Ante Eslovenia en Burgos. Trabajando el oro dos años atrás. |
Situémonos en Burgos a finales de Noviembre de 2017. España
derrotaba a Eslovenia en el segundo partido clasificatorio para el Mundial de
China 2019. Días antes habíamos arrancado la primera victoria ante Montenegro
en Pogdorica. Nuestro seleccionador nacional, Sergio Scariolo, confesaba emocionado
mostrando los ojos vidriosos que era uno de los días en los que más feliz se
sentía como entrenador de baloncesto. Con un equipo totalmente nuevo, sin
jugadores NBA ni de Euroliga, derrotábamos a los vigentes campeones de Europa (igualmente
sin Doncic, Dragic ni Randolph, pero con jugadores muy importantes como
Prepelic, Vidmar, Blazic o Cancar) Sólo habíamos tenido cuatro días de
entrenamientos y la mayoría de nuestros jugadores no habían jugado nunca
juntos. De aquel híbrido de veteranía y juventud que formaban aquellos doce
jugadores, sólo Quino Colom y Xavi Rabaseda han podido subirse a lo más alto
del podio de Pekín, pero nadie debería olvidar a sus diez compañeros aquel fin
de semana de finales de noviembre de 2017: Nacho Llovet, Sergi García, Albert
Oliver, Edgar Vicedo, Fran Vázquez, Sebas Saiz, Jaime Fernández, Sergi Vidal,
Oriol Paulí y Víctor Arteaga. Ellos iniciaron el camino. Posteriormente ha sido
Javier Beirán otro de los que ha visto recompensado su trabajo en las ventanas
clasificatorias, poniéndose a las órdenes de Scariolo en Febrero de 2018 para
viajar a Bielorrusia y recibir a Montenegro.
Tampoco nadie puede ni debe olvidar los nombres de Darío
Brizuela, Rodrigo San Miguel, Xabi López-Arostegui, Pablo Aguilar, Jonathan
Barreiro, Alberto Abalde, Alberto Díaz, Santi Yusta, Sergio Rodríguez, Joan
Sastre, Ilimane Diop, Albert Ventura, Pere Tomás y Carlos Alocen (si me olvido
de alguno pido al amable lector me lo haga saber), quienes en algún momento
dado han participado en los partidos clasificatorios. Un pedacito de este
título mundial oro es con toda justicia de ellos. También Pierre Oriola y
Juancho Hernángomez, quienes posiblemente figurasen igualmente en el roster
definitivo, sobre todo después de las ausencias y renuncias, llegaron a jugar
dos encuentros de las llamadas ventanas FIBA. Tampoco nos debemos olvidar de
Javi Vega, quien estuvo en la concentración de Benahavís en Julio de 2017. En
breve habría que preparar el Eurobasket de fase final en Turquía, pero Scariolo
ya tenía un ojo puesto en las ventanas FIBA y aquella ya lejana concentración
le sirvió para tomar contacto con jugadores a la postre fundamentales para
alcanzar la clasificación mundialista, como Quino Colom, Rabaseda o Jaime
Fernández.
Los héroes de las ventanas. |
Ha sido por tanto un éxito cocinado a fuego lento en el que
la mano de nuestro seleccionador ha tenido más importancia que nunca. Cierto es
que en 2015 conseguimos el oro europeo con una selección sensiblemente inferior
a Francia, Serbia o casi incluso Grecia, pero, al margen del gran sacrificio
colectivo, estajanovismo, trabajo y defensa (con Rudy Fernández y Víctor Claver
como elementos más vitales atrás, nada nuevo en ese aspecto), nuestro ataque se
centró en demasía en Pau Gasol (no había otro camino si queríamos el oro) y sus
estratosféricas actuaciones individuales fueron la mejor táctica posible. Nada
que ver con la coralidad demostrada en esta cita, donde nadie ha pasado de los
16.4 puntos por encuentro de Ricky Rubio (Pau se fue hasta los 23 por partido en
aquella ocasión) La gestión de recursos de Scariolo ha sido notable a ambos
lados de la cancha y ha exhibido una gran variedad de movimientos tanto en la
pizarra como en la propia confección de los quintetos en pista, lo que le ha
valido el reconocimiento general del mundo del baloncesto. Especialmente
celebradas han sido sus zonas mixtas y sus defensas de caja y uno que han
logrado minimizar los peligros de algunos de los mejores cañoneros del
campeonato (Gallinari, Belinelli, Bogdanovic, Mills…) y la manera de
neutralizar las dos principales vías de producción argentinas (Campazzo y
Scola) han sido sencillamente memorables allanando el camino hacia nuestro
histórico segundo título de campeones del mundo. Hablamos, por otro lado, del
único torneo de Scariolo en el que nuestra selección finaliza invicta (y el
segundo en toda nuestra historia, siendo la anterior ocasión el Mundial de
2006, con lo cual podemos decir que Asia, al menos en cuestión mundialista, es
continente talismán para nuestra selección), el famoso “menos a más” de la era
Scariolo ha sido más en sensaciones que en resultados.
Al igual que trece años antes en Saitama, cuando mediando el
primer cuarto comenzamos a adquirir ventajas importantes frente a Grecia, el auténtico
sufrimiento se vivió en la agónica semifinal ante Australia. Sin embargo España
voló en la final ante Argentina desde el primer minuto. La puesta en escena del
combinado hispano no pudo ser mejor, empezando por la elección de Oriola como
“cuatro” frente a Scola. Scariolo demostró tener estudiadas las posibles
combinaciones del juego interior argentino, principalmente Scola-Delia (de
inicio) y Deck-Scola, con el eterno Luisfa de cinco, para cuya defensa reservó
a Willy Hernángomez. Otro punto a favor del técnico italiano. En menos de
cuatro minutos el marcador reflejaba un contundente 2-14 a favor de los
nuestros, con los cinco jugadores de nuestro quinteto habiendo realizado al
menos un lanzamiento a canasta. Despertó Argentina con la salida del “Tortuga”
Deck (vaya partido el suyo) y con la muñeca de seda de Brussino, firmando un
parcial de 11-0 que avisaba de que los de Sergio Hernández habían llegado a la
final. Era un partido de parciales, porque España respondió con un 0-7 que
volvía a abrir brecha. De hecho Argentina sólo lograría sumar en tiro libre en
todo lo que quedaba de cuarto. En total entre el final del primer acto y el
comienzo del segundo sumamos un parcial de 1-17 que subió al marcador un
sonrojante 14-31. Quedaba mucho partido pero la sensación de ruptura era total,
de haber puesto un ritmo a ambos lados de la pista imposible de seguir por el
rival. Los argentinos seguían sin noticias de Scola, ahora anulado por Willy,
pero cuya ascendencia en el equipo no invitaba a pensar que el “Oveja” Hernández
se atreviese a sentarlo. Argentina encontró en el talento de Laprovittola y el
empuje de Deck la manera de no irse del partido, llegaron a ponerse a 8 puntos
pero una buena actividad defensiva volvió a fundir los focos albicelestes,
incluso Deck fallaba dos tiros libres seguidos, mientras que Juancho y Ricky
veían aro para poner el 31-43 con el que se llegaba al descanso.
Una primera parte que todos hubiéramos firmado aunque
enfrente Argentina no estaba dispuesta a sacar bandera blanca. En la primera
posesión americana nos cargábamos con dos faltas en apenas 20 segundos (Oriola
y Rudy), lo cual con casi 20 minutos por disputar servía de toque de atención.
Nuestra extraordinaria actitud defensiva se iba a traducir en un elevado número
de faltas personales. Acabamos con 25, al igual que frente a Serbia. No es de
extrañar que nuestros dos mejores partidos del campeonato hayan sido los de
mayor trabajo atrás. Argentina se fue hasta las 28. Ya habíamos advertido de cómo
según avanzaba el campeonato el número de faltas de los suramericanos había ido
creciendo. No hay más misterio en esto. Además del innegable talento la
historia de España y Argentina ha sido la de una película bélica, sobreviviendo
en la guerra de guerrillas, muchas de ellas iniciadas por ellos mismos. Después
de un gorro de Marc sobre Campazzo, un palmeo en rebote ofensivo de Ricky nos
ponía 14 arriba, pero sobre todo con la sensación de que no habría “caraja” en
el tercer cuarto. No sólo seguíamos firmes atrás, cerrando bien nuestro rebote
e impidiendo la sangría de puntos tras segundas oportunidades que vivimos ante
la Australia de los Bogut y Baynes, si no que en cancha contraria castigábamos
el mínimo despiste de una Argentina que a pesar de todo lo que se le venía
encima seguía dispuesta a ofrecer pelea. Llegamos a tener una máxima ventaja de
22 puntos (33-55 a 5.35 del final del cuarto) tras una fantástica combinación
entre Marc y Ricky que el base culminaba con un 2+1. El parcial del tercer acto
era de 2-12, con dos tiros libres de Vildoza como única producción argentina.
No había relajación posible. Estábamos destrozando a nuestro rival. Cualquier
otro equipo hubiera caído a la lona y ya no se hubiese levantado. Pero
Argentina, evidentemente, no es cualquier equipo. Con dos triples seguidos
bajaron la diferencia a 16, metiéndole otra marcha al partido. España no se
descompuso. Scariolo movió el banquillo y la segunda unidad (Claver, Llull,
Willy...) mantuvieron las diferencias hasta el 47-66 que cerraba el tercer
cuarto. Un marcador soñado.
Frenazo a Scola. |
¿Bandera blanca? ¿Argentina?, ¡ni soñarlo! El “Tortuga”
encaraba el aro hispano y dejaba un canastón para abrir el último cuarto. La
albiceleste subía líneas y comenzaba una asfixiante presión a toda cancha.
Ricky volvía a pista por Llull y dos pérdidas consecutivas eran aprovechadas
por Argentina para colocarse a doce. Fue el último intento de una bravísima
selección finalista cuya rebelión fue mitigada por el propio Ricky, con uno de
esos tiritos a la pata coja y por un 2+1 de Llull (volvía a cancha por Ricky
dentro de la hiperactividad de cambios de Scariolo) Con 15 abajo Laprovittola
fallaba uno de sus dos tiros libres en la posesión siguiente. Todo servía para
acercarnos todavía más el título. Sobre todo cuando Juancho desde la esquina,
al más puro estilo Mirotic (¿alguien le ha echado de menos?) mataba con un
triple para ponernos 16 arriba. Scola anotaba su primera y única canasta en
juego a cinco minutos y medio para reducir la diferencia a 14. Ya era
intrascendente. Ricky Rubio certificaría la victoria desde los tiros libres, y
sobre todo con un triple a minuto y medio para la bocina que apuntalaba su MVP
de la final y del torneo. Casi nada, Ricky, casi nada. Scariolo aprovecharía
para dar entrada a los jugadores más profundos de su banquillo, los que menos
han contado pero tanto mérito tienen, sobre todo porque estuvieron en esas
engorrosas ventanas clasificatorias. Javi Beirán, Xavi Rabaseda y sobre todo
Quino Colom también inscriben su nombre en el boxscore de la final del mundial,
del partido más visto en televisión en la historia de nuestro baloncesto.
Decimos bien sobre todo Quino Colom. Hay que hacer un aparte con este jugador.
Le hemos visto en el escenario de la celebración en la plaza de su
fonéticamente similar apellido micrófono en mano como representante de los
jugadores de las ventanas. Lo es más que ninguno. Ha jugado los 12 partidos de
las dos fases clasificatorias y ha registrado los mejores números individuales
entre los 29 jugadores utilizados por Scariolo. 13.7 puntos y 4.8 asistencias
por partido absolutamente claves para entender el balance de 10-2 (sólo
perdimos en Ucrania y Turquía) con el que cerramos las ventanas. El base
andorrano ha sido el mejor soldado del técnico de Brescia durante los casi dos
años que hemos tenido que esperar hasta llegar a China, y ningún otro jugador
ha dignificado mejor el trabajo de estos jugadores que citando al propio
Scariolo no son de España B ni C y en todo caso si son C es por la C de
corazón, carácter y compromiso.
No ha habido un éxito más largo, duro y trabajado que éste.
Un éxito que comienza a labrarse en la mente de un auténtico obseso del
baloncesto como es Sergio Scariolo. Un técnico que llegaba a la selección con
un magnífico bagaje en clubes. Campeón de ACB con Unicaja y Real Madrid y de
Copa con Baskonia y los malagueños. Al Unicaja, por cierto, lo llevó a la
primera y única Final Four de Euroliga donde llegaron a tutear al CSKA (entraron
en el último cuarto empatados) de Papaloukas, Holden, Smodis, Andersen o
Langdon (y Messina, claro) Un tipo integrado en el baloncesto español y cuyo
conocimiento del mismo estaba fuera de toda duda, y aun así ha vivido
constantemente bajo sospecha durante los ocho veranos en los que ha sumado tres
oros europeos, un título mundial, una plata y un bronce olímpicos y un bronce continental. Ocho medallas, ocho
podios, en nueve torneos, cuatro de ellos subidos a lo más alto del cajón. No
es sólo el mejor palmarés que jamás haya tenido un seleccionador nacional
español, es que directamente es de los mejores de la historia del baloncesto
FIBA.
No se trata de ventajismo. En todo caso a estas alturas me
gusta practicar lo que yo llamo un “ventajismo zen”. Echar la vista atrás y
contemplar todas las injusticias cometidas, todos los disparates vertidos y
observar como estábamos equivocados. Congratularnos del disparate que hubiera
supuesto cesar a Scariolo cuando más arreaban las críticas y cuando en el
mundial de Turquía, pese a haber ganado el Eurobasket el año anterior en
Polonia con un juego absolutamente demoledor en los último cuatro partidos arrasando
a Serbia en la final, el italiano había perdido todo el crédito y se cantaba lo
de “Scariolo dimisión”. El aficionado a
menudo recurre a una coartada simplona: “cuando juegan mal lo digo y cuando
juegan bien también”. Se arroga además como el crítico más justo y objetivo por
realizar un juicio tan simple, cuando no es así. Cuando lo único que hace con
una argumentación tan pobre es eliminar todo tipo de análisis y preguntas sobre
la actuación juzgada y creer que esto en vez de deporte de alta competición es
la Play Station. No preguntarse: ¿se ha competido?, ¿se ha valorado la calidad
del rival?, ¿qué conocimiento tengo yo, como aficionado, sobre el rival como
para considerar que una derrota ante este adversario es un fracaso? En ese sentido debemos recordarlo de nuevo. No
se puede juzgar a Scariolo en este torneo como si tuviera todavía a los “juniors
de oro”, como si tuviera a Pau, Navarro y Felipe, como si tuviera la selección
de hace diez años, como si hubieran venido Mirotic, Ibaka o el “Chacho”. La
realidad es que Scariolo ha contado posiblemente con el roster menos brillante
del que haya dispuesto nunca. Unas semifinales en este mundial ya hubieran sido
un éxito, incluso caer en cuartos de final pudiera haber sido un digno papel.
El deportista es el
mismo cuando gana y cuando pierde. La línea que separa el éxito del fracaso es
absolutamente difusa. Lo sabe bien el propio Scariolo. En 2010 un triple genial
de Teodosic le aparta de la lucha por las medallas. En 2019 un fallo en el tiro
libre de Patty Mills nos permite batallar por el título de campeones del mundo.
Pero Sergio Scariolo es exactamente el mismo entrenador ahora que cuelga de su
cuello una medalla de oro de campeón del mundo que sería en caso de que el base
australiano hubiera acertado ambos lanzamientos el pasado viernes. Exactamente
el mismo entrenador que diez años después de su llegada al banquillo de la
selección española nos ha llevado a ser de nuevo campeones del mundo culminando
su obra más sublime, la que sin el talento individual de otras ocasiones ha
encontrado en otras vías plagadas de abnegación, sacrificio y poder emotivo el
camino al oro. Un camino tan largo y trabajado que, tal y como hemos comenzado
en esta entrada, hay que buscar su inicio aquel frío Noviembre de 2017. Y es que el Mundial de 2019 le permite a Scariolo ganar dos medallas: la de oro en Pekín el pasado domingo 15 de Septiembre, y la de aquel partido de Burgos ante Eslovenia en el que reconoció que aquello, con un equipo completamente nuevo, era como ganar una medalla. Había vida más allá de la ÑBA. Comenzaba La Familia.
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