En el centro Stankovic (FIBA) y Bertomeu (Euroleague), el cisma controlado. |
El fallido (por el momento) intento de la creación
de una nueva liga europea de fútbol al margen de la UEFA ha puesto encima de la
mesa la comparación con el mundo del baloncesto, porque es cierto que si
podíamos encontrar un precedente en este asunto es en el deporte de la canasta
a comienzos de este siglo XXI, cuando un buen número de los clubes europeos con
mayor pedigrí decidieron plantar a la FIBA y la competición continental que
dirimía el cetro europeo bajo los parámetros de la federación internacional de
baloncesto.
La comparación, por tanto, no es baladí. Lo
desolador ha sido comprobar una vez más el absoluto desconocimiento por parte
de un sector del periodismo deportivo de todo lo que escape al fútbol, único
deporte para la mayoría de personajes del gremio, o al menos para los más
“famosos”, lo cual a día de hoy es sinónimo de decir los más ruidosos,
fanáticos o vocingleros. Los que ya apenas escriben columnas de opinión o
análisis futbolísticos (el único deporte que siguen) pero han encontrado un
importante acomodo en tertulias radiofónicas y televisivas cuanto menos
moderadas mejor.
Obviando el tema Roberto Gómez, un señor que
directamente se dedica a decir lo primero que se le pasa por la cabeza e
inventarse noticias (el pasado lunes en Radio Marca aseguraba que el gobierno
central de Pedro Sánchez apoyaba la Superliga de fútbol para que a los cinco
minutos conociéramos el comunicado oficial de Moncloa mostrando su rechazo), en
la misma tertulia vespertina de Radio Marca dirigida por Vicente Ortega dos de
los participantes (no recuerdo los nombres) competían por ver quien soltaba la
mayor boutade sobre el mundo del baloncesto. Uno de ellos deslizaba el nombre
de la Euroliga, y claro, lejos de ensalzar las virtudes de una competición tan
impresionante como esta (y miren si no la calidad del juego, competitividad y
emoción que nos ha dejado esta presente edición cuyos play offs de cuartos de
final acaban de comenzar) aseguraba que era un fracaso y que literalmente no interesaba
a nadie. Además de tratar a los aficionados de imbéciles asegurando que no
sabían que competición se disputaba en cada partido. Desolador. La apuesta
subió cuando otro de los contertulios puso sobre la mesa el nombre de la NBA,
afirmando que “la NBA siempre ha sido igual, no han conocido otra cosa”. Cuando
realmente la historia de la liga de baloncesto profesional estadounidense es
una historia de constantes cambios, expansiones y negociaciones entre todos los
protagonistas. Poco queda de aquella BAA primeriza, embrión de lo que tres años
después se conoció como NBA, con sólo once primeros protagonistas. La agencia
libre de jugadores tal y como la conocemos, o el tan manido límite salarial,
son conceptos que no entran en vigor hasta mediados de los años 80. Por no
recordar que durante prácticamente diez temporadas convivieron dos ligas
profesionales como la NBA y la añorada y entrañable ABA, en un sano ejercicio
de libre competencia y mercado. Un escenario que se antoja imposible en el
fútbol, quizás porque haciendo bueno el dicho de “piensa el ladrón…” hay que
dar la razón al contertulio que expresaba la dificultad del aficionado de
seguir dos competiciones a la vez, como si la capacidad neuronal del seguidor
del balompié tuviese tan serias limitaciones.
En estos días tormentosos de furibundo debate
alrededor de la idea de la Superliga futbolística hay quien ha esgrimido que no
pueden compararse baloncesto y fútbol. Y es cierto. En realidad el fútbol no
admite parangón con ninguna otra disciplina, ya que no existe otro deporte con
una capacidad tan férrea y cerril para oponerse a cualquier cambio, mejoría o
evolución (no hay más que ver la firme resistencia ante una herramienta tan
útil como el VAR) El fútbol sigue anclado en un incoherente pensamiento
ancestral y atávico que no se corresponde con la realidad ni del deporte ni con
la del propio fútbol, y de ahí su incoherencia. Da la sensación de que si fuera
por algunos aficionados, Di Stefano no hubiera cruzado nunca el charco,
traicionando el fútbol latinoamericano pero ayudando a crecer exponencialmente
el fútbol europeo. Un Di Stefano quien por cierto jugaba en Los Millonarios de
Colombia, club que adoptó aquel nombre después de que la calle, por influencia
de los medios de comunicación, se refiriera a ese club que originalmente había
nacido como Juventud Bogotana con el millonario apelativo por el que acabaría
pasando a la historia, gracias a sus altos contratos, especialmente a los
jugadores extranjeros y especialmente argentinos. Hablamos de mediados de los
40 del pasado siglo, y ya no cabía hablar de romanticismo ni de fútbol de
barrio.
Pero no era mi intención hablar de fútbol ni del
debate sobre la Superliga, si no expresar mi malestar una vez más por el
maltrato al baloncesto por parte de la prensa deportiva de este país. Y digo
baloncesto sabiendo bien lo que significa y representa esta palabra,
baloncesto. El segundo deporte de equipo más popular de nuestro país, del que
hemos sido tres veces campeones de Europa y dos del mundo. El deporte que nos
ha dado nada menos que 19 medallas entre Juegos Olímpicos, campeonatos del
mundo y de Europa. Esto sólo refiriendo a la selección absoluta senior. En
femenino sumamos otras 14 medallas con cuatro campeonatos de Europa ganados. Y
si nos pusiéramos a recordar los éxitos de categorías inferiores no tendríamos
folios suficientes. Sé muy bien por tanto que significa el baloncesto y como es
diariamente fagocitado informativamente por el deporte de equipo que más dinero
mueve y genera en el mundo. Sé muy bien también que como aficionado a la
canasta no puedo quejarme en comparación con un aficionado al balonmano o al
waterpolo, o a tantos otros deportes que son prácticamente invisibles e
inexistentes para la prensa deportiva de este país. Porque el fútbol lo devora
todo. El espacio para el resto es anecdótico. Por eso escuchar estos días hablar
de valores, romanticismo o democratización del deporte, cuando en España se
impone una única disciplina deportiva desde los medios de comunicación, resulta
cuanto menos curioso. Cuando quienes esgrimen estos argumentos desde sus
acomodadas tertulias de vocerío y griterío sólo tienen ojos para un único
balón.