jueves, 15 de octubre de 2015

CRACKED



Lamar Odom se debate entre la vida y la muerte. La rotundidad de la frase se torna escalofriante pensando en un jugador que tan sólo hace cinco años nos mantenía insomnes por las noches peleando por el anillo de la NBA junto a nuestro Pau Gasol, con quien mantenía una gran amistad en la escuadra angelina de los Lakers. El MVP del último Eurobasket siempre ha calificado a Odom como el alma del vestuario de aquel equipo que jugó tres finales seguidas y ganó dos títulos consecutivos. Que Odom haya sido un adicto a las gominolas da una idea de la quebradiza definición que pudiera hacerse de quien fuera una estrella de la canasta. La de un niño grande que cambió las chucherías por sustancias mucho más peligrosas. 


Estrella universitaria y elegido por los Clippers en cuarta posición del draft de 1999, Odom siempre ha sido considerado uno de los jugadores más talentosos de su generación. Sin llegar a explotar escandalosamente en números individuales, su capacidad para aportar en distintas facetas del juego le ha convertido en uno de los jugadores más completos de los últimos tiempos. Vinculado a la ciudad de Los Angeles, donde jugó doce temporadas, sus siete años vistiendo de púrpura y oro con los míticos Lakers posiblemente hayan sido sus momentos dorados, nunca mejor dicho. Dos anillos de campeón y ser reconocido como Mejor Sexto Hombre de la liga en 2011 le colocaban el estatus que por calidad merecía. La vida parecía sonreírle a nivel profesional y personal en aquella etapa, y veía crecer la familia con el nacimiento de su tercer hijo en 2005, el pequeño Jayden, quien fallecería con sólo seis meses de edad. Del golpe trataría de salir a base de baloncesto y del refugio de las curvas de Khloe Kardashian, con quien formaría una pareja fagocitada por los paparazzis. A partir de aquel 2011 que fue su último curso Laker vino el declive. Dolido por el famoso intento de traspaso que pretendía vestir a Chris Paul de amarillo (que implicaría la salida también de Pau Gasol), forzó su salida del Staples Center rumbo a Dallas, donde pasaría sin pena ni gloria, al igual que en su retorno angelino en esta ocasión a los Clippers. Hacía sólo dos años que era uno de los mejores jugadores del mundo, el compañero ideal y el hombre al que todo entrenador le gustaría tener bajo su mando, para convertirse en un personaje público envuelto en el escándalo y diana propicia para los depredadores de almas del “papel couché”. Ya poco importaban sus méritos baloncestísticos, por otra parte cada vez más infrecuentes. Incluso intentó su particular resurrección en Europa, llegando a jugar un par de partidos con el Baskonia en Liga ACB.  


Hace unos días decidió correrse su última juerga, una gigantesca fiesta de sexo y drogas que suponía echarle un pulso a la vida con ese ímpetu suicida de quien baja a los infiernos porque ya no soporta la existencia sobre la tierra. Un hombre destinado a tenerlo todo pero finalmente empapado de debilidad humana. La triste figura de un jugador que saltaba a la cancha con los nombres de su abuela, su madre y su hijo Jayden, todas ellas personas que se fueron cuando este adicto a las golosinas más las necesitaba, escrito en sus zapatillas. Ni el baloncesto le ha podido salvar de su propia tragedia.



Aún puede ganar este partido.




Breaking Bad



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