Guillem y Ricky, thick as thieves. |
Hay exhibiciones deportivas (en este blog lógicamente ciñéndonos al baloncesto), momentos cargados de épica y magia, que trascienden cualquier contexto espacio-temporal en el que se produzcan. No importa el donde, el cuando, la edad del protagonista, o la trascendencia de lo que está en juego. En todo caso, y evidentemente, esos serían ingredientes añadidos a ese momento inmortal en el que el tiempo parece detenerse y quizás es que Dios haya bajado a la Tierra y se haya disfrazado de jugador de baloncesto (parafraseando al gran Larry Bird hablando sobre el no menos grande Michael Jordan y su partido de 63 puntos en POs contra Boston)
La grandeza de un deporte como este, por tanto, no ha de conocer límites. En el asombro incorruptible que produce en mí la disciplina del mundo de la canasta he sido capaz de admirarme y llevarme las manos a la cabeza tanto por el visionado de lejanos siderales jugadores de la NBA a través de la pantalla del televisor como por las genialidades que pudiera realizar cualquier compañero de mi equipo del instituto. La sensación siempre es la misma, la del asombro cuando te encuentras frente a frente con la magia, el milagro.
Hoy 20 de Agosto se cumplen exactamente cinco años de uno de esos momentos únicos e irrepetibles que como digo merecen ser valorados fuera de contexto, contexto éste que como verán tampoco es manco, ya que hablamos de una final de un campeonato de Europa de selecciones, por mucho que fuera en categoría cadete.
Ese 20 de Agosto de 2006, en la jienense localidad de Linares, mientras nuestra selección absoluta comenzaba en Japón una andadura que nos acabaría llevando a ser nada menos que campeones del mundo por primera vez en nuestra historia, se celebraba la final del Europeo cadete entre las selecciones de España y Rusia. Los nuestros llegaban liderados por un base quinceañero que ya había debutado en ACB. Era la estrella del equipo y había cargado exitosamente con la responsabilidad, realizando un torneo hasta aquel momento muy brillante... sin embargo, nada comparado con los que no deparó aquel mágico 20 de Agosto de hace cinco años.
Nunca he ocultado mi debilidad absoluta por Ricky Rubio, mi jugador favorito FIBA hasta ahora que ha decidido dar el salto a la NBA. En este blog ya le dedicamos una entrada, intentando homenajear y hacer justicia a un jugador que sigue teniendo un distintivo especial, un rasgo de genialidad e ilusionismo en su juego que es absolutamente intangible e indescriptible. Es simplemente un halo poético en su manera de entender este deporte.
Ricky con su MVP del Europeo 2006 |
No queremos volver a repetir todo lo que dijimos en aquella entrada, únicamente quiero hacer nuévamente hincapie en la personalidad baloncestística de Ricky. Un muchacho al que veo como ese base capaz de llevar el timón, aún siendo menor de edad, desde la titularidad (recordemos que Calderón se había lesionado) de nuestra selección en el posiblemente nuestro mejor partido de todos los tiempos (aquella final olímpica en Pekin contra los USA de Paul, LeBron, Wade, Carmelo, Kobe, Howard... o en resumidas cuentas, la mejor selección yanqui de la historia después de, claro está, la de Barcelona 92), pero que también veo como ese jovenzuelo descarado que es capaz de seguir pasándoselo en grande en cualquier play-ground con sus colegas de toda la vida. Eso es lo que observo en Ricky, un talento libre e imaginativo que cuando la "normalidad" ha llegado a su carrera baloncestística, injustamente se le ha querido colgar el cartel de "estancado". No, simplemente es que en Ricky todo era tan extraordinario que cuando ha llegado la normalidad a su vida nos pareciera incluso que es otro jugador... pero aún así simplemente verle botar el balón ya nos indica que seguimos estando ante un baloncestista diferencial en su juego.
Como digo hoy lo que queremos es rendir merecido tributo a aquella fecha en la que Ricky, de alguna manera, se presentó en sociedad, pese a que muchos aficionados ya sabíamos de él. La tarjeta que dejó en esa final para el recuerdo habla por si sola. 51 puntos, 24 rebotes, 12 asistencias y 7 robos de balón. Una actuación para los anales y que perdurará siempre en el recuerdo. Nunca se había visto nada igual ni se ha vuelto a ver en torneos de este tipo.
Como todos los grandes momentos deportivos de la historia, aquellos instantes de conjunción astral tuvieron sus dosis de épica y emotividad. La victoria española vino tras dos prorrogas, y a la primera de ellas se llegó tras un impresionante triple de Ricky desde prácticamente su campo. El escolta ruso Babunashvili (quien actualmente creo que progresa en el equipo de la georgiana Kutaisi, recuerden que estamos hablando de chavales que ahora tienen 20 años todavía), había anotado otro triple a 1.3 segundos de la conclusión que parecía condenarnos al segundo puesto del cajón. Tanto es así que J. Cuspinera, el entrenador español, admite que cuando Ricky anotó el triple él caminaba por la banda hacia el banquillo rival para felicitar a su homólogo ruso por la victoria.
El oro de Linares |
A pesar de sus escasos quince años, Ricky ya conocía de primera mano los golpes que la vida te puede dar. Reciéntemente había perdido a uno de sus mejores amigos, Guillem Raventós, en accidente de tráfico. Guillem era su amigo, su compañero en el Joventut, su capitán en el equipo infantil de la Penya. Un hombro en el que llorar las derrotas, un abrazo que recibir en las victorias. Una historia de amistad forjada a base de canastas. Ricky siempre dice que ese triple increíble no lo anotó él, si no su amigo Guillem, desde el cielo, o desde donde ustedes lo quieran llamar, desde ese lugar donde nuestros seres queridos aún no se han ido, siguen con nosotros, nos empujan, nos animan, y nosotros los sentimos. Porque las amistades de verdad no las puede romper ni un accidente de tráfico ni la muerte.
Pero todo esto que intento transmitir humildemente a través de este blog, golpeando las teclas desde una calurosa habitación en el madrileño barrio de Chamartín, créanme que palidece ante el texto que escribió alguien que vivió de primera mano la amistad entre los dos jóvenes, y como no, el ascenso vertiginoso del mayor genio que ha dado nuestro baloncesto en los últimos años. No me resisto a reproducir íntegro el texto que el entrenador de cantera del Joventut, Joan Rallo, escribió en la web de la ACB pocos días después de ese 20 de Agosto que celebramos hoy:
Badalona, 23 Ago. 2006.- Dice una leyenda local que en un antiguo camino que unía Granollers y El Masnou había una fuente, la “font de Sera”, y en ella habitaba una preciosa mujer, de semblante claro y precioso, pero con un encanto extrañamente sobrehumano. Muchos de los agricultores y comerciantes que pasaban por allí quedaban aturdidos y fascinados con esa presencia, tal es así que muchos decidían lanzarse al agua, de dónde ya no volvían a salir con vida. Cuenta esta historia que un día un joven artista de El Masnou, al cruzar por el pequeño lago, quedó enamorado de la presencia de la bella mujer y que, ésta al verlo, no pudo sino también enamorarse. El joven muchacho siguió su camino y la preciosa mujer, en verse perdidamente enamorada del artista, la siguió toda la eternidad a su lado, en forma de refrescante finísima lluvia, de un rocío casi imperceptible, que sólo a la vista tenia la forma de una suave niebla.
Ricard Rubio no tardó en fijarse en su hermano Marc los sábados por la mañana, cuando el grande de los hermanos hacía diabluras por los campos de baloncesto del Maresme y el área metropolitana de Barcelona. De él comprendió que el baloncesto no era sólo un programa matemático dónde uno y uno son dos. De él comprendió que la pasión, que la imaginación, que el descaro tienen unas fórmulas que no entienden de razón, pero que son capaces de doblegar al más duro de los corazones y que en su dosis adecuada hacen del baloncesto magia.
Pronto decidió seguir sus pasos e ir a jugar a la fecunda cantera de la “Penya”. Quizá lo decidió el día en que su hermano, pese a desearlo con toda su alma, no pudo ganar la medalla de oro en la final del campeonato de España infantil en 2002. Quizá aquel día su hermano le retó (sin él imaginarlo) a conseguir llevarse un oro que a buen seguro el mayor de los Rubio merecía.
Seguramente muy viva tenía la imagen de su hermano llorando por no vencer la final cuando, un año mas tarde, inició su participación en los campeonatos de España infantiles, celebrados en Avilés. El torneo fue fácil en toda su primera fase, pero se complicó en semifinales. El partido fue digno de una batalla napoleónica. Ricky sufrió, como seguramente lo hizo todo su equipo, aunque acabó llevándose la victoria. Pero fue una victoria muy cara. El capitán del equipo, Guillem Raventós, un chico con una inteligencia sublime sobre el parqué y con un tremendo coraje cayó lesionado en un contraataque que sentenciaba el encuentro.
Al día siguiente Estudiantes pudo con el talento de los jóvenes jugadores verdinegros. Faltaba Guillem. Demasiado peso emocional para todo un equipo sin su capitán, demasiado miedo a jugar sin un líder, sin su principal referente… De nada sirvieron los 40 puntos que anotó Ricard en la final, con un año menos a sus espaldas.
Al año siguiente se vengó de todo. Arrasó su equipo en la Minicopa celebrada en Sevilla. Celebró con todos sus compañeros el descarado juego de Aíto y sus pupilos en la capital andaluza. Saltó de alegría con el espectacular Alley-oop de Rudy, a pase de Guzmán, frente a la mirada de Nocioni; cómo saltaba de alegría Guillem en la grada, que no dudó en ir a la capital hispalense a seguir tanto la copa como la Minicopa.
También arrasó en la final de campeonatos de España de Selecciones autonómicas. Por aquel entonces su amistad con Jorge Santana y Armand Solé ya se había más que fraguado. Pero se arrancó la espina definitivamente en Ourense, cuando pudo llevarse, ya era hora, el oro de campeón.
Madrid no fue tan amable con él cómo lo fue Ourense. Siendo cadete de primer año, y pese a vencer el prestigioso trofeo Juan del Moral de Santa Coloma, no pudo llevarse una medalla de Madrid. Él, Armand, Pere Tomas (su otro gran amigo) y, cómo no, Guillem no fueron suficiente poder para doblegar a la fortuna, que no se quiso poner a su lado.
Nadie entonces podía imaginar que sólo unos meses después, el joven jugador debutaría en un partido de ACB. Menos aún que lo haría con el descaro que lo hizo, menos aún que se echaría el equipo a sus espaldas en alguna ocasión. ¿Quién puede calibrar la felicidad con la que los que le habían visto crecer observaban como Ricky hacía historia?
Y sin embargo, nadie, a buen seguro podrá hablar mal de él en el equipo junior, con el que deseaba entrenar cada día y con el que consiguió en Salamanca la medalla de bronce (la única que le faltaba). Todo el equipo celebró esa medalla y todo el equipo lloró con enorme rabia la injusta perdida de Guillem en un accidente de tráfico pocas semanas después.
La mañana del 20 de agosto de 2006 amaneció calurosa en Linares. Ricard seguramente se levantó con ganas de desayunar y que avanzara el día, que llegara la hora del partido. Lejos de la extraña sensación del día anterior, en la cual la duda a una prematura eliminación le inquietó durante algunos minutos. Creyó oportuno que debía sacar la varita mágica y ponerse a jugar.
El pabellón aquel día se llenó inusualmente pronto. Tres horas antes del comienzo ya habían aficionados animando a la selección. Serbomontenegrinos y croatas llegaron a pensar que algo pasaba cuando el pabellón se vino abajo aproximadamente a las ocho de la tarde. La selección entraba al recinto. Los jugadores se cambiaron y salieron a ver un rato el partido por el 3er y 4to puesto. Todos. Todos menos tres jugadores. Jorge Santana, Armand Solé y Ricard Rubio. Seguramente recordaban historias siendo infantiles, anécdotas ocurridas en los largos viajes en autocar hacía sólo dos años.
Las cerca de 3000 personas que abarrotaban el campo estallaron de júbilo cuando entró la selección al campo. Era imposible perder ante tal derroche de ánimo. Imposible si no fuera porque enfrente estaban los rusos. Serios, disciplinados, tranquilos y concentrados, incluso cuando peor se les ponía el partido. Plantearon un partido perfecto, retaron a su rival a dominar al miedo y a la posibilidad de perder la gran final en su propia casa. Invitaron al conjunto español a superar el respeto por no haber sido nunca campeones de Europa cadetes.
El calor era sofocante en el pabellón. O mejor dicho, lo hubiera sido. Lo hubiera sido sin el genial sistema de refrigeración instalado en el recinto. Unos pequeños aspersores de agua que, secados por potentes ventiladores convertían el aire en una refrescante y finísima lluvia, un rocío casi imperceptible, que sólo a la vista tenia la forma de una suave niebla.
Seguramente el espíritu de la mujercita de la “font de Sera”, presente en el pabellón gracias al sistema de refrigeración, acompañó al artista del Masnou durante todo el partido, seguramente le ayudó en todas sus decisiones, en cada uno de los 24 rebotes que cogió, en cada una de las 12 asistencias que dio o en los 7 balones que recuperó. En cada uno de los 51 puntos que anotó. En todos excepto en tres puntos. Cuando Rusia anotó el triple que sentenciaba la final a un segundo y medio del final, a Ricard no le acompañó el suave rocío de la muchacha; el balón que lanzó desde medio campo no lo dirigió la chica de la “font de Sera”. Tampoco Ricky. Ricky lo lanzó. Pero una vez en el aire ese balón lo cogió Guillem y suavemente lo puso en la línea necesaria para tocar tablero y empatar el partido. Seguramente los que conocían a Guillem y estaban presentes allí no dudaron ni un momento que había sido él. Quién sabe si el primer abrazo que tuvo Riky al acabar la final, con su inseparable amigo Solé sirvió para que ambos se dijeran lo que ya sabían. Que Guillem aquél 20 de agosto había pasado por Linares. Lo que es seguro es que cuando Riky señalaba al cielo dedicando al malogrado Raventós el título de MVP, allí donde estuviera, él le sonreía.
Joan Rallo
(Entrenador de cantera del Club Joventut Badalona)
(Entrenador de cantera del Club Joventut Badalona)
Así pues no es sólo la inmensa exhibición individual de Ricky, que nos llevó al primer oro europeo en categoría cadete de nuestra historia (esos oros que ahora parece que nos llueven como churros en todas las categorías), hay mucho más detrás de la historia de ese 20 de Agosto de 2006 que nunca debe ser olvidado para el baloncesto español. Es la historia de unos chavales, de un club como el Joventut al que tanto le debemos todos los aficionados españoles, independientemente de los colores que tengamos (siempre he defendido que ser "anti" algo en deporte es una imbecilidad y una perdida de tiempo, y ya sé que estoy solo en esto), es la crónica de una vida de triunfos y derrotas, de llantos y de risas. Es, en definitiva, baloncesto y vida unidos, inseparables lo uno de lo otro.
Y es la historia de un genio, de nuestro más asombroso mago, del insólito e insolente prodigio de El Masnou, quien aquel 20 de Agosto de 2006, como si fuese el protagonista de la célebre (en círculos garageros) canción de los Third Bardo, demostró que estaba cinco años adelantado a su tiempo.
Y es la historia de un genio, de nuestro más asombroso mago, del insólito e insolente prodigio de El Masnou, quien aquel 20 de Agosto de 2006, como si fuese el protagonista de la célebre (en círculos garageros) canción de los Third Bardo, demostró que estaba cinco años adelantado a su tiempo.
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