La voz del baloncesto español |
Lo confieso. La primera vez que escuché una
narración de Lalo Alzueta no me gustó. Me chirriaron algunos de esos
latiguillos que finalmente se fueron convirtiendo en marca de la casa. Un buen
amigo mío, del mismo gremio que Lalo, me advirtió de que era un buen tipo, y
sobre todo un auténtico entusiasta del deporte de la canasta. A partir de ahí
admito que comencé a escucharle con otros oídos. Que fuera habitual de las
tertulias del bueno de Francisco José Delgado (“Pacojó”) en el excelente
programa radiofónico “Play Basket” también ayudó a que aumentara mi estima
hacia el trabajo de este periodista, que poco a poco se ha ido haciendo voz
habitual para todos los amantes del deporte que amamos y que, no nos cansamos
de repetirlo, vive desde hace unos años una auténtica nueva edad de oro.
Finalmente el ver cómo, una vez más, Lalo era vilipendiado por cierto sector de
“aficionados” (y entrecomillo porque de aficionados de verdad tienen poco),
sencillamente por su trabajo (en ese sentido da lo mismo que seas Lalo Alzueta
que el mismísimo James Naismith, todo señor que en un momento dado se dedica
profesionalmente a narrar, analizar, o tratar desde cualquier ángulo
periodístico el deporte será despellejado por ese “aficionado” troglodita para
quien el periodista está siempre en contra de su equipo) me hizo posicionarme
definitivamente al lado de Lalo. Es uno de los nuestros, y como tal hay que
defenderlo.
El oprobio y la injusticia cobraron tintes
tragicómicos cuando en un activo y altamente recomendable grupo de seguidores
de baloncesto del Real Madrid en una red social, un pequeño (pero ruidoso,
siempre ruidoso) grupo de “aficionados” acusó a Lalo de “antimadridista”,
porque, siempre según ellos, jaleaba más las canastas del rival, o no
denunciaba los al parecer constantes robos arbitrales que sufría el exitoso
equipo de Pablo Laso. Y digo que adquiere tintes tragicómicos porque Lalo Alzueta es madridista confeso. Pero por encima de todo es un profesional, un
periodista deportivo, no un periodista madridista, y eso no se lo han podido perdonar
aquellos para quien un paradigma de buen periodista ha de ser un Tomás Roncero,
por poner un ejemplo de periodista claramente enroscado en una bufanda, papel
respetable y que tendrá su público pero que desde luego poco tiene que ver con
lo que significa una visión deportiva limpia y global que no se circunscriba a
una única manera de ver el mundo, y que cuanto más alejado esté ese tipo de “periodismo”
del mundo del baloncesto, tanto mejor.
De modo que Alzueta ha sido víctima del victimismo. Del
viejo tópico de una gran parte de los “aficionados” al deporte de este país, da
igual de que equipo sean simpatizantes, y de manera más sangrante de los
propios madridistas. No es el único caso, desde luego, de hecho diría que
sucede con el 90% de los periodistas deportivos de este país (al menos con los
buenos, o con los medianamente buenos), que son considerados antimadridistas o
antibarcelonistas por igual según de donde venga el exabrupto del “aficionado”
en cuestión, y de qué color sea la boina con la se ha enroscado la cabeza. Una
vez hice la prueba de buscar en google el nombre de un conocido narrador futbolístico
seguido de las palabra “antimadridista” en primer lugar, y “antibarcelonista”
en segundo. Como no podía ser de otro modo, se le acusaba por igual tanto de
una cosa como de la otra, e incluso también se colaba algún “antiatlético”,
rompiendo al menos la insultante dicotomía que esclaviza a este país en lo
deportivo, como si no hubiera vida más allá de colores blancos o blaugranas.
Pido perdón al bueno de Lalo por utilizar su figura
para reflexionar sobre un tema que tanto me ha obsesionado desde precisamente
mi condición de madridista: el victimismo de una buena parte de la afición de
nuestro club, que se manifiesta principalmente en por un lado considerar que
toda la prensa está confabulada para desacreditar a nuestra entidad, y por otro
que todos los estamentos deportivos, con los árbitros como brazo armado a la
cabeza, tienen como único objetivo el acoso y derribo al Real Madrid. En
definitiva, existe un cierto tipo de madridista que vive empeñado en creer que
figura una enorme conspiración global judeomasónica contra el club deportivo
más laureado de Europa futbolística y baloncestísticamente hablando. Eso le
lleva a pensar que vive rodeado de antimadridistas, y así es capaz incluso de
acusar de antimadridista a la mismísima Amaya Valdemoro en algún partido de
Euroliga en el que se nos tuercen las cosas. A ilustres ex –jugadores se les
llama resentidos cuando tratan de analizar el deporte desprovistos de
forofismos, y a periodistas de viejo linaje blanco se les quiere mandar a la
hoguera cuando se niegan a que el camino lo señale el dedo del Mourinho de
turno. Se persigue, por tanto, al librepensador, se aplaude, por tanto, el
pensamiento único y dictatorial. Y si este tema me obsesiona es precisamente
como digo por mi condición de madridista, y añado, madridista de provincias. Yo
soy uno de los cientos de miles de niños españoles que creció admirando al club
blanco a muchos kilómetros de distancia de Concha Espina, cientos de miles que
se multiplican por millones en Europa y en el resto de continentes. Si el Real
Madrid ha sido tradicionalmente el club deportivo más querido, respetado y
admirado, y con mayor número de seguidores y simpatizantes en todo el globo
terráqueo… ¿cómo puede creerse alguien que toda la prensa, árbitros y
organismos deportivos están concebidos para buscar la destrucción del club
blanco?
Que haya alguien que cuando ve un partido de
baloncesto del Real Madrid está más preocupado de si fulano narra con más o
menos brío una canasta de Sergio Rodríguez que de su rival, en vez de disfrutar
con un equipo que ya es histórico y con una propuesta de juego que ha elevado
al baloncesto a niveles que hacía décadas que no veíamos, sigue sin entrarme en
la cabeza. Pero sucede, y a diario.
Reitero mis disculpas a Lalo Alzueta por usar su
caso concreto para tratar la injusticia de la persecución al periodista
que hace su trabajo de la manera más profesional posible, y ya desahogada mi
pena sobre tal maltrato a nuestros periodistas, vuelvo al tema principal de
nuestra entrada. Y es que estos Juegos Olímpicos han sido colosales para el
baloncesto español con nuestras dos selecciones absolutas en el podio, hito
histórico en el caso de las chicas, que además estamos convencidos no se
quedará ahí. Nuestro baloncesto ha triunfado. Los Pau Gasol, Navarro, Felipe Reyes,
Scariolo, Lucas Mondelo, las Laia Palau, Laura Nichols, Alba Torrens… todos
ellos y todas ellas engrandecen su leyenda y palmarés, pero junto a todos estos
nombres ilustres, historia viva de nuestro baloncesto, Lalo Alzueta ha sido uno
de los grandes triunfadores de estos Juegos. Su buen trabajo al frente del
micrófono en las retransmisiones se ha traducido en multitud de alabanzas y
críticas positivas en medios especializados y redes sociales. La constancia en
sus “latiguillos”, la búsqueda de su lenguaje propio, la fe en su propio
trabajo y el empeño en recorrer su propio camino con sus propias virtudes y sus
propios defectos ha culminado en este (esperemos que momentáneo) canto del
cisne baloncestítico, el mejor momento profesional para un auténtico estajanovista
de la comunicación deportiva que en los Juegos de 2008 llegó a retransmitir
nada menos que 14 disciplinas olímpicas. Finalmente Lalo nos ha ganado a todos “por
abrasión”, y se hace imposible desligar ya las gestas de estos Juegos, el
tortuoso inicio y glorioso final de la selección masculina, el sobrio paso
firme no exento de épica (aquella remontada contra Turquía) de la femenina, de
la pasión que su voz nos ha transmitido. Lalo se merece otra medalla.
Se va de RTVE después de 9 años de dar el callo, de
una televisión pública española que no le ha sabido valorar como se merece, y
que además vuelve a renunciar al baloncesto. Esto daría para otro debate,
comprendemos que nuestra Liga Endesa se venda al mejor postor porque al final
si queremos un deporte de calidad hay que mantenerlo, y para eso hay que
atenerse a la oferta y la demanda y vender un producto atractivo para que te
pongan los millones encima de la mesa. “Hay que vender el muñeco”, decía el
añorado Andrés Montes, un profesional consciente de la importancia del deporte
como espectáculo, una cultura que tienen bien presente en la mediática NBA. Por
eso personajes como Montes, o como Alzueta, son tan necesarios en el mundo del
baloncesto. Son una “pata” que dejarían a la mesa muy coja de no existir. Por
eso nos preocupa que no se reconozca la labor de ese tipo que micrófono en mano
convierte el baloncesto en una fiesta para quienes están a miles de kilómetros
de la cancha. Dejemos de disparar al pianista.
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