martes, 16 de agosto de 2011

SOUNDS FROM THE STREETS

"Sounds from the street,
 sounds so sweet
What's my name?
It hurts my brain to think " 

(The Jam, "Sounds from the streets")

Paul Weller y sus chicos. La ley de la calle.



Lo prometido es deuda, y de vuelta de unas breves pero intensas vacaciones retomamos nuestro trabajo en “El tirador melancólico”. Unos días de asueto que me han llevado de vuelta a mi ciudad natal, y también a cumplir con la obligada visita anual a Felicia, ese reino imaginario que a pesar de los años transcurridos desde la primera vez que lo pisara sigue manteniendo para mí el mismo influjo hipnótico, un embrujo paisajístico empapado de surrealismo que continua ofreciendo calidad de viaje iniciático. Una nueva California de expansión del alma y búsqueda de la libertad personal y la expresión individual por encima de modas, poses, falsas apariencias y hedonismo superficial.    

Por otro lado, los días en Ponferrada me han hecho reflexionar sobre mi relación actual de amor/odio con el verano. Una estación que ya parece cobrar sólo sentido si tienes la suerte de que tu vida aún se rija en términos estudiantiles o académicos de fines de temporada, y el tiempo entonces parece multiplicarse por el infinito. Es entonces cuando cada día es una experiencia, cada noche una aventura.   

El mítico Kareem también se dejaba ver por las canchas callejeras de Rucker Park.




Pero cuando desgraciadamente tu existencia se mide en los normales parámetros de la mediocridad y te has convertido en un títere y un esclavo que entrega la mayor parte de su tiempo a una farsa en forma de sistema devorador de esperanzas para la condición humana, el verano se muestra más bien como un enorme amplificador de algunas de las cosas más detestables que uno se pueda imaginar. Niveles inconcebibles de la música más estúpida y pachanguera que una mente humana pueda soportar, exhibiciones impúdicas de carnes obesas y sudorosas, y por supuesto, las chanclas. Esto, por citar sólo algunos ejemplos. 

Así pues el poder dedicar la semana pasada algunas noches a una de las cosas que más me sigue gustando hacer en verano, como comprenderán supuso un bálsamo para este pequeño tirador de frenética melancolía. Si en la estupenda novela de Nick Hornby, “Alta fidelidad” (posteriormente llevada al cine por Stephen Frears), el protagonista aseguraba que le gustaba el sexo porque era de las pocas cosas que le seguía haciendo sentirse como un niño, hago mías esas palabras referidas al baloncesto (y por supuesto al sexo, lo cortés no quita lo “caliente”), y dentro de ese maravilloso mundo del baloncesto que tanto nos gusta y apasiona, el baloncesto callejero en las noches de verano es uno de esos placeres agradecidos para el cuerpo y el espíritu, y que por desgracia y a causa de unos horarios laborales bastante desafortunados, apenas me puedo permitir.    
Durantula en plena exhibición en Harlem.



Corren buenos tiempos también para la reivindicación del “street-ball”, tras conocerse el paso de nada menos que Kevin Durant por las míticas canchas de Rucker Park en el neoyorquino barrio de Harlem, lugar de peregrinación para los aficionados a la altura del Madison Square Garden, y templo callejero por excelencia. “Durantula” demostró que no sólo es uno de los jugadores más finos y elegantes en las cuidadas pistas de madera de la NBA, si no que bajando al lodo del cemento del baloncesto de la calle fue capaz de ejecutar 66 puntos con una impresionante serie de nueve dianas triples tras once intentos, provocando el delirio de los aficionados que acuden a esas ligas de verano que se organizan en dicho lugar, e invadieron la pista para poder jalear al ya nuevo héroe de Rucker Park. También el propio Durant se ha dejado ver por otra de las canchas míticas del “street-ball” neoyorquino, la de Dyckman Park, que al igual que la del parque Rucker cuenta también con su liga propia. Por allí se han dejado ver también Brandon Jennings o Michael Beasley. Un Beasley quien por cierto acabó agrediendo a un espectador, demostrando que sigue siendo un jugador con un excepcional talento, pero una malísima cabeza. Quien debiera ser uno de los más sólidos puntales de los jóvenes Wolves de Ricky Rubio, no deja de ofrecer dudas sobre su profesionalidad y capacidad para labrarse una carrera brillante en las canchas. También el Laker Matt Barnes ha sido noticia por acabar a puñetazos en una pachanga callejera en las calurosas canchas de San Francisco en verano.   

Ambiente de puro baloncesto en el parque Rucker.


Así es el “street-ball”, un escenario donde el talento y los malos modos se dan la mano, donde convive el “trash talk” más sucio y barriobajero con las más imaginativas exhibiciones. Un campo ideal para el baloncesto más anárquico, libre y natural. Una jungla proscrita donde al igual que en el viejo y salvaje oeste americano se acrecientan las leyendas sobre pistoleros y tiradores de toda clase. Tipos duros a los que mejor no provocar, y los mejores motes que uno se pueda echar a la cara (“Best kept secret”, “Bone collector”…), pero por encima de todo una sensación de libertad maravillosa que no te puede brindar ningún otro escenario. Supongo que, al fin y al cabo, y como cantaban los Jam, los sonidos de la calle suenan realmente dulces. 




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