No se habla de otra cosa desde el pasado sábado
noche. La última gala de los Premios Goya, esa ceremonia que siguen por igual
los aficionados al cine español como sus detractores (por puro morbo) dejó un
claro protagonista. Un actor de teatro aficionado de 43 años que debutaba por
primera vez en la gran pantalla y se llevaba nada menos que el premio al actor
revelación. De la noche a la mañana Jesús Vidal pasaba de ser una de las casi
cuatro millones de anónimas personas con discapacidad de algún tipo (visual en
su caso) que existen en nuestro país para convertirse en todo un símbolo por la
inclusión, dejando para el recuerdo uno de esos raros momentos capaces de
hermanar a un país tan dado a la riña como el nuestro. Y es que muy
difícilmente encontraremos en estos momentos a alguien que no haya sido capaz
de emocionarse con un discurso que supuso un auténtico canto al amor en
diversas facetas, principalmente el amor a la familia y al arte.
No cabe duda de que la emocionante mención a sus
padres durante su intervención hizo que se metiera definitivamente a los
espectadores en el bolsillo. Las figuras paternas, tan importantes en el
desarrollo del individuo, son personales e intransferibles. No conocemos a los
padres de Vidal, pero si debemos reivindicar y recordar su elogio a la figura
en concreto materna por prender en el actor algo que debería ser universal, y
citamos literalmente: “el amor por las artes… y ver la vida con los ojos de la
inteligencia del corazón”. Rotundo y demoledor. Decenas de miles años después
de que el hombre dejara atrás al homínido todavía hay quien se pregunta qué
sentido tienen el arte, la cultura o la filosofía, para que sirven las películas o los libros, y sobre todo qué necesidad
hay de que la sociedad invierta recursos en ello. La respuesta la pueden
encontrar en Jesús Vidal y en tantos otros capaces de aprovechar las
herramientas para el pensamiento e inteligencia que el ser humano ha ido
tallando a lo largo de los siglos.
Y luego, claro está, tenemos el deporte. Y ahí
tenemos que “barrer para casa”. Nos gustaría pensar que la elección del
baloncesto como hilo conductor de la historia de “Campeones” no es casualidad.
Dudo que el mensaje fuera capaz de llegar con la misma fuerza a través de un
deporte tan mayoritario y popular como el fútbol, de igual modo que con
cualquier otro deporte de equipo más minoritario que el baloncesto (balonmano,
voleibol…) tampoco hubiera sido capaz de penetrar en tanta gente. Repetimos,
barremos descaradamente para casa, pero no creemos que haya sido casualidad que
el entorno deportivo escogido sea el de un deporte que vive en este siglo el
mejor momento de su historia, representado en un Pau Gasol quien junto a Rafa
Nadal ejemplifica los valores del deporte como nadie en este país (y gracias a
Dios tienen mucha competencia en ese sentido, pero tanto Pau como Rafa se
erigen por encima del resto por su comportamiento tanto dentro como fuera de
las pistas) A Pau Gasol le hemos visto ganar anillos de la NBA, medallas
olímpicas, campeonatos de Europa, un mundial… pero también le hemos visto ser
embajador de Unicef, viajar a Etiopía, rodar un documental con jóvenes
angoleños, promover la construcción de escuelas en el continente africano,
visitar niños refugiados iraquíes o refugiado rohingya, además de recibir
distinciones internacionales de todo tipo por su labor solidaria. Un campeón
dentro y fuera de las pistas y muestra palpable de que el baloncesto no vive
ajeno a la realidad que les rodea (su propio hermano Marc, o el mismísimo
LeBron James, han dado sobrados ejemplos de compromiso frente a las injusticias
del mundo actual) Un conocimiento de la realidad que hace a estos deportistas
no esconderse ni callarse, y poder emitir opiniones moderadas de asuntos tan
espinosos como la independencia catalana mostrándose partidario de un referéndum
pero admitiendo que su voto sería el “no”, o siendo igual de crítico con un catalanismo
excluyente que no admite la condición española que con la violencia empleada
por las fuerzas del estado en el famoso 1-O. Opiniones vertidas sin que la
histeria colectiva parezca alcanzarles, afortunadamente. Algunos llaman a esta
moderación, de manera peyorativa, “equidistancia”. Yo lo llamo lo que es:
moderación.
De modo que el triunfo de Campeones como mejor
película española en opinión de nuestra Academia de las Artes y las Ciencias
Cinematográficas y el de Jesús Vidal como actor revelación, no podemos evitar,
los seguidores de este deporte, sentirlo un poquito nuestro.
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