Corría el segundo cuarto del partido de Euroliga que
enfrentaba en el Palau a Barcelona y Real Madrid cuando Joey Dorsey, buscando
levantar la alicaída moral de su tropa, ampliamente superada por un demoledor
Real Madrid desde el minuto 1, encaraba el aro madridista dispuesto a hundir el
balón sin piedad para levantar al público del Palau y comenzar a pensar en la
remontada. Parecía una jugada clara, diáfana, para un jugador cuyo aspecto
recuerda al mismísimo Dwight Howard. Los espectadores se preparaban para
levantarse de sus butacas y llevarse las manos a la cabeza ante la
inmisericordia con la que el animal de Baltimore estaba dispuesto a maltratar
de nuevo el aro rival. Lo que nadie podía imaginar es que nos acabaríamos
llevando las manos a la cabeza, sí, pero no por el mate, sino por la prodigiosa
aparición de un Anthony Randolph transmutado en un Nureyev volador que regaló a
los ojos de todos los presentes una obra maestra de la estética
baloncestística. El Tapón. Si el robo de Havlicek en las finales del 65 es “El
Robo” o la canasta ganadora de Jordan ante Cleveland en el 89 es “El Tiro”,
Randolph deja para la historia El Tapón. Con mayúsculas. El definitivo. Cierto
es que hablamos de contextos distintos, ya que tanto Havlicek como Jordan
protagonizan jugadas ganadoras que deciden partidos, eliminatorias por el título, y hasta un campeonato, mientras que la acción de Randolph finalmente acaba en
canasta rival tras recuperar el Barcelona la bola, pero sobre todo la diferencia es
la del escenario, y ahí es donde nos revelamos con una pequeña dosis de rabia
pero sobre todo de sana envidia ante la mejor liga de baloncesto del mundo que
sí sabe vender el baloncesto con la magnificencia hiperbólica exagerada para
que los niños de todo el planeta eleven a categoría de superhéroes a los dioses
de la canasta. Así crecimos muchos amando a este deporte, y así deben crecer
los que nos sucedan gracias a acciones como la que protagonizó Randolph. La
jugada del año, al menos en Europa. Precisamente el hecho de que posteriormente Dorsey anote en esa jugada otorga el necesario romanticismo de situar a la estética y el goce por encima del resultado.
El vuelo del power-forward madridista es un
paradigma de lo más bello del baloncesto. Un ejercicio físico pleno de
plasticidad, estética y coordinación. Partiendo de la base de que la belleza es
algo subjetivo, comprendan que para los fanáticos de este deporte nos es
imposible encontrar exaltación física más hermosa que la que se produce en una
cancha de baloncesto.
Randolph deja el high-light por excelencia dentro de
un equipo que de la mano de Pablo Laso es un high-light constante. No olvidemos
que hablamos de un auténtico especialista en la suerte del tapón, y es que el
germano-estadounidense se ha destapado como un taponador sobresaliente desde su
etapa universitaria (en su debut con los Tigers de Lousiana State colocó seis chapas,
acompañadas de 19 puntos y 13 rebotes que no dejaban dudas sobre la estrella
que se cernía sobre el baloncesto mundial) En su carrera NBA en apenas 15
minutos por partido ha promediado 0.9 tapones, lo cual nos daría una media de
prácticamente 3 gorros por encuentro de haber pasado de los 40 minutos en
pista. Este año ya ha colocado 14 en 11 partidos de Euroliga, y lidera la tabla
de taponadores en Liga Endesa con 16 chapas en 10 encuentros. Randolph es el
muro de Laso, pese a lo que pueda engañar por su aspecto frío, casi ausente.
Randolph no es un jugador tribunero, que se de golpes en el pecho, o que se
encare habitualmente con árbitros o jugadores rivales. Tanto es así que sólo una jugada tan estratosférica como la protagonizada ante Dorsey le hace mostrar cierto exaltación extrovertida ante el público rival del Palau. Esa aparente frialdad
lleva a pensar erróneamente al aficionado poco profundo en el ex –compañero de
Ricky Rubio en Minnesotta como un interior indolente en defensa. Nada más lejos
de la realidad. Tampoco ayuda la finura de su figura y su aparente fragilidad
física. No es ese “negro come niños” del que habla ese mencionado aficionado
poco profundo que piensa que un buen pívot defensor tiene que vivir
hipermusculado y pleno de toneladas.
De momento ya se ha ganado un lugar privilegiado en
esa memoria que nace del placer alimentado por la retina. Nunca nos cansaremos
de ver repetido una y otra vez ese vuelo imposible. El Tapón.
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