El relevo de la espuela |
Que San Antonio Spurs conforma una franquicia única,
ya no sólo en la NBA, sino en todo el mundo del deporte, es algo que debería
estar fuera de toda duda. ¿Cuántos casos conocen de equipos del máximo nivel
cuyo primer entrenador lleve en el cargo 19 temporadas seguidas?, ¿en el que su
máxima estrella lleve 18 años seguidos siendo santo y seña del equipo, sin que
nadie le haya jamás cuestionado ni se haya pasado por la cabeza traspaso alguno
a pesar de la edad?, ¿en el que ese mismo emblema de la franquicia haya
respondido con igual fidelidad, sin plantearse nunca abandonar “su casa”,
llegando a incluso a rebajarse el sueldo para mantener un proyecto ganador en
una liga condicionada por el límite salarial? La filosofía continuista del club
tejano no tiene parangón a día de hoy en un deporte profesional fagocitador,
impaciente, nervioso, un moderno Saturno devorando continuamente a sus hijos
que instaura una permanente espada de Damocles sobre las cabezas de quienes un
día son héroes y a la mañana siguiente villanos dignos del destierro (el más
claro ejemplo de tan tóxica concepción del deporte lo ejemplifica el
decapitador superior Florentino Pérez) Que el ejemplo de San Antonio no haya sido
capaz de calar más hondo en un deporte empeñado en vivir a tanta velocidad que
no deja siquiera a los aficionados disfrutar del camino, si no de la meta
esporádica, es una pena y merecería análisis aparte. Pero las virtudes de los
tejanos son evidentes, sus éxitos también, mientras que su reconocimiento y
respeto por parte de los buenos aficionados, innegable.
Con una base formada desde hace años, principalmente
por Duncan, Parker y Ginobili, el equipo de Gregg Popovich apenas ha necesitado
realizar grandes movimientos en los despachos para mantener la dinastía más
triunfal de la NBA en los últimos 20 años. Desde luego no ha sido San Antonio
un habitual animador de los veranos, ni un club que haya estado en boca de los
aficionados según se acercaban los “trade deadlines” de cada Febrero. Toda la
excitación que produce este equipo en la pista ha sido traducida en una
exquisita tranquilidad mediática. Tanto es así que en una de las competiciones deportivas
con más focos del mundo la existencia de los Spurs ha parecido limitarse de
manera ejemplar a las canchas de baloncesto. Incluso cuando en un movimiento
brillante el manager R.C.Budford se desprendía de George Hill para hacerse con
los derechos de un futuro MVP de unas finales como Kawhi Leonard nadie parecía percibir
nada en San Antonio. Después de tantas batallas durante el Wild West del siglo
XIX, El Alamo vive en paz.
Sólo cuando la necesidad se ha hecho evidente, cuando
el prolongado último baile del Big Three parece llegar a su inevitable fin,
hemos visto a los Spurs bajo los focos de las noticias veraniegas. El agente
libre más deseado del verano, LaMarcus Aldridge, abandona otro proyecto
frustrado de Portland por convertirse en aspirante al título, rechaza el
glamour de unos Lakers a la deriva, y se convierte en el heredero en la cancha
de un Tim Duncan que posiblemente afronte su última temporada (no es la primera
vez que escuchamos esto, pero en algún momento tendrá que suceder), con el
simbolismo de ceder el testigo a Aldridge como en su día él lo recibió de David
Robinson. Veremos como gestiona Popovich este relevo, si Duncan es suplente por
primera vez en su carrera (ha sido titular 1329 de sus 1331 partidos NBA, un
impresionante 99,84%), o convence a Aldridge para jugar de cinco, cosa que no
parece fácil si atendemos a la rumorología de hace unas semanas que hablaba de
la renuncia de LaMarcus a la oferta de New York ya que pretendían hacerle jugar
en esa posición. O quizás sea Duncan, ese deportista ejemplar incapaz de decir
una voz más alta que otra y que nunca se ha visto envuelto en polémica alguna, quien
se sacrifique en su último servicio a El Alamo, y veamos al mejor ala-pívot de
todos los tiempos jugando de pívot en su despedida de la franquicia con que la
ha conquistado cinco anillos de campeón.
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