El algodón no engaña. Llull pisa. |
No queremos cerrar la última edición de la Copa del Rey sin abordar el que, por desgracia, ha sido tema de moda durante unos días. Y decimos bien por desgracia, ya que hablamos de la mejor edición del torneo en muchísimo tiempo, con partidos espectaculares, emoción a raudales, remontadas impresionantes, record de asistencia (tanto en un partido, semifinales Baskonia-Real Madrid, con 15465 espectadores, como en el global del torneo, con un total de 103968 asistentes, lo que da una media de 14982 espectadores por partido, espectacular) e igualmente cobertura mundial de record, con nada menos que 141 países en todo el globo recibiendo la señal televisiva del evento. Impresionante. Actuaciones individuales tan descollantes como las de Shermadini ante el Real Madrid, Ericksson ante el Unicaja, Larkin ante el Tenerife, o Llull y Randolph durante todo la competición, sin olvidar el haber podido disfrutar de un genio llamado Luka Doncic jugando su último gran torneo siendo menor de edad. La sabiduría táctica de un técnico como Pedro Martínez, la fe inquebrantable y confianza en sus recursos de Pablo Laso, la valentía de Joan Peñarroya, la confirmación de Sito Alonso como entrenador capacitado para grandes empresas, o los malabarismos de Bartzokas para avanzar a semifinales con medio equipo en la enfermería. Y sin embargo mucha gente está empeñada en que esta edición pase a la historia como “la Copa del campo atrás”. Evidentemente no les damos ningún crédito, son enemigos del baloncesto, e incluso nos hemos pensado si no hubiera sido mejor obviar el tema y no darle pábulo a tales elementos nocivos, no obstante queremos dejar clara nuestra opinión y nuestra indignación al ver utilizado nuestro deporte favorito para que las fobias deportivas (“fobia” y “deporte” son conceptos que ya de salida nos parecen absolutamente antagónicos) de algunos salgan a relucir.
No nos escondemos, y vaya por delante que cualquiera que siga este blog sabe que nunca hemos negado nuestra condición de
madridistas. Pero igualmente quien nos conozca sabe de nuestra absoluta falta
de fanatismo y nuestra reivindicación de la total libertad de pensamiento.
Odiamos las sectas y los dogmas. Yo mismo he sido llamado no pocas veces “antimadridista”
en muchos foros de mi equipo por no sumarme al discurso victimista de llorar y
quejarme por arbitrajes o por una presunta persecución institucional en ACB y
Euroliga que, sinceramente, jamás he visto. Por no hablar del linchamiento
sistemático que no comparto al que se somete a medios de comunicación, periodistas o locutores
deportivos en general, a los que se acusa por defecto y sin ningún tipo de
fundamento de antimadridistas, cargando incluso contra ex –jugadores del equipo
blanco. Una locura, una esquizofrenia, en algunos foros acusando a los medios
de llenar sus plantillas de madridistas, y precisamente en foros madridistas
acusando a los medios de todo lo contrario. ¿Quiénes tienen razón? Para mí
nadie. Es una cuestión de prejuicios. Y el peaje que tengo que pagar por
caminarme por la vida como librepensador y desterrar de mi mente cualquier prejuicio
es que a mi edad y después de décadas de sufrir y disfrutar por igual con el
equipo de mis amores, algunos me califiquen como antimadridista. No me importa.
Anchas son las espaldas.
Aclarado este punto, vayamos con la jugada en
cuestión. La imagen no ofrece dudas. Llull comete campo atrás al pisar la línea
de medio campo después de haber cruzado totalmente el citado medio campo. Una
imagen tan clara como imposible de ver en directo. Nadie reclamó nada,
simplemente porque nadie lo vio. Ni Thomas Schreiner, quien se encontraba
encima de Llull en el marcaje defensivo, ni ninguno de sus compañeros,
especialmente Oliver Stevic, quien va a hacer la ayuda para asfixiar al
madridista y dificultar el pase finalmente exitoso para Randolph, autor del
triple que lleva el partido a la prórroga, ni Peñarroya ni ninguno de sus
jugadores desde el banquillo, ni prácticamente ningún aficionado. La jugada es
rapidísima, y además se ve complicada debido a la publicidad de Movistar en
dicha zona del campo. No fue hasta minutos después de sonar la bocina final
cuando gracias a la repetición pudimos constatar la infracción del jugador
madridista. Si un aficionado que no ha visto ni el partido ni la jugada en
cuestión escucha que “el Madrid gana gracias a un campo atrás” puede imaginarse
una acción clarísima con Llull recogiendo el balón en su campo después de haber
fallado un pase mientras los árbitros con premeditación y alevosía miran para
otro lado. No fue así. Incluso durante la globalidad del partido el arbitraje
no ofreció dudas en ningún momento sobre un favoritismo hacia los campeones,
más bien al contrario. En un partido jugado con similar intensidad por ambas
partes (incluso diríamos con mayor intensidad por parte andorrana, con un
lógico plus de motivación al encontrarse ante una oportunidad histórica en un
escenario en el que su rival ya se ha visto en infinidad de ocasiones), los
blancos fueron castigados con ocho faltas personales más que los del
Principado, con un evidente desequilibrio en los tiros libres lanzados por
ambos equipos (25 el Real Madrid, 39 el MoraBanc) y pudimos ver alguna jugada
meridianamente clara como una posible falta sobre Anthony Randolph con dos
rivales encima sobre la bocina antes del descanso, que de haber convertido
hubiera puesto al Real Madrid a siete puntos y no cargar los diez de desventaja
con los que se fue al vestuario. Sólo un auténtico ignorante de este deporte
puede pensar, después de ver los 45 minutos del encuentro, que hubiera una
consigna premeditada para que el equipo de Laso llegara a semifinales.
Pero el daño ya estaba hecho. A partir de ahí el
nocivo “periodismo de bufanda” comenzó a retozar en el lodazal de la
intoxicación deportiva, al más puro estilo futbolero. Las aficiones no se
quedaron atrás. En ocasiones con sorna, como el duelo entre baskonistas y
madridistas gritando los unos “¡era campo atrás!” y respondiendo “¡y no se
pitó!” los otros. Todo dentro de un sano ambiente empezado y continuado como
suele ser habitual por los bares de la zona. El problema es quien ha utilizado
algo tan natural como un error arbitral para dañar a este deporte, enturbiando
un torneo que siempre se ha caracterizado por la cordialidad entre aficionados
(“la fiesta de las aficiones” siempre se ha dicho de la Copa) y que este año ha
visto sucesos tan desagradables como la agresión a unos aficionados madridistas
a la salida del Buesa Arena después del partido de semifinales por parte de
unos energúmenos que poco tienen que ver con el baloncesto y que ha provocado
que el club vitoriano haya tenido que manifestar una condena oficial al
respecto. Triste ver algo tan lamentable en las inmediaciones de una cancha
donde un mes antes la afición deportívamente ovacionaba la actuación del joven
prodigio Luka Doncic, pese al destrozo que estaba haciendo a su equipo. Triste
ver webs presuntamente deportivas hablar a la ligera de “robos”, “atracos” y
demás teorías conspiranoícas en un juego en el que se trata de meter más puntos
que el contrario, y triste incluso ver algún ex –futbolista despistado clamar
por una presunta injusticia en una final justamente ganada por el Real Madrid
como el propio entrenador del Valencia, Pedro Martínez (quien no suele morderse
la lengua respecto a arbitrajes que no le gustan) reconoció tras el choque.
No hacen ningún bien al baloncesto quienes han
aprovechado esta Copa para sembrar odio y discordia entre aficiones, y ahí
queremos incluir tanto al antimadridista visceral, quien vive las 24 horas del
día culpando al club blanco de las desgracias de todos los males del universo
como al madridista radical de tendencias ultras, empeñado en demonizar y atacar
todo lo que no sea blanco, madridista y español y que aprovecha un evento como
éste para sacar a la luz sus miserias en cuanto a la convivencia con el resto
de sus compatriotas. Son pocos, son los menos, pero no podemos dejar que emponzoñen
un deporte que para muchos es casi religión, una manera de entender la vida, y
que precisamente a muchos niños y niñas enseña valiosas lecciones sobre el
respeto a sus congéneres. Los errores arbitrales forman parte del deporte, y la
historia está plagada de ellos. En baloncesto por encima de todo se recuerda el
insólito final de los Juegos Olímpicos de Munich 72 y la canasta de Belov para
ver derrotada por primera vez en la historia a la selección de Estados Unidos,
pero no se quedarían atrás la famosa “liga de Petrovic”, que acabó siendo por
desgracia “la liga de Neyro”, o el tapón ilegal de Vrankovic a Montero en una
final continental de clubes entre Panathinaikos y Barcelona. El propio Real
Madrid sufrió la pasada temporada un error arbitral clave pero comprensible
debido a la dificultad de apreciar en directo la infracción. Nos referimos al
partido de Euroliga en el que Davis Bertans capitula una derrota madridista en Vitoria
con un triple precedido de pasos. No tiene excesiva trascendencia al ser un
partido de liguilla, dirán algunos, pero aquella derrota fue clave para
entender la cuarta posición del Real Madrid en su grupo y la condena a
enfrentarse a Fenerbahce en cuartos de final, un rival evidentemente mucho más
fuerte que el Lokomotiv Kuban.
Los errores arbitrales, como decimos, son inevitables.
Forman parte del contexto de este deporte que escapa al control de los
protagonistas y entran en terrenos diríamos más azarosos. Lo que sí obedece al
control de cualquier implicado en el baloncesto es su comportamiento y su
actitud. Cada uno es libre de escoger su manera de conducirse por la vida,
ateniéndose a las más elementales reglas de respeto y convivencia o
comportándose como un troglodita que la emprende a garrotazos con todo aquello
que no es de su agrado.
Igualmente cada cual es libre de escoger con que se
queda, si con “la Copa del campo atrás” o la Copa de las audiencias record, los
partidos desorbitados y las canastas de bellísima factura. Pero tengan claro
que en su decisión llevarán implícita la realidad de su compromiso con el
deporte.
La fiesta de las aficiones. Qué nadie nos la estropee. |
Simplemente felicidades y comparto esta opinión la cual para mi, es simplemente perfecta, gracias por dejarme disfrutar de estas opiniones Pepe. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias a ti por tus palabras, Carlos.
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