El morbo está servido
en el grupo E del Top 16 de Euroliga. El Real Madrid comparte tabla con
Zalgiris Kaunas y CSKA Moscú, o lo que es lo mismo, se enfrenta a su pasado
reciente personificado en Joan Plaza y Ettore Messina. Joan, Ettore, y Pablo
Laso. Tres entrenadores con un nexo madridista común, pero suerte dispar. Pero
por encima de todo tres grandes hombres del baloncesto actual. Analicemos un
poco lo que ha significado cada uno de estos nombres en el banquillo del club
de baloncesto más laureado de Europa.
En verano de 2006 el
nuevo Real Madrid de Ramón Calderón decide otorgar las riendas del banquillo de
su sección de baloncesto a un joven entrenador novel. Joan Plaza, quien ya
había trabajado en el club como asistente de Bozidar Maljkovic, era la arriesgada
apuesta de la sección que dirigía Juan Carlos Sánchez (uno de los tipos más
injustamente tratados en esto del baloncesto actual) Una decisión valiente, sin
duda, pero aunque nos gustaría poder alabar la confianza depositada en el
técnico catalán por parte del baloncesto madridista, hay que ser justos y
reconocer que Plaza llega a ser primer inquilino del banquillo blanco por la
negativa de varios nombres de “perfil alto”, sobre todo Aito García Reneses.
Pero es precisamente el gran Aito quien sirve de valedor de Plaza y aconseja a
los dirigentes madridistas la contratación del por entonces inexperto Joan como
primer técnico de la nave blanca. García Reneses conocía de sobra los méritos,
el talante, y la personalidad de Plaza, a quien había tenido como ayudante en
el DKV Joventut en la última gran era exitosa del club verdinegro (esos
espectaculares años en los que la Penya volaba por las canchas ACB y europeas a
ritmo de Ricky Rubio y Rudy Fernández) No obstante Plaza era un desconocido
para el gran público, las habituales críticas por parte de la afición a la
gestión de la sección del club no tardaron en aparecer. Parecía un insulto que
un club de la grandeza del Real Madrid confiara en un “don nadie”, un
entrenador sin experiencia como primer técnico, y un nombre nada mediático, a
pesar de todos los años que el bueno de Joan llevaba aprendiendo al lado de
entrenadores como los citados Aito, Maljkovic, o Manel Comas. El tiempo, una
vez más, se encargó de poner las cosas en su sitio y de tapar las bocas de los
ignorantes que hablan de este deporte sin profundidad ni conocimiento.
Con Joan Plaza se dio
fin a una serie de años infaustos en el baloncesto blanco. El desfile de
técnicos de prestigio (Imbroda, Lamas, incluso Malkjovic, que aunque ganó la famosa
liga del triple de Herreros su baloncesto resultaba bastante intragable para el
aficionado) resultó un desastre para la sección madridista. Con Plaza no sólo se recuperaron los títulos
(doblete Liga ACB y Copa Uleb en su primera temporada), sino que, de manera más
importante todavía, el equipo recuperó identidad y orgullo, capacidad de
sacrificio y morir en la pista, generosidad defensiva, para tener libertad en
ataque. Plaza dotó al equipo de un gran dinamismo que basado en el trabajo
atrás, en propia cancha, permitía que al otro lado de la pista los jugadores se
sintiesen libres y cómodos. No había (y gracias a Dios) sobredosis de sistema,
pero la exigencia era máxima. Dos títulos y finalistas de la Copa del Rey.
Aquel entrenador desconocido para el gran público, criticado por su “perfil
bajo”, culto, educado, novelista aficionado (y ya profesional desde el momento
en que ha visto publicada parte de su obra) había dejado en su sitio a todos
los cuadriculados incapaces de hablar de baloncesto más allá de cuatro nombres.
El ex –funcionario de prisiones se convertía en un funcionario de pasiones
baloncestísticas. Parecía que Plaza había, con justicia, ganado el crédito
necesario para afrontar proyectos a largo plazo en la nave blanca. Pero no era
así. Le estaban esperando, el “perfil bajo” nunca se perdona, y si tu nombre no
es capaz de refulgir con tal brillo que esos cuadriculados e ignorantes de los
que hablo tengan que calzarse sus gafas de sol, el hacha estará
convenientemente afilada esperando el momento de cercenar la cabeza del
protagonista (le pasará también a Laso, no lo duden) La siguiente temporada,
pese a dominar con autoridad la liga regular (balance 29-5) y ser elegido
nuevamente mejor entrenador ACB del curso baloncestístico, la clasificación
para play-offs reservaba un regalo envenenado. Un Unicaja irregular y plagado
de lesiones llegaba a las eliminatorias con sus principales jugadores a punto
para la cita. Con Carlos Cabezas al frente y un inconmensurable Boniface N'Dong
se cargaban por la vía rápida al vigente campeón. Eliminados a las primeras de cambio pese a
haber hecho mejor campaña regular que el curso anterior, donde habían perdido
cuatro partidos más. Esa temporada se produce un hecho que, aunque a priori no
debería dejar de ser anecdótico, deja señalado al técnico catalán. En un
partido clave disputado en Vistalegre frente al Maccabi Tel Aviv
correspondiente a la quinta jornada del Top 16, Plaza ordena defender la última
posesión israelí con tres arriba para el conjunto blanco, en vez de hacer falta
para llevarlos a los tiros libres y no dejarlos a tiro de prórroga. El tirador Yotam Halperin clava un triple letal y en el tiempo extra los
macabeos se llevan la victoria, dejando a los blancos con la imperiosa
necesidad de vencer en Atenas al Olympiacos. No fue así y el equipo de Plaza
finalizó esa ronda tercero, con balance 3-3, y fuera de cuartos de final.
Aquello creó un debate en torno a la figura del entrenador sobre su incapacidad
estratégica en momentos claves de los partidos. Incluso la revista Gigantes
realizó un estudio de varias páginas encuestando a distintos técnicos sobre que
harían ellos en una situación similar, si ordenar defensa o falta personal. Las
respuestas no fueron unánimes, hubo de todo, pero el daño ya estaba hecho.
Joan, el novelista. |
La temporada 2008-09
el crédito de Plaza se había visto considerablemente reducido. Aún así su
equipo, por lo general, gustaba, se hacía respetar, y era altamente
competitivo, alrededor de gladiadores como Reyes y Hervelle, un todoterreno
como Mumbrú, y las ráfagas de genialidad de Bullock, Raül López, y un Sergio
Llull creciendo a pasos agigantados. El propio capitán madridista Felipe Reyes
fue MVP de aquella temporada en la que el equipo fue demasiado irregular
durante la campaña regular, finalizando en cuarta posición y cayendo en
semifinales ante el entonces TAU Vitoria. En Copa del Rey la irregularidad
referida les llevó a no ser cabezas de serie y vérselas con un superior Barcelona
en cuartos de final. Igualmente cayeron en misma ronda en Europa frente a un
excelso Olympiacos. Cerraba Plaza su segundo curso en blanco con, valga la
redundancia, los blancos. El regreso de Florentino Pérez a la presidencia
madridista y su obsesión por el "perfil alto" parecía claro que
tendría como consecuencia la salida del técnico catalán del banquillo merengue.
Florentino, en su megalómano afán de rodearse siempre de los nombres más
relucientes del universo deportivo lo tenía claro: su nombre habría de ser el
laureado Ettore Messina, acompañado además de un reconocido ojeador y director
deportivo y ex-empleado del Barcelona como Antonio Maceiras. Plaza salía por la
puerta de atrás, con un nada desdeñable balance de 73% victorias en la mochila
(sus antecesores, los Lamas, Imbroda, Maljkovic, entrenadores con mucho más
nombre a priori, sin embargo sólo fueron capaces de moverse en un 60%... y ojo,
el mítico Zelko Obradovic dejó en su andadura blanca un balance del 69%,
incluso inferior a Plaza), y llegaban con todos los honores Messina y Maceiras,
tandem que dificilmente podría haber resultado más dañino para el club
blanco.
Desde el comienzo de
su andadura el técnico siciliano, con plenos poderes y capacidad de decisión
como jamás tuvo ningún entrenador madridista de la sección de baloncesto,
demostró que su principal idea era destrozar todo lo bueno que podía haber
dejado Plaza y empezar de cero, a pesar de que el bloque
Raúl-Llull-Bullock-Mumbrú-Hervelle-Reyes era aún altamente aprovechable. Mumbrú
fue el primero en salir, llegando en su lugar un mermado Travis Hansen.
Garbajosa no mejoró a un Hervelle condenado al ostracismo e incluso apartado
bochornósamente del equipo hasta que tomó rumbo a Bilbao cansado de dejarse la
piel para nada, y la magia de López fue sustituida por la sobriedad de
Prigioni. Bullock y Reyes (recordemos, MVP la anterior temporada) fueron
ninguneados y vieron ostensiblemente reducido su rol en el nuevo Real Madrid,
con la guardia pretoriana de Plaza desmontada, sólo Llull parecía mantener
algún recuerdo al que aferrarse del pasado más reciente. Sucedieron casos
extraños, como el de un jugadorazo como Sergi Vidal fichado para agitar
toallas, otro gran jugador veterano como Rimantas Kaukenas salió de manera
rocambolesca a mitad de temporada, y mientras seguían llegando más fichajes gracias
a la billetera de Florentino (Jaric, Tomic…), en medio de aquello el aficionado
esperaba la explosión de un jugador llegado con la vitola de haber ganado el
premio "Rising Star" y quien pese a convencer en su principio de temporada
se fue disolviendo como un azucarillo. Hablamos de Nole Velickovic, actualmente
sin equipo. Aquel equipo exasperaba al aficionado, con un juego interior en el
que Darjus Lavrinovic se tiraba todo lo que le llegaba sin luchar por un solo
rebote mientras Felipe miraba desde el banquillo. No obstante hablamos de
Messina, y evidentemente por muy mal que fueran las cosas su crédito estaba
asegurado (su palmarés habla por si solo) Tras una temporada nefasta
(eliminados en semifinales ACB ante el Caja Laboral, humillados en la final de
Copa ante el Barcelona (algo que por desgracia comenzaría a ser frecuente en el
periodo Messina) e igualmente apartados de Europa por el equipo de Pascual en
cuartos de final de Euroliga), Maceiras, por suerte para los blancos, cogía la
puerta y regresaba el denostado Juán Carlos Sanchez para poner un poco de
cabeza. Se ficharon jugadores como Sergio Rodríguez y Carlos Suárez sobre los
que se podría construír un proyecto de futuro, y se apuntalaba el juego
interior con un seguro como D’or Fischer, pívot sin la capacidad anotadora de
Lavrinovic, pero mucho más necesario por su aporte defensivo y reboteador, y
por supuesto, nos preparábamos para la irrupción de un jugador llamado a ser
estrella como Nikola Mirotic. La segunda temporada de Messina tenía realmente
mejor pinta. Un roster compensado y equilibrado en todas sus posiciones y con
mucho margen de progresión. El equipo se va manteniendo vivo en todas las
competiciones. A pesar del varapalo de volver a perder una final copera, y en
el Palacio de Los Deportes de la Comunidad de Madrid, ante el Barcelona de un
inconmensurable Alan Anderson (gran temporada la que está realizando
actualmente en Toronto, dicho sea de paso), el equipo da la sensación de estar
un poquito más cerca del eterno rival que el curso anterior. Y de repente
estalló la bomba. Tras la primera e intrascendente derrota de la temporada en
la Caja Mágica en Euroliga frente al Montepaschi Siena por 18 puntos, el
italiano presenta su dimisión. Una decisión controvertida, hasta cierto punto
valiente (qué difícil es ver dimitir a alguien), y sobre todo coherente y muy
respetable. Messina es consciente de que, sea cual sea el motivo, no es el
entrenador ideal para este club ni para este vestuario. La noticia se convierte
en un auténtico bombazo dentro de un equipo que poco a poco había ido mostrando
mejores sensaciones. El de Catania deja el club en vísperas de la decisiva
eliminatoria de cuartos de final de Euroliga. Un duelo fraticida frente al
Valencia Basket entrenado por Svetislav Pesic. Lele Molin, segundo de Messina,
toma las riendas del equipo y el Madrid se impone en una agónica serie a cinco
partidos con gran protagonismo de los interiores blancos. El Real Madrid
accedía a una Final Four por primera vez en… ¡15 años! Demasiado tiempo de ausencia
para el club más laureado de Europa. La noticia fue recibida por algunos
aficionados, entre los que me incluyo, como una pequeña gesta, siendo
conscientes de que no estábamos entre los grandes favoritos al título pero al
menos el equipo blanco recuperaba señas de identidad, garra y competitividad.
Poco duró la alegría ya que la semifinal ante el Maccabi dejó una dolorosa
imagen del club. Un partido jugado entre hombres frente a niños, y donde sólo
el tantas e injustas veces denostado Felipe Reyes demostró tener cierta
pelambrera testicular para lucir el escudo madridista en una cita de este
calibre. La eliminación en semifinales por el título ACB cayendo por un
doloroso 3-1 frente al pujante Bilbao Basket de Fotsis Katsikaris, con Hervelle
y Mumbrú cobrándose justa ventaja, capituló uno de los periodos más grises del
reciente pasado madridista. Así se resume la era Messina en el banquillo
blanco: 18 fichajes, 58 millones gastados, 0 títulos y un estilo de juego nada
atractivo para el aficionado, incapaz de engancharse al equipo. Un fracaso sin
paliativos. Al menos hay que reconocer en Ettore Messina, siempre de puertas
hacia fuera (no vamos a jugar a adivinar que sucede dentro de los vestuarios,
para eso ya están otros), unas maneras exquisitas y una corrección y educación
acordes con lo que debe ser el Real Madrid institucionalmente pese a que en
otras secciones del club no se haya querido mantener tal identidad. El italiano
llegó como un caballero y se fue como tal. Hasta el más fanático seguidor del
entrenador siciliano ha de reconocer que su etapa madridista ha sido una mancha
negra en una trayectoria implacable. El caso del magnífico técnico italiano
constata una realidad en el mundo del deporte de elite. Triunfar con un
determinado estilo dentro de un determinado contexto, país, competición, liga,
etc, no te asegura repetir éxito cuando el contexto cambie. De entrada Ettore
demostró cierto desconocimiento del nivel del baloncesto ACB, despreciando a
jugadores como Mumbrú, Hervelle o Raúl López, y siendo incapaz de calibrar la
auténtica importancia y ascendencia sobre este equipo de un coloso como Felipe
Reyes, recordemos, MVP de la temporada regular el curso anterior a la llegada
del italiano, y encontrándose en el mejor momento de su carrera. Inexplicable
también el caso de Sergi Vidal, en la órbita de la selección durante sus años
baskonistas (integrante de hecho en el grupo final que acude a Belgrado en el
Europeo 2005), y miembro del quinteto ideal ACB de la temporada a su salida del
club blanco la pasada temporada en el Lagun Aro GBC… para Messina no servía y
le confinó al oscurantismo más absoluto, del que por fortuna parece totalmente
recuperado. Por otro lado tampoco supo
sacar partido a una serie de jugadores, principalmente exteriores (Sergio Rodríguez,
Llull) que hubieran funcionado mejor dentro de un baloncesto más dinámico y con
ritmo rápido, sin la esclavitud pizarrística de consumir los 24 segundos de
posesión y buscar siempre ese “pase extra” que figura como uno de los dogmas de
fe de Messina. En total Ettore dirigió 109 partidos como técnico blanco, con 76
victorias y 33 derrotas, lo que nos da un 69.7% de victorias (tampoco mejora a
Joan Plaza)
Florentino, hombre de perfiles. |
Y llegamos al presente,
cuyo nombre es Pablo Laso, cuyo balance al frente de la nave blanca en estos
momentos y en vísperas de enfrentarse precisamente al Zalgiris de Joan Plaza es
de 94 partidos con 72 victorias (o sea, un 76,5%), rozando esta temporada la
excelencia con un balance de 26-4 (86,6 % de victorias), y con un juego que hay
que ser muy zoquete o haberse tragado las obras completas del Limoges de
Maljkovic para no admitir que es una reivindicación del mejor baloncesto “old
school”, ese que además de buscar la victoria trataba de que los pabellones se
llenasen ofreciendo un espectáculo acorde a este maravilloso deporte. No sólo
eso si no que además viene acompañado de títulos (la memorables Copa del Rey de
la pasada temporada derrotando en la mismísima Ciudad Condal a nuestro habitual
verdugo culé en un partido para el recuerdo…
la Supercopa de esta temporada), y de momentos sensacionales (el
play-off semifinal del pasado curso ante el Caja Laboral, ¡qué gozada de
eliminatoria!) Pero no ha sido fácil para el entrenador vitoriano llegar a este
estatus y alcanzar tal reconocimiento (de hecho sigue habiendo quien le niega
mérito alguno a nuestro técnico…. ya saben que la ignorancia es muy atrevida),
pese a que estamos hablando de un personaje que es historia viva de nuestro
baloncesto (61 veces internacional como jugador y máximo asistente histórico de
la ACB), nos encontramos una vez más ante la estulticia referente al “perfil”,
y ya se sabe que en el madridismo florentinista todo tiene que ser alto, muy
alto. Laso llegaba al banquillo blanco con un pobre bagaje como entrenador y
sin apenas experiencia en clubes grandes (sólo una temporada en el Valencia,
por entonces Pamesa, que no llega a cumplir siendo cesado por los malos
resultados obtenidos), se presentaba además como segundo plato tras los
intentos de conseguir la firma de algún nombre ilustre (Pesic, Obradovic, y sobre todo Pianigiani), y ese madridismo
del que hablamos muchas veces y definimos como “el madridismo que nunca está
contento” (no confundir con el madridismo crítico) no tardó en afilar los
cuchillos. Pablo Laso era un pésimo fichaje, un auténtico incompetente que
llegaba a nuestro club simplemente por amistad con Alberto Herreros y por los
desvaríos de Juan Carlos Sánchez, ambos, objetivos predilectos del “madridismo
que nunca está contento”, que ve a su equipo ganar jornada tras jornada y sigue
retorciendo sus argumentos buscando la manera de justificar que tenían razón,
que Laso, ese señor vitoriano con barriga y medio calvo de perfil acusádamente
bajo, no puede entrenar al Real Madrid. Lo que siempre decimos, el problema de quien
sólo mira el nombre y es incapaz de admirar el hombre.
Y con Laso, volvió la alegría. |
Estos son los tres
técnicos que han marcado el pasado reciente del Real Madrid en su sección de
baloncesto, y quienes ahora lucharán entre sí para acceder a las rondas finales
de la Euroliga. Joan Plaza, un hombre que vivió luces y sombras. Ettore
Messina, entrenador que sólo se manejó en las sombras. Y Pablo Laso, de momento
un espléndido presente lleno de luces. Que continúe.
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