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viernes, 8 de diciembre de 2023

IN-SEASON TOURNAMENT, PRIMERA PÁGINA EN UNA NUEVA HISTORIA

 






No ha quedado mala final para la primera edición del In-Season Tournament, personalmente hubiera preferido un Milwaukee-Lakers por ver un Anteto vs. LeBron que, cosas mías, son posiblemente los dos jugadores actuales a los que tengo más aprecio y simpatía (con LeBron son ya 20 años, claro), curioso que siendo Indiana quizás el estado más devoto de este deporte, algo así como la Lituania de Estados Unidos, su único equipo de baloncesto profesional nunca ha ganado la NBA, aunque fuera la franquicia más laureada de la extinta ABA (ganaron tres ediciones de las nueve disputadas en aquella liga tan loca y peculiar) y si han campeonado en la conferencia Este, en el año 2000, perdiendo las finales por el anillo precisamente ante los Lakers de Shaq y Kobe que comenzaban así su particular trilogía de tres títulos consecutivos antes de que la lucha de egos entre el pívot y el escolta provocase la salida de O'Neal hacia Miami después de perder las finales de 2004 ante Detroit (¡ay, qué tiempos aquellos para la MoTown!), curiosamente el primer título ABA de Indiana Pacers fue ante un equipo angelino, los Stars, que acabarían asentándose años después en Utah. Otra curiosidad sobre Indiana, o más concrétamente su capital, Indianapolis, sede de los Pacers. El único mundial de baloncesto disputado en Estados Unidos fue en esa ciudad, en el año 2002, con aquel triste (para ellos) partido de cuartos de final ante lo que todavía se llamaba Yugoslavia (aunque eran todos serbios, excepto creo el montenegrino Drobjnak) en un Conseco House con más aficionados balcánicos que estadounidenses en las gradas. Ni el misticismo de Indiana consiguió que Estados Unidos pudiera tomarse un serio un torneo internacional de selecciones que no fueran unos Juegos Olimpicos. Sobre estos Indiana, posiblemente sea el equipo más atractivo de ver ahora mismo, los herederos (salvando todas las distancias) del baloncesto de ritimo alto y tiro rápido en cualquier situación buena, sin necesidad de juego interior, más allá de Turner, pero con unas posibilidades en bases y aleros superior a cualquier otro equipo. Por encima de todo Halliburton, claro, un killer capaz de reventar partidos, producir estadísticas, y cargarse a los presuntamente dos mejores equipos del Este, Boston y Milwaukee, pero también un jugador que mejora todo lo que tiene a su lado... podemos tomar el caso de Obi Toppin, otro jugador totalmente distinto al que era en Nueva York cuando se ha puesto al lado de Halliburton... y en sentido inverso, el caso de un Chris Duarte que ni por asomo en Sacramento recuerda al jugador que sorprendió en Indiana. Y por supuesto el otro gran nombre es el de Rick Carlisle, uno de esos ejemplos de "adaptación al medio", ya no es cuestión de recordar una de las carreras más exitosas en los banquillos NBA cuyo punto culminante es el anillo con Dallas en 2011, frustrando el primer asalto al título del Miami de LeBron, Wade y Bosh, es que simplemente podemos recordar su anteior etapa en Indiana, aquel 2004 con el mejor record de la temporada (61-21) cayendo en finales de conferencia ante los Pistons a la postre campeones y aquello era un baloncesto totalmente distinto, granítico, espeso, duro, de músculo atrofiado donde la muñeca de Reggie Miller era como una flor capaz de crecer en medio del cemento... eran los últimos años del hormigón armado, cuyo epílogo sería meses después. Si la matanza de Cielo Drive por parte de la Familia Manson fue el fin del "sueño americano", la trifulca en Noviembre de 2004 en el Palace de Auburn Hills entre Detroit e Indiana, fue el paroxismo de un baloncesto que ya resultaba insoportable y que sólo pueden reivindicar nostálgicos de escaso criterio que (quizás afortunadamente, y allá ellos), dejaron de seguir este bendito deporte. Carlisle fue testigo de primera mano, todavía en el banquillo de Indianapolis. y habiendo comandado dos años antes el de los de Michigan. Eso era Carlisle, aquel Este puro y duro de Riley convertido al lado oscuro primero en Nueva York y posteriormente en Miami. Ni hablar de "showtime". Nada que ver con estos Pacers actuales que lideran la NBA en todas las estadísticas ofensivas, empezando, claro, por puntos por partido, nada menos que 128.4, pero ojo que en una liga tan constricta en este tipo de números, sacarle casi seis puntos a los segundos (los 122.7 de Atlanta) es una burrada. De hecho te tienes que remontar a la diferencia entre Houston en el puesto 25 (110.1 puntos por partido) y Detroit en el 26 (108.8) para encontrar la siguiente mayor difrencia, 1.3 puntos por partido... Indiana lidera sacándole 5.7 puntos por partido al segundo equipo más anotador. Encajan 119.9, claro, el tercer peor equipo encajando puntos, aunque su net rating, la difrencia de ratio entre ataque y defensa, novenos con +3.4. Horribles en el rebote, penúltimos, sólo Washington rebotea menos que ellos. Y con todo sigue siendo el equipo que más apetece ver. Porque además verlos obliga a olvidar a esos números atrás, porque no conceden nada, porque encajan y pierden rebotes pero los luchan. Por eso nadie les ha echado de la pista, excepto Boston en la cuarta jornada, con esa escandalosa derrota por 51 puntos (en un partido en el que no estaba Halliburton, por cierto), el resto de sus ocho derrotas ninguna se ha ido por más de la decena de puntos.

 

Sobre Lakers, bueno, está LeBron, y ya sólo eso me hace tifar por ellos. Son 21 años así. Independientemente del hype de su llegada, sólo comparable que yo pueda recordar al de Wembanyama, a mí un tío me gana cuando, valga la redundancia, literalmente me gana. Los primeros play offs de LeBron en 2006 ya eran un aviso, nos lleva a siete partidos a aquellos Pistons que nos sabíamos de memoria (Billups- RIP Hamilton-Prince-Rasheed-Big Ben) Al año siguiente nos pasa por encima. Con 2-2 en el quinto partido nos mete 48 puntos, y a mí sólo me queda rendirme ante el Rey. Es cuando juega sus primeras finales, en las que San Antonio les barren, pero nos deja esa foto con Tim Duncan abrazándole y diciéndole algo así como “tranquilo, te vas a hartar de jugar finales”. Y así ha sido durante más de dos décadas aguantando un “haterismo” incomprensible. Nunca he visto un jugador de una calidad semejante que ante cualquier nueva hazaña alguien la pusiera en duda, hablase de Jordan, de la escasa calidad de las defensas, o cualquier argumento de trampas al solitario que quien quiera pueda hacerse para negar la realidad palmaria de que cada día que LeBron James pisa una cancha de baloncesto asistimos a historia de este deporte. ¿Qué sentido tiene ponerse en ese bando negacionista?, ¿qué más tiene qué hacer este señor para ganarse algo parecido a un respeto unánime, a un consenso cuándo su juego y carrera no ofrece dudas para cualquiera que tenga ojos y cerebro?

 

Y bueno, finalmente llegan a la final los dos equipos que se clasificaron como primeros para la ronda final de este novedoso torneo, y ambos con matices diferentes. Lo de Indiana ha sido consecuencia de su juego, jugando como lo están haciendo ese, primero 3-0 que les clasificaba matemáticamente como primer equipo del Este en hacerlo, y luego 4-0 para hacerlo como primero de grupo con factor cancha, no debería sorprender. Consecuencia de un juego y de un proyecto ya consolidado (ahí están los pocos minutos de su rookie estrella, Jarace Walker… pero es que los años en los que fogueaban a los jóvenes ya pasaron, y ahora que se suba quien pueda, como supo subirse Mathurin una temporada pasada en la que hasta las últimas jornadas tuvieron opciones de play-inn, y así es como crecen los jugadores, no acostumbrándoles a perder por 30 puntos en base a insoportables reconstrucciones y “process” que tanto estamos sufriendo desde hace años los seguidores de Detroit), mientras que Lakers, con idéntica trayectoria (primer equipo del Oeste en ponerse 3-0 y asegurar pase a cuartos, y posteriormente cerrar invictos), han sabido seleccionar esos partidos en el calendario, alternando esas cuatro victorias con derrotas por paliza ante Philadelphia u Oklahoma City. Hoja de ruta de un equipo veterano que sabe dosificarse y reservarse para las grandes citas, porque desde luego no tienen el futuro de Indiana.

 

Lo dicho, no ha quedado mala final para la primera edición del enésimo nuevo invento de la mejor liga del mundo.


domingo, 4 de junio de 2023

EL LADO OSCURO DE LA FUERZA

 


El Palpatine de la NBA



La NBA de 2023 sigue gozando de una espléndida salud, la de un baloncesto renovado nacido de la revolución de 2001, tras la temporada con menor anotación desde 1955 y peor porcentaje de tiro desde 1969. Fue entonces cuando David Stern puso en manos de un comité presidido por Jerry Colangelo la salvación de un deporte que moría asfixiado por un músculo que atrofiaba el talento y en el que se abusaba del uno contra uno y el aclarado. Llegaron las defensas zonales, la penalización del “hand checking”, y el cambio de regla de “defensa ilegal” por los “tres segundos defensivos”. Después de unos 90 todavía intoxicados por el extraño magnetismo de los Detroit Pistons de finales de los 80 y de la dictadura de Jordan en el aclarado, con un baloncesto de ataque que de manera muy simple se llegaría a resumir en “dos jugando y ocho mirando”, el juego volvió a sumergirse en el vértigo y la rápida circulación de balón y una presión para el espectador de no poder apenas pestañear porque se iba a perder algo en ese segundo que sus ojos apartasen la vista de la cancha. La revolución se hizo visible especialmente a través de los Suns de D’Antoni y Steve Nash y su filosofía de “seven seconds or less”. Uno de esos equipos que a pesar de situar su particular Rubicón en las finales de conferencia (viviendo en un contexto frente a rivales tan formidables como los Lakers de Kobe primero con Shaq y posteriormente con Pau, los Mavs de Nowitzki y sobre todo su gran bestia negra que fueron los San Antonio Spurs con Popovich dirigiendo el más grande “big three” de la historia) merecen un lugar en los libros de historia por su influencia en el juego, como reverso luminoso del oscuro reverso que fueron, a su pesar, los Bad Boys de Daly del “showime” de los Lakers de Pat Riley, a la sazón los grandes rivales de Detroit en su lucha por el anillo una vez fueron capaces de superar a los Celtics de K.C. Jones, equipo históricamente recordado como ejemplo de brillo y espectáculo pese a que gran parte de su éxito estaba más basado en la dureza cercana a sus rivales de Michigan que al “flying circus” que representaban aquellos Lakers en los que “Magic” Johnson lanzaba pases de béisbol a un James Worthy que recibía a media pista para acabar hundiendo el balón en la canasta rival.

 

Si los 80 encuentran su imagen más icónica en los duelos Boston-Lakers y en la rivalidad “Magic”-Bird, justo es también recordar las enormes diferencias de estilo entre unos y otros, resultando los angelinos la parte más idealista, incluso nihilista del juego, frente a la visceralidad céltica. La jugada definitiva para entender esta diferencia la podemos encontrar en el estacazo de Kevin McHale a Kurt Rambis en las finales del 84. Una de las acciones más sucias de toda la historia del baloncesto con el añadido de que McHale era un talento superlativo, estrella universitaria de impacto inmediato en la liga y número 3 del draft de 1980, el mismo año en el que Rambis tenía que esperar a la tercera ronda para ser elegido en el número 58 por los New York Knicks, quienes le cortan en pretemporada teniendo que emigrar a Grecia, de donde procedían sus ancestros, antes de convencer a unos Lakers a los que llega con el rol de jugador defensivo, de obrero en la zona. La imagen del talentoso McHale atizando al abnegado Rambis confirma el paradigma de uno y otro equipo y la realidad de que la bandera del espectáculo la enarbolaban los de California.


Los Angeles Lakers del “showtime” de los 80, ideados por ese niño grande que era Jerry Buss, encontraban su rostro más allá de los pases mirando a la grada de “Magic” en la figura del dandy Pat Riley. Más de cuatro décadas después, y pese a los Jordan, Stern, Jackson o Popovich, es difícil pensar que haya una figura más relevante en la NBA desde los años 80, con una mayor continuidad y capacidad de adaptación al medio y espíritu de supervivencia que la del maquiavélico ex –jugador, entrenador y directivo neoyorquino.

 

Estrella universitaria, titular indiscutible en los Kentucky Wildcats del controvertido Adolph Rupp (sobre quien sus acusaciones de racista y supremacista blanco no parecen infundadas repasando sus declaraciones sobre los jugadores de raza negra) y uno de los protagonistas de la mítica final de 1966 frente a los Texas Western de Don Haskins (recordados por ser el primer equipo universitario que saltó a una cancha del baloncesto con un quinteto titular afroamericano), tuvo una discreta carrera como jugador en la NBA pero con la suficiente inteligencia para saber vivir a la sombra del enorme Jerry West. No era poca cosa ser “back up” de uno de los mejores escoltas de todos los tiempos quien tras tantas derrotas frente al infranqueable muro de los Celtics de los 60 de Bill Russell pudo por fin conseguir el anillo en 1972 ya con Chamberlain como primer espada y Russell dedicado a los banquillos. En ese roster estaba Riley, quien con sus 16.2 minutos en las finales ante New York era de hecho el sexto hombre de aquellos Lakers en un baloncesto en el que las rotaciones todavía eran un tanto limitadas.



That 70's Show


 

Se ha hablado y escrito mucho sobre la figura de Riley, la influencia y sombra paterna acechando constante en su vida. Su padre, Leon, había sido un mediocre jugador de las ligas menores de béisbol entregado al alcohol. Uno de tantos juguetes rotos, enamorados de un deporte idealizado pero que a nivel profesional significa una élite para la que no todos están llamados y la frustración puede convertir tu vida en un infierno del que buscas salir a base de aquellos paraísos artificiales de los que hablaba Baudelaire. No es descabellado pensar en la figura de Leon como un motor y acicate para su hijo Pat, cuya única idea en ese caso era la de no acabar como su padre. Por eso los años posteriores a la retirada de Riley, después de ser traspasado a Phoenix a comienzos de la temporada 75-76, significaban los más decisivos de su vida. Una vez colgadas las botas el resto de su vida sólo le podía deparar ser ese cromo setentero de la NBA dentro de un roster campeón saliendo desde el banquillo. No era, ni por asomo, un Jerry West, cuya ascendencia en la franquicia angelina pronto le abriría las puertas del banquillo laker. Riley tenía pocas cartas que jugar, pero no dudaría en aprovecharlas al máximo.

 

La historia es de sobra conocida, y más en estos días en los que entre HBO (con la adaptación del libro “Showtime” de Jeff Pearlman) y Disney (la serie documental “Legacy”), se he revisionado el nacimiento de aquellos Lakers cuyo legado icónico sigue superando al de cualquier otro equipo o franquicia. Riley aprovecha el mínimo resquicio posible para seguir ligado al baloncesto al máximo nivel y en concreto a los Lakers. No duda en acompañar a Chick Hearn, narrador de los partidos de los angelinos durante 41 años, en las retransmisiones de una cadena estatal, sabedor de que necesita cualquier ligazón por mínima que sea con la NBA. Alrededor suyo se suceden los movimientos en los despachos y banquillos. Jerry West da un paso al costado y llega Jack McKinney, quien no había sido nunca primer entrenador pero en su bagaje estaba el haber sido asistente de Jack Ramsay en los Portland de 1977. No era poca cosa si tenemos en cuenta que el propio Ramsay reconoció en su momento que la mayoría de las tácticas ofensivas de su equipo nacían del propio McKinney. El impacto del nuevo entrenador fue inmediato, nueve victorias en los primeros trece partidos de la temporada 79-80, la primera de “Magic”, y sobre todo la idea instaurada de un estilo de juego concordante al glamour de Hollywood, a la idea de Jerry Buss y a la búsqueda de ofrecer un show que, resultados aparte, vendiese entradas como el mayor espectáculo del mundo y obligase a las televisiones a pujar por retransmitir la nueva revolución en el deporte profesional estadounidense. Y llegó la tragedia. El fatal accidente de bicicleta de McKinney que le deja en coma y nos ofrece uno de los mayores “what if” de la historia. Nos quedamos sin saber hasta dónde hubiera podido desarrollar su idea de baloncesto ofensivo un McKinney quien pese a recuperarse de su fatalidad nunca volvió a tener las mismas facultades. Su segundo, Paul Westhead, lleva al equipo al título siguiendo la filosofía de su jefe. Pero no está solo en este logro. Hasta qué punto la llegada de Riley como segundo de Westhead depende del propio primer entrenador no está del todo claro, pero lo cierto es que supone el punto definitivo para comprender los Lakers de los 80. La temporada siguiente, con “Magic” lesionado durante gran parte del curso no pasan de primera ronda cayendo ante los Houston a la postre campeones de conferencia (y subcampeones de la NBA frente a Boston) y en el comienzo de la 81-82 se desata la tormenta. Tras caer por 26 puntos en San Antonio y con balance 3-3 “Magic” Johnson pide públicamente el traspaso afirmando no ser feliz con el juego del equipo. Westhead está sentenciado. Buss comprende que es un pulso entre su jugador franquicia y un entrenador que aguanta cinco partidos más, tras ganar a Utah y pese a llevar una racha de cinco victorias seguidas “Magic” consigue lo que quiere, la salida de Westhead señalado por ralentizar el juego del equipo en beneficio del veterano pívot y capitán Kareem Abdul-Jabbar. Si a Lakers le había ido bien cuando Westhead tuvo que suplir a McKinney, ¿por qué no iba a pasar lo mismo con Riley tomando el puesto de Westhead?, como en una macabra partida de dominó, la caída de la ficha de McKinney desembocaba en Pat Riley como entrenador jefe de la potencialmente mejor escuadra de baloncesto del mundo por aquel momento. Meses después serían campeones ante Philadelphia. El primero de sus cuatro anillos (cinco si contamos el del 80 como asistente) como “head coach” angelino. Más allá de la evidente calidad y vistosidad del juego, Riley tiene algo de lo que sus antecesores carecían. El gancho, el carisma, el aura de un tipo duro, neoyorquino de origen irlandés capaz de manejarse en la jungla de la NBA sin que nadie le tosa y sin que se mueva un solo pelo de su perfecto cabello engominado ni asome una mísera arruga en sus elegantes trajes italianos. Los Lakers deslumbran en la cancha a la par que las cámaras buscan la imagen de un Riley ya convertido en ícono. Michael Douglas confesaría inspirarse en el estilo de Riley para interpretar su personaje de Gordon Gekko en “Wall Street”, un implacable corredor de bolsa falto de escrúpulos y amoral cuyo lema en la vida es “si quieres un amigo cómprate un perro”. Más allá de la evidente (y reconocida) influencia de Riley en el personaje que construye Douglas por estética, se reconoce la frialdad y ambición, la sed de poder de una figura que se despoja de cualquier sentimiento humano y cuyo único fin es la satisfacción personal. Esto se hará patente con el cambio de paradigma de Riley cuando se muda de Los Angeles a Nueva York. Antes sólo un breve apunte sobre el final del neoyorquino en California, campeón en el 88 ante unos Pistons que ya venían avisando, con Thomas lesionado en el sexto partido y la muy dudosa falta de Laimbeer sobre Jabbar que supone el triunfo y remontada angelina (4-3 en las finales), retenían título convirtiéndose en el primer equipo en hacerlo desde los Celtics de los 60. La hora señalada para los de Michigan acabaría llegando la temporada siguiente, frustrando el “three-peat” que Riley había registrado como “trade mark” para en caso de conseguir ganar el anillo tres veces seguidas inundar el mercado a base de merchandising a través de su empresa Riley & Co. Entrenador y hombre de negocios todo en uno. En el 90 y pese a ser proclamado Entrenador del Año por primera vez en su carrera y tras caer en play offs ante Phoenix Riley anuncia su retirada del banquillo angelino, consciente de que su ciclo ha acabado y dejando ya la impronta de un entrenador que nunca será cesado de un banquillo, será él quien elija el momento de su marcha. Como en un “flash-back” hollywoodense acepta trabajar como comentarista televisivo para la NBC, hasta que por medio de Rick Pitino recibe una oferta para entrenar a unos New York Knicks cuyo cartel como gran mercado era proporcional a su etiqueta de perdedores pese a contar con jugadores como Pat Ewing o Gerald Wilkins.

 

En la extensa mitología sobre el bien y el mal pocas expresiones culturales lo han explotado mejor que la saga cinematográfica de “Star Wars”, con la figura de Anakyn Skywalker/Darth Vader como ejemplo de conversión al lado oscuro dejando atrás principios finalmente quebrantables. El Riley de New York es un jedi pasado al lado oscuro de la fuerza, del “showtime” de los Lakers a la atrofia muscular de unos rocosos Knicks influenciados por aquellos Pistons que el propio Riley había sufrido en sus carnes. New York se convierte en uno de los equipos más odiados pero a la vez más competitivos del Este, con Riley llevando a jugadores propios y rivales hasta el límite. El baloncesto llevado a una expresión bélica donde no valen matices ni medias tintas. A vida o muerte. Cuatro temporadas con las finales de 1994 como mayor bagaje, el primero de los dos años que Jordan permite dar un respiro a sus rivales con los Rockets de Olajuwom como grandes beneficiados. Cuatro temporadas con un nivel de intensidad que supone un desgaste en el vestuario del que sólo puede salir un vencedor: el jugador o el entrenador. Riley, quien ya sabía lo que suponía tener a una estrella en contra después de vivirlo con “Magic” y Westhead en Los Angeles, llevó tan al límite a Ewing que le obligó a jugar lesionado gran parte de su última temporada y mandó a las duchas a Anthony Mason después de discutir con el jugador en medio de un partido. Llegado a este punto Riley planteó a la franquicia algo parecido al poder absoluto y el blindaje económico al más alto nivel. 50 millones en los siguientes cinco años, beneficios del 25% en las acciones de la franquicia y por supuesto control total en cualquier movimiento deportivo. Básicamente, y al igual que había hecho con los jugadores, llevar a la franquicia al límite de sus posibilidades, enfrentarles a un escenario de imposible resolución, tan imposible que Riley ya sabía cuál sería el resultado, porque ya había negociado a espaldas de New York su acuerdo para ser contratado por Miami Heat.


...y volver a ganar.


 

Y es en Miami donde mejor se puede entender su figura y legado. Más que en Los Angeles y en New York es en la franquicia de Florida donde mejor ha podido reflejar su filosofía de supervivencia y lucha descarnada, su sello particular. En una NBA en la que tanto se habla del empoderamiento de los jugadores, Riley, el mayor ejemplo de entrenador estrella jamás conocido, supuso un descarado caso de “tampering” que obligó a Miami a indemnizar a New York económicamente y con una primera ronda de draft, e instauró una rivalidad encarnizada a finales de los 90 que sería la primera de las muchas que han vivido los Miami de Riley (actualmente con Boston, con tres finales de conferencia entre ambos equipos en cuatro temporadas) Riley maneja los hilos de una franquicia a la que ayudó a crecer, en la que supo dar un paso al costado, y donde no tuvo reparos en destituir a Stan Van Gundy cuando consideró que con un roster en el que se encontraban Dwyane Wade, Shaquille O’Neal, Antoine Walker o Alonzo Mourning no se podía aspirar a otra cosa que no fuera el anillo, como así fue en 2006 ganando su quinto título como entrenador jefe (los mismos que Popovich, sólo les superan Jackson y Auerbach), del mismo modo que después de dirigir a la franquicia en el peor año de su historia (el 15-67 de 2008) no dudo en volver a los despachos y apostar por un joven Erik Spoelstra quien con 37 años se convertía en el entrenador más joven de la NBA, sin apenas experiencia más allá de sus años como asistente de Riley y sus recordados, por pintorescos pero igualmente meritorios, comienzos como montador de video para sesiones de “scouting” ante los rivales. Riley confió absoluta y plenamente en Spoelstra para dirigir a un equipo tan reforzado como lo significó la llegada de LeBron James y Chris Bosh y con quien ganaría dos anillos pese a perder sus primeras finales y escuchar voces criticando la falta de preparación de un técnico que actualmente es que el más temporadas lleva en un mismo banquillo tras el sempiterno Greg Popovich. 

 

Porque finalmente la tan cacareada “cultura Heat” lo que viene a demostrarnos es una cierta resiliencia, o quizás conservadurismo, el lampedusiano mantra de que todo debe cambiar para que todo siga igual. Los Heat nos recuerdan lo que cuesta de verdad un relevo generacional (que se lo pregunten a Brown y a Tatum, que se lo pregunten a Antetokounmpo) y que al final la calidad de una buena película de acción depende de cuán grande sea el villano. Unos Miami Heat colados de rondón de nuevo en unas finales de la NBA nos recuerdan, finalmente, que Riley siempre ha estado ahí aceptando ese papel. El de entregarse al lado oscuro de la fuerza.


Moviendo los hilos.



lunes, 23 de noviembre de 2020

MARC CIERRA EL CÍRCULO



Se disiparon las dudas sobre el futuro de Marc Gasol, uno de los agentes libres más deseados del mercado y quien al igual que Serge Ibaka recala en la ciudad de Los Angeles, sólo que mientras el hispano-congoleño lo hace en el mejor momento de su carrera volviendo a unir sus fuerzas con Kawhi Leonard, compañero tanto de Ibaka como de Marc en Toronto hace dos temporadas en la que alcanzaron el anillo. Lo volverán a intentar los Clippers poniendo sobre la mesa 19 millones de dólares por dos temporadas (la segunda ejercida a través de “player option” que debe ejecutar el propio jugador) para el ala-pívot de Brazzaville.


El caso de Marc Gasol es distinto. A sus casi 36 años parecen haber pasado sus mejores días al menos en cuanto a rendimiento individual. Aspecto este que el mediano de los Gasol ya ha dejado claro que no es lo que más le importa. Marc buscaba su posible último contrato en la NBA en un equipo ganador donde volver a competir por el anillo, y que mejor escenario que los actuales campeones. Para ello ha tenido que rebajar considerablemente su sueldo que en Toronto rondaba los 25 millones de dólares mientras que en la franquicia angelina se habla de que percibirá el salario mínimo de veteranos, los 2,6 millones de dólares que cobraba Dwight Howard, cuya marcha a Philadelphia junto al traspaso de Javale McGee a Cleveland deja a Marc como la gran referencia angelina en el puesto de cinco, confiando en que de salida Frank Vogel juegue con Davis como cuatro. Aunque la combinación interior con más minutos en los momentos decisivos posiblemente sea la de La Ceja junto a Montrezl Harrell, quien viene de ser elegido como Mejor Sexto Hombre de la NBA la pasada temporada. Lo que está claro es que a estas alturas de su carrera Marc lo único que busca es ganar su segundo anillo e igualar así el palmarés de su hermano Pau, quien precisamente obtuviera ambos en el nuevo club de su consaguíneo, como escudero de Kobe Bryant. El apellido Gasol vuelve a sonar con fuerza en Los Angeles, siendo además la única pareja de hermanos que han jugado para la laureada franquicia oro y púrpura. 


Supone además para Marc cerrar el círculo de su trayectoria NBA, vistiendo por fin la camiseta del club que le escogió en la segunda ronda del draft de 2007 y cuyos derechos cedió a Memphis meses después en el traspaso que llevaría a su hermano Pau a Lakers y resultaría histórico para el baloncesto español con los dos títulos conquistados por el mayor de la saga Gasol. Nadie podía imaginar que aquello que parecía letra pequeña de aquel histórico trade significaría una magnífica carrera de Marc en los Grizzlies, un posterior anillo de campeón con Toronto Raptors, y por fin, 13 hace años después, el desembarco en la franquicia que por primera vez pronunció el nombre de Marc Gasol en la mejor liga de baloncesto del mundo. Curiosos giros del destino.

viernes, 2 de octubre de 2020

ES SÓLO UN PUNTO

 




Spoelstra se queda sin balas.



Si usted no es seguidor de la NBA y no conoce por tanto el calendario de las actuales series finales, bien puede haber pensado leyendo las noticias, foros, o redes sociales entre ayer y hoy que Los Angeles Lakers son los nuevos campeones de la mejor liga de baloncesto del mundo… cuando en realidad sólo han ganado el primer partido de unas series al mejor de siete. Pero cuesta recordar unas finales en las que el primer partido sea capaz de definir tan claramente a un favorito. Los dos casos recientes que se me vienen a la mente ambos tienen como protagonistas precisamente a LeBron James pero siendo víctima y no verdugo, como cuando en 2007 accedió a sus primeras finales para ser barrido por la dinastía de San Antonio Spurs o las finales de 2018 en las que sus Cleveland, ya sin Irving, no tuvieron opciones ante unos Warriors que apuntaban a la mayor dictadura del siglo XXI si Durant no hubiera marchado a Brooklyn (precisamente junto a Irving) Aunque es cierto que en aquel primer partido del 18 los Cavaliers tuvieron opciones de llevarse el partido, dejando la célebre jugada de J.R.Smith renunciando a un último tiro antes de la prórroga que podía haber dado la victoria a los de Ohio. Nada que ver con lo visto en Orlando, donde la trituradora Laker comenzó a funcionar mediado el primer cuarto llegando a alcanzar diferencias hasta de 32 puntos.

 

“Es sólo un partido. Sólo un punto. Todavía tenemos que ganar tres más para ganar el anillo”, no cuesta imaginar a Frank Vogel y LeBron James, como las voces autorizadas del vestuario uno en su papel de entrenador y el otro en el de líder del proyecto, insistiendo en la necesidad de rebajar la euforia que sin duda se ha instalado en el roster angelino viendo la facilidad con la que se llevaron un primer partido que deja tocado a Miami en el resultado y en la enfermería, con Dragic, Butler y Adebayo tocados. Posiblemente sus tres jugadores más importantes.

 

“Es sólo un partido. Sólo un punto. Todavía no hemos perdido las finales y en dos noches tenemos la ocasión de igualar las series” Spoelstra habrá tirado de la lógica de la ilógica del deporte, de que todo es posible y que ningún resultado debe darse por antemano. Sabe lo que es ganar el título, lo ha hecho dos veces, y puede recordar como en 2012, su primer anillo, comenzaron perdiendo las finales contra Oklahoma City para acabar remontando y ganando esas series por un inapelable 4-1. Claro que la situación era bien distinta y a su disposición contaba con el “big three” de LeBron, Wade y Bosh en buena forma, sano y capaz de jugar unos 40 minutos por partido a pleno rendimiento. Todo parece pasar ahora mismo por el estado físico de esos tres puntales que son Dragic, Butler y Adebayo con los que poder plantar con garantías a estos desorbitados Lakers, apabullantes en todo, físico, tamaño, músculos, kilos y centímetros.

 

En ese sentido estos Lakers rompen en cierta manera con la tendencia de los últimos campeones más partidarios del “small ball”, especialmente los Golden State Warrios, pero también los propios Miami de 2012 y 2013, los Spurs de Popovich cuyos mejores minutos en las finales eran con cuatro jugadores abiertos y sólo Duncan dentro, los Cavaliers de 2016, que hacían lo propio sólo con Tristan Thompson en la zona (Kevin Love muy limitado en minutos), jugadores con más perfil de cuatro que de cinco. Sólo Toronto la pasada temporada con Marc Gasol apostó por un cinco puro en la zona durante muchos minutos, aunque tengo en mi recuerdo particular que sus mejores minutos fueron con la pareka Siakam-Ibaka, de nuevo dos perfiles más móviles y abiertos. Pero también puede ser una vía por la que Miami pueda encontrar su mejor juego, como se vio en los primeros minutos del G1.

 

Y es que la puesta en escena de los de Spoelstra desde luego invitaba al optimismo, castigando el formato alto de Lakers con una circulación de balón y unas transiciones rápidas encontrando tiros cómodos, especialmente desde las esquinas,  propiciando un parcial de 23-10 de salida que hizo parar el partido a Vogel. Pese a la supuesta superioridad interior que pudiera plantear el quinteto alto angelino, provocando el marcaje de Crowder sobre Davis, en ese parcial los puntos de Lakers llegaron desde el exterior (dos triples, LeBron y Davis, y una canasta de Caldwell-Pope desde unos seis metros), La Ceja sólo pudo anotar una canasta en la zona después de un reverso ante Crowder. Y en el resto de asignaciones, especialmente los exteriores (Dragic sobre Pope, Robinson sobre Green) los Heat parecían superiores. Hasta que entró Rondo… y es que Vogel aprovechó su tiempo muerto para hacer un doble cambio, uno natural y habitual en el guión del técnico angelino (Kuzma por LeBron) pero otro evidentemente táctico, renunciando al cinco grande (Howard) y jugando sólo con Davis como interior. Curiosamente La Ceja hizo mayores estragos con el marcaje de Adebayo que ante el de Crowder, y la dirección de Rondo nos hizo recordar de nuevo que estamos ante posiblemente uno de los mejores jugadores de play offs de los últimos tiempos. La entrada del campeón con Boston en 2008 se produjo a cinco minutos del final del primer acto, con su equipo 13 abajo y sólo 10 puntos anotados. Finalizaron ganando el cuarto, 28-31, cerrando con un triple desde la esquina de Caruso servido por Davis después de una magnífica circulación de balón angelina. A partir de ahí los Lakers no cederían el mando del partido, excepto tras un pequeño arreón de Herro que devolvió una momentánea ventaja de dos puntos a Miami con dos triples seguidos, 43-41, pero los de Spoelstra se quedarían anclados en ese punto 43 y un parcial de 0-11 ponía en franquía la victoria angelina. Si los 17 puntos de diferencia (48-65) con los que se llegó al descanso ya parecían una losa difícil de levantar (y eso que no subió al marcador la que hubiera sido la canasta de la noche, un mate de LeBron en contrataque tras recoger un rechace de Kuzma), la confirmación de que Dragic no volvería al partido (y veremos si a las finales) convertía el partido en misión imposible para Miami, que a partir de ahí sufriría una carnicería sólo mitigada en un último cuarto de maquillaje que al menos sirvió para que el “desaparecido” Kendrick Nunn recuperara la confianza perdida. Quien fuera uno de los jugadores revelación de la temporada (segundo en las votaciones por el Rookie Of The Year) ha tenido un final de temporada convulso, dando positivo por coronavirus y abandonando hace dos meses la burbuja de Orlando por motivos personales. De sus 29.3 minutos por partido en liga regular a los 12.4 de play offs. Como el día y la noche. Su recuperación parece la única buena noticia a la que pueda aferrarse Miami en una noche aciaga que trasciende más allá del resultado con los ya conocidos problemas físicos que hacen que Dragic (desgarro en la fascia plantar) y Adebayo (hombro) sean seria duda hasta el último momento del G2. El caso de Butler no parece tan grave ya que se da por hecha su presencia a pesar de su esguince en el tobillo. Pero qué duda cabe no lo hará al 100%, y de hecho su carácter guerrero nos inclina a pensar que no se dejará nada fuera de la pista, arriesgándose a agravar una lesión que le puede dejar definitivamente ausente de las series. Los fantasmas de las lesiones de Durant y Klay Thompson en las pasadas finales ente Golden State y Toronto sobrevuelan el vestuario de los Heat. 

 

Sea como fuere la realidad es que el marcador de las series refleja solamente un 1-0, nadie debería dar nada por descontado todavía en ninguna franquicia ni en ningún sentido, ni en el de la euforia angelina ni en el de la tragedia floridense. 


miércoles, 30 de septiembre de 2020

LAS VIDAS CRUZADAS DE RILEY Y LEBRON

 


Dos hombres, un destino... y muchos anillos.



Con las finales NBA a punto de comenzar parece obligado pararse a echar un vistazo a lo que nos puede ofrecer esta final inédita en los más de 70 años de historia de la mejor liga de baloncesto del mundo. Esta naturaleza inédita en gran parte hay que achacarla, claro, a la relativa juventud de Miami Heat como franquicia, ya que son sólo 32 sus años de historia, los cuales evidentemente palidecen ante los 73 años de los Lakers, los 13 primeros en Minneapolis y desde 1960 establecidos ya en la ciudad californiana de Los Angeles, sumando en total 16 títulos de campeones de liga, 32 de conferencia y 34 de división.


En proporción a su corta vida la historia de Miami Heat también puede considerarse exitosa. Tras unos primeros años de modesto transitar, sería precisamente la llegada de una leyenda angelina como Pat Riley en 1995 lo que cambiaría el destino de la franquicia de Florida. Ya bien como presidente o a pie de pista como entrenador, en estos 25 años Riley ha llevado a los Miami a ser una de las potencias del Este, habitual en play offs, ganador de tres anillos, y que ya va a disputar sus sextas finales por el título (lo cual quiere decir que han sido tantas otras veces campeones de su conferencia), siendo en este curso, qué duda cabe, cuando mayor mérito hay que otorgarles. Sin megaestrellas (comienzan la temporada con un solo all star, Jimmy Butler, llegado el verano de 2019 tras un “sign&trade” con Philadelphia en el que también estuvieron implicados Los Angeles Clippers y Portland, dejando marchar los Heat a jugadores esenciales otros cursos como Josh Richardson o Hassan Whiteside), la reconstrucción de Miami está siendo tan espectacular que les coloca de repente ante la oportunidad de luchar por su cuarto anillo, algo por lo que nadie hubiera apostado a comienzo de una temporada en la que su trayectoria ha sido ejemplar finalizando quintos en el Este, ligeramente por encima de unas expectativas que les situaban luchando por las últimas plazas de play offs. Baste este dato para atestiguar la regularidad de Miami durante toda la campaña: su mayor racha de victorias consecutivas fue de cinco… pero la de derrotas de tres. Fiabilidad absoluta. Si hablamos de post-temporada, en los play offs de Orlando ha sido sin ninguna duda el equipo de moda, plantándose en las finales con un espectacular balance de 12 victorias por tres derrotas. Únicamente los jóvenes Boston Celtics fueron capaces de arrancar dos triunfos frente a los de Spoelstra, después de que arrasaran a Indiana (4-0) y Milwaukee (4-1, sólo cayendo tras prórroga) Hay que recordar que hablamos de un equipo que finalizó quinto en su conferencia y que ha batido a tres rivales cuyo balance en liga regular había sido superior, especialmente los Milwaukee del MVP Antetokounmpo, quienes por segundo año consecutivo alcanzaron el mejor registro en temporada para volver a defraudar en el momento decisivo.


En una NBA en la que parece que sólo hay dos tipos de equipos, los aspirantes al anillo y los que están en reconstrucción, el caso de Miami es admirable. Sin haberse planteado nunca la censurable práctica del “tanking”, han ido conjuntando un roster con jóvenes talentos que han llegado a la liga sin demasiado foco previo. Adebayo fue elegido en el número 14 del draft de 2017. Tyler Herro el 13 en 2019. En 2018 no pudieron elegir como parte del “trade” con Phoenix en 2015 para conseguir a Goran Dragic. Duncan Robinson, letal y sorprendente tirador, o Kendrick Nunn, ni siquiera fueron drafteados. Para arropar este joven núcleo que, insistimos, no ofrecía tan altas expectativas, Riley y Spoelstra han mixturado de manera muy sabia el roster con la veteranía de jugadores como Andre Igoudala, llegado en un trade invernal que entre otros movimientos sacrificaba a otro joven valor de Miami como era Justise Winslow. Igoudala, MVP de las finales de 2015 y ganador de tres anillos con Golden State ha vivido en un segundo plano atribuible a sus 36 años, pero a medida que han ido sucediéndose las rondas de play offs su calidad como “factor x” parece ir ganando peso, hasta llegar a sus 15 puntos y 4 de 4 en triples en el sexto partido ante Boston que daba el pase a las finales. Aunque si hay un jugador en Miami que claramente ha dado un paso al frente respecto a la temporada regular es claramente Goran Dragic. De sus 16.2 puntos y 5.1 asistencias en 28.2 minutos por partido de liga regular, en play offs ha subido su anotación hasta 20.9 puntos (más 4.7 asistencias) en 34.6 minutos por encuentro. Spoelstra no ha dudado en dar más galones y presencia en pista a otro de los veteranos, en detrimento del joven Kendrick Nunn que tan buenas sensaciones había dejado en liga regular. Y por supuesto, no hay que olvidarse de Jimmy Butler. Quien fuera estrella emergente en los Chicago Bulls de Tom Thibodeau nunca acabó de encontrar su ecosistema propicio y su fama de jugador conflictivo le ha ido acompañando por cualquier vestuario en el que cayese. Sin ir más lejos mientras Thibodeau sigue alabando su ética de trabajo y profesionalidad en los entrenamientos, Butler no ha dudado en atacar a su ex –técnico por su decepcionante trabajo en Minnesotta, donde llegaron a coincidir. Uno de los grandes méritos de Riley y Spoelstra es sin duda haber logrado centrar a Butler para remar en la misma dirección que sus compañeros sin sus habituales malos gestos o feos detalles hacia los mismos. Es Butler por otro lado un jugador que siendo estelar no juega para la estadística individual, ideal para un equipo ganador, pero una bomba de relojería cuando la victoria no llega. En resumidas cuentas Miami es un ejemplo de que lo importante no es ser un buen equipo NBA, sino una buena franquicia NBA, bien dirigida desde la base y con un respeto ganado que hace que cualquier jugador sepa que es un destino donde puede sentirse cómodo, más allá de las bondades del clima del estado de Florida o sus benevolencias en exenciones fiscales.


El Dragón aún tiene fuego.


En el Oeste vuelven a mandar Los Angeles Lakers. Una década han tardado en volver a ser campeones de su conferencia, desde un 2010 en el que en su roster sobresalían nuestro Pau Gasol y por supuesto el llorado Kobe Bryant, cuyo mito y recuerdo parece sobrevolar toda la trayectoria angelina en estos play offs, con el climax del triple ganador de Anthony Davis en el G2 en las finales del Oeste y su invocación al escolta que conquistase nada menos que cinco títulos con la elástica púrpura y oro de los Lakers. A diferencia de Miami, la franquicia californiana comenzaba la temporada como uno de los claros candidatos al anillo. La insistencia de LeBron James con Anthony Davis ha dado sus frutos y ha dado la razón al titán de Akron. “La Ceja” era la pieza que le faltaba al puzzle que en los últimos dos años han ido conjuntando entre el dimitido “Magic” Johnson y Rob Pelinka en los despachos, y claro, el propio LeBron cuya capacidad de decisión en cualquier franquicia por la que pase sigue siendo patente. No es para menos si tenemos en cuenta que sus primeras finales con el equipo californiano son ya las décimas de su carrera. Sólo Bill Russell y Sam Jones, miembros de los imbatibles Celtics de los 60, y otro mito angelino como Kareem Abdul-Jabbar, han jugado más rondas por el título que “King” James. LeBron es garantía en la lucha por el título y cualquier franquicia NBA lo sabe.


Estos Lakers son un equipo de presente, de “aquí y ahora”, especialmente en el caso de LeBron, camino de los 36 años y sabedor de que cada vez le quedan menos oportunidades para engordar su palmarés con más anillos (pese a que sus números sigan siendo exuberantes y pocas veces vistos en jugadores de su edad… 26.7 puntos, 10.3 rebotes y 8.9 asistencias está firmando en play offs) Davis, a sus 27, afronta sus primeras finales en su primera temporada fuera de Nueva Orleans, franquicia a la que no pudo llevar a la lucha por el anillo. Howard, quien cumplirá 35 en Diciembre, quiere quitarse la espina de las finales de 2009 perdidas precisamente ante su actual equipo, con el que ya intentará el asalto al título en 2013 en aquel proyecto fallido que reunió nombres tan ilustres como los de Kobe Bryant, Pau Gasol, Steve Nash y el propio Howard… San Antonio les barrió en primera ronda. Rondo, con 34, busca convertirse en el segundo jugador en toda la historia en ganar el anillo con los dos franquicias históricas y eternos rivales, Celtics y Lakers, después de Clyde Lovellette en 1962, pero además sería el primero en hacerlo desde que el equipo de los lagos se instaló en Los Angeles, ya que Lovellette ganó el anillo con Minneapolis. Menuda pedazo cita con la historia tiene el talentoso base de Kentucky. Danny Green (33 años) busca su tercer título con tres franquicias distintas. Sería también el tercero de Javale McGee (32), los dos anteriores con Golden State. El volátil J.R.Smith (35 recientemente cumplidos) también sabe lo que es ganar el anillo, lo hizo en 2016 precisamente al lado de LeBron en 2016. Desde luego si de algo no andan escasos estos Lakers es de veteranía y experiencia.


Al menos Miami puede compensarlo desde el banquillo con Spoelstra, ganador de dos anillos y participante en cuatro finales, y por supuesto con Riley, quien comenzara la década de los 80 alcanzando el título como asistente de Paul Westhead en Los Angeles para posteriormente ganar cuatro anillos más al frente de Lakers una vez capitulado Westhead, entre otras cosas por sus desavenencias con “Magic” Johnson. En Miami no sólo ha ejercido magisterio desde el despacho, si no que en 2006 era el entrenador principal en el primer título de la historia de los de Florida tras decidir que el equipazo que había montado en el despacho (Wade, Shaquille, Payton, Mourning, Antoine Walker, Jason Williams...) no podía esperar y cargarse a Stan Van Gundy en un movimiento encubierto como renuncia del bigotudo técnico californiano. Por supuesto tampoco podemos olvidarnos que antes de convertirse en uno de los mejores entrenadores de la historia, Riley ganó el anillo como jugador en 1972 en los Lakers de West y Chamberlain, ante unos Knicks en los que por cierto jugaba otro futuro mito de los banquillos como Phil Jackson. Pese a que Spoelstra cuenta con la total confianza de Riley, cuesta pensar que el neoyorquino sea capaz de resistir la tentación de no asesorar a su pupilo. Riley y Spoelstra, “matrimonio” bien avenido.


Por si fuera poco el favoritismo angelino, los dos únicos enfrentamientos de temporada regular entre ambas escuadras fueron saldadas con sendas victorias de los de Frank Vogel meridiánamente claras. Sobre todo la primera, a principios de Noviembre de 2019 con la temporada echando a andar y los de púrpura y oro arrasando por 80-95 en el Staples de Los Angeles con LeBron y Davis dejando las cosas claras combinándose para hacer 51 puntos, 12 rebotes y 13 asistencias entre ambas estrellas. Mucho más disputado fue el choque del American Airlines Arena de Miami el 13 de Diciembre que acabaría suponiendo la primera derrota en casa de la temporada de los de Spoelstra por un ajustado 113-110, ajustado gracias sobre todo a un formidable segundo cuarto de los locales, pero lo cierto es que a partir del tercero los de Vogel dominaron el partido y desde el 68-65 tras triple de Davis a los pocos minutos de dicho acto los angelinos nunca cedieron la ventaja en el marcador. La exhibición de los dos astros fue todavía superior, con 61 puntos combinados, 19 rebotes y 13 asistencias (12 de LeBron), aunque quizás el dato más sorprendente de ese partido fueran los 4 de 9 en triples de Davis, algunos de ellos realmente decisivos y anotados en momentos claves, demostrando la enorme mejoría en el lanzamiento exterior desarrollada por “La Ceja” en esta campaña (de hecho la primera en su carrera en la que anota más de un triple por partido) No obstante hay un dato para el optimismo en Florida recordando ese partido, y es que estuvo encuadrado dentro de la racha de nueve encuentros que no pudo disputar Dragic por lesión en la ingle.


Hay motivos de sobra por tanto para disfrutar de unas finales NBA que ya cuentan con el primer aliciente de ser inéditas y de que por vez primera se enfrentan dos franquicias que la temporada pasada no llegaron a play offs. Miami puede convertirse en el campeón que parte de una posición más baja de play offs desde los Houston Rockets de 1995. Los Lakers pueden igualar a Boston como franquicia con más campeonatos conquistados en la historia. No tenemos otro capítulo de la eterna rivalidad Celtics-Lakers, pero tenemos a Riley contra los Lakers y a LeBron contra Miami, por lo que de morbo también estamos servidos. Dos de las más grandes leyendas vivas de la NBA, quienes unieron sus caminos durante cuatro temporadas (dos anillos y cuatro finales) ahora enfrentados ante dos de sus franquicias más queridas y a las que contribuyeron a hacer históricas.


Preparen las cafeteras.




Rajon Rondo ante la historia.





miércoles, 10 de abril de 2019

LEBRON FUERA DEL TABLERO




Por primera vez en los últimos 13 años vamos a asistir a unos play offs por el título sin la presencia de LeBron James. Es la tercera vez en su carrera que el astro de Akron se va de vacaciones antes de tiempo. Anteriormente sucedió en sus dos primeras temporadas en la mejor liga del mundo, y era del todo comprensible si tenemos en cuenta que no llegaba a los 20 años de edad y se había encomendado a la tarea de reflotar a una franquicia que llevaba cuatro temporadas consecutivas por debajo del 40% de victorias en temporada regular y había tocado fondo justo antes de la llegada del Rey con un balance de 17-65 (el tercer peor registro en la historia del club) A partir de ese momento 13 cursos consecutivos dominados por el jugador más completo de este siglo, campeón de conferencia en nueve ocasiones, ganador de tres anillos, y finalista de la NBA durante ocho ediciones consecutivas y ya máximo anotador histórico de post-temporada (alcanzó tal gesta en la edición de 2017) 13 años en los que le hemos visto compartir focos con los Duncan, Kobe, Nowitzki, Pierce, Irving, Leonard, Curry o Durant… pero el elemento común de esos 13 años ha sido el mismo: LeBron Raymone James Sr.  


Sobre la figura de LeBron ya hemos hablado largo y tendido en este blog (en aquellos felices tiempos en los que disfrutábamos de más tiempo para dedicar a este espacio), un deportista que ha acumulado alrededor suyo amor y odio a partes, no iguales, puesto que lo segundo se imponía con creces a lo primero. Nunca un jugador tan grande fue tan grandemente vilipendiado. No obstante todo pareció cambiar a partir de las increíbles finales de 2016. Los Cavaliers se imponían a los todopoderosos Golden State Warriors por 4-3 culminando por primera vez en la historia una remontada de 3-1. Aquella exhibición de fortaleza mental y física humanizó a LeBron ante los ojos del aficionado más incrédulo. Entre el coloso de Ohio y un enorme Kyrie Irving fueron capaces de neutralizar la impresionante maquinaria ofensiva de la bahía californiana. Fue el último anillo de King James y en cierta manera el comienzo, o la consolidación, de una nueva era, la de los Golden State Warriors como la mayor potencia baloncestística de la historia de la NBA. La respuesta desde Oakland fue un auténtico movimiento sísmico que todavía sacude los cimientos del baloncesto profesional estadounidense: Kevin Durant llegaba a la bahía por algo más de 54 millones de dólares repartidos en un contrato de dos años. Dos años saldados con dos títulos inapelables para Golden State (4-1 y 4-0 en ambas finales) con “Durantula” como MVP de las finales. Tras el pasado verano el alero de Washington DC ejecutaba su “player option” para seguir un curso más al lado de los Curry, Thompson y compañía por otros 26.2 millones de dólares. Por si fuera poco a la bahía ponía rumbo uno de los mejores “cincos” de los últimos tiempos (por no decir el mejor), un DeMarcus Cousins decidido a estrenar los dedos de su mano con el anillo de campeón enrolando en una franquicia que es una apuesta segura por el título. Golden State se convertía así a comienzos de esta temporada en la mayor constelación de estrellas jamás conocida en el universo NBA.  


Mientras tanto el nerviosismo se ha ido apoderando de un James cuya impaciencia por recuperar el trono perdido le ha llevado a la situación actual. La mala relación entre las dos figuras de Cleveland dio con Irving camino de Boston (para liderar un proyecto que dicho sea de paso tampoco acaba de cuajar) en verano de 2017. Una compleja lesión en la rodilla izquierda del base (necesitó incluso un catéter en una de las venas que conducen al corazón debido a una infección bacteriana provocada por dicha lesión) eliminó la posibilidad del morbo que sin duda hubiera producido el duelo entre LeBron y Kyrie en unas finales de conferencia que no obstante necesitaron de un séptimo partido en el que Cleveland se impuso en el TD Garden de Massachusetts después de haberse visto 3-2 abajo en la serie (una constante en la carrera de LeBron, verse contra las cuerdas y evitar finalmente el KO) Después de caer en unas finales sin historia (rotundo 4-0 para Golden State, con Cleveland sólo compitiendo en un ya mítico primer partido resuelto tras prórroga una vez que J.R. Smith, ante el estupor de compañeros y rivales, consume el tiempo reglamentario con marcador empatado pese a tener posibilidad de atacar el aro… James, por otro lado, acaba ese encuentro con 51 puntos, 8 rebotes y 8 asistencias en 48 minutos… enésima capacidad para vaciarse en la pista con resultado estéril), LeBron se enfrentaba a “the decision 2.0” en su condición de agente libre para elegir destino, o continuar en una errática franquicia de Cleveland en la que su toma de decisiones era más que evidente (el traspaso de Wiggings por Love, la efímera aventura de Wade en Ohio, la salida de David Blatt del banquillo “cav”…) A principios de Julio las dudas quedaban despejadas con un anuncio que no podía dejar indiferente a ningún aficionado. LeBron vestiría de oro con Los Angeles Lakers. El mejor jugador del mundo en la franquicia más “glamourosa”, la cual había recuperado para la causa a su gran mito “Magic” Johnson (otro genio multidisciplinar, como el de Akron) ahora como presidente de operaciones. Parecía un matrimonio destinado a consumarse tarde o temprano.    





LeBron y "Magic". El año que vivimos peligrósamente.



LeBron llegaba a un equipo claramente en reconstrucción tras la retirada de otro de los grandes mitos angelinos, Kobe Bryant. No parecía la mejor elección si de lo que se trataba era de luchar por el anillo a corto plazo, de inmediato. Cinco temporadas (tres de ellas todavía con Bryant) sin entrar en play offs y estableciendo un paralelismo con su llegada a Cleveland con un registro de 17-65, el peor de la historia desde que la franquicia se estableció en Los Angeles, sólo tres años antes del fichaje de James por los californianos. No obstante la ilusión comenzaba a instalarse en la afición del Staples alrededor de jóvenes jugadores como Brandom Ingram, Lonzo Ball, Josh Hart o Kyle Kuzma, incluso después de no dejar cuajar proyectos como D’Angelo Russell o Julius Randle. El banquillo igualmente rezumaba juventud, ya que el mando de la dirección técnica seguía siendo para Luke Walton, hijo del mítico Bill, y curiosamente elegido como jugador en el draft de 2003, precisamente aquel en el que LeBron fue elegido número 1 (pese a ser casi cinco años más joven que su actual entrenador) 


Intentando dotar de más mordiente y colmillo al roster angelino, comienzan a llegar jugadores tan peculiares como Rajon Rondo, Lance Stephenson o Javale McGee. No sabemos hasta qué punto James fue decisivo en estas contrataciones, pero si llama la atención la configuración de un equipo tan físico y poco dotado en el tiro exterior (casi un anatema en el baloncesto de hoy día), cuando precisamente en los tres anillos conseguidos hasta la fecha por LeBron no sólo estuvo rodeado de especialistas en el triple, si no que en determinados momentos fueron decisivos para ganar el título (Ray Allen, JR Smith…) dejando a Caldwell-Pope muy sólo en la anotación exterior… un Caldwell-Pope por otro lado constantemente en el punto de mira de un posible traspaso durante la temporada que está a punto de finalizar.  


Siendo justos, en el plano meramente deportivo poco se puede achacar a LeBron James por la decepción angelina del curso presente. El mayor todoterreno del baloncesto actual se enfrenta por primera vez en su carrera a una temporada en la que su físico no responde. James sabía lo que era parar en algún momento de la temporada, resultaba del todo lógico en un jugador acostumbrado a esfuerzos casi sobrehumanos, pero hay un dato revelador sobre lo que ha sufrido el astro durante esta campaña: en sus anteriores catorce temporadas se había perdido un total de 71 partidos de ligar regular, algunos de ellos por decisión propia de cara a dosificarse para la lucha por el título. Unos pírricos cinco partidos por curso, mientras que en esta temporada se ha visto fuera de las canchas nada menos que 27 noches. Nunca había tenido una lesión grave, lo más aciago que había sufrido hasta la fecha era una lesión de rodilla que a principios de 2015 le hizo parar durante dos semanas por primera vez en su carrera. La noche de Navidad de 2018 trajo un regalo envenenado para James. Los Lakers realizaban quizás su mejor partido de la temporada, derrotando por 26 puntos a unos Golden State Warriors al completo (excepto Cousins) en el Oracle Arena de Oakland, pero LeBron se perdía la segunda parte por un tirón en la ingle. Se retiraba con 17 puntos, 13 rebotes y 5 asistencias… números bestiales si tenemos en cuenta que necesitó sólo 21 minutos para ello. El equipo angelino marchaba por aquel entonces cuarto en el Oeste y a dos victorias y media del liderato. Nadie podía imaginar que aquel tirón en la ingle sería el principio del fin. LeBron ponía fin a una racha de 156 partidos jugados de manera consecutiva y se perdía 17 encuentros, en los que su equipo salía derrotado en 11 de ellos. Se perdería posteriormente 9 partidos más (serán 10 con el del cierre de temporada regular de esta noche) en los que Lakers sólo ganarían en tres ocasiones. En total el balance sin el point-forward es de 9 victorias y 17 derrotas, mientras que en los 55 partidos que The King ha podido jugar el balance es positivo, 28-27. Estadísticamente es el máximo anotador, reboteador y asistente de su equipo por partido. Nada nuevo. 



LeBron se lesiona. Comienzan los problemas.





Pero la lesión de LeBron no fue la única que trastocó los planes de Walton durante esta temporada. Prácticamente sólo el criticado Caldwell-Pope ha estado realmente sano a lo largo del curso. Brandon Ingram se ha perdido nada menos que 29 partidos por una lesión en el hombro tan seria que finalmente ha acabado siendo una trombosis. Lonzo Ball ha estado ausente en 34, Rondo en 35, Hart se pierde 14, Stephenson 13… con tal plaga de lesiones no es de extrañar que un “patito feo” del estilo de Alex Caruso (un extraño elemento que entroncaría dentro del árbol genealógico de los J.J. Barea, Jeremy Lin o Mathew Dellavedova) haya acabado siendo el mejor jugador laker en las últimas semanas. 


No obstante no vale escudarse en los problemas físicos a la hora de hablar de la decepcionante temporada de los de púrpura y oro. Las constantes dudas a lo largo de la campaña han enrarecido el ambiente de una franquicia en perenne búsqueda de una identidad perdida y que creían haber encontrado en la llegada de LeBron el golpe de efecto deseado desde el infructuoso intento de conseguir a Chris Paul en el “trade” finalmente vetado por David Stern (algo histórico y que tiempo después descubrimos que se produjo por el miedo de Mitch Kupchak de incluir a Lamar Odom en la operación mandándolo a New Orleans… por lo que el disoluto alero acabó en Dallas) Dudas que alcanzaron su cenit con la imagen ante los medios por la posibilidad de hacerse con Anthony Davis (quien por cierto comparte representante con James) Los Lakers parecían dispuestos a entregar hasta el Staples Center con Jack Nicholson incluido de lo desesperados que estaban por conseguir otra megaestrella que acompañase a LeBron. A nadie puede extrañar que aquello sentase como una auténtica puñalada dentro del vestuario. James, lejos de tutelar a los jóvenes jugadores angelinos, parecía un malhumorado inconformista dispuesto a hacer lo posible por ganar, incluso descabezar su actual equipo. 


La crisis en el seno de la laureada franquicia california tiene como último capítulo el de la dimisión de “Magic” Johnson como presidente de operaciones. LeBron, por su parte, sigue ejerciendo como GM, lanzando mensajes seductores al resto de estrellas NBA sin querer perder su parte de poder a la hora de tomar decisiones sobre la configuración del roster de la próxima temporada. Ya se habla hasta de una reunión en verano del club angelino con Kyrie Irving, abriendo la posibilidad de reunir de nuevo el dúo que llevó a Cleveland al anillo en 2016. No sería descabellado tras confesar el base que hace unos meses llamó a LeBron para disculparse por su salida de Ohio y elogiar públicamente a su ex –compañero. 


Sea como fuere algo tiene que cambiar, otra vez, en el que seguimos pensando es el mejor jugador del planeta en la actualidad. Los espectaculares datos estadísticos de LeBron arrojan también cierta luz sobre sus carencias a la hora de tener más anillos de campeón en sus dedos. Especialmente asombroso es el que le sitúa como líder absoluto de sus equipos en puntos, rebotes y asistencias en nada menos que 66 partidos de play offs. Una animalada que se acrecienta cuando comprobamos que los siguientes jugadores en esta clasificación serían Larry Bird y Tim Duncan, ambos con 21. LeBron lo ha hecho 45 veces más que otros dos jugadores que al igual que The Chosen One redefinieron el baloncesto de sus respectivas épocas. No se me ocurre estadística más salvaje y espectacular, pero al mismo tiempo reveladora. Reveladora de la realidad de un LeBron demasiado solo en sus asaltos al título. Aquella magnífica química con Dwyane Wade (por encima de todos) o el Irving de 2016 resulta de nuevo imprescindible si LeBron quiere seguir jugando en Primavera. Cuando la mayoría de los jugadores se van de vacaciones y sólo los elegidos continúan sobre el tablero.  




Sólo no puedes. Con amigos sí.