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Habemus seleccionador. El nombre que más sonaba,
Sergio Scariolo, será el encargado de devolver al combinado nacional la gloria
perdida el pasado verano y tendrá la muy difícil tarea (y resalto el “muy” para
quien no sepa contra que selecciones nos vamos a enfrentar y lo que supone el
reto del próximo Eurobasket) de llevarnos de nuevo a una final continental,
obteniendo así billete directo para los Juegos Olímpicos de Río, donde volvería
a estar el italiano al frente (el compromiso es por dos años)
A estas alturas de la película tenemos claro que
fuera cual fuera la elección iba a causar controversia y ser rechazada por una
gran parte de la afición baloncestística de este país, cada vez más “futbolizada”
e incapaz de valorar las dificultades que suponen haber vivido este reciente
ciclo exitoso y convencida de que cualquiera de ellos, en alpargatas y desde el
sofá de su casa con una Mahou en la mano, sabe más de baloncesto que cualquier
entrenador de elite con décadas de experiencia.
De modo que aquí nos mojamos. Scariolo nos parece
una decisión acertada. De hecho es la más lógica por parte de la FEB. Igualmente
a estas alturas de la película deberíamos suponer (claro que igual es mucho
suponer) que todo el mundo sabe que la ACB prohíbe a sus entrenadores ser
seleccionadores nacionales. Una auténtica pena ya que la actual nómina de
entrenadores ACB nos parece espectacular (Laso, Plaza, Pascual, Sito Alonso,
Vidorreta, Alejandro Martínez, Pedro Martínez, Aíto, Diego Ocampo, Moncho
Fernández…), y la asociación de clubes haría bien en replantearse esta norma.
Todos saldríamos ganando ya que nadie puede conocer mejor nuestro baloncesto
que quien lo vive y trabaja día a día desde un club. Pero atengámonos a la
realidad. Y la realidad dicta que de momento no es posible.
Una vez descartada la posibilidad de un entrenador
ACB quedan dos opciones: dar el cargo a alguien “de la casa”, que haya
trabajado en la FEB en categorías de formación y/o haya estado en el cuerpo
técnico de la absoluta, o buscar un entrenador allende nuestras fronteras. La primera
de estas opciones fue la que llevó a Orenga a dirigir el banquillo de nuestra
selección nacional senior, acción que en un principio no nos pareció mal y que
de hecho estuvo a punto de salir bien. Con una meritoria plata en el Eurobasket
de Eslovenia solventando las ausencias de nada menos que Pau Gasol, Juan Carlos
Navarro, Felipe Reyes y Serge Ibaka (además de un Nikola Mirotic que ante la
baja de Ibaka podría haber tenido por fin su gran oportunidad con nuestra
selección absoluta, pero se negó mermando aún más nuestro juego interior) y un
comienzo de Mundial espectacular, todo apuntaba a que con el de Castellón en el
banquillo seguiríamos sin bajarnos del podio… hasta que llegó aquel extraño
partido ante Francia en el que la incapacidad de Orenga quedó al descubierto,
resultando especialmente dolorosa su decisión de no dar un solo segundo a
Felipe Reyes pese al ignominioso partido protagonizado por un Marc Gasol (1 de
7 en tiros de campo) quien no había dormido la noche anterior debido al
nacimiento de su primera hija y con la cabeza totalmente fuera de la pista. La
afición demandaba entonces un nombre de más nivel (no queremos imaginar si se
hubiera apostado por un Jota Cuspinera, por decir alguien), y había que
buscarlo fuera. En ese sentido la elección de Scariolo, el anterior “jefe” del
banquillo, parece un término medio entre las dos opciones referidas y una
medida inteligente y nada desesperada. Sergio conoce al dedillo a esta
federación y a esta selección, a la cual ha entrenado durante cuatro años con
un excelente bagaje de dos oros europeos (los dos únicos campeonatos de Europa
que hemos ganado) y una plata olímpica. El único borrón lo vivimos en el
Mundial 2010 (sexta posición, eso sí, sin Pau Gasol)
Sergio Scariolo es un entrenador equilibrado, a
medio camino entre hombre de la casa y entrenador con ideas propias. Su
filosofía baloncestística se mueve en el mismo equilibrio, la de un sistema mixto
en el que el concepto esté claro en la cabeza del jugador pero a la vez tenga
la suficiente flexibilidad para improvisar sus propias jugadas. Un estudioso
del baloncesto (y ahí está su web con decenas de artículos sobre táctica para
quien quiera conocer algo más sobre su ideología baloncestística y criticarle,
al menos, con conocimiento) consciente que la pieza más importante siempre es
el jugador. En ese sentido cuenta con la aprobación de los pesos pesados del
grupo, que han hablado en boca del gran líder, Pau Gasol, quien un día antes
del nombramiento daba su visto bueno públicamente a la “segunda venida” del
italiano. Esta cuestión no es baladí, nos guste o no la selección española de
baloncesto más talentosa de toda nuestra historia basa su éxito en cierta
autogestión y libertad de los jugadores. No es un caso aislado dentro del
deporte profesional al más alto nivel. Si alguien tiene alguna duda a este
respecto no tiene más que ver al Messi actual y al que hace unos meses estaba
enfrentado a un entrenador dispuesto a imponerse sobre la gran figura de su
equipo y quien, le guste o no, es el hombre en quien debe delegar si quiere que
lleguen los títulos. En el caso de esta selección esa autogestión ha llevado,
como no, a la habitual esquizofrenia de los resultadistas. Es muy fácil de
explicar: cuando ganan son una pandilla de amigos cuya clave del éxito reside
en seguir comportándose como chavales normales que juegan a la pocha… cuando
pierden son unos niños mimados y consentidos cuya clave del fracaso reside en
hacer lo que les da la gana.
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