El último tren hacia el anillo tampoco llegó al destino soñado. |
Toca despedir a uno de los
más grandes de los últimos tiempos. Jugador excepcional y talentoso,
profesional perseverante como pocos. Un primer análisis sobre la figura de
Grant Hill (Dallas, 5-10-1972) nos invitaría a la tentación de englobarlo en el
grupo de eso que llamamos “lo que pudo ser y no fue”, y en efecto, no cabe duda
de que el espigado alero tejano estaba llamado a ser uno de los jugadores que
marcase una época en la NBA y que entrase de lleno en la eterna lucha por ser el
enésimo aspirante a la sucesión de Michael Jordan (con quien coincidió en la
mejor liga del mundo durante seis temporadas), si no fuera por un sempiterno
malditismo en forma de lesiones que le otorgó cierta fama de jugador de cristal
al estilo de otro genial coetáneo como Tracy McGrady. Pero es precisamente ahí
donde encontramos la clave de la admiración que debe ser profesada a un
luchador como Grant Hill, quien en un ejemplo de constancia ha estirado su
carrera a nada menos que 19 campañas (18 en realidad, ya que la 2003-04 la
perdió enteramente por, como no podía ser de otro modo, problemas físicos y de
salud que pusieron incluso su vida en peligro) y retirándose con 40 años
cumplidos en su documento de identidad. Casi nada.
En efecto, en el joven Hill
se daban todos los condicionantes para adquirir estatus de megaestrella en el
universo NBA, con todos los beneplácitos posibles tratándose además de un
muchacho de buena educación y familia (su padre fue jugador profesional de la
NFL con una brillante trayectoria de 12 temporadas) totalmente alejado del
modelo de baloncestista callejero, tatuado y regido dentro de los parámetros
del “gansta style” que ejemplificaban Allen Iverson y un buen número de
emergentes estrellas. En definitiva, Hill encajaba en el prototipo de icono NBA
que David Stern mejor hubiera podido imaginar jamás.
Calvin Hill, el padre de la criatura, a finales de los 70. |
Estrella ya desde High School
en el instituto de South Lakes (Reston, Virginia), es a partir de su ingreso en
la prestigiosa universidad de Duke cuando el nombre de Grant Hill comienza a
tornarse en legendario para el mundo de las canastas. Con la camiseta de los
Blue Devils nuestro protagonista conquistó dos entorchados consecutivos de la
NCAA (nadie repetía título desde la UCLA del mítico John Wooden, que llegó a
ganar seis títulos seguidos entre 1967 y 1973), el segundo de ellos derrotando
en la final a los míticos “Fab Five” de Michigan, un resultado que siguió
golpeando dolorosamente en aquellos jugadores que un año más tarde repetirían
derrota frente a North Carolina, tanto es así que Jalen Rose en el magnífico
documental que la ESPN realizó sobre aquel equipo liderado por Chris Webber no
dudo en atacar de manera explicita y poco afortunada al college de Duke de
reclutar únicamente jugadores negros que se pudieran calificar como “uncle
Toms” (una referencia a la famosa novela de Harriet Beecher Stowe, con la que
intentaba hacer creer que los deportistas de color enrolados en la universidad
de Durham eran negros sumisos y que aceptaban el “establishment” blanco, y por
tanto traidores a la comunidad afroamericana, un poco al estilo del personaje
de Samuel L. Jackson en “Django desencadenado”) Lo que si es cierto es que Duke
aparte de ser una de las más prestigiosas universidades baloncestísticas
normalmente ha sido destino de muchos “buenos chicos”, cosa que puede
comprobarse echando un vistazo a la ejemplar, modélica y caballerosa respuesta
que Hill dio a las desafortunadas palabras de Jalen Rose.
Grant Hill con Coach K. Binomio ganador en Duke. |
Cumplido un sobresaliente
ciclo universitario a las órdenes del ya legendario Mike Krzyzewski, todo
parecía indicar que Hill ocuparía sin ninguna duda una de las primeras
posiciones del draft de 1994. Después de ver como Glen “Big Dog” Robinson era
el número 1 elegido por Milwaukee, y como otro longevo ejemplar del 73 como Jason
Kidd era la elección de Dallas, el nombre de Grant Hill sonaba en el tercer
lugar de la noche escogido por una franquicia que apostaba por el talentoso
alero para reverdecer los laureles de unos años atrás cuando habían conseguido
dos anillos consecutivos gracias a los inolvidables “Bad Boys” de Thomas,
Dumars, Laimbeer y compañía. Hablamos, como no, de los Detroit Pistons. Precisamente
aquel verano de 1994 el genial Thomas y el duro Laimbeer habían anunciado su
adiós. Dennis Rodman buscaba nuevas aventuras en San Antonio (antes de recalar
en Chicago, donde sus dedos engordarían con tres anillos más) Mark Aguirre
finalizaba su brillante carrera en Los Angeles Clippers. En los vecinos Lakers
se encontraba James Edwards, mientras que el inolvidable “Microondas” Vinnie
Johnson ya llevaba un par de temporadas retirado. De modo que Hill recayó en un
equipo de gloria reciente pero en dolorosa reconstrucción, donde sólo Joe
Dumars mantenía su liderazgo espiritual a la vez que saciaba su voracidad ofensiva,
y que había firmado un pobre registro de 20 victorias por 62 derrotas en la
campaña recién finalizada.
El impacto del tejano en la
liga fue inmediato. Máximo anotador de su equipo por delante incluso de Dumars
o de otro excelso anotador como Allan Houston. Rookie del año junto a Jason
Kidd, pero sin duda hay un dato mucho más esclarecedor sobre la dimensión de su
aterrizaje en la NBA. Fue el primer rookie en liderar las votaciones para el
All Star Game. Michael Jordan vivía por aquel entonces su primera retirada, que
daría por concluida a las pocas semanas (volvería en Marzo de 1995), pero para
que no hubiera dudas, a la temporada siguiente, con His Airness ya jugando una
temporada completa, aún así Hill fue el jugador más votado por delante del
mismísimo Jordan. La NBA a sus pies, y los seguidores de los Pistons que
volvíamos a tener una razón para soñar.
Desgraciadamente el éxito
personal de Hill no estuvo refrendado a nivel colectivo. Cierto es que con su
llegada el balance de victorias aumentó de manera ostensible, pero aquellos
Pistons no pasaban de ser un equipo de primera ronda de play offs. Con Dumars ya
retirado y Allan Houston firmando como agente libre por New York (donde llegó a
disputar unas finales frente a San Antonio Spurs), aquellos Detroit de la era
“verde azulada” (los aficionados recordarán que habían cambiado el azul
habitual además del logo, emergiendo el busto de un caballo del habitual balón
de baloncesto que acompañaba la imagen de la franquicia) eran realmente un
equipo mediocre, especialmente en las posiciones interiores (Bison Dele, Eric
Montross o Mikki Moore vienen a mi recuerdo), de modo que no había visos de
formar un equipo campeón alrededor de Hill como jugador franquicia, a pesar de
los insistentes rumores que en su momento apuntaron a una llegada de nada menos
que Tim Duncan a la ciudad del motor, debido a su gran amistad con Hill,
rumores que se repitieron una vez que el alero se estableció en Orlando. Precisamente de su etapa en Orlando hablaremos en nuestra próxima entrega sobre el genio de Dallas.
Tomando el relevo. |
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