jueves, 10 de enero de 2013

JOAN, ETTORE Y PABLO





El morbo está servido en el grupo E del Top 16 de Euroliga. El Real Madrid comparte tabla con Zalgiris Kaunas y CSKA Moscú, o lo que es lo mismo, se enfrenta a su pasado reciente personificado en Joan Plaza y Ettore Messina. Joan, Ettore, y Pablo Laso. Tres entrenadores con un nexo madridista común, pero suerte dispar. Pero por encima de todo tres grandes hombres del baloncesto actual. Analicemos un poco lo que ha significado cada uno de estos nombres en el banquillo del club de baloncesto más laureado de Europa.

En verano de 2006 el nuevo Real Madrid de Ramón Calderón decide otorgar las riendas del banquillo de su sección de baloncesto a un joven entrenador novel. Joan Plaza, quien ya había trabajado en el club como asistente de Bozidar Maljkovic, era la arriesgada apuesta de la sección que dirigía Juan Carlos Sánchez (uno de los tipos más injustamente tratados en esto del baloncesto actual) Una decisión valiente, sin duda, pero aunque nos gustaría poder alabar la confianza depositada en el técnico catalán por parte del baloncesto madridista, hay que ser justos y reconocer que Plaza llega a ser primer inquilino del banquillo blanco por la negativa de varios nombres de “perfil alto”, sobre todo Aito García Reneses. Pero es precisamente el gran Aito quien sirve de valedor de Plaza y aconseja a los dirigentes madridistas la contratación del por entonces inexperto Joan como primer técnico de la nave blanca. García Reneses conocía de sobra los méritos, el talante, y la personalidad de Plaza, a quien había tenido como ayudante en el DKV Joventut en la última gran era exitosa del club verdinegro (esos espectaculares años en los que la Penya volaba por las canchas ACB y europeas a ritmo de Ricky Rubio y Rudy Fernández) No obstante Plaza era un desconocido para el gran público, las habituales críticas por parte de la afición a la gestión de la sección del club no tardaron en aparecer. Parecía un insulto que un club de la grandeza del Real Madrid confiara en un “don nadie”, un entrenador sin experiencia como primer técnico, y un nombre nada mediático, a pesar de todos los años que el bueno de Joan llevaba aprendiendo al lado de entrenadores como los citados Aito, Maljkovic, o Manel Comas. El tiempo, una vez más, se encargó de poner las cosas en su sitio y de tapar las bocas de los ignorantes que hablan de este deporte sin profundidad ni conocimiento. 

Con Joan Plaza se dio fin a una serie de años infaustos en el baloncesto blanco. El desfile de técnicos de prestigio (Imbroda, Lamas, incluso Malkjovic, que aunque ganó la famosa liga del triple de Herreros su baloncesto resultaba bastante intragable para el aficionado) resultó un desastre para la sección madridista.  Con Plaza no sólo se recuperaron los títulos (doblete Liga ACB y Copa Uleb en su primera temporada), sino que, de manera más importante todavía, el equipo recuperó identidad y orgullo, capacidad de sacrificio y morir en la pista, generosidad defensiva, para tener libertad en ataque. Plaza dotó al equipo de un gran dinamismo que basado en el trabajo atrás, en propia cancha, permitía que al otro lado de la pista los jugadores se sintiesen libres y cómodos. No había (y gracias a Dios) sobredosis de sistema, pero la exigencia era máxima. Dos títulos y finalistas de la Copa del Rey. Aquel entrenador desconocido para el gran público, criticado por su “perfil bajo”, culto, educado, novelista aficionado (y ya profesional desde el momento en que ha visto publicada parte de su obra) había dejado en su sitio a todos los cuadriculados incapaces de hablar de baloncesto más allá de cuatro nombres. El ex –funcionario de prisiones se convertía en un funcionario de pasiones baloncestísticas. Parecía que Plaza había, con justicia, ganado el crédito necesario para afrontar proyectos a largo plazo en la nave blanca. Pero no era así. Le estaban esperando, el “perfil bajo” nunca se perdona, y si tu nombre no es capaz de refulgir con tal brillo que esos cuadriculados e ignorantes de los que hablo tengan que calzarse sus gafas de sol, el hacha estará convenientemente afilada esperando el momento de cercenar la cabeza del protagonista (le pasará también a Laso, no lo duden) La siguiente temporada, pese a dominar con autoridad la liga regular (balance 29-5) y ser elegido nuevamente mejor entrenador ACB del curso baloncestístico, la clasificación para play-offs reservaba un regalo envenenado. Un Unicaja irregular y plagado de lesiones llegaba a las eliminatorias con sus principales jugadores a punto para la cita. Con Carlos Cabezas al frente y un inconmensurable Boniface N'Dong se cargaban por la vía rápida al vigente campeón.  Eliminados a las primeras de cambio pese a haber hecho mejor campaña regular que el curso anterior, donde habían perdido cuatro partidos más. Esa temporada se produce un hecho que, aunque a priori no debería dejar de ser anecdótico, deja señalado al técnico catalán. En un partido clave disputado en Vistalegre frente al Maccabi Tel Aviv correspondiente a la quinta jornada del Top 16, Plaza ordena defender la última posesión israelí con tres arriba para el conjunto blanco, en vez de hacer falta para llevarlos a los tiros libres y no dejarlos a tiro de prórroga. El tirador Yotam Halperin clava un triple letal y en el tiempo extra los macabeos se llevan la victoria, dejando a los blancos con la imperiosa necesidad de vencer en Atenas al Olympiacos. No fue así y el equipo de Plaza finalizó esa ronda tercero, con balance 3-3, y fuera de cuartos de final. Aquello creó un debate en torno a la figura del entrenador sobre su incapacidad estratégica en momentos claves de los partidos. Incluso la revista Gigantes realizó un estudio de varias páginas encuestando a distintos técnicos sobre que harían ellos en una situación similar, si ordenar defensa o falta personal. Las respuestas no fueron unánimes, hubo de todo, pero el daño ya estaba hecho. 

Joan, el novelista.

La temporada 2008-09 el crédito de Plaza se había visto considerablemente reducido. Aún así su equipo, por lo general, gustaba, se hacía respetar, y era altamente competitivo, alrededor de gladiadores como Reyes y Hervelle, un todoterreno como Mumbrú, y las ráfagas de genialidad de Bullock, Raül López, y un Sergio Llull creciendo a pasos agigantados. El propio capitán madridista Felipe Reyes fue MVP de aquella temporada en la que el equipo fue demasiado irregular durante la campaña regular, finalizando en cuarta posición y cayendo en semifinales ante el entonces TAU Vitoria. En Copa del Rey la irregularidad referida les llevó a no ser cabezas de serie y vérselas con un superior Barcelona en cuartos de final. Igualmente cayeron en misma ronda en Europa frente a un excelso Olympiacos. Cerraba Plaza su segundo curso en blanco con, valga la redundancia, los blancos. El regreso de Florentino Pérez a la presidencia madridista y su obsesión por el "perfil alto" parecía claro que tendría como consecuencia la salida del técnico catalán del banquillo merengue. Florentino, en su megalómano afán de rodearse siempre de los nombres más relucientes del universo deportivo lo tenía claro: su nombre habría de ser el laureado Ettore Messina, acompañado además de un reconocido ojeador y director deportivo y ex-empleado del Barcelona como Antonio Maceiras. Plaza salía por la puerta de atrás, con un nada desdeñable balance de 73% victorias en la mochila (sus antecesores, los Lamas, Imbroda, Maljkovic, entrenadores con mucho más nombre a priori, sin embargo sólo fueron capaces de moverse en un 60%... y ojo, el mítico Zelko Obradovic dejó en su andadura blanca un balance del 69%, incluso inferior a Plaza), y llegaban con todos los honores Messina y Maceiras, tandem que dificilmente podría haber resultado más dañino para el club blanco. 

Desde el comienzo de su andadura el técnico siciliano, con plenos poderes y capacidad de decisión como jamás tuvo ningún entrenador madridista de la sección de baloncesto, demostró que su principal idea era destrozar todo lo bueno que podía haber dejado Plaza y empezar de cero, a pesar de que el bloque Raúl-Llull-Bullock-Mumbrú-Hervelle-Reyes era aún altamente aprovechable. Mumbrú fue el primero en salir, llegando en su lugar un mermado Travis Hansen. Garbajosa no mejoró a un Hervelle condenado al ostracismo e incluso apartado bochornósamente del equipo hasta que tomó rumbo a Bilbao cansado de dejarse la piel para nada, y la magia de López fue sustituida por la sobriedad de Prigioni. Bullock y Reyes (recordemos, MVP la anterior temporada) fueron ninguneados y vieron ostensiblemente reducido su rol en el nuevo Real Madrid, con la guardia pretoriana de Plaza desmontada, sólo Llull parecía mantener algún recuerdo al que aferrarse del pasado más reciente. Sucedieron casos extraños, como el de un jugadorazo como Sergi Vidal fichado para agitar toallas, otro gran jugador veterano como Rimantas Kaukenas salió de manera rocambolesca a mitad de temporada, y mientras seguían llegando más fichajes gracias a la billetera de Florentino (Jaric, Tomic…), en medio de aquello el aficionado esperaba la explosión de un jugador llegado con la vitola de haber ganado el premio "Rising Star" y quien pese a convencer en su principio de temporada se fue disolviendo como un azucarillo. Hablamos de Nole Velickovic, actualmente sin equipo. Aquel equipo exasperaba al aficionado, con un juego interior en el que Darjus Lavrinovic se tiraba todo lo que le llegaba sin luchar por un solo rebote mientras Felipe miraba desde el banquillo. No obstante hablamos de Messina, y evidentemente por muy mal que fueran las cosas su crédito estaba asegurado (su palmarés habla por si solo) Tras una temporada nefasta (eliminados en semifinales ACB ante el Caja Laboral, humillados en la final de Copa ante el Barcelona (algo que por desgracia comenzaría a ser frecuente en el periodo Messina) e igualmente apartados de Europa por el equipo de Pascual en cuartos de final de Euroliga), Maceiras, por suerte para los blancos, cogía la puerta y regresaba el denostado Juán Carlos Sanchez para poner un poco de cabeza. Se ficharon jugadores como Sergio Rodríguez y Carlos Suárez sobre los que se podría construír un proyecto de futuro, y se apuntalaba el juego interior con un seguro como D’or Fischer, pívot sin la capacidad anotadora de Lavrinovic, pero mucho más necesario por su aporte defensivo y reboteador, y por supuesto, nos preparábamos para la irrupción de un jugador llamado a ser estrella como Nikola Mirotic. La segunda temporada de Messina tenía realmente mejor pinta. Un roster compensado y equilibrado en todas sus posiciones y con mucho margen de progresión. El equipo se va manteniendo vivo en todas las competiciones. A pesar del varapalo de volver a perder una final copera, y en el Palacio de Los Deportes de la Comunidad de Madrid, ante el Barcelona de un inconmensurable Alan Anderson (gran temporada la que está realizando actualmente en Toronto, dicho sea de paso), el equipo da la sensación de estar un poquito más cerca del eterno rival que el curso anterior. Y de repente estalló la bomba. Tras la primera e intrascendente derrota de la temporada en la Caja Mágica en Euroliga frente al Montepaschi Siena por 18 puntos, el italiano presenta su dimisión. Una decisión controvertida, hasta cierto punto valiente (qué difícil es ver dimitir a alguien), y sobre todo coherente y muy respetable. Messina es consciente de que, sea cual sea el motivo, no es el entrenador ideal para este club ni para este vestuario. La noticia se convierte en un auténtico bombazo dentro de un equipo que poco a poco había ido mostrando mejores sensaciones. El de Catania deja el club en vísperas de la decisiva eliminatoria de cuartos de final de Euroliga. Un duelo fraticida frente al Valencia Basket entrenado por Svetislav Pesic. Lele Molin, segundo de Messina, toma las riendas del equipo y el Madrid se impone en una agónica serie a cinco partidos con gran protagonismo de los interiores blancos. El Real Madrid accedía a una Final Four por primera vez en… ¡15 años! Demasiado tiempo de ausencia para el club más laureado de Europa. La noticia fue recibida por algunos aficionados, entre los que me incluyo, como una pequeña gesta, siendo conscientes de que no estábamos entre los grandes favoritos al título pero al menos el equipo blanco recuperaba señas de identidad, garra y competitividad. Poco duró la alegría ya que la semifinal ante el Maccabi dejó una dolorosa imagen del club. Un partido jugado entre hombres frente a niños, y donde sólo el tantas e injustas veces denostado Felipe Reyes demostró tener cierta pelambrera testicular para lucir el escudo madridista en una cita de este calibre. La eliminación en semifinales por el título ACB cayendo por un doloroso 3-1 frente al pujante Bilbao Basket de Fotsis Katsikaris, con Hervelle y Mumbrú cobrándose justa ventaja, capituló uno de los periodos más grises del reciente pasado madridista. Así se resume la era Messina en el banquillo blanco: 18 fichajes, 58 millones gastados, 0 títulos y un estilo de juego nada atractivo para el aficionado, incapaz de engancharse al equipo. Un fracaso sin paliativos. Al menos hay que reconocer en Ettore Messina, siempre de puertas hacia fuera (no vamos a jugar a adivinar que sucede dentro de los vestuarios, para eso ya están otros), unas maneras exquisitas y una corrección y educación acordes con lo que debe ser el Real Madrid institucionalmente pese a que en otras secciones del club no se haya querido mantener tal identidad. El italiano llegó como un caballero y se fue como tal. Hasta el más fanático seguidor del entrenador siciliano ha de reconocer que su etapa madridista ha sido una mancha negra en una trayectoria implacable. El caso del magnífico técnico italiano constata una realidad en el mundo del deporte de elite. Triunfar con un determinado estilo dentro de un determinado contexto, país, competición, liga, etc, no te asegura repetir éxito cuando el contexto cambie. De entrada Ettore demostró cierto desconocimiento del nivel del baloncesto ACB, despreciando a jugadores como Mumbrú, Hervelle o Raúl López, y siendo incapaz de calibrar la auténtica importancia y ascendencia sobre este equipo de un coloso como Felipe Reyes, recordemos, MVP de la temporada regular el curso anterior a la llegada del italiano, y encontrándose en el mejor momento de su carrera. Inexplicable también el caso de Sergi Vidal, en la órbita de la selección durante sus años baskonistas (integrante de hecho en el grupo final que acude a Belgrado en el Europeo 2005), y miembro del quinteto ideal ACB de la temporada a su salida del club blanco la pasada temporada en el Lagun Aro GBC… para Messina no servía y le confinó al oscurantismo más absoluto, del que por fortuna parece totalmente recuperado.  Por otro lado tampoco supo sacar partido a una serie de jugadores, principalmente exteriores (Sergio Rodríguez, Llull) que hubieran funcionado mejor dentro de un baloncesto más dinámico y con ritmo rápido, sin la esclavitud pizarrística de consumir los 24 segundos de posesión y buscar siempre ese “pase extra” que figura como uno de los dogmas de fe de Messina. En total Ettore dirigió 109 partidos como técnico blanco, con 76 victorias y 33 derrotas, lo que nos da un 69.7% de victorias (tampoco mejora a Joan Plaza)  

Florentino, hombre de perfiles. 


Y llegamos al presente, cuyo nombre es Pablo Laso, cuyo balance al frente de la nave blanca en estos momentos y en vísperas de enfrentarse precisamente al Zalgiris de Joan Plaza es de 94 partidos con 72 victorias (o sea, un 76,5%), rozando esta temporada la excelencia con un balance de 26-4 (86,6 % de victorias), y con un juego que hay que ser muy zoquete o haberse tragado las obras completas del Limoges de Maljkovic para no admitir que es una reivindicación del mejor baloncesto “old school”, ese que además de buscar la victoria trataba de que los pabellones se llenasen ofreciendo un espectáculo acorde a este maravilloso deporte. No sólo eso si no que además viene acompañado de títulos (la memorables Copa del Rey de la pasada temporada derrotando en la mismísima Ciudad Condal a nuestro habitual verdugo culé en un partido para el recuerdo…  la Supercopa de esta temporada), y de momentos sensacionales (el play-off semifinal del pasado curso ante el Caja Laboral, ¡qué gozada de eliminatoria!) Pero no ha sido fácil para el entrenador vitoriano llegar a este estatus y alcanzar tal reconocimiento (de hecho sigue habiendo quien le niega mérito alguno a nuestro técnico…. ya saben que la ignorancia es muy atrevida), pese a que estamos hablando de un personaje que es historia viva de nuestro baloncesto (61 veces internacional como jugador y máximo asistente histórico de la ACB), nos encontramos una vez más ante la estulticia referente al “perfil”, y ya se sabe que en el madridismo florentinista todo tiene que ser alto, muy alto. Laso llegaba al banquillo blanco con un pobre bagaje como entrenador y sin apenas experiencia en clubes grandes (sólo una temporada en el Valencia, por entonces Pamesa, que no llega a cumplir siendo cesado por los malos resultados obtenidos), se presentaba además como segundo plato tras los intentos de conseguir la firma de algún nombre ilustre (Pesic, Obradovic,  y sobre todo Pianigiani), y ese madridismo del que hablamos muchas veces y definimos como “el madridismo que nunca está contento” (no confundir con el madridismo crítico) no tardó en afilar los cuchillos. Pablo Laso era un pésimo fichaje, un auténtico incompetente que llegaba a nuestro club simplemente por amistad con Alberto Herreros y por los desvaríos de Juan Carlos Sánchez, ambos, objetivos predilectos del “madridismo que nunca está contento”, que ve a su equipo ganar jornada tras jornada y sigue retorciendo sus argumentos buscando la manera de justificar que tenían razón, que Laso, ese señor vitoriano con barriga y medio calvo de perfil acusádamente bajo, no puede entrenar al Real Madrid. Lo que siempre decimos, el problema de quien sólo mira el nombre y es incapaz de admirar el hombre.    

Y con Laso, volvió la alegría.

Estos son los tres técnicos que han marcado el pasado reciente del Real Madrid en su sección de baloncesto, y quienes ahora lucharán entre sí para acceder a las rondas finales de la Euroliga. Joan Plaza, un hombre que vivió luces y sombras. Ettore Messina, entrenador que sólo se manejó en las sombras. Y Pablo Laso, de momento un espléndido presente lleno de luces. Que continúe. 

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