“Cuando todo se acabe,
Y nadie nos recuerde,
Seguro que nos vemos en
cualquier fiesta”
(“En cualquier fiesta” La
Mode)
When you're young... |
Hablaba la noche del viernes
con un aficionado sobre el Mundial que estaba a punto de comenzar en nuestro
país. Por supuesto compartíamos, con la cautela que merece el asunto, que si la
lógica se impone deberíamos encaminarnos hacia una final Estados Unidos-España,
trayecto que se presupone fácil para los yanquis, pero mucho más trabajado para
los nuestros, que somos un poco más “terráqueos” que los impresionantes
jugadores estadounidenses. Por detrás de los dos grandes favoritos se abren las
posibilidades: Brasil, Lituania, Argentina, Francia, Eslovenia, Serbia,
Croacia… y en un momento dado mi interlocutor afirmó “incluso Rusia, a ver con
que equipo vienen”. Lógicamente le hice saber que Rusia no participa en esta
cita mundialista.
La reflexión a la que me
conduce la anécdota, para retomar este blog en mi vuelta de las vacaciones, no
es para nada enmendar la plana al buen aficionado que incurrió en el error de
pensar que la selección ex –soviética sería de la partida (al fin y al cabo la
gente tiene su trabajo, familia, obligaciones y responsabilidades, y hay que
ser muy fanático de este deporte para, si no vives de ello, conocer las 24
selecciones y poder citar al menos sin esfuerzo a cinco o seis jugadores de
cada roster), recordemos que el mismísimo Serge Ibaka hace unas semanas hablaba
de Italia como equipo difícil en este campeonato… cuando sabido es que los transalpinos
tampoco han obtenido plaza para el torneo. La reflexión es en otro sentido, y
es la de cómo hemos considerado como una absoluta normalidad la presencia de
nuestra selección en este tipo de eventos. Ya no sólo eso, si no que todo lo
que sea bajarnos del podio nos parece un fracaso, e incluso cuando rascamos
metal no sabemos valorarlo consecuentemente (como ha sucedido con el último
bronce europeo, obtenido con un seleccionador debutante en el puesto y con las
bajas de los líderes de esta generación de jugadores) Hemos perdido la
perspectiva de lo que cuesta estar en la elite del baloncesto mundial verano
tras verano, sean campeonatos de Europa, mundiales, o los prestigiosos Juegos
Olímpicos, cuando la realidad es que la regularidad en la cumbre es tan costosa
que vemos como toda una Rusia (campeona de Europa en 2007, precisamente en
nuestro país, bronce continental en 2011, y actual bronce olímpico en 2012) no
ha sido capaz de obtener billete mundialista (ni tampoco recibir wild card para
ser invitada, lo cual puede parecer un poco extraño, pero cuando uno ve a 8000
fineses por las calles de Bilbao lo entiende un poco mejor) Aún más doloroso es
el caso italiano. Uno de los países históricos en el baloncesto europeo, con
una buena generación de talentos en los últimos años (Belinelli, Gallinari,
Bargnani, Datome, Gentile, Melli…), que salvo alguna esporádica aparición ha
estado fuera de las grandes citas internacionales del siglo XXI, ¡con lo qué ha
sido Italia!
Francia, actual campeona
europea, y que también contempla la mejor generación de jugadores de su
historia, sí ha sido más constante en su presencia en grandes citas, aunque
recordemos que se perdieron los Juegos de 2008. Más difícil ha sido verlos
subir al cajón, excepto en citas continentales (bronce en 2005, plata en 2011 y
oro en 2013) Cuesta por tanto encontrar una generación baloncestística que
durante década y media haya sido capaz de mantenerse en lo más alto como lo ha
hecho España. Sólo Argentina podría compararse, aún sin llegar a conseguir
tantas medallas (pero si que es cierto que poseen un oro olímpico, el de 2004)
Esta regularidad en la cumbre merece ser valorada como debe, ya que
desgraciadamente llegará un día en el que cualquier billete para un evento de
este tipo nos vuelva a costar sangre, sudor y lágrimas, y tengamos que valorar
una cuarta o quinta posición como un triunfo que nos siga aferrando al club de
los elegidos de la canasta. Hay que tener siempre presente que en el deporte de
alta competición sólo hay un ganador, pero no todos los demás tienen porque ser
perdedores. Es obligación de quienes tenemos una edad recordar la travesía en
el desierto que sufrió nuestro baloncesto desde mediados de los (en ocasiones
sobrevalorados en el recuerdo colectivo) años 80, comenzando con un mundial en
nuestro país en el que no estuvimos a la altura, pese a haber sido plata
olímpica dos años antes y semifinalistas continentales un año después. Aquel
Mundobasket 86 supuso el comienzo de una cuesta abajo que esperemos no se
repita, pero que como digo no podemos olvidar. El aficionado actual que no
conoció aquel doloroso pasado es afortunado viviendo estos años dorados, pero
hay que recordarle aquella tortuosa travesía.
En efecto, son años dorados,
pero como siempre en los ciclos de la vida se dará paso a otras épocas en las
que el vigor, la fuerza y la energía que posee el ser humano en su momento de
esplendor se vean venidas abajo por el inexorable paso del tiempo. Si ya en una
edad dorada como la actual vemos que la apuesta mediática y la cobertura
informativa no están a la altura de nuestra selección y de nuestro baloncesto,
mucho nos tememos que cuando se apaguen las luces de esta generación los
aficionados nos volveremos a quedar solos. Será momento de reflexión y de
valorar lo conseguido. No cabe duda de que los jugadores podrán tener la
conciencia tranquila por todo el esfuerzo realizado. Esperemos que los
aficionados estemos al nivel y podamos decir que siempre estuvimos de su
lado, no sólo cuando ganaban. Los años dorados no duran siempre. La belleza se
marchita, pero el amor, en los buenos matrimonios, perdura. Cuando todo esto
toque a su fin será el momento en el que el aficionado podrá recordarse a si
mismo como un oportunista o como un amante fiel. Aquí tienen otra oportunidad
para seguir eligiendo su propio camino.
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