Australia, ¡por fín! |
Dentro de las peculiaridades de estos JJOO 2020, una
de las más llamativas ha sido ver la disputa por el bronce cerrando el torneo.
No la gran final, si no el partido que dirimía que selección acompañaría a Estados
Unidos y Francia en el tercer lugar del podio. Tanto Australia como Eslovenia
tenían una cita con la historia, ya que cualquiera que se colgase la medalla
sería su primera presea olímpica en baloncesto, claro que con una sustancial
diferencia entre ambas selecciones, ya que mientras Eslovenia había disputados
los primeros Juegos Olímpicos de su historia, Australia es un clásico que
llevaba años persiguiendo un metal más allá del doméstico FIBA Oceanía donde no
encuentra oposición. Parece increíble dado el nivel australiano de las últimas
décadas, pero los “boomers” nunca habían ganado una medalla ni en mundiales ni
Juegos Olímpicos. Tras tantas ocasiones perdidas, tantos momentos de rozar una
gloria que finalmente se escapaba, por fin tienen un metal para ilustrar su
condición de potencia baloncestística.
Debutantes olímpicos en sus Juegos de Melbourne de
1956 (cuando se abrió por primera vez la participación a un representante de
Oceanía), donde sólo ganaron dos de sus siete partidos, y mundialistas en Yugoslavia 1970 (sólo
pudieron vencer a la República Árabe Únida para acabar con un balance 1-7), es
a partir de la década de los 80 cuando comienzan a dar muestras de su
potencial.
Los aficionados españoles que ya tengan una edad
(tirando de eufemismo) recordarán aquel partido de cuartos de final en Seúl 88,
cuando un prodigioso alero finalista de la NCAA con Seton Hall llamado Andrew
Gaze (a la sazón segundo máximo anotador histórico olímpico de todos los
tiempos, sólo superado por el brasileño Oscar Schmidt) nos hacía un descosido
con sus 28 puntos para agriarnos la madrugada española y dejarnos fuera de la
lucha por las medallas. Gaze fue quizás la primera gran estrella internacional
del baloncesto “aussie” (con permiso de Eddie Palubinskas), liderando aquella
selección en la que también estaba un jovencísimo Luc Longley, posteriormente
ganador de tres anillos de la NBA en el primer “three-peat” de Jordan. Aquellas
semifinales fueron el primer gran éxito del baloncesto oceánico, cayendo ante la
todavía Yugoslavia de Petrovic, Kucoc, Divac y Radja, y posteriormente
sufriendo la furia de los Estados Unidos de David Robinson muy dolidos en la
lucha por el bronce tras caer en semifinales frente a la URSS de Sabonis. Una
derrota que a la postre acabaría desencadenando la apertura de la selección
estadounidense a los profesionales NBA y a la exhibición del “Dream Team” de
1992. Como dato curioso, en aquellos Juegos Olímpicos las cuatro selecciones
semifinalistas fueron las mismas tanto en masculino como femenino.
Pero aunque tímidamente, lo cierto es que Australia
ya había comenzado a avisar unos años antes. Se cruzaron en el camino de
nuestra plata de Los Ángeles 84, cayendo en cuartos de final por 101-93 y
ofreciendo una gran resistencia doblegada por las fuerzas combinadas de
Fernando Martín y Epi, con 25 puntos cada uno. En aquel roster ya figuraba
Andrew Gaze, con 19 años apuntando a próximo líder “aussie”, y es que dos años
después, en el Mundial de España de 1986, pese a que no pudieron pasar de la
primera fase por peor “basket average” que Cuba, al menos se dieron el gustazo
de tumbar a la Israel de Jamchy y Berkovich con una explosión anotadora del
joven Gaze, quien se fue hasta los 37 puntos. El baloncesto australiano se
ponía en el mapa.
El mito Gaze, abanderado en Sydney 2000
Volvieron a repetir semifinales olímpicas en Atlanta
96, entre medias nunca dejaron de estar entre los ocho mejores de cada torneo
(JJOO del 92 y mundiales del 90 y 94… en el mundial de Argentina a punto
estuvieron de dejar fuera de la lucha por el título a Estados Unidos) y al
aficionado le empezaban a resultar familiares, más allá de Gaze y Longley,
nombres como los de Andrew Vlahov, Mark Bradtke, Shane Heal o Tony Ronaldson. Una
nueva generación, liderada eso sí todavía por Gaze, que en Atlanta vuelve a pelear por las
medallas (paliza de Estados Unidos en semifinales) y sólo un enorme Arvydas
Sabonis, con 30 puntos y 13 rebotes, les vuelve a dejar fuera del podio en el
partido por el bronce. Para el recuerdo quedan partidos como su aplastamiento a
una crepuscular Grecia (por 41 puntos) o la victoria en cuartos de final ante
la Croacia de Kukoc y Radja que aún lloraba la pérdida de Drazen Petrovic en
accidente de tráfico tres años antes. Comenzaba un cicló olímpico ilusionante
que debía desembocar en Sydney 2000, donde poder intentar de nuevo el asalto
por la medalla en esta ocasión como anfitriones. Sin embargo el mundial de
Grecia en 1998 suponía un pequeño paso atrás, fuera de los cuartos de final y
con Gaze cediendo el testigo de máximo anotador por primera vez en muchos
torneos a un compañero, el base Shane Heal. No todo eran malas noticias, en
1997 una selección sub22 se alzaba con un torneo mundial (ganando entre otros
equipos a un combinado español con jugadores como Berni Hernández, Carlos
Jiménez o Jorge Garbajosa, posteriormente campeones del mundo en 2006) La
Francia de Rigaudeau en semifinales y la Lituania de Jasikevicius en el partido
por el bronce volvía dejarles fuera del podio. Cambio de siglo pero todo seguía
igual en el baloncesto australiano, que comenzaba a etiquetarse como eterno
medallista olímpico. Habían sido los últimos Juegos Olímpicos del mito Andrew
Gaze.
No clasificados para el mundial de Indianapolis de
2002, Atenas 2004 les dejaba fuera de las semifinales olímpicas por primera vez desde 1996,
despidiéndose además con una abultada derrota ante sus vecinos de Nueva
Zelanda. Pero lejos de apuntar a un posible ocaso del baloncesto australiano,
incapaz de volver a competir sin la figura de Gaze y sus exuberancias
anotadoras, estos Juegos resultarían fundamentales para el futuro de los
“boomers”, ya que habituados a ser una selección basada en el juego exterior
pero sin argumentos en la zona, en su roster aparecían dos jóvenes pívots que
invitaban al optimismo de que la selección oceánica podría resolver su puesto
más deficiente, hablamos de David Andersen (ganador de tres euroligas) y Andrew
Bogut (campeón de la NBA en 2015 con Golden State), mientras que en el exterior
la aparición de jugadores como Matt Nielsen aseguraba la pervivencia del
peligro australiano desde el perímetro. Bogut precisamente había sido el líder
absoluto de otro de los grandes éxitos del baloncesto de su país, llevándole a
la medalla de oro en el mundial junior de Grecia en 2003. Fue tal el impacto
que acabaría siendo número 1 del draft de la NBA de 2005.
Bogut, con sólo 21 años, lideraría a Australia en el mundial de 2006,
donde no pasarían de la novena plaza. David Andersen, por entonces ya en el
CSKA Moscú, se recuperaba de una lesión, y ojo, el técnico Brian Goorjian convocaba
a la preselección a un joven base con descendencia aborigen que ya daba mucho
que hablar en su país llamado Patrick Mills. No pasó el corte definitivo y hubo
que esperar al FIBA Oceanía de 2007 para verlo en torneo internacional
absoluto, llegando a ser el máximo anotador de Australia en los Juegos de 2008,
donde a pesar de no pasar de cuartos de final (aplastados por Estados Unidos),
un roster en el que había jóvenes jugadores como Mills, Bogut o Joe Ingles,
hacía prever un futuro competitivo. A los de Goorjian les condenaba su mal
inicio frente a Croacia y Argentina, llevándoles a un cruce imposible ante el
mejor equipo estadounidense de todos los tiempos después del Dream Team del 92,
pero sus contundentes victorias para cerrar la fase de grupos ante Rusia y
Lituania dejaban claro que su torneo había sido brillante.
En Londres 2012 de nuevo las dos primeras derrotas
(ante Brasil y España) les condenan a la cuarta plaza, pese a tener mejor
average general que los de Scariolo, pero derrotados en el duelo directo ven a
España alcanzar la tercera plaza de grupo mientras que la selección entrenada
entonces por Brett Brown se las veía de nuevo con unos Estados Unidos que les
impedían alcanzar las semifinales. No obstante se seguían sucediendo las buenas
noticias en baloncesto de formación, con las platas sub17 en los mundiales de
2012 y 2014. Dante Exum lideraba el primero de ambos rosters, y se vislumbraba como la nueva gran promesa
del baloncesto australiano junto a Ben Simmons, un año menor pero también
fundamental en aquella plata de Kaunas.
En el mundial de España 2014 sufrieron un particular
“angolazo”, perdiendo frente a los africanos en la última jornada de la fase de
grupos, cayendo a la tercera posición y evitando lo que hubiera sido un triple
empate con Lituania (a los que habían ganado de 7) y Eslovenia (con quienes
perdieron de 10) Hubo sospechas de dejadez australiana, que ganaban a los
angoleños 42-21 al descanso, y con la derrota evitaban a Estados Unidos en caso
de haber avanzado a cuartos de final… cosa que no sucedió porque Turquía con
dos triples finales de Preldzic culminaba una remontada para eliminar a los de
Andrej Lemanis por 65-64. Australia no se metía entre los ocho mejores, pese a
que jugadores NBA como Dellavedova o Baynes iban ganando en importancia en el
combinado “aussie” que ya comenzaba a ganarse el respeto de todos los rivales
independientemente de los resultados finales.
Y así llegamos al último lustro donde más cerca han
estado los “boomers” de rascar chapa, y en ambas ocasiones con España como
particular bestia negra. En Río 2016 los “aussies” metían miedo. Ganaron con
solvencia a Francia y Serbia en la fase de grupos (además de cumplir con China
y Venezuela que fueron trámites), sólo perdieron con Estados Unidos después de
dominar gran parte del encuentro y no salirse nunca del partido (acabaron
perdiendo por 10) Aplastaron a Lituania en cuartos de final, pero Serbia se
cobró venganza en semifinales, de nuevo su particular Rubicón. Quedaba por
dilucidar si al menos lograrían subirse al podio, despedirse de los Juegos con
una victoria en el último partido, ante una dubitativa España que había
desarrollado una vez más su particular crecimiento a lo largo del torneo,
mejorando a cada partido pero que tampoco pudo con Estados Unidos en
semifinales. El partido no pudo ser más igualado, con 19 cambios de liderato en
el marcador y 14 veces empatados. El final ya es historia de la selección
española, con la defensa final de Ricky Rubio y Claver para desbaratar el
último ataque australiano y hacer buenos los 31 puntos y 11 rebotes de Pau
Gasol (38 de valoración) en la que es hasta el momento última medalla olímpica
del baloncesto español. Más doloroso si cabe para Australia fue lo sucedido en
el último mundial, cuando después de dos prórrogas España obtenía el billete
para la final en un encuentro absolutamente colosal, un monumento al
baloncesto. Francia les dejaba de nuevo sin medalla en un partido de puro
músculo donde después de no haber bajado de los 80 puntos en ningún duelo los
de Lemanis no eran capaces de anotar siquiera 60 puntos. Se repetía la
historia, Australia nos enamoraba a todos los aficionados pero no les veíamos
subirse al podio.
Río 2016 y el mundial de China con España como bestia negra.
2021 ha sido otra historia, con el regreso de
Goorjian al banquillo y una madurez absoluta en el juego de Patrick Mills
erigido como auténtico líder de una selección con varios nombres NBA, y donde a
los ya clásicos Ingles, Baynes o Dellavedova se unen nuevos valores como Jock
Landale o un Matisse Thybulle enorme en el partido por el bronce. Tokyo 2020 ha
sido la consagración del baloncesto australiano, llevándose el bronce y
finalizando con un balance de 5-1. Sólo Estados Unidos, a partir de un tercer
cuarto magistral (32-10 de parcial para los de Popovich) les hizo morder el
polvo. A la cuarta semifinal olímpica por fin fue la vencida para una
selección que apunta a permanecer en la élite, sobre todo si por fin Ben
Simmons se anima a acudir a un gran torneo tras sus renuncias a los últimos
mundiales y JJOO.
El caso de Eslovenia sin embargo, y tirando del
chascarrillo habitual, podemos decir que estaba en las antípodas de los
australianos. Siendo su histórica primera participación en unos Juegos pueden
considerar estas semifinales un éxito, aunque parecieran no tener techo gracias a la dimensión de un descomunal
Doncic, que en su primer partido olímpico se fue hasta los 48 puntos, empatando
la segunda mejor marca anotadora de todos los tiempos del torneo, la de
precisamente un australiano, Eddie Palubinskas, quien los logró en Montreal 76
en un duelo inolvidable frente al México de Arturo Guerrero. Para Doncic nunca
existe el futuro, sólo piensa en destrozar el presente, como demostró en el
pre-olímpico de Kaunas, donde pasó por encima de todos sus rivales, incluyendo
la Lituania de Valanciunas y Domantas Sabonis que asistieron a otro recital del
ogro con cara de niño quien firmó un triple doble de 31 puntos, 11 rebotes y 13
asistencias en uno de los templos del baloncesto como es el Zalgirio Arena. Se
ha hablado mucho de ese Doncic frustrado y gruñón durante todo el torneo.
Olviden todo eso. Quédense con que están siendo testigos de auténtica historia
de este deporte cada vez que ese tipo salta a una cancha. Sobre todo teniendo
en cuenta que Eslovenia, a diferencia de Australia y su nula oposición en el
baloncesto oceánico, no va a tener nada fácil repetir en unos Juegos
Olímpicos.
Doncic tendrá que esperar. Thybulle, enorme en defensa.