Teníamos pendiente tratar el asunto de la Final Four, al fin
y al cabo la cita continental más importante a nivel de clubes de la temporada y
un momento largamente esperado por el aficionado, aunque a decir verdad si
hablamos exclusivamente de calidad baloncestística suele acabar resultando un
fiasco. No obstante es un fin de semana que siempre deja cosas, más allá de la
gloria del campeón, en este caso un inesperado Olympiakos, de modo que vayamos
con ello.
Para empezar nos llevamos una buena decepción con el
Barcelona, cayendo ante un equipo que a posteriori acabó levantando la copa.
Aún así seguimos pensando que el Barcelona es lo suficientemente superior al
Olympiakos (de hecho los del Pireo, en calidad de roster, se presentaba como la
plantilla menos brillante entre los cuatro contendientes) como para haberse
colado en la gran final. Tanto es así que en un pésimo partido azulgrana (25 de
66 en tiros de campo, especialmente doloroso el 3 de 19 en triples), los de
Xavi Pascual estuvieron dentro del partido en todo momento y con opciones hasta
el final, gracias sobre todo a una muy buena actitud en el rebote,
particularmente el ofensivo, permitiendo así un grandísimo número de segundas
opciones en cada ataque que minimizaron un tanto el pírrico acierto en el tiro.
Curiosamente ese apartado, que le mantuvo con vida durante prácticamente todo
el partido, fue el que se le sepultó en los instantes finales del choque, con
la aparición de un Richard Dorsey que acabó convirtiéndose en un “factor x”
inesperado y desequilibrante. Sus rebotes ofensivos en los dos últimos minutos
fueron puñaladas certeras en un corazón azulgrana que apenas había latido hacía
por la victoria excepto por el empuje de un Navarro que aún tocado por su
fascitis plantar no dejó de pelear nunca por su equipo. El problema del capitán
es que estuvo solo, demasiado solo. Sobre Dorsey, suya fue además la última
canasta del partido que certificaba el 68-64 definitivo servida por un
Spanoulis cada vez más generoso en su juego.
Un capitán que siempre responde. No fue suficiente. |
Los griegos daban la campanada en el segundo partido de la
Final Four. Con anterioridad, el CSKA había estado contra las cuerdas frente a
un durísimo Panathinaikos, dando muestras de que el paseo militar que había
supuesto su llegada al tramo final de la competición, practicando un baloncesto
brillante y espectacular, no le iba a valer de nada en una Final Four donde una
vez más, y para desgracia del espectador, quedaba constatado de nuevo el
predominio del músculo, la defensa granítica, y el baloncesto de ritmo lento
por encima de la fluidez ofensiva, la libertad de los jugadores a la hora de
interpretar los ataques, y el ritmo de juego alto.
La gran final por lo tanto nos llevaba a un duelo entre dos
equipos con distintas filosofías. Por un lado un conjunto coral plagado de
grandísimas estrellas dentro de un club que había reinado en Europa en un
pasado nada lejano pero que se había visto obligado a rebajar sus pretensiones
y ambiciones en los últimos tiempos debido a la crisis económica de un
baloncesto ruso que se había inflado demasiado y que en 2008 pasó por algunos
apuros debidos a la citada crisis y a la caída de las petroleras. Sin embargo
esta temporada el club presidido por el joven Andrey Vatutin decidió tirar la
casa por la ventana y volver a comportarse como el gigante económico que fue en
tiempos de Messina, configurando posiblemente la mejor plantilla de un equipo
europeo en muchos años, quizás desde el Barcelona de Pesic si hablamos de
brillantez de nombres propios. Y no ha decepcionado el equipo moscovita durante
prácticamente toda la temporada. En su competición doméstica, la PBL
(anteriormente conocida como la “Superliga” rusa), han dominado de principio a
fin de una manera absolutamente terrorífica y dictatorial. Balance de 17-1 en
la liga regular (es una liga de sólo 10 equipos), y en las dos eliminatorias de
play offs no han perdido un solo partido, consiguiendo el título en un tercer
partido ante el Khimki que cayó por “sólo” 15 puntos, la menor diferencia por
la que ha caído un rival del ejército rojo en las eliminatorias. En total 22
victorias y una sola derrota. Una trituradora. También ganaron con comodidad la
VTB (algo así como la liga unida de los países del Este de Europa) con un
balance de 14-2 en liga regular y ganando sus dos partidos en la final a cuatro
ante Lietuvos Rytas y Unics Kazan respectivamente. Y su Euroliga, hasta la
llegada de la Final Four, había resultado prácticamente impecable.
Enfrente
a ellos un Olympiakos con una tendencia diametralmente opuesta a los
moscovitas. El club del Pireo había sido las pasadas temporadas uno de los
equipos más fuertes a la hora de sacar la billetera, sus asaltos al cetro
europeo se habían fundamentado en fichajes de relumbrón del nombre de Josh Childress,
Papaloukas, Vujcic o un Teodosic que había emigrado precisamente esta temporada
al CSKA ante la crísis económica que ahora golpeaba el baloncesto griego. Quienes habían sido los ricos y poderosos
ahora tenían que bregar con un equipo que siendo aún tremendamente competitivo
no contaba con la resplandeciente colección de figuras del pasado reciente. Los
griegos contaban con ser uno de los equipos que pudiera ir pasando rondas y
colarse quizás en la Final Four peleando con los Real Madrid, Montepaschi
Sienna o Maccabi, ya que en buena lógica parecía que tres de esas plazas
deberían ser para CSKA, Barcelona y Panathinaikos. Su temporada por tanto no ha
sido un camino de rosas, pero su fortaleza ha radicado en ir de menos a más.
Pasaron apuros en el Top 16 accediendo a las eliminatorias segundos de grupo
con un balance de 3-3 empatados con el Galatasary que se quedó fuera
(recordemos por ejemplo que el Real Madrid, con un 4-2, no pasó la ronda) En
ese Top 16 estuvieron encuadrados precisamente con el CSKA que les ganó con
solvencia sus dos partidos, especialmente el disputado en Moscú con una
demoledora difrencia de 32 puntos. Un impresionante 96-64 en una de las mayores
exhibiciones rusas de la temporada. Quien les iba a decir a ambos equipos que
menos de tres meses después se iban a enfrentar en la gran final con un
desenlace tan distinto para unos y otros. Los de Ivkovic llegaron a cuartos de
final por tanto con factor cancha en contra y ante un equipo tan complicado
como el Montepaschi Siena, quienes partían como favoritos en el cruce, pero
desde el principio los del Pireo demostraron que estaban llegando a los
momentos decisivos de la temporada en un estado de forma aterrador. Rompieron
la ventaja de campo en el primer partido, cayeron en el segundo por un solo
punto, y se comieron a los italianos en sus dos partidos en cancha helena.
Brillante pase a la Final Four, como el tapado de turno con el que nunca se
cuenta pero que llega con mucho que ganar y muy poco que perder.
Childress en Olympiakos, el dinero por castigo. |
Por
lo tanto la Euroliga 2012 deja un campeón inesperado, sorprendente, que ha ido
derribando los pronósticos desde hace meses. Desde luego ya fue sorpresa que
dejasen en la cuneta a unos clásicos de las últimas finales a cuatro como el
Montepaschi Siena, a quienes apartaron del camino a Estambul con el factor
cancha en contra. Sorpresa fue que en la Final Four un Barcelona que había
perdido un solo partido en toda la competición durante la temporada doblase la
rodilla ante Spanoulis y los suyos. Y para rematar la faena, sorpresón fue ya
no sólo la victoria griega ante un CSKA que la última vez que se había visto
las caras les había derrotado por 32 puntos, si no el modo en que se produjo
con una remontada que queda para la historia de este deporte.
Tras
el “susto” de la semifinal contra el Panathinaikos parecía que los rusos
saldrían con la lección aprendida y marcando las diferencias desde el
principio, a pesar de la salvaje consigna desde el banquillo de Ivkovic. Si la
preocupación de Obradovic dos días antes era que Teodosic no estuviese cómodo
dirigiendo para que los aleros y pivots del CSKA no recibiesen, el actual
entrenador de la selección serbia fue aún más lejos, y no le tembló el pulso a
la hora de pedir a sus jugadores sacar el hacha en cuanto Kirilenko o Krstic
recibiesen el balón. No importaban ni las faltas personales ni sacrificar
peones en la tarea. Se trataba de impedir a toda costa que los rusos ni
entrasen en juego ni pudiesen sentirse a gusto sobre el parquet. Se trataba, en
definitiva, de llevar el partido a su terreno y que cada ataque moscovita se
convirtiera en una sucesión de guerra de guerrillas subterráneas, ayudado todo
ello además por un Kazlaukas que ya empezaba a dar muestras de demasiado
conformismo en el banquillo, incapaz de reaccionar y mover su talentoso roster
ante la incapacidad del ataque de sus hombres. Y hay que admitir que en un
primer instante los griegos lo consiguieron. El infame 10-7 con el que
finalizaba el primer cuarto figura ya como uno de los más grandes episodios de
ignominia baloncestística de todos los tiempos. Un auténtico puñetazo a este
deporte que ni los mayores enemigos del mismo hubieran podido hacer mejor. Si
alguien quería cargarse el baloncesto, le basta con coger ese primer cuarto y
ponérselo a los niños en los colegios para que sepan que deporte no van a
seguir en la vida. Unos primeros diez minutos en los que el mundo de la canasta
se hacía cruces ante el atentado baloncestístico que estaba presenciando. Todo
el mundo… excepto Ivkovic, que tenía el partido donde había deseado. No
obstante a partir de ahí comenzó a imponerse cierto atisbo de lógica, y con
ello de buen baloncesto, materializado en un majestuoso Teodosic quien ante el
sufrimiento de sus jugadores interiores armó el brazo para clavar tres triples
consecutivos afilados como cuchillos para romper el plan heleno. Parecía por
tanto que el partido discurría plácido para los rojos, con unas rentas que
comenzaban a fijarse por encima de la decena de puntos. El CSKA se veía
ganador. Sin llegar en ningún momento a desplegar al fantástico juego de la
temporada, su calidad le bastaba para mantener a distancia a los griegos. De un
modo lento, seguro y progresivo, la diferencia se estiró hasta unos 19 puntos
que parecían dejar la final sentenciada a 12 minutos del final (53-34)… cuando
de repente, llegó el colapso.
Teodosic, abrir y cerrar un camino en el mismo partido. |
A
falta de calidad y buen juego, esta Final Four 2012 nos deja esa remontada
histórica y esa lección para el futuro sobre competitividad y épica. Los
griegos se veían inferiores, suficientemente inferiores como para que nadie en
todo el pabellón Sinan Erdem Arena ni en todo el globo terráqueo que asistía al
espectáculo a través de sus televisores, ordenadores, etc, creyese en sus
posibilidades de victoria. Nadie… excepto ellos mismos. Quizás ni el propio
Ivkovic creyese demasiado en la remontada, la cual precisamente comenzó a
fraguarse con eso que llaman “segunda unidad” en pista. Con Spanoulis, Dorsey y
Antic en el banquillo y el empuje de una serie de jóvenes jugadores comandados
por Papanikolau, los griegos comenzaron a meterse en el partido, para, una vez
llegados a los minutos decisivos del choque, esos en los que se ve de que pasta
están hechos los hombres, asistir a otro colapso de ese talento quebradizo
llamado Teodosic, un genio demasiado volátil sobre quien comienza a pesar
cierta losa en forma de complejo de perdedor. Al base serbio lo llegamos
siguiendo desde hace años, cuando parecía predestinado a marcar una época en el
baloncesto europeo, más aún con la marcha de Ricky Rubio a la NBA. Parecía así
claro que Milos debería tomar el testigo de los últimos grandes bases europeos,
esos por cuyas manos pasan las decisiones que habitualmente a la gloria. Y en
realidad, año tras año nos llevamos alguna pequeña decepción con un jugador
sobrado de talento pero escaso de competitividad. Un auténtico perdedor de
finales, un tipo que se arruga en los momentos decisivos, por mucho que aún
recordemos aquel triple letal en el pasado mundial de Turquía que nos mandó de
vuelta a casa. Aún es joven y cambiará el curso de su particular historia,
estoy convencido, pero sin duda es el jugador que más tocado sale de la Final
Four, arrastrando un estigma de perdedor que le va a costar quitarse de encima
durante algún tiempo. Su calidad es tanta que acabará sus días deportivos con
un palmarés envidiable, pero es una pena que quien apuntaba a poder ser un
auténtico depredador insaciable de esos que asoman al baloncesto europeo muy de
cuando en cuando parezca conformarse con ser uno más de entre los grandes (que
no es poco)
También
deja cierta crueldad la imagen de Ramunas Siskaukas en su último partido de
Euroliga fallando los dos tiros libres decisivos del final del partido. Ha sido
uno de los más grandes de los últimos tiempos, y su nombre ha sido con justicia
uno de los que más se ha podido asociar a esta competición. Ganador de dos
títulos en 2007 y 2008 (y MVP en el segundo de ellos), sus dos fallos
consecutivos fueron la perfecta constatación de que esta Copa de Europa no
llevaría el nombre del CSKA de Moscú.
Puliendo el parquet. |
Tampoco
sale bien parado Jonas Kazlaukas, quien por esas cosas del “estilo” y demás
debates ahora acusarán de practicar un baloncesto no ganador y poco
competitivo. No estoy de acuerdo, aunque es cierto que el lituano no ha estado
nada brillante a la hora de gestionar la enorme calidad de su plantilla en esta
cita final. Tardó en mover el banquillo ante el colapso inicial del equipo a la
salida del choque, y tardó en moverlo cuando la reacción helena era una
realidad mucho más peligrosa que un simple arranque de vergüenza y coraje. Pero
no nos engañemos, que nadie nos venda ahora la moto de que sólo se pueden ganar
estos torneos al estilo propuesto por Ivkovic. El Olympiakos que gana la final
no es el Olympiakos que dispone el serbio desde el principio, con la orden de
cual Ralph Macchio bajo el maestro Miyagi “dar cera pulir cera” en defensa y
extenuar los ataques lo máximo posible para que el ritmo decaiga hasta hacerse
absolutamente insoportable. En absoluto. El Olympiakos que vence esta final es
el equipo que anota 28 puntos en 12 minutos, 14 de ellos en los últimos cuatro.
Es decir, el equipo que recobra los viejos axiomas de defensa, rebote y
contrataque y sus posesiones fulgurantes apenas sobrepasan los 10 segundos.
¿Hace falta verse tan abajo en el marcador para jugar de esta manera?, esta es
la pregunta que habría que hacerles a los Ivkovic, Obradovic, Maljkovic,
Messina y demás, que habrán llenado sus vitrinas de trofeos, pero no han
conseguido el triunfo más importante y por el que nació este impresionante deporte
de la canasta: hacer disfrutar a la gente.
Si
hay un nombre propio ganador, está claro que ese es el de Vassilis Spanoulis,
un genio a la antigua usanza que con los años se ha ido convirtiendo en cada
vez mejor jugador. El talento de Larissa siempre se caracterizó por ser uno de
esos impenitentes anotadores exteriores del baloncesto griego, en la mejor
tradición del mito Nicos Gallis, lo que incluso le llevó a la NBA de la mano de
los Houston Rockets y a convertirse en una de las grandes apuestas de Zeljko Obradovic
para su Panathinaikos (con quienes ganó la Euroliga del 2009 siendo, como en
esta ocasión, MVP de la Final Four), y en su segundo año en Olympiakos, tras la
marcha de Teodosic, su juego ha alcanzado una dimensión mayor resultando igual
de efectivo a la hora de dirigir que de anotar. Su generosidad a la hora de
buscar a los compañeros ha quedado patente en los finales de ambos partidos
disputados en Estambul, sirviendo las dos canastas finales de cada choque a
Dorsey y Printezis respectivamente. Pero es sobre todo esa asistencia en la
última posesión de la final al ex –jugador del Unicaja la que refleja
perfectamente la madurez baloncestística del escolta griego. Una muestra de que
la canasta decisiva de un partido, esa con la que sueñan todos los niños y te
procura gloria eterno en el olimpo baloncestístico, también la puedes lograr
sin necesidad de anotar.
Spanoulis encuentra el camino. |
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