martes, 17 de septiembre de 2019

SCARIOLO CULMINA SU OBRA MÁS SUBLIME






Ante Eslovenia en Burgos. Trabajando el oro dos años atrás.





Situémonos en Burgos a finales de Noviembre de 2017. España derrotaba a Eslovenia en el segundo partido clasificatorio para el Mundial de China 2019. Días antes habíamos arrancado la primera victoria ante Montenegro en Pogdorica. Nuestro seleccionador nacional, Sergio Scariolo, confesaba emocionado mostrando los ojos vidriosos que era uno de los días en los que más feliz se sentía como entrenador de baloncesto. Con un equipo totalmente nuevo, sin jugadores NBA ni de Euroliga, derrotábamos a los vigentes campeones de Europa (igualmente sin Doncic, Dragic ni Randolph, pero con jugadores muy importantes como Prepelic, Vidmar, Blazic o Cancar) Sólo habíamos tenido cuatro días de entrenamientos y la mayoría de nuestros jugadores no habían jugado nunca juntos. De aquel híbrido de veteranía y juventud que formaban aquellos doce jugadores, sólo Quino Colom y Xavi Rabaseda han podido subirse a lo más alto del podio de Pekín, pero nadie debería olvidar a sus diez compañeros aquel fin de semana de finales de noviembre de 2017: Nacho Llovet, Sergi García, Albert Oliver, Edgar Vicedo, Fran Vázquez, Sebas Saiz, Jaime Fernández, Sergi Vidal, Oriol Paulí y Víctor Arteaga. Ellos iniciaron el camino. Posteriormente ha sido Javier Beirán otro de los que ha visto recompensado su trabajo en las ventanas clasificatorias, poniéndose a las órdenes de Scariolo en Febrero de 2018 para viajar a Bielorrusia y recibir a Montenegro.






Tampoco nadie puede ni debe olvidar los nombres de Darío Brizuela, Rodrigo San Miguel, Xabi López-Arostegui, Pablo Aguilar, Jonathan Barreiro, Alberto Abalde, Alberto Díaz, Santi Yusta, Sergio Rodríguez, Joan Sastre, Ilimane Diop, Albert Ventura, Pere Tomás y Carlos Alocen (si me olvido de alguno pido al amable lector me lo haga saber), quienes en algún momento dado han participado en los partidos clasificatorios. Un pedacito de este título mundial oro es con toda justicia de ellos. También Pierre Oriola y Juancho Hernángomez, quienes posiblemente figurasen igualmente en el roster definitivo, sobre todo después de las ausencias y renuncias, llegaron a jugar dos encuentros de las llamadas ventanas FIBA. Tampoco nos debemos olvidar de Javi Vega, quien estuvo en la concentración de Benahavís en Julio de 2017. En breve habría que preparar el Eurobasket de fase final en Turquía, pero Scariolo ya tenía un ojo puesto en las ventanas FIBA y aquella ya lejana concentración le sirvió para tomar contacto con jugadores a la postre fundamentales para alcanzar la clasificación mundialista, como Quino Colom, Rabaseda o Jaime Fernández.  





Los héroes de las ventanas.







Ha sido por tanto un éxito cocinado a fuego lento en el que la mano de nuestro seleccionador ha tenido más importancia que nunca. Cierto es que en 2015 conseguimos el oro europeo con una selección sensiblemente inferior a Francia, Serbia o casi incluso Grecia, pero, al margen del gran sacrificio colectivo, estajanovismo, trabajo y defensa (con Rudy Fernández y Víctor Claver como elementos más vitales atrás, nada nuevo en ese aspecto), nuestro ataque se centró en demasía en Pau Gasol (no había otro camino si queríamos el oro) y sus estratosféricas actuaciones individuales fueron la mejor táctica posible. Nada que ver con la coralidad demostrada en esta cita, donde nadie ha pasado de los 16.4 puntos por encuentro de Ricky Rubio (Pau se fue hasta los 23 por partido en aquella ocasión) La gestión de recursos de Scariolo ha sido notable a ambos lados de la cancha y ha exhibido una gran variedad de movimientos tanto en la pizarra como en la propia confección de los quintetos en pista, lo que le ha valido el reconocimiento general del mundo del baloncesto. Especialmente celebradas han sido sus zonas mixtas y sus defensas de caja y uno que han logrado minimizar los peligros de algunos de los mejores cañoneros del campeonato (Gallinari, Belinelli, Bogdanovic, Mills…) y la manera de neutralizar las dos principales vías de producción argentinas (Campazzo y Scola) han sido sencillamente memorables allanando el camino hacia nuestro histórico segundo título de campeones del mundo. Hablamos, por otro lado, del único torneo de Scariolo en el que nuestra selección finaliza invicta (y el segundo en toda nuestra historia, siendo la anterior ocasión el Mundial de 2006, con lo cual podemos decir que Asia, al menos en cuestión mundialista, es continente talismán para nuestra selección), el famoso “menos a más” de la era Scariolo ha sido más en sensaciones que en resultados.  






Al igual que trece años antes en Saitama, cuando mediando el primer cuarto comenzamos a adquirir ventajas importantes frente a Grecia, el auténtico sufrimiento se vivió en la agónica semifinal ante Australia. Sin embargo España voló en la final ante Argentina desde el primer minuto. La puesta en escena del combinado hispano no pudo ser mejor, empezando por la elección de Oriola como “cuatro” frente a Scola. Scariolo demostró tener estudiadas las posibles combinaciones del juego interior argentino, principalmente Scola-Delia (de inicio) y Deck-Scola, con el eterno Luisfa de cinco, para cuya defensa reservó a Willy Hernángomez. Otro punto a favor del técnico italiano. En menos de cuatro minutos el marcador reflejaba un contundente 2-14 a favor de los nuestros, con los cinco jugadores de nuestro quinteto habiendo realizado al menos un lanzamiento a canasta. Despertó Argentina con la salida del “Tortuga” Deck (vaya partido el suyo) y con la muñeca de seda de Brussino, firmando un parcial de 11-0 que avisaba de que los de Sergio Hernández habían llegado a la final. Era un partido de parciales, porque España respondió con un 0-7 que volvía a abrir brecha. De hecho Argentina sólo lograría sumar en tiro libre en todo lo que quedaba de cuarto. En total entre el final del primer acto y el comienzo del segundo sumamos un parcial de 1-17 que subió al marcador un sonrojante 14-31. Quedaba mucho partido pero la sensación de ruptura era total, de haber puesto un ritmo a ambos lados de la pista imposible de seguir por el rival. Los argentinos seguían sin noticias de Scola, ahora anulado por Willy, pero cuya ascendencia en el equipo no invitaba a pensar que el “Oveja” Hernández se atreviese a sentarlo. Argentina encontró en el talento de Laprovittola y el empuje de Deck la manera de no irse del partido, llegaron a ponerse a 8 puntos pero una buena actividad defensiva volvió a fundir los focos albicelestes, incluso Deck fallaba dos tiros libres seguidos, mientras que Juancho y Ricky veían aro para poner el 31-43 con el que se llegaba al descanso.  






Una primera parte que todos hubiéramos firmado aunque enfrente Argentina no estaba dispuesta a sacar bandera blanca. En la primera posesión americana nos cargábamos con dos faltas en apenas 20 segundos (Oriola y Rudy), lo cual con casi 20 minutos por disputar servía de toque de atención. Nuestra extraordinaria actitud defensiva se iba a traducir en un elevado número de faltas personales. Acabamos con 25, al igual que frente a Serbia. No es de extrañar que nuestros dos mejores partidos del campeonato hayan sido los de mayor trabajo atrás. Argentina se fue hasta las 28. Ya habíamos advertido de cómo según avanzaba el campeonato el número de faltas de los suramericanos había ido creciendo. No hay más misterio en esto. Además del innegable talento la historia de España y Argentina ha sido la de una película bélica, sobreviviendo en la guerra de guerrillas, muchas de ellas iniciadas por ellos mismos. Después de un gorro de Marc sobre Campazzo, un palmeo en rebote ofensivo de Ricky nos ponía 14 arriba, pero sobre todo con la sensación de que no habría “caraja” en el tercer cuarto. No sólo seguíamos firmes atrás, cerrando bien nuestro rebote e impidiendo la sangría de puntos tras segundas oportunidades que vivimos ante la Australia de los Bogut y Baynes, si no que en cancha contraria castigábamos el mínimo despiste de una Argentina que a pesar de todo lo que se le venía encima seguía dispuesta a ofrecer pelea. Llegamos a tener una máxima ventaja de 22 puntos (33-55 a 5.35 del final del cuarto) tras una fantástica combinación entre Marc y Ricky que el base culminaba con un 2+1. El parcial del tercer acto era de 2-12, con dos tiros libres de Vildoza como única producción argentina. No había relajación posible. Estábamos destrozando a nuestro rival. Cualquier otro equipo hubiera caído a la lona y ya no se hubiese levantado. Pero Argentina, evidentemente, no es cualquier equipo. Con dos triples seguidos bajaron la diferencia a 16, metiéndole otra marcha al partido. España no se descompuso. Scariolo movió el banquillo y la segunda unidad (Claver, Llull, Willy...) mantuvieron las diferencias hasta el 47-66 que cerraba el tercer cuarto. Un marcador soñado.




Frenazo a Scola.







¿Bandera blanca? ¿Argentina?, ¡ni soñarlo! El “Tortuga” encaraba el aro hispano y dejaba un canastón para abrir el último cuarto. La albiceleste subía líneas y comenzaba una asfixiante presión a toda cancha. Ricky volvía a pista por Llull y dos pérdidas consecutivas eran aprovechadas por Argentina para colocarse a doce. Fue el último intento de una bravísima selección finalista cuya rebelión fue mitigada por el propio Ricky, con uno de esos tiritos a la pata coja y por un 2+1 de Llull (volvía a cancha por Ricky dentro de la hiperactividad de cambios de Scariolo) Con 15 abajo Laprovittola fallaba uno de sus dos tiros libres en la posesión siguiente. Todo servía para acercarnos todavía más el título. Sobre todo cuando Juancho desde la esquina, al más puro estilo Mirotic (¿alguien le ha echado de menos?) mataba con un triple para ponernos 16 arriba. Scola anotaba su primera y única canasta en juego a cinco minutos y medio para reducir la diferencia a 14. Ya era intrascendente. Ricky Rubio certificaría la victoria desde los tiros libres, y sobre todo con un triple a minuto y medio para la bocina que apuntalaba su MVP de la final y del torneo. Casi nada, Ricky, casi nada. Scariolo aprovecharía para dar entrada a los jugadores más profundos de su banquillo, los que menos han contado pero tanto mérito tienen, sobre todo porque estuvieron en esas engorrosas ventanas clasificatorias. Javi Beirán, Xavi Rabaseda y sobre todo Quino Colom también inscriben su nombre en el boxscore de la final del mundial, del partido más visto en televisión en la historia de nuestro baloncesto. Decimos bien sobre todo Quino Colom. Hay que hacer un aparte con este jugador. Le hemos visto en el escenario de la celebración en la plaza de su fonéticamente similar apellido micrófono en mano como representante de los jugadores de las ventanas. Lo es más que ninguno. Ha jugado los 12 partidos de las dos fases clasificatorias y ha registrado los mejores números individuales entre los 29 jugadores utilizados por Scariolo. 13.7 puntos y 4.8 asistencias por partido absolutamente claves para entender el balance de 10-2 (sólo perdimos en Ucrania y Turquía) con el que cerramos las ventanas. El base andorrano ha sido el mejor soldado del técnico de Brescia durante los casi dos años que hemos tenido que esperar hasta llegar a China, y ningún otro jugador ha dignificado mejor el trabajo de estos jugadores que citando al propio Scariolo no son de España B ni C y en todo caso si son C es por la C de corazón, carácter y compromiso.  





No ha habido un éxito más largo, duro y trabajado que éste. Un éxito que comienza a labrarse en la mente de un auténtico obseso del baloncesto como es Sergio Scariolo. Un técnico que llegaba a la selección con un magnífico bagaje en clubes. Campeón de ACB con Unicaja y Real Madrid y de Copa con Baskonia y los malagueños. Al Unicaja, por cierto, lo llevó a la primera y única Final Four de Euroliga donde llegaron a tutear al CSKA (entraron en el último cuarto empatados) de Papaloukas, Holden, Smodis, Andersen o Langdon (y Messina, claro) Un tipo integrado en el baloncesto español y cuyo conocimiento del mismo estaba fuera de toda duda, y aun así ha vivido constantemente bajo sospecha durante los ocho veranos en los que ha sumado tres oros europeos, un título mundial, una plata y un bronce olímpicos  y un bronce continental. Ocho medallas, ocho podios, en nueve torneos, cuatro de ellos subidos a lo más alto del cajón. No es sólo el mejor palmarés que jamás haya tenido un seleccionador nacional español, es que directamente es de los mejores de la historia del baloncesto FIBA. 






No se trata de ventajismo. En todo caso a estas alturas me gusta practicar lo que yo llamo un “ventajismo zen”. Echar la vista atrás y contemplar todas las injusticias cometidas, todos los disparates vertidos y observar como estábamos equivocados. Congratularnos del disparate que hubiera supuesto cesar a Scariolo cuando más arreaban las críticas y cuando en el mundial de Turquía, pese a haber ganado el Eurobasket el año anterior en Polonia con un juego absolutamente demoledor en los último cuatro partidos arrasando a Serbia en la final, el italiano había perdido todo el crédito y se cantaba lo de “Scariolo dimisión”.  El aficionado a menudo recurre a una coartada simplona: “cuando juegan mal lo digo y cuando juegan bien también”. Se arroga además como el crítico más justo y objetivo por realizar un juicio tan simple, cuando no es así. Cuando lo único que hace con una argumentación tan pobre es eliminar todo tipo de análisis y preguntas sobre la actuación juzgada y creer que esto en vez de deporte de alta competición es la Play Station. No preguntarse: ¿se ha competido?, ¿se ha valorado la calidad del rival?, ¿qué conocimiento tengo yo, como aficionado, sobre el rival como para considerar que una derrota ante este adversario es un fracaso?  En ese sentido debemos recordarlo de nuevo. No se puede juzgar a Scariolo en este torneo como si tuviera todavía a los “juniors de oro”, como si tuviera a Pau, Navarro y Felipe, como si tuviera la selección de hace diez años, como si hubieran venido Mirotic, Ibaka o el “Chacho”. La realidad es que Scariolo ha contado posiblemente con el roster menos brillante del que haya dispuesto nunca. Unas semifinales en este mundial ya hubieran sido un éxito, incluso caer en cuartos de final pudiera haber sido un digno papel.  






 El deportista es el mismo cuando gana y cuando pierde. La línea que separa el éxito del fracaso es absolutamente difusa. Lo sabe bien el propio Scariolo. En 2010 un triple genial de Teodosic le aparta de la lucha por las medallas. En 2019 un fallo en el tiro libre de Patty Mills nos permite batallar por el título de campeones del mundo. Pero Sergio Scariolo es exactamente el mismo entrenador ahora que cuelga de su cuello una medalla de oro de campeón del mundo que sería en caso de que el base australiano hubiera acertado ambos lanzamientos el pasado viernes. Exactamente el mismo entrenador que diez años después de su llegada al banquillo de la selección española nos ha llevado a ser de nuevo campeones del mundo culminando su obra más sublime, la que sin el talento individual de otras ocasiones ha encontrado en otras vías plagadas de abnegación, sacrificio y poder emotivo el camino al oro. Un camino tan largo y trabajado que, tal y como hemos comenzado en esta entrada, hay que buscar su inicio aquel frío Noviembre de 2017. Y es que el Mundial de 2019 le permite a Scariolo ganar dos medallas: la de oro en Pekín el pasado domingo 15 de Septiembre, y la de aquel partido de Burgos ante Eslovenia en el que reconoció que aquello, con un equipo completamente nuevo, era como ganar una medalla. Había vida más allá de la ÑBA. Comenzaba La Familia.



 
Deja Vu: del linchamiento al oro.




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