jueves, 17 de noviembre de 2011

LA ESTRELLA ROJA

"La manera cómo se presentan las cosas no es la manera como son; y si las cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría" (Karl Marx)

Angry young man


Adam Morrison irrumpió en el mundo del baloncesto como uno de esos extraños elementos que surgen de vez en cuando y en cierta manera engrandecen este deporte. En primer lugar por sus inquietudes, su afán cultural, y compromiso político. Sin entrar en valoraciones ideológicas, al menos estamos hablando de alguien con preocupación sobre lo que le rodea. Por otro lado, nos referimos a un deportista que padece una enfermedad crónica: una diabetes de tipo 1 que le ha acompañado durante toda su carrera deportiva, dejando como una de sus habituales imágenes la del joven jugador inyectándose insulina en la banda en medio de los partidos. Cuentan que el héroe hipoglucémico de Montana no había recibido su chute azucarado en la final estatal colegial, a la que había llevado a su modesto instituto Mead, de Spokane. En esa final Morrison anotó 37 puntos, rubricando una campaña en la que había batido todos los records anotadores de su High School. La leyenda comenzaba a fraguarse. 

El pico.


La humilde pero siempre competitiva Universidad de Gonzaga fue la elegida por el inquieto Morrison para sus años NCAA. Un “college” cuya figura más destacada a lo largo de la historia ha sido con notable diferencia John Stockton. No estamos hablando precisamente de una de las factorías de jugadores  más brillantes en el baloncesto universitario, pero permitía a Adam continuar en Spokane, su ciudad adoptiva, “La ciudad de la tribu del sol”, el hogar ideal para un jugador con alma de guerrero como él.

Su carrera NCAA es, directamente, historia viva de esa competición. Actuaciones descollantes jornada tras jornada, anotaciones de 30 o 40 puntos en su año junior,comparaciones con Larry Bird… Era la nueva gran esperanza blanca. El nuevo alero que retrotraía esencias de un baloncesto puro. Su lucha contra la diabetes y sus imágenes autoinyectándose insulina en medio de los partidos le conferían un aura heroica, luchadora, legendaria. Además comenzaba a dar muestras de no ser un deportista al uso, expresando públicamente sus inquietudes por la política. Manifestaba abiertamente su admiración por el “Che” Guevara, y se dejaba fotografiar en su apartamento rodeado de “posters” de las figuras que le servían de inspiración: la combativa banda de rock Rage Against the Machine, el grandísimo Larry Bird, y por supuesto, el comandante “Che” Guevara. Morrison se mostraba así como un rebelde con causa, una figura NCAA desafiante con el “establishment”, alguien con algo que decir, con discurso. En definitiva un personaje de impacto dentro de un mundo a menudo demasiado previsible y cuadriculado como es el deporte de alta competición, aún recordando que en NCAA estamos hablando de deportistas que en ningún momento son profesionales a ningún efecto. 

Estrella mediática.


En el universo deportivo de jóvenes figuras que buscan el acomodo económico y el éxito fácil, Morrison se convierte en una "rara avis". Afirma sentirse atraído por las teorías de Karl Marx, y entre sus lecturas predilectas cuenta con John Steinbeck, Ray Bradbury o Jack Kerouac. Figura anacrónica por tanto en un mundillo en el que las inquietudes culturales y el cultivo intelectual, desgraciadamente, suelen brillar por su ausencia. 

Con ese doble impacto, deportivo y social, provocado en el baloncesto estadounidense, parecía claro que Morrison, quien ya se había dejado crecer un mostacho que se convertiría en característico, no iba a pasar desapercibido a la hora de llegar al profesionalismo. No espero a cumplir su año senior, tras tres años en Gonzaga plagados de actuaciones majestuosas y exhibiciones anotadoras, muchas de ellas colgadas en you tube, para el lector que busque profundizar, se presenta al draft de 2006. Pese a las dudas sobre su capacidad física para un baloncesto tan duro como el de la NBA, las generosas comparaciones con asesinos natos como Larry Bird o Nowitzki debido a su naturalidad anotadora y su excelencia en el tiro, le colocan como uno de los aspirantes a obtener una alta posición. Estamos como digo a comienzos de verano de 2006. Michael Jordan acaba de convertirse en General Manager de unos Charlotte Bobcats que han obtenido la tercera ronda para el draft. Tras ver como Toronto elige como número uno por primera vez en la historia a un europeo, el italiano Andrea Bargnani, y sus queridos Bulls al talentoso pivot LaMarcus Aldridge (que acaba en Portland), Jordan decide apostar por el  tirador de Montana. Un flamante número 3 para Morrison en un draft que, si bien no pasará a la historia como uno de los mejores, si es llamativo ver como nuestro protagonista queda por encima de auténticas figuras y estrellas NBA como Brandon Roy (nº6), Rudy Gay (nº8), o Rajon Rondo (un escandaloso nº21 para un jugador de su categoría), claro que más sangrante es ver a un Paul Millsap en segunda ronda con el número 47, autentico robo del draft para unos Utah Jazz con muy buen ojo.

Un goce estético, la mecánica del killer.


Parecía por tanto que nos encontrábamos ante una estrella en ciernes, practicante de un baloncesto puro, sencillo, natural, de tirador puro, el impacto de Morrison en la NBA debería hacerse notar desde el primer momento. En un equipo como los Bobcats, sin presión de resultados, en crecimiento, y rodeado de otros jóvenes jugadores como Emeka Okafor, Raymond Felton, Gerald Wallace o Sean May (precisamente rival ahora de Morrison en la Liga Adriática jugando en el KK Zagreb... quien les iba a decir a estos dos "prospects" de estrellas que iban a acabar viéndose en una liga tan menor con tan solo 27 años) 

Y ese impacto, como decimos, y para que resulte más sangrante sobre todo lo que vino después, efectivamente fue inmediato. Fue elegido "rookie del mes" en su debut, en Noviembre. Un día antes de acabar ese año 2006, que resultaría ya irrepetible en la vida del muchacho, puso la NBA a sus pies con 30 puntos frente a Indiana. La estrella que muchos preveían parecía que había nacido por fin, precisamente frente al equipo de la tierra de su gran ídolo, Larry Bird, el pájaro de Indiana. Pero lo cierto es que Morrison jamás volvió a repetir una actuación como la de aquel 30 de Diciembre de 2006... había alcanzado su techo en la NBA con sólo 22 años y en su segundo mes de competición. 

A partir de ahí comienza una bajada alarmante en su rendimiento de la que no se recuperará jamás. No acaba mal esa temporada rookie, con 11.8 puntos, 2.9 rebotes y 2.1 asistencias, una buena tarjeta para un debutante, que le confirma como cuarta espada de los Bobcats por detrás de Wallace, Felton y Okafor. Lo peor era la sensación de debilidad para una liga tan cruenta y que no toma prisioneros como la NBA. Su rendimiento de "más" a "menos" iba más allá del típico y lógico "rookie wall" que sufren los debutantes cuando llega la Primavera. Le hacía ponerse bajo sospecha en una competición tan poco dada a conceder segundas oportunidades como la NBA. Si Morrison quería recuperar ese estatus que parecía corresponderle tras sus dos primeros meses NBA, no le quedaba otra que trabajar todo lo duro que pudiera olvidando que fue número 3 del draft. Nadie le iba a regalar nada. Para un jugador cuyo lema había sido siempre "Determinación", no debería ser dificil levantarse ante las adversidades y demostrar ese espíritu guerrero y luchador que le había acompañado siempre, desde que se supo enfermo de diabetes. Pero esas adversidades puñeteras a veces buscan joderte a lo grande. Así, poco antes de comenzar la temporada siguiente, enfrentándose a los Lakers con quienes precisamente ganaría dos anillos años más tarde como agitatoallas de lujo, sufre una lesión de ligamentos cruzados tan grave que le deja en el dique seco para toda la temporada. Curso en blanco, en una franquicia de Charlotte que veía también como perdía aquella temporada a otro de sus jóvenes valores, Sean May, y con quien como hemos dicho, Morrison parece llevar una vida paralela en muchos aspectos, al menos en cuanto a desgracias se refiere.

Tras ese infortunado curso en blanco, Morrison comenzó la temporada sin encontrar su sitio en el equipo. Primero Jason Richardson, y luego la llegada de Boris Diaw y Raja Bell, eran obstáculos insalvables para la consecución de minutos del jugador. De sus aceptables 11.8 puntos en su primer curso, pasa a unos discretísimos poco más de cuatro puntos por partido, lo que le valdrían entrar en la pugna por ser el "Jugador más empeorado" en caso de concederse tal negativo galardón. A partir de ahí la carrera de Morrison comienza a conocer los infiernos baloncestísticos de ser un jugador residual en las rotaciones. Charlotte le manda a los Lakers, donde vemos a Adam ocupando el último lugar del banquillo angelino, ajeno a todo el glamour y el show-time del triunfal equipo californiano. Dos temporadas bajo las órdenes de Phil Jackson en las que en total juega 289 minutos repartidos en 39 partidos. Una estrella apagada para la cual ni sirven de consuelo los dos anillos conseguidos que no puede casi ni considerar como suyos. La cara del vaquero contestatario de Montana en la recepción del presidente Obama en la Casa Blanca es todo un poema. No es su sitio. 

¿Qué hace un rojo como tú en una Casa Blanca como esta?


Precisamente Washington será su siguiente parada, intentando encontrar sitio en la franquicia de los Wizards. No pasa siquiera el corte del "training camp". Se enfrenta a otro año en blanco en una carrera profesional con aspecto absolutamente fetal. Todo sigue por hacer, por desarrollar. La que iba para futura estrella ya no interesa a nadie. Entrena en su querida Universidad de Gonzaga, donde tantas glorias vivió, esperando una llamada de algún equipo NBA que nunca se produce. ¿Es posible que con tan sólo 26 años ya no tenga sitio en el baloncesto profesional? 

Idolo en Belgrado.


Así es como esta temporada decide dar el salto a Europa, y como si fuese un extraordinario guiño a su personalidad, el Estrella Roja de Belgrado es el destino escogido. Un club fundado durante la finalización de la II Guerra Mundial por la Liga Juvenil Antifascista de Serbia. Como si de repente las piezas del puzzle de su vida encajasen. En Belgrado Morrison vuelve a encontrar la motivación por competir, el calor y el aliento de una hinchada bulliciosa, como aquella que le veneraba en Gonzaga. Su adaptación a su nuevo equipo ha sido total desde el principio, las imágenes de su altercado con un joven jugador del Bayern Munich dan la vuelta al mundo del baloncesto. Sus gestos de amor y pasión hacia su nueva afición nos muestran a un Adam Morrison actualmente entregado y ultramotivado. Una nueva vida para este extraño jugador, ciclotímico, capaz de pendular desde la abulia más absoluta hasta el mayor ardor guerrero, acompañado todo ello de unos números acordes a un jugador de su categoría (segundo máximo anotador de la Liga Adriática en estos momentos con 19.33 puntos por partido, y promediando 19 en valoración, séptimo en ese ranking de toda la liga) Posiblemente y al fin y al cabo el caso de Morrison se trate simplemente del de todos los seres de esta tierra, incluidos los replicantes. El de alguien que tanto con un balón o con un libro en las manos se hace preguntas y busca su sitio. Quizás después de tantos avatares ya lo haya encontrado.  

Ciertamente, el Estrella Roja es un club con muchos encantos, ¿no les parece?

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