Se cumplieron los pronósticos. Cuando hace un año se
conocía que Estambul sería la sede de la Final Four 2017 no pocos apuntaron al
Fenerbahce de Zeljko Obradovic como principal candidato al título. El
entrenador de las ocho copas de Europa, quien había logrado el cetro
continental en todos sus anteriores clubes (excepto en su etapa italiana al
frente de la Benetton Treviso durante dos temporadas), se encontraba con todo a
favor para engrandecer su inabarcable leyenda. Un presupuesto de escándalo, una
plantilla de lujo, una afición bulliciosa y un país entero que nunca había
visto a un equipo suyo reinar en Europa, todo ello en la ciudad por excelencia del
baloncesto otomano.
No ha sido un camino fácil el de los aurinegros,
castigados por las lesiones de hombres clave (Datome, Sloukas, Bogdanovic…)
durante gran parte de la temporada, complicándose la vida en liga regular,
finalizando con factor cancha en contra y en el recuerdo humillantes derrotas como
la sufrida en Vitoria por nada menos que 34 puntos de diferencia. Claro que
hace ya muchos meses de aquello. El
tortuoso transitar de los de Obradovic les permitió, por otro lado, llegar a la
cita decisiva con la siempre apetecible etiqueta de “tapado”. Una etiqueta que
las casas de apuestas y los analistas más serios se encargaron de derribar. El
Fenerbahce, el equipo que había pasado por encima del Panathinaikos en cuartos
de final y que destrozaba sin piedad a todos sus rivales en la nada fácil liga
turca (incluyendo una paliza de 39 puntos de diferencia al potente Efes Pilsen
pocos días antes de comenzar la Final Four) era el gran favorito para alzarse
con el título.
Cuentas pendientes en el partido de semifinales
entre los turcos y un Real Madrid que buscaba el más difícil todavía. No era el
partido más importante para un Pablo Laso al que sólo la supina ignorancia
puede exigirle ya nada cuando se trata de un entrenador que lo ha ganado todo y
ha superado compromisos sin red, pero sin duda se trataba del reto más
complicado. El regusto que queda de la participación madridista es amargo. Nada
debería empañar su magnífica Euroliga, pero en la Final Four lo mejor que se
puede decir de su paso por Estambul es que han llegado hasta ahí… y no es nada
fácil hacerlo, como bien saben los propios madridistas a poco que recuerden los
años anteriores a la llegada de Laso. Otra buena noticia para el baloncesto blanco
fue la designación de Sergio LLull como MVP de la temporada regular. Uno más
para la colección particular del baloncestista español del momento.
Pero lo cierto es que el equipo de Laso apenas tuvo
opciones ante un Fenerbahce superior desde el salto inicial. Hasta cinco
balones perdieron los blancos en un primer cuarto que con 21-13 ya les obligaba
a nadar contracorriente. Parecieron engancharse en el segundo acto, con los
triples de Llull y Thompkins (26-24 a falta de cuatro minutos para el
descanso), pero en un abrir y cerrar de ojos los de Obradovic estiraron de
nuevo la diferencia para dejar el marcador en un 42-33 a la hora de pasar por
vestuarios. En la segunda parte comenzaría el recital de Ekpe Udoh, destrozando
el aro rival desde la media distancia en un “clinic” del lanzamiento menos
utilizado a día de hoy en el baloncesto mundial, y repartiendo juego a sus
compañeros en una asombrosa exhibición de visión de juego. Rozó el triple-doble
(18 puntos, 12 rebotes y 8 asistencias) y presentó de manera contundente su
candidatura a MVP de la Final Four, galardón que finalmente cayó en las manos
de este número 6 del draft de la NBA de 2010, quien si no logró triunfar en la
mejor liga del mundo, en el baloncesto europeo se muestra absolutamente
dominador.
En la final los anfitriones recibirían a otros
clásicos. Un Olympiacos que fue fiel a su tradición de bestia negra del CSKA
Moscú, derrotando a los de Itoudis en el partido inaugural de la final a cuatro
con un guión calcado al de 2012, 2013 y 2015. Los del ejército rojo mandando
durante prácticamente todo el partido. Los griegos se pusieron por primera vez
por delante (salvo un 7-9 al comienzo del encuentro) a falta de 1.53 para el
final gracias a un triple del eterno Spanoulis. No necesitaron más. A De Colo y
Teodosic les tembló el pulso en los siguientes ataques y viejos fantasmas del
pasado reciente nublaron la vista de la mejor pareja exterior del continente, y
pese a que el mismísimo Spanoulis falló un tiro libre final que dejaba a los
rusos con opciones de prórroga, los de Sfairopoulos supieron gestionar su
exigua renta en el último minuto para colarse en otra final de la máxima
competición continental. La cuarta final en seis años para el equipo más
nietzchiano de Europa, el de la ley del eterno retorno.
Pero la machada helena no fue más allá, y en la gran
final el equipo de Obradovic no dio opción alguna. Otros 40 minutos por delante
en el marcador para rubricar una estratosférica Final Four con un dato
incontestable: durante los 80 minutos disputados el equipo turco estuvo por
delante en el marcador. No cedieron ni una sola ventaja. Udoh volvió a ser
determinante, pese a sólo registrar dos lanzamientos a canasta en juego, pero
su comparecencia por 10 veces en la línea del tiro libre habla a las claras de
la imposibilidad de defenderle por mucho que el equipo ateniense se presentase
en la Final Four con la mejor defensa del continente. Anotó 8, para acabar el
fin de semana con un notable 10 de 12 desde la “charity line”. Un 83% de
acierto para un jugador que durante la temporada estaba promediando apenas un
64%. Igualmente reseñable que los cuatro tiros de esa distancia de Jan Vesely
acabasen dentro… cuando es un jugador que rozaba un patético 55% desde el tiro
libre. El trabajo de mentalización del equipo turco ha sido extraordinario,
como extraordinaria ha sido la final a cuatro del MVP. Ekpe Udoh promedió 14
puntos, 10.5 rebotes, 6 asistencias y 3.5 tapones, con un 64.3% en tiros de
campo y el referido 83.3% en tiros libres. Una de las mayores exhibiciones
individuales que se recuerdan en la Final Four.
La distancia entre Obradovic y los demás se hace
cada día más insalvable. Nueve copas de Europa. Las mismas que el club más
laureado del continente, el Real Madrid. Un Real Madrid que dejó todavía una
peor imagen en el intrascendente partido por el tercer puesto, hasta verse por
24 puntos abajo en el marcador final, desatando las iras de parte de la afición
blanca en un club malacostumbrado a los brutales extremismos de pasar del todo
a la nada y del blanco al negro para pedir cabezas en bandeja de plata y limpiezas
de vestuario cuando el proyecto de Laso, vista la temporada realizada hasta el
momento, goza todavía de una excelente salud. Pablo Laso, el exitoso técnico
madridista, es ahora señalado por muchos en una vergonzosa demostración de
ventajismo que no hace sino retratar al mal aficionado, ese que no comprende la
realidad de algo tan sencillo como que en el deporte del más alto nivel convive
la victoria junto a la derrota, y no comprender y aceptar dicha convivencia no
lleva si no a la frustración, una frustración que en muchas ocasiones acaba
rompiendo juguetes que funcionaban, pero que al caprichoso y malcriado
aficionado le han dejado de hacer gracia y llora porque le compren uno nuevo. Mal
haría el club blanco en no entender que en el baloncesto europeo actual, que
nada tiene que ver con aquellas copas de Europa de los 60 y los 70 en los que
un equipo como el Real Madrid tenía prácticamente alfombra roja hasta
semifinales, llegar a la Final Four es un éxito que hay que saber valorar. Pero
esa es otra historia de la que ya hablaremos en próximas entradas.
La Historia con mayúsculas del baloncesto
continental empieza a escribirse con el nombre propio de Zelimir Obradovic. Un
sobrio base retirado muy joven, con apenas 30 años, para, siendo consciente de
su ascendencia en el vestuario, comenzar a dirigir a quienes hasta hacía poco
habían sido sus compañeros en la pista. Inaudito que un solo hombre tenga en su
palmarés tantos títulos como el club que más títulos ha ganado en una máxima
competición, habiendo ganado sólo uno de ellos con dicho club. Pero es que en
Obradovic lo inaudito siempre es posible en un entrenador que no ha parado de
buscarse nuevos retos. Después de haber alcanzado la excelencia en Atenas con
un Panathinaikos para quien siempre será Zeus ahora ha llevado al baloncesto
turco de clubes a reinar por primera vez en el continente. Ha necesitado para
ello tres intentos y una plantilla a su medida, con jugadores físicos, versátiles
y con buena mano. Jugadores del baloncesto moderno, sin necesidad de pívots
descomunales (Udoh es un 2,08 y Jan Vesely, pese a sus 2,13, comenzó jugando
como alero en el Partizan de Belgrado), un baloncesto moderno al que Obradovic
a diferencia de los Messina, Maljkovic, Repesa y compañía sí se ha sabido
adaptar. Por eso sigue siendo el mejor.
Pero no le ha sido nada fácil volver a reinar… por
eso insistimos, aunque ya hablaremos de ello… que nadie mate a un Pablo Laso
que seguro también guarda un ejemplar de “Así habló Zaratustra” en la
biblioteca de su casa, porque, si no le cortan la cabeza, que nadie dude que
también el Real Madrid del lasismo protagonizará su particular eterno
retorno.
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