Comenzaba la preparación de la selección absoluta
esta semana en Tenerife, la España “A” (en las semanas anteriores otro
combinado del que salieron Sebas Saiz, Diop u Oriola había disputado sendos
partidos ante Israel), con 16 jugadores y la idea por parte de Sergio Scariolo
de ir descartando algún nombre una vez abandonada la isla. Lo que no podía
sospechar nuestro seleccionador es que los descartes no iban a ser producto de
sus decisiones, si no del maldito azar.
Primero conocíamos la noticia de que Ilimane Diop veía
truncadas sus opciones (peleaba con Oriola por ocupar la plaza interior que
deja libre Mirotic) de pasar el corte debido a una lesión en el cuádriceps. Al
no tratarse de un peso pesado del equipo, sino de un jugador joven cuya
aportación, de llegar al Europeo, posiblemente no pasase de ser testimonial, el
cuerpo técnico decidió no correr riesgos. Hasta ahí todo normal. Entre varios
jugadores luchando por uno o dos puestos hay que apostar por el que, dando por
sentada la calidad del baloncestista, esté en mejor forma.
Pero el cataclismo llegó en la jornada de ayer.
Corría el ecuador del primer cuarto del partido que enfrentaba a nuestra
selección frente a la Bélgica de Axel Hervelle cuando Sergio Llull intentaba un
cambio de ritmo ante el exterior rival Lecomte. Un mal gesto en su pisada le
llevaba al suelo profiriendo alarmantes de dolor. Las imágenes nos hacían
recordar otras terribles infortunios que acabaron en gravísimas lesiones que en
muchos casos han truncado las carreras de excepcionales baloncestistas.
Personalmente se me vino a la cabeza la lesión de Ricky Rubio en Marzo de 2012
cuando defendía a Kobe Bryant, y en efecto el resultado ha sido el mismo: la
tan temida rotura de ligamento cruzado anterior. Al menos seis meses de
baja.
Cuesta expresar con palabras lo que sentimos todos
los aficionados al baloncesto anoche. Desde aquella lesión de Ricky ya
comentada no me sobrecogía tanto una imagen, y es que tanto en el caso del base
de El Masnou como en el del Aeroplano de Mahón hablo de dos de mis jugadores
favoritos, de quienes más me hacen disfrutar a la hora de ver un partido de
baloncesto. Fue una noche jodida. Algunos quizás piensen que exagero, pero
imagínense que les dicen que durante un año no van a poder ver ni escuchar a su
grupo musical favorito, por ejemplo, ni ver su serie de televisión favorita,
¿no sería un drama? Si hay un dramatismo del que procuro huir es el de los
resultados. A mí lo que me importa de verdad es disfrutar. Si en mano
estuviera, como madridista, firmaría que mi equipo no ganase un solo título la
próxima temporada pero que Llull pudiese jugar todos estos meses que va a estar
lesionado. Y es que no hablamos de una lesión cualquiera. Jugadores como
Derrick Rose saben bien el impacto que una rotura de ligamentos tiene en tu
carrera, física y psicológicamente. En el caso de Llull hablamos de un jugador
en plena madurez, que llevaba dos años a un nivel escandaloso y posiblemente
siendo el mejor jugador del baloncesto FIBA en la actualidad. En ese sentido la
lesión no cortará su progresión, la cual ya parecía completa (aunque a veces
hemos tenido la sensación de que Llull no conoce techo), pero este nivel
superlativo alcanzado a sus 29 años, fácilmente pudiera haber sido prolongado
hasta los 33 o 34 de no mediar lesiones de por medio. Es una incógnita que
Sergio Llull veremos dentro de unos mesese, en su retorno a las canchas. Echando
la vista atrás recuerdo el curioso caso de mi admirado Chechu Biriukov,
lesionado de gravedad de la rodilla en 1990 y que a su regreso nos sorprendió
siendo un jugador físicamente más fuerte, más metido en la zona y jugando al
poste, y menos prolijo en aquel peculiar lanzamiento de tres que tanto nos
enamoraba.
Pensando en el futuro inmediato, el marrón para
Scariolo es considerable. Una de sus piezas maestras fuera del Eurobasket. Aquel
chaval que en 2009 recibía la total confianza del italiano en su primer verano
con la selección, con aquel comentado final de partido ante Turquía, ocho
después se presentaba como la gran estrella exterior de España. El palo fue tan
gordo que el equipo español quedó, como el resto de los aficionados, tanto los
presentes en el Santiago Martín como los espectadores de Teledeporte, en
auténtico estado de shock. Un estado de shock aprovechado por Bélgica para
pasar por encima de nuestros jugadores en un partido donde el resultado fue lo
de menos. Ni siquiera hubo ganas para festejar la hazaña de Navarro, superando a
Epi como jugador con más internacionalidades absolutas.
Poco tiene donde elegir ya nuestro seleccionador.
Aún no hay lista oficial, pero todo parece indicar que nuestro roster
definitivo será el de Vives, Ricky, Chacho, Navarro, San Emeterio, Sastre,
Abrines, Pau, Marc, Willy, Juancho y Oriola. Aunque escuchando las
preocupaciones defensivas de Scariolo, guardemos un voto de confianza a la
posibilidad de que Rabaseda, jugador abnegado en tales tareas, pueda llegar al
Eurobasket.
Y pensando a medio plazo, la afición madridista se
enfrenta al abismo. Sin su jugador estrella, su líder absoluto, su referente
anímico y emocional, el hombre de las canastas imposibles y con quien mientras
esté en pista no hay un partido perdido. Doncic y Campazzo (de quien todavía no
se ha oficializado su presencia en el primer equipo el próximo curso, a la
espera de que reciba su pasaporte español) no parecen suficientes para soportar
el peso de toda una temporada tan cargada de partidos (y partidos exigentes) como
la que le espera al Real Madrid. Urge fichar, pero no es tan fácil. La
imposibilidad de pujar por Sergio Rodríguez demostró que el club blanco mide su
presupuesto, por lo que una estrella de primerísimo nivel (que además no ocupe
plaza de extracomunitario, salvo que se pretenda volver a dejar a Thompkins
fuera de ACB) parece inviable. Bajo mi muy personal opinión creo que la mejor
opción para el Madrid sería intentar hacerse con los servicios de algún joven
base nacional que conozca la ACB, que no necesite disponer de “minutadas”, y
que se adapte al estilo de Pablo Laso (¿Jaime Fernández?)
Sea como fuere, y especulaciones al margen, sólo hay
una realidad: los aficionados salimos perdiendo con la baja de un jugador que
nos hacía levantarnos constantemente de la butaca.
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