y el escolta Quique Villalobos, quien cumplía su segundo año en el club blanco. Cuando Villalobos aparece por el vestuario blanco ya no hay duda. El baloncesto español y el Real Madrid perdían a su gran estandarte, a su pionero, al jugador que fue capaz de sacrificar parte de su carrera como internacional (la dejó en 86 partidos con la elástica española y dos platas, europea y olímpica) por jugar en la NBA cuando la normativa FIBA impedía que los profesionales de la liga estadounidense participasen con sus selecciones nacionales. 27 años, una de las mejores edades para el deporte del baloncesto, abriendo de par en par las puertas de la eternidad y envolviendo su adiós en el malditismo del peculiar “club de los 27”, como aquellas estrellas del rock que hicieron caso al lema “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver” (Brian Jones, Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin, Kurt Cobain o Amy Winehouse, todos ellos tuvieron la particularidad de dejarnos prematuramente a la misma edad de 27 años)


El joven aficionado berciano rompía en lágrimas junto a todo el deporte español y el examen del día siguiente pasaba a segundo plano. Nada podía mitigar aquel dolor que desgarraba el alma del club más laureado del continente europeo, incapaz a partir de entonces de levantar cabeza e inaugurando una serie de años realmente negros en la sección baloncestística del club de la capital de España. Eso de que el deporte es lo que más importa dentro de las cosas que no importan cobraba tintes de auténtica desdicha. El baloncesto español nunca volvería a ser el mismo. Ya nada volvería a ser igual. Aquellos ídolos del parquet, superhéroes vestidos de corto, eran realmente de carne y hueso. Eran, por tanto, tan mortales como pudiera serlo el vecino del tercero.




La portada que nunca hubiéramos querido ver en nuestra revista favorita.




Aquel joven aficionado como habrán imaginado era yo, y este pequeño relato personal es una simple gota en el océano que supuso el duelo para toda nuestra generación, unidos para siempre por un hecho tan luctuoso.


A estas alturas casi resulta anecdótico recordar a Fernando Martín como el primer español en la NBA, claro que vaya anécdota. Baste señalar que hubieron de pasar nada menos que 15 años, hasta la llegada de Pau Gasol a Memphis, para ver a otro de nuestros compatriotas en la mejor liga de baloncesto del mundo. Pero resulta anecdótico porque más allá del dato histórico queda la esencia de un jugador irrepetible, pionero, vanguardista y rompedor no sólo en quebrar las fronteras con el baloncesto profesional norteamericano, si no en un estilo de juego absolutamente insólito para los jugadores interiores españoles de la época (sólo Rafa Rullán, dotado de una técnica exquisita y un buen tiro de media distancia, pareció romper moldes), alejado del prototipo de pívot tosco sin capacidad de supervivencia y apenas influencia fuera de la zona, Martín celebró la llegada de la línea de tres puntos al baloncesto para convertirse en el primer pívot español al que no le era ajeno lanzar desde la larga distancia. Tampoco era raro verle correr el contraataque, botar el balón de cara al rival, y en definitiva mostrar recursos técnicos más propios de bases o aleros. En definitiva, un pívot moderno que venía a anticiparnos el baloncesto que estaba por venir.


Tampoco podemos olvidar, evidentemente, su carácter indómito y su pelea, su espíritu de lucha representado de manera más diáfana que ninguna otra en sus icónicos duelos con el barcelonista Audie Norris, su más querido enemigo y quien lloró su muerte como si de un propio compañero se tratase. El inolvidable emparejamiento Martín-Norris ha quedado grabado de manera ineludible en la retina de los buenos aficionados como representación de la rivalidad Real Madrid-Barcelona de la década de los 80 dominada por las plantillas de Lolo Sainz y Aíto García Reneses.


Hace 30 años toda una generación de aficionados españoles perdió a su mejor jugador. Al hombre, al pionero, al Moisés que había abierto las particulares aguas del Mar Rojo de la NBA. Pero han sido 30 años en los que el mito no ha parado de alimentarse, y que así sea, que sigamos disfrutando del hecho de ser uno de los países absolutamente referenciales en el deporte del baloncesto, y que sigamos recordando que sobre las hercúleas espaldas de Fernando Martín se labró gran parte de la leyenda de nuestras canastas.




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