A menos de dos semanas del comienzo del Mundial de
baloncesto 2019 en China, no cabe duda de que gran parte de nuestras
expectativas de éxito recaen en la figura de un pívot colosal que llega con la
vitola de nada menos que campeón de la NBA. Marc Gasol emerge como principal
(pero no única) figura de una selección renovada en la que por primera vez
desde los JJOO de Sidney del año 2000, es decir, por primera vez en este siglo,
concurrimos sin ningún integrante de la generación conocida como los “Juniors
de oro”.
Pero hablar de Marc es hacerlo de un personaje que,
al igual que sucede con su hermano Pau, trasciendo el mero ámbito
baloncestístico. Los hermanos Gasol se han convertido en referentes y
embajadores de nuestro país, personalidades cuyos actos y opiniones merecen ser
tenidos en cuenta y ejemplos de que el éxito no debiera ser motivo para vivir
de espaldas a la realidad. Acostumbrados a lidiar en las zonas de la NBA, donde
lo que se reparten no son caricias y abrazos precisamente, Pau y Marc andan
sobrados de carácter para entender, por difícil que parezca (y lo es) cual debe
ser el camino más recto y el comportamiento correcto. No pretendemos tampoco
investirlos de ninguna autoridad moral que a buen seguro ellos mismos
rechazarían, pero si reconocer en su justa medida que hablamos de sujetos que
van mucho más allá del tópico del deportista de discurso limitado y escaso
verbo.
El pasado verano de 2018 ofrecía un panorama un
tanto desangelado para el aficionado, ya que por primera vez desde 1950 (cuando
comienza la Copa del Mundo de baloncesto y con ello todos los veranos nos
aseguramos tener baloncesto de selecciones bien por el citado mundial, Juegos
Olímpicos, o europeo bianual) nos quedábamos sin un gran torneo internacional,
con el cambio de los europeos a una periodicidad de cuatro años y el paso de
los mundiales a años impares. Un verano de asueto en el que nuestros jugadores
aprovecharon para pasar más tiempo con los suyos, mejorar fundamentos del
juego, o conocer de primera mano algunas de las realidades más crudas del mundo
en el que vivimos. Fue el caso de Marc Gasol y su enrolamiento en Proactiva
Open Arms, en particular en el barco Astral al que se subió en Julio de 2018
para surcar ese Mediterraneo convertido en una auténtica tumba para tantos
seres humanos que se juegan la vida intentando llegar a Europa precisamente
porque no tienen absolutamente nada que perder empujados por el hambre, la
miseria, o las desgracias de las numerosas guerras civiles que siguen
aconteciendo en África y Oriente Medio. Concretamente el mediano de los Gasol
participó en el rescate de una mujer aferrada a un trozo de madera después de
que se hundiese la embarcación hinchable en la que viajaba. Otra mujer y un
niño, compañeros de viaje de la rescatada, no tuvieron tanta suerte y cuando
Marc y el resto de voluntarios llegaron a su encuentro ya eran cadáveres. No
resulta difícil imaginar que incluso un hombretón de dos metros y dieciséis centímetros
que ronda los 120 kilos de peso como el de Sant Boi, quien se ha partido la
cara contra los más grandes pívots europeos y mundiales de los últimos tiempos,
sintiera el punzante escalofrío de la realidad del drama de la inmigración en
su vertiente más mísera, la de quienes no pueden siquiera costearse un billete
de avión para abandonar su país.
Marc confesaría que su motivación para unirse a la
causa del Open Arms le llegó, como a tantos otros, después de ver la terrible
imagen del niño sirio Aylan Kurdi de tan sólo tres años de edad muerto y
ahogado boca abajo, abrazado al sueño eterno, en las costas de Turquía. Era
Septiembre de 2015 y aquella imagen dio la vuelta al mundo desnudando las vergüenzas
de una sociedad occidental empeñada en mirar hacia otro lado. Líbreme Dios de
querer hacer política con esta entrada del Tirador, ya que precisamente
considero que asuntos relativos a la humanidad poco tienen que ver con
ideologías y no deben entenderse en esas ridículas dicotomías de izquierdas y
derechas. Lacras como la xenofobia y el racismo no son exclusivos de ninguna
siga política si no que tienen más que ver con la escasa humanidad de algunos
individuos, pero no podemos menos que denunciar como viejos populismos nacionalistas
propios de la Europa de la primera mitad del siglo XX (de cuyas guerras y
barbaries parece que no hemos aprendido nada) están llevando a la población a
comprar ingentes dosis de discursos del
miedo. No se trata de seres humanos si no de potenciales terroristas o
violadores. Tampoco es un drama relativo a la pobreza y a la guerra si no
simplemente un negocio de trata de personas. No puede caber solidaridad
internacional cuando conduce al suicidio de nuestro viejo continente y la
muerte de su identidad. Ese es el discurso con el que buscan justificarse y
convencerse a sí mismos quienes quieren cerrar Europa a los refugiados. Todo
con un cinismo y una hipocresía que les lleva a afirmar que no tienen nada
contra esas gentes, al contrario, pero que sus problemas los arreglen en su
casa. Como el homófobo que sin ningún pudor afirma no tener nada contra los
gays… pero no tolera ver a dos hombres mostrando su cariño en público y les
conmina a volver al “armario”. Y mientras la espiral de retroceso continúa. Cuando
se vislumbraba la posibilidad de unas próximas generaciones de ciudadanos
concienciados con temas tan sensibles como el feminismo, los derechos de las minorías
étnicas y sociales, la convivencia con el mundo animal, el medio ambiente, la
lucha contra el hambre y la pobreza a nivel global o la solidaridad
internacional por encima de las fronteras, o quizás precisamente porque
contemplábamos que por fin pudiésemos hablar de un mundo mejor en el futuro, se
han levantado enormes trincheras de intolerancia y racismo empeñadas en
derribar toda esa ilusión, volviendo a un discurso rancio, casposo y caduco en
el que hay que juzgar a las personas por su lugar de nacimiento, color de la
piel, religión o sexualidad. Y así, divididos de este modo, mucho mejor
controlados y sumisos. Divide y vencerás.
Este verano Marc no se ha subido a otro barco que el
de la selección de Sergio Scariolo, pero ha sido una de las muchas voces que
han clamado de indignación por la vergüenza de la actual situación del Open
Arms frente a las costas de Lampedusa, donde un totalitario en la mejor
tradición comunista y fascista (de la que nos consta es seguidor) llamado Matteo
Salvini se erige por encima del derecho internacional y del deber de socorro,
ya que como buen totalitario él está por encima de las leyes. En el caso de
Marc hablamos de una voz autorizada por haber vivido esa realidad de primera
mano. En unos días le veremos batirse en las canchas y partirse el pecho por
los colores de nuestro país, jaleado a buen seguro por epatadores de pacotilla
que desde las redes se instalan en las trincheras retrógradas antes
mencionadas. A ellos también les representará Marc, porque a su diferencia,
muchos otros sí que creemos que en este mundo cabemos todos, aunque no todos muestren
al prójimo que sufre los brazos abiertos como Marc Gasol.
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