Admito que yo también me alegré del batacazo
estadounidense ante Francia que dejaba a los de Popovich fuera de la lucha por
las medallas. Siempre se agradece que de cuando en cuando se de alguno de estos
resultados que pone todo patas arriba y cuestiona el poder establecido. Las reacciones
ante la debacle yanqui precisamente ponen en valor lo que tratan de rebatir
desde el ventajismo quienes ahora niegan una verdad palmaria: el baloncesto
estadounidense es el mejor del planeta. Por eso mismo la inesperada (pero más
posible que nunca debido a las limitaciones del roster norteamericano) derrota
ante los de Collet ha sido el resultado que más ha conmocionado el presente
mundial de China, por encima de otros desenlaces que al menos podrían igualar
en sorprendentes a la derrota de USA (la victoria de la República Dominicana
frente a Alemania o la caída de Grecia ante Brasil, por citar dos ejemplos)
Es muy posible, así lo creo, que la mayoría de
aficionados imparciales hemos sentido cierta simpatía por la victoria francesa
por lo expresado anteriormente en cuanto a asalto al poder establecido y caída
de los principales favoritos al oro (de igual modo que cayeron los segundos
candidatos, Serbia, con quienes no se ha hecho igual sangre), pero comienza a
resultar patético y sonrojante el ventajismo de quienes han aprovechado este
resultado para hacer chanzas de uno de sus blancos favoritos, la NBA. Ni
siquiera la federación de baloncesto estadounidense, de quien depende su
selección nacional. No, la NBA (como si una derrota de la selección española
hubiera de ser aprovechada para culpabilizar a la ACB) Los tópicos, ya
conocidos, vuelven a asomar como las setas en otoño después de la lluvia. La
NBA vuelve a ser a ojos del aficionado que curiosamente no ha vuelto a ver un
partido desde la época de Michael Jordan un mero circo de atletas saltarines de
color que no saben defender ni poseen rigor colectivo, y a los que cualquier
equipo europeo es capaz de hacer morder el polvo gracias a elaboradísimos y
complejos sistemas tácticos de los que ese mismo aficionado es incapaz siquiera
nombrar siquiera el más simple. Si así fuera, si ese escenario irreal que
plantea el “hater” de la NBA (por ende del basket USA) fuera sostenible,
hablaríamos de una selección estadounidense fracasando estrepitosamente cita
internacional tras cita internacional. Nada más lejos de la realidad. La
derrota norteamericana es siempre excepción y no regla, y precisamente por eso
es utilizada por el “hater” y el ventajista para exponer sus vergüenzas, tal y
como sucede siempre que un equipo ganador tropieza.
El último y vergonzoso ejemplo ha sido el artículo
de una estrella de Twitter que nació como parodia de un grandísimo entrenador
de baloncesto. Parodia posiblemente nada amable en su intención inicial (sus
primeros tweets son especialmente sangrantes con dicho entrenador y algunos de
sus jugadores, especialmente el capitán) pero que en vista de los resultados
posteriores, del buen empaque del parodiado, y del éxito obtenido viró hacia
una especie de abanderado de dicho entrenador y de aquel capitán al que tanto
humillaba y ahora alaba. Dice mi buen amigo Arcadio que cada uno se jode la
vida como quiere. Puede aplicarse a medios de comunicación, periódicos,
programas de radio, televisión, etc… igualmente que hay medios que, ellos
sabrán porque, deciden dar cancha a provocadores de pacotilla del estilo de
Salvador Sostres, no hay periódico que no quiera tener en su nómina a alguna
irreverente estrella de las redes sociales para demostrar que está con los
tiempos (modernos), independientemente de que tal “influencer” personaje no
tenga ni idea del tema del que habla (por ejemplo baloncesto) y dando palos de
ciego y soltando boutades y disparates dispare contra la mejor liga de
baloncesto del mundo, causante al parecer del último ridículo estadounidense.
Como si ese Rudy Gobert que se merendó a Estados Unidos no fuese una estrella
de la NBA y jugase en la Liga Adriática, o jugadores como Ricky Rubio, Marc
Gasol, Patty Mills, Joe Ingles, Evan Fournier, Andrew Bynum o Nicolas Batum,
todos ellos referentes en las selecciones semifinalistas, no fueran jugadores
totalmente consolidados y con estatus de titulares en la liga profesional
estadounidense.
En este blog ya hemos comentado en otras ocasiones
lo absurdo de las “guerras” entre baloncestos, y esa estúpida confrontación
entre baloncesto europeo y NBA. No debería existir un “NBA groupie” (por
utilizar el ridículo lenguaje del artículo referido en el anterior párrafo)
igual que no debería existir un “NBA hater”, en mi opinión el amante del
baloncesto es capaz de disfrutar este deporte por encima de estos prejuicios
que no hacen más que restar y no sumar. Cerrarse ante lo maravillosa que puede
resultar cualquier serie de play offs de la NBA sería tan pobre como perderse
cualquier edición de la Final Four de Euroliga.
Lo cierto es que si hemos asistido durante los
últimos días a alguna falta de respeto en el mundo del baloncesto, de desprecio
y menosprecio, ha sido desde Europa a la selección de Estados Unidos, y no al
revés. Cuando hablamos del país que ha inventado este deporte, que nos ha
regalado el baloncesto, que lo ha exportado a todo el mundo… cuando hablamos de
la liga baloncestística más espectacular de todos los tiempos y la que ha dado
a los mejores jugadores de la historia… cuando hablamos de entrenadores de los
que Europa no ha parado de aprender (recuerden el salto que dio nuestra
selección española cuando Díaz Miguel comenzó a viajar a Estados Unidos para
empaparse de las enseñanzas de Bobby Knight, Dean Smith o Lou Carnesecca),
cuando hablamos de un tipo como Gregg Popovich, siempre caballero y siempre
ejemplo de este deporte, no cabe hablar de “las caritas de los estadounidenses
cuando pierden”, sólo cabe hablar de lo que es patrimonio universal del
baloncesto.
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