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DINASTIA |
El Real Madrid ya tiene su ansiada décima copa de
Europa de baloncesto. Pablo Laso la segunda. Iguala el vitoriano a Lolo Sainz
como segundo entrenador con más conquistas continentales tras el mito Pedro
Ferrándiz y entra en el selecto club de dobles ganadores de Europa junto a
nombres de la talla de (además del propio Sainz) Sandro Gamba, Zeljko
Pavlicevic, Dusan Ivkovic o Valerio Bianchini. Es una piedra más en el robusto
edificio baloncestístico que el entrenador alavés lleva siete años edificando,
quizás la piedra más sólida y brillante a tenor de las dificultades acaecidas
durante todo el curso.
Ha sido un Real Madrid obligado a reinventarse desde
aquel estilo de juego veloz y desbocado que convirtió en seña de identidad con
la llegada de Pablo Laso al banquillo. Sin Sergio Rodríguez, quien dejó el
equipo hace dos temporadas, y sin Sergio Llull durante prácticamente todo la
presente campaña, la inoportuna lesión de Campazzo con pase por el quirófano
incluido (apenas puede disputar 14 minutos en el total de ambos partidos de la Final
Four) ha obligado al técnico vasco a buscar un estilo quizás más espeso y más
lento de lo que le gustaría, pero tanto o más efectivo que en los vertiginosos
y maravillosos primeros años del lasismo (de hecho el Madrid finaliza con su
mejor media anotadora en Euroliga de las últimas tres temporadas) La guerra de
guerrillas que fue la durísima eliminatoria contra Panathinaikos evidenció la
capacidad de Laso y sus hombres para sobrevivir en un baloncesto antitético a
la filosofía blanca, y la manera de dominar ambos partidos de la final a
cuatro, primero ante el equipo más anotador del torneo (CSKA) y posteriormente
ante el mejor defensor (Fenerbahce) no hace sino confirmar el crecimiento de
Laso como técnico y su capacidad para haber conseguido el juego más equilibrado
de estas siete temporadas, precisamente en el año más difícil.
El CSKA-Real Madrid prometía (los dos equipos con
mayor anotación frente a frente) después de haber asistido a un
Fenerbahce-Zalgiris cocinado al gusto de Obradovic y al que le salvó la emoción
de un resultado que en ningún momento parecía decisivo a favor de los turcos,
con diferencias mayormente en 6-8 puntos. Dio la sensación de que el parcial de
7-1 inicial, antes de que Kevin Pangos (magnífico de nuevo con 16 puntos, 5
rebotes y 4 asistencias) lograse la primera canasta lituana en juego, servía
para el equipo aurinegro que pese a la constante cantidad de balones perdidos
por su rival (haciendo honor a la estadística, ya que el Zalgiris ha sido el
equipo con más pérdidas durante esta temporada en Euroliga) no arriesgaba un
ápice, guardando como un tesoro esas pequeñas rentas. Hasta que un recuperado
Ali Muhammed dinamitó el encuentro estirando hasta unos doce puntos de renta
mediado el último cuarto, insalvables ya para los de Jasikevicius. Es cierto
que el jugador de Chicago ha vivido la temporada más gris que se le recuerda,
pero Zeljko supo activarle en el momento justo. En menos de 12 minutos en pista
rompió definitivamente el partido con 19 puntos y excelsos porcentajes en
lanzamiento a canasta (8 de 11 en tiros de campo) Los lituanos cayeron dejando
buena imagen y confirmándose como la gran revelación del curso, la historia de
una Cenicienta que con el segundo presupuesto más bajo del torneo se ha colado
entre los cuatro mejores y a la que un reloj llamado Zeljko Obradovic la hizo
despertarse del sueño. Pero, números y resultado aparte, lo cierto es que el
choque inaugural de esta Final Four se desarrolló siempre bajo el guión
previsto por el entrenador ganador de nueve copas de Europa. Baste decir que no
hubo ni un solo segundo en el que Zalgiris estuviera por delante en el
electrónico. Zeljko no dejó jugar cómodos a los rivales en ningún momento,
ordenando una agresiva defensa que se saldó con 27 faltas personales (pitadas,
cometidas hubo muchas más) en la cuenta de sus jugadores. Poco importa cuando
cuentas con el suntuoso fondo de armario que tiene a su disposición el técnico
serbio.
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Jasikevicius no pudo con el maestro |
Y si el CSKA-Real Madrid prometía, lo cierto es que
no decepcionó. Hasta el paso por vestuarios parecía un deporte totalmente
distinto al que habían jugado minutos antes turcos y lituanos. Los dos primeros
cuartos se saldaron con dos tormentas ofensivas, una para cada equipo. Primero
fueron los moscovitas, con un salvaje parcial de 30-20 (impresionante comienzo
de Cory Higgins, con 10 puntos en los 4 primeros minutos), pero el Real Madrid
volteó la situación en los diez minutos siguientes, con un 16-27 (0-8 de
salida) que le ponía un punto arriba al descanso. La idea inicial de Laso había
sido, de nuevo, buscar el quimérico y aristotélico equilibrio, arriesgando con
el tocado y maltrecho Campazzo de inicio en la marca sobre Sergio Rodríguez. Pero
lo cierto es que el base argentino estuvo inédito, jugando los primeros cinco
minutos en los que el Chacho anota cinco puntos para acompañar a Higgings y dar
las primeras ventajas a los rusos, y ya no volvería a la pista. Laso aceptó la
propuesta ofensiva de Itoudis y en el segundo cuarto pondría su dinamita
exterior sobre la cancha (Causeur, Carroll y Llull) para meter al Madrid en el
partido. Con la igualdad predominando en el ecuador del partido (46-47 para los
blancos), todo parecía pasar por mejorar en defensa sin perder acierto
anotador. Como si fuera fácil frente a todo un CSKA.
Y no empezaron bien las cosas en el tercer cuarto.
El Real Madrid no conseguía anotar durante los tres primeros minutos. Doncic
(quien al día siguiente nombrarían MVP de temporada regular) fallaba sus dos
primeros lanzamientos y perdía dos balones casi consecutivamente. Por fortuna
el CSKA también había perdido su alegría ofensiva, pero aun así una canasta de
Hunter y un triple de Clyburn abrían una pequeña brecha para los del ejército
rojo. Pero entonces llegaron los mejores momentos del Real Madrid, definidos en
un parcial de 0-13 que parecía improbable para encuentros de este tipo en los
que el control del balón se mima hasta el paroxismo. Felipe Reyes acudía al rescate
por enésima vez en su carrera, anotando cinco puntos consecutivos, y Causeur
(impecable desde el triple todo el fin de semana, acertando en sus cinco
intentos repartidos en ambos partidos) y Doncic ajusticiaban desde el exterior.
Los de Laso se acercaban a la siempre deseable decena de puntos de diferencia,
pero sus continuos errores en el tiro libre (Ayón falla tres de sus cuatro
lanzamientos en los últimos minutos del cuarto) daban vida al CSKA, que cerraba
el tercer acto con una asumible desventaja de siete puntos. En el cuarto
definitivo, Kurbanov, a base de pundonor defensivo y concentración en ataque
mantenía con vida a su equipo hasta su eliminación por faltas personales a 5.25
del final. El Madrid no se descomponía y una antideportiva de Sergio Rodríguez
en un “mismatch” con Trey Thompkins (otro jugador que ha hecho una Final Four
soberbia) volvía a estirar el marcador a los 9 puntos de diferencia quedando
poco más de 6 minutos. Ya sin Kurbanov el CSKA busca un último arreón gracias a
Hines y Clyburn. El alero de Detroit estrechaba el marcador en un inquietante
73-76 a poco más de 4 minutos para el final. Era el momento de Llull. El
menorquín no ha podido llegar a esta final a cuatro en su mejor versión, tras
su gravísima rotura de ligamentos, pero no podía pasar desapercibido habiendo
un título en juego. Responde a Clyburn con un triple que acaba siendo la
canasta clave para encarrilar el partido. Con 73-79 a 4.05 para la bocina final
a los rusos les entran las prisas, ejemplificadas en un Clyburn en modo moneda
al aire. Su 5 de 17 en tiros de campo fue un lastre para el CSKA, especialmente
con el 2 de 12 en lanzamientos de dos puntos. Ayón aprovecharía posteriormente
la presión desesperada de los rusos sobre los exteriores madridistas (2 contra
1 a Doncic de nuevo) para recibir a media cancha y encontrar una autopista por
el carril central para hundir la bola hacia abajo. De Colo, jugando sin red,
intentaría dar vida a CSKA con dos triples consecutivos, pero el Madrid no se
descompuso y supo cerrar el partido desde el tiro libre tras las constantes
faltas moscovitas. Pese al horrible 61% desde la distancia de personal
(preocupante 22 de 36… nada menos que 14 puntos dejó escapar el equipo de Laso
desde el libre), lo cierto es que Llull, Rudy y Taylor si anotan en los
momentos decisivos. Sólo el sueco erra en uno de sus dos lanzamientos, pero el
5 de 6 desde la línea en el tramo final certifica la concentración de los
jugadores madridistas, cuya primera parte del plan para volver a conquistar
Europa se saldaba de manera exitosa.
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El Chacho no encontró el camino. |
En la final esperaba el Fenerbahce, vigente campeón
y oportunidad para Zeljko Obradovic de alcanzar nada menos que su décimo
entorchado como campeón de Europa. La posible décima del club más laureado
frente a la posible décima del entrenador más ganador. Obradovic ante el reto
de acumular el sólo más copas de Europa que el club con más títulos de campeón.
Algo absolutamente inaudito. Un Fenerbahce favorito, casi local, con su
afición, llegada desde la cercana ciudad de Estambul, abarrotando las gradas
del Stark Arena. Con jugadores como Guduric, Kalinic o Vesely que conocen
perfectamente esa cancha y esa ciudad, ya que en Belgrado comenzaron a cimentar
su carrera profesional, en Estrella Roja los dos primeros y en Partizan el checo.
Y sobre todo con un Zeljko Obradovic que vuelve a demostrar que no puede ser
profeta en su tierra. Y es que no sería de extrañar que los viejos fantasmas de
2005 asomasen en el recuerdo de Zelkjo, cuando en el Eurobasket del que Serbia
y Montenegro eran anfitriones fueron la gran decepción entrenados precisamente
por Obradovic, dirigiendo un vestuario del que el propio técnico afirmó que era
ingobernable habiendo peleas y puñetazos entre los propios jugadores locales,
suponiendo el posiblemente mayor punto negro en la exitosa carrera del
devorador de títulos serbio.
No obstante, todo parecía a favor para que la
leyenda de Obradovic alcanzase una dimensión descomunal, desconocida, y nunca
vista antes en el mundo del deporte. Belgrado coronando al ganador de diez
títulos de campeón de Europa, estableciendo una distancia aún más salvaje entre
Zeljko y los demás, dejando casi en broma carreras tan legendarias como las de
Gomelsky, Ferrándiz, Maljkovic o Messina, maestros de los banquillos que siguen
al serbio en el palmarés con cuatro copas de Europa cada uno. Es decir, Zeljko
dobla a sus inmediatos perseguidores. Pero cuando decimos que la carrera de
Obradovic no conoce parangón, hay que fijarse también lo que sucede en otros
deportes, para que seamos realmente conscientes del significado de que un
entrenador sea campeón de Europa de clubes en nueve ocasiones. Así vemos que en
fútbol ningún técnico ha conseguido reinar en Europa más de tres veces. Es el
caso de Bob Paisley (todas con el mítico Liverpool de los 70 y primeros 80) y
Carlo Ancelotti (dos con Milán y una con Real Madrid), un club muy selecto al
que veremos si es capaz de unirse Zinedine Zidane el próximo fin de semana. En
balonmano tampoco encontramos nada similar, ya que Valero Rivera sigue siendo el
gran dominador con seis entorchados dirigiendo al Barcelona de los 90. En
ninguno de los grandes deportes de equipo se da una circunstancia de dominio
como la de Obradovic con la Euroliga de baloncesto, y sólo Josep Llorente con
sus diez títulos de campeón de Europa de hockey sobre patines supera al serbio
a la hora de coleccionar campeonatos, en una competición totalmente dominada
por el F.C. Barcelona.
Se presentaba Obradovic con toda su plantilla al
completo, sin problemas físicos relevantes, y sumando para la causa a un viejo
rockero como Ali Muhammed/Bobby Dixon y su pasmosa facilidad para destrozar
partidos. Más dinamita para Obradovic y más problemas para un Laso que insistía
en un Campazzo de nuevo titular y de nuevo irrelevante. Obradovic por su parte
también repetía un movimiento inesperado de salida que ya puso en práctica ante
Zalgiris dos días antes, dándole la titularidad a la torre jordana Duverioglu,
pívot de rotación profunda en el sistema de Zeljko. De hecho el serbio repite
el mismo quinteto que en semifinales
(Wanamaker-Guduric-Kalinic-Vesely-Duverioglu), mientras que Laso hace un cambio
respecto al partido ante CSKA, entrando un Causeur a la postre decisivo (aunque
sus mejores momentos llegarían en la segunda parte) en lugar de un Jeff Taylor
menos utilizado que en otras ocasiones. Con todo ello el Fenerbahce comenzó
dominando (6-11, minuto 5), precisamente buscando a su gigante en la pintura.
Causeur y Rudy espolean al Madrid a base de triples y sus compañeros les
secundan. Los últimos 9 puntos del cuarto blancos llegan desde el 6.75 para
poner un prometedor (teniendo en cuenta el contexto) 21-17.
Más prometedor es todavía el arranque del segundo
cuarto, con cuatro puntos consecutivos que estiran el marcador hasta los ocho
puntos para los de Laso. Y comienza el recital Melli. Siete puntos en un minuto
del italiano enjugan la diferencia y el partido entra en una absoluta igualdad
ligeramente rota por un triple de Sloukas en la última posesión turca para que
los de Obradovic se retiren al descanso mandando en el marcador, 38-40.
A la vuelta del descanso Causeur se viste de héroe
inesperado. El bretón lidera al Madrid en un extraordinario tercer cuarto en el
que firma 12 puntos y además combina con los pívots, Reyes y Ayón, para que el parcial
de estos diez minutos finalice con un magnífico 25-15. Ocho puntos de ventaja
para encarar el cuarto definitivo, una diferencia muy similar a la que
conseguían dos días antes frente a CSKA (7 puntos en aquella ocasión) Melli con
un 2+1 inaugura el último acto. El italiano finalizaría con 28 puntos, la
anotación más alta en una final desde que se juega con este formato. Otro
triple del ex de Brose seguía dando vida al Fenerbahce, pero el ala-pívot
estaba demasiado solo. Una antideportiva de un desquiciado Vesely suponía dos
tiros libres de Doncic y un triple de Carroll que ponían los quiméricos diez
puntos de diferencia a falta de seis minutos para el final. Las constantes
faltas personales por parte de ambos equipos llevaban el partido constantemente
a la línea del tiro libre, con el Madrid dando mejores sensaciones que ante
CSKA (aun así su 76.5%, con 26 de 34, no es para echar cohetes), pero el
peligro venía con las expulsiones de Llull (dos seguidas ante Dixon y una en
ataque frente a Wanamaker) y la posterior de un Doncic tan generoso que no tuvo
reparos en ir con todo en una contra de Wanamaker. Quedaban 38 segundos para el
final y los dos tiros anotados por el jugador de Philadelphia ponían un
inquietante 80-75 en el marcador. Había partido. Jaycee Carroll, que llegaba a
este partido con un increíble 44 de 45 en tiros libres, fallaba uno de sus dos
lanzamientos y Dixon/Muhammed volvía a aparecer para con un triple meter el
miedo en el cuerpo con un 81-78 a falta de 22.4 segundos. El desenlace del
partido comenzaba a asomarse como épico, con un equipo madridista obligado a
jugarse la décima copa de Europa con un quinteto de circunstancias. Sin LLull
ni Doncic, con Campazzo tocado, al igual que Rudy, aquejado del hombro, con Causeur,
Thompkins, y el habitual binomio de cambio de balonmano de Laso para
ataque/defensa que es Carroll/Taylor. Se trataba de poner en pista los mejores
manejadores de balón posible (y los más seguros en el tiro libre) No había
lugar para un Walter Tavares decisivo hasta que Laso lo sienta a 1.50 del
final. El primer caboverdiano en ganar una copa de Europa de clubes acaba
siendo el jugador interior más utilizado por su entrenador en la gran final,
con 21 minutos y 31 segundos en los que anota 8 puntos sin fallo (incluyendo
sus dos tiros libres), 5 rebotes, 2 asistencias, 1 robo y un tapón para 15 de
valoración, amén de su presencia intimidatoria cambiando tiros rivales (tiros
rivales que por otro lado encuentran a Melli y su brillante 4 de 6 en triples)
Causeur, hasta ese momento autor de 15 puntos e impoluto desde el tiro libre (4
de 4), recibe falta de Wanamaker cuando apenas han transcurrido unos 4
segundos. Al bretón le tiembla el pulso. Su primer lanzamiento se queda corto,
soltando el brazo demasiado rápido. La presión haciendo efecto en un jugador
que disputaba esta Final Four como una particular revancha. Sólo había vivido
este escenario en 2016, cuando Perasovic devolvía al Baskonia a la mayor elite
continental clasificándoles para la final a cuatro de Berlín, donde esperaba
precisamente el Fenerbahce de Obradovic. En aquel equipo baskonista Mike James,
Darius Adams y Adam Hanga acaparaban todo el juego exterior, hasta el punto de
que Causeur apenas juega tres minutos, a pesar de la dureza de un partido que
se resuelve con prórroga. Bien es cierto que llegaba recién salido de una lesión, pero que distinto ecosistema ha encontrado el francés en
este Real Madrid coral, de constantes rotaciones, generosidad colectiva y
sentido de equipo muy superior a aquel Baskonia basado en las individuales de
sus jugones. Volvamos a ese instante congelado donde Fabien Causeur, hombre del
partido, flirtea con el desastre de pasar de héroe a villano. Su segundo
lanzamiento es mejor… pero igualmente falla, después de que el balón baile
alrededor del aro. Es entonces cuando surge la figura de Trey Thompkins, el jugador
que tuvo que abandonar a sus compañeros el pasado invierno por querer estar al
lado de su madre enferma, para protagonizar la jugada clave de la décima Copa
de Europa del Real Madrid. Una canasta icónica para vivir en el recuerdo eterno
del madridismo como lo fuera aquel robo de Ricky Brown en la final de Recopa
ante el PAOK de Salónica en 1992, también después de un fallo decisivo en el
tiro libre de un compañero (Mark Simpson, en aquella ocasión) Nicola Melli, en
uno de sus escasos errores del partido, se precipita al saltar por el rebote y
es Thompkins quien llega desde atrás para palmear la bola y poner un 83-78 que
parecía insalvable para los turcos. Pero un equipo campeón siempre muere
matando.
Habría tiempo para dos redenciones más en los 18
segundos restantes, con Melli enmendando su error en el rebote y anotando a
falta de 14 segundos. De nuevo con tres arriba Causeur recibe falta personal,
la quinta de Datome, pero ahora no fallará, pese a que su primer lanzamiento
también llora botando sobre el aro. El segundo no obstante entrará limpio. Al
francés aun le quedarán fuerzas para perseguir por toda la pista a un Sloukas
al que neutralizó por completo y que recibe un tapón de su par para cerrar el
partido.
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Causeur se quitó la espina de 2016 |
El Real Madrid alza su décima Copa de Europa, la
tercera con el formato de liga europea, la segunda de Pablo Laso, y quizás la
más meritoria de la larga historia madridista. Después de 36 partidos contra
los mejores equipos del continente, y, sin necesidad de recordar el desgraciado
curso en forma de lesiones y contratiempos que ha tenido que soportar Pablo
Laso para mantener vivo al equipo en esta competición, simplemente fijándonos
en el partido final ante Fenerbahce nos damos cuenta de la coralidad y química
que ha instalado el vitoriano en este Real Madrid reinventado a partir de sus
adversidades. Hay que poner en valor que los blancos levantan el título en una
final en la que Sergio Llull juega tan sólo 12 minutos. Anthony Randolph, el
gran fichaje de hace dos temporadas, se queda en 11. Su “cinco” de referencia,
Gustavo Ayón, se queda en 14. Campazzo en 9, y por la expulsión de Llull, ya
que realmente no estaba listo para esta Final Four tras su operación de
rodilla. Laso da una lección de dosificación y maestría en la rotación. Ningún
jugador llega a los 29 minutos (Doncic se queda en 28), y ninguno baja de los 9
(Campazzo, como hemos dicho) Los 12 jugadores participan, y sólo el base
argentino se queda sin anotar. Habría que tirar de hemeroteca para encontrar un
caso similar, pero simplemente recordando las últimas ediciones vemos que en la
final de la pasada temporada Obradovic no saca a Mahmutoglu, Duverioglu y ese
extraño “jarrón chino” que era Anthonny Bennett (un número 1 del draft de la
NBA) hasta que no restan 72 segundos para el final de un partido que ya estaba
decidido (ganaban de 19 puntos cuando el serbio hace el triple cambio que
posibilita haber utilizado todo el roster) Itoudis en 2016 saca a Demetris
Nichols de manera testimonial (6 segundos) y prácticamente se puede decir lo
mismo de Dmitry Kulagin (1.21) En 2015, la primera Euroliga conquistada por
Laso, es Facu Campazzo quien no juega ni un segundo en la final. En 2014 David
Blatt gana con 9 jugadores (deja sin jugar a Andrija Zizic, Ben Altit, y el
actual jugador de Estudiantes, Sylven Landesberg) En 2013 Bartzokas no utiliza
a Gecevicius,al igual que hace Ivkovic en la final de 201, ambos siendo
campeones con Olympiacos. En 2011, la última Euroliga que conquista Obradovic
con Panathinaikos, los jugadores Tepic y Kaimakoglou aparecen al final del
partido de manera testimonial, apenas 4 segundos. Y en la Copa ganada por el
Barcelona de Pascual en 2010 son Jordi Trias y Jaka Lakovic quienes saltan a
falta de un minuto cuando su equipo gana por 15 puntos. Nos hemos querido
centrar sólo en esta década, pero si siguiéramos tirando hacia atrás estamos
convencidos de que la tendencia sería la misma. Nunca, al menos en los últimos
tiempos, ningún entrenador ha ganado una final utilizando tanta rotación. Laso
ha sublimado el concepto de equipo.
Otro dato descomunal que deja en evidencia a quien
quiera seguir negando la importancia del entrenador nos lo da la web de
estadística avanzada Overbasket, según la cual Pablo Laso utiliza nada menos
que 43 quintetos diferentes durante ambos partidos de la Final Four. Pero lo
llamativo de verdad es que ninguno de los 20 utilizados ante el CSKA se repite
ante Fenerbahce. Impresionante.
El Real Madrid gana su Copa de Europa más meritoria,
ganando primero al equipo que mejor ataca y posteriormente al mejor en defensa.
Dos estilos distintos, y en los dos una vez más la encomiable capacidad de
supervivencia y adaptación para salir airosos del envite. Suben las
prestaciones en todos sus apartados, y ante los dos trasatlánticos más
mastodónticos del continente. De 86.23 puntos por partido en temporada regular
a los 88.5 de media en la final a cuatro, 8.5 puntos más de media que CSKA y
10.5 que Fenerbahce. Impresionante sacrificio reboteador, con 40 capturas por
partido (35.57 habían hecho en liga), empequeñeciendo a sus dos rivales.
También han dominado en asistencias y tapones, y sólo en robos de balón no han
sido los mejores del fin de semana (estadística en la que ha mandado
Fenerbahce)
Calidad técnica, riqueza táctica, pero también
dureza mental en un equipo que presume de ser familia. Las emocionadas palabras
de Laso a sus jugadores en el vestuario del Palacio tras el cuarto partido que
daba billete a la final a cuatro después de la durísima serie frente a
Panathinaikos, en la que les recordaba todo por lo que habían pasado durante el
curso, cobran ahora más sentido que nunca. Escribíamos hace un año en una
entrada titulada “El castillo de naipes” sobre la injusticia (una vez más) que
se estaba cometiendo por parte de algunos aficionados que pedían la cabeza de
Laso después de caer en la Final Four de Estambul ante un Fenerbahce superior y
favorito para cualquier analista serio (repetimos, para analistas serios, no
para los que se quedan en “somos el Madrid y somos los más guapos, más altos y
más fuertes”) Que no se puede ganar siempre es una obviedad tan evidente que no
creo que a ningún seguidor del deporte que tenga más de 4 años haya que
explicarle. Se trata de sobrevivir, adaptarse, reinventarse… y después de haber
hecho ese trabajo, quizás reinar. En ninguna competición se hace más evidente
aquello de que para ganar finales primero hay que perderlas que en Euroliga (y
no hay más que fijarse en la trayectoria de los últimos equipos campeones de
este torneo, Olympiacos, Maccabi, CSKA, Fenerbahce, Real Madrid… todos ellos
pierden al menos una final con el proyecto y entrenador que fuera vigente en
aquel momento para poco después levantar el título), hay que tener cierto
callo, cierta dureza adquirida con la derrota para ganar una competición de
esta dificultad y no ser tan estúpido como para desandar el camino andado y querer
empezar de cero.
Y Laso ya lleva mucho andado.
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Temporada de sufrimiento. Final feliz. |