jueves, 15 de septiembre de 2011

OCHO RAYOS DE SOL







Todo torneo de las características de un Eurobasket tiene su propia gesta. El del 2011 nos deja una GESTA. Así, en mayúsculas. No se puede calificar de otra manera lo vivido anoche en Kaunas con el doblegamiento de los poderosos anfitriones ante un pequeño grupo de valientes guerreros macedonios. La fecha del 14 de Septiembre del 2011 sin duda pasará a la historia de la pequeña república balcánica de apenas dos millones de habitantes de población, pero también ha de pasar a la historia del baloncesto en general, y del Eurobasket en particular, como uno de esos grandes momentos en los que la épica trasciende fronteras y todo el mundo del deporte en su generalización mira hacia un mismo sitio señalando la grandeza del triunfo obtenido a base de un trabajo encomiable.    

Heaven and hell.

Con el tiempo se recordará la victoria macedonia de ayer como el “maracanazo” baloncestístico más impactante de los últimos tiempos. Pongámonos en situación. Un país en el que el baloncesto es religión, como Lituania. Un nuevo y reluciente pabellón construido expresamente para el evento, el Zalgiris Arena, con menos de un mes de vida, con capacidad para más de 15.000 personas, lleno hasta la bandera, autoridades locales, míticos ex -jugadores, el Zar Sabonis… el mayor ambiente de gala que uno pueda imaginarse en un torneo de este tipo para gozo de una buena selección lituana que había ofrecido posiblemente junto a España los mejores momentos de baloncesto de ataque de la competición. El equipo hasta el momento máximo anotador del campeonato con 85 puntos por partido y uno de los mejores también en asistencias, ritmo de juego y fluidez de balón. Una selección que parecía haber encontrado un perfecto equilibrio entre viejas estrellas como Jasikevicius y Kaukenas y sus jóvenes talentos representados en Valanciunas. Un equipo sustentado en sus jugadores de la generación del 86 (Kalnietis, Pocius…), que parecían por fin llegar a un torneo de estas características con la madurez necesaria para aspirar a lo máximo y refrendar la fantástica medalla de bronce obtenida hace un año en el Mundial de Turquía. Lituania volvía a estar en el mapa baloncestístico mundial, y su segunda gran ciudad en población y extensión, pero primera en lo deportivo, su capital baloncestística, la ciudad donde nacieron Arvidas Sabonis o Sarunas Marciulonis, esperaba ser excepcional testigo del retorno de uno de los países que más vive este deporte a la auténtica elite del mundo de la canasta. 

Un jugador sin ningún Pero.


Enfrente el equipo revelación del torneo, un conjunto modesto, justito de fuerzas, que lleva sobreviviendo gracias al sustento en un hercúleo trío formado por su exquisito backcourt, que se está mostrando como el mejor del torneo, Ilievski y McCalebb, dos jugadores con ciertas similitudes en su perfil, bases con facilidad anotadora y que necesitan tener el balón. La compenetración, a priori nada sencilla, entre estos dos exteriores tan protagonistas y que pudieran solaparse el uno al otro, es una de las grandes claves del éxito macedonio. Junto a ellos emerge la colosal figura de Pero Antic, ese pívot con cierto parecido al jugador de Chicago Carlos Boozer y quien cercano a los 30 años ve como su nombre comienza a sonar con fuerza en media Europa. Actualmente en el emergente Spartak de St. Petesburgo, ya es pretendido por varios equipos de la Liga Endesa, y se está mostrando en este torneo como un fajador con buena muñeca, un bailarín al que no le importa mancharse en el barro. A Ilievski ya le conocemos de su paso por el Barcelona, y en menor medida por el Baskonia, aunque la mayor parte de su carrera la ha repartido entre Italia y Eslovenia (tiene la doble nacionalidad, macedonia y eslovena), y sobre el pequeño McCalebb ya hemos hablado también por aquí, ya que sin duda alguna es uno de nuestros jugadores favoritos desde hace un par de temporadas, cuando le descubrimos. En esa temporada 2009-10, aparte del lógico seguimiento a los equipos españoles, y por encima de todo a nuestro Real Madrid (del que ya hemos comentado que en este blog somos seguidores… y a nuestro pesar, añadiría, dado los tiempos que corren de desastre absoluto a la hora de gestionar esta sección deportiva antaño victoriosa), el Partizan de Belgrado de aquella temporada nos gustaba especialmente, nos transmitía, nos hacía vivir ese tipo de sensaciones de buen baloncesto añejo, sin necesidad de presupuestos multimillonarios de los CSKA, Maccabi, Barcelona o Panathinaikos de turno que han expoliado el baloncesto europeo de una manera atroz sin capacidad de respuesta por parte del resto de los equipos, configurando una elite tan destacada que entre estos equipos y algún otro (Olympiakos, Sienna…) se han repartido prácticamente todas las participaciones en las Final Four de los últimos años. Un club selecto en el que nadie podía parecer aspirar a entrar ya.    

Ilievski en nuestra liga.


Allá por Enero de 2010, mis más allegados recordarán que comencé a apostar seriamente por la posibilidad de que el Partizan de Belgrado se colase en la F4 que aquel año se disputaba en Paris. Me tomaron por loco (no quiero decir con esto que ahora no me tomen por tal cosa) y comencé a coleccionar embudos con los que adornar mi cabeza. Pero yo estaba convencido. Aquel equipo me subyugaba. Tenía ese viejo orgullo plavi de lucha, de no dar ningún partido por partido. Guerreros en defensa, fuertes en el rebote, con un tipo de jugadores versátiles y capaces de realizar todo tipo de trabajos sobre la cancha. Lógicamente nos comenzó a llamar la atención ese nuevo joven alero del que todo el mundo hablaba, Jan Vesely, la tortuga ninja checa, un desgarbado jugador de 2,10 que jugaba por fuera y hacía unos mates descomunales. Recordamos, por supuesto, a Dusan Kecman, hijo pródigo que regresaba del Panathinaikos (a donde había ido, por cierto, Uros Tripkovic, uno de los pilares de la temporada anterior, quien junto a Velickovic, Lasme y Tepic habían emigrado a ligas y equipos de mayor potencial, o eso pensaban ellos), el Kecman de aquel año era una cosa increíble, con actuaciones como su partido en Tel Aviv con siete triples de nueve intentos para una victoria colosal de su equipo que empezaba a encarrilar así su pase a la Final Four, o el milagroso triple final en Zagreb con el que ganó la Liga Adriática frente a la Cibona para el Partizan. Que decir de Aleks Maric, quien parecía no valer para el Granada y en Belgrado destapó el potencial de estrella que llevaba dentro. Y por supuesto, que decir de aquel pequeño base americano que dirigía con la velocidad de un rayo aquel grupo salvaje. Aquel Bo McCalebb que enseguida nos hizo recordar a otro grandísimo base que dignificó tremendamente el baloncesto europeo con su llegada: el Tyus Edney del Zalgiris Kaunas. 

Haciendo diabluras desde Nueva Orleans hasta Belgrado.


Pero sobre el Partizan de Belgrado ya hablaremos en más ocasiones, ya que sin duda méritos volverán a hacer para ello, o sea que sigamos centrándonos en este milagro macedonio. Como digo, Ilievski, McCalebb y Antic son la columna vertebral del equipo, tres jugadores que superan ampliamente los 30 minutos por partido (ningún español llega a esa cifra), en el caso del base nacido en Macedonia, lidera la clasificación de minutos por partido con más de 37, mientras que el pequeño base de Nueva Orleáns no le anda a la zaga y supera los 34. Excesiva batalla en las piernas para los líderes de una selección demasiado dependiente de estos jugadores y con poca profundidad de banquillo. Poco importa ya, la hazaña, pase lo que pase mañana contra nuestra selección española, es ya mayúscula, un puesto en semifinales, la posibilidad de luchar por medalla, y el pasaporte a un pre-olímpico donde seguir soñando con la gloria para un país con apenas 20 años de existencia y cuyos "pioneros" serían jugadores aún tan latentes en el recuerdo como Vrbica Stefanov o el mítico Petar Naumoski. Absolutamente nadie podía haberlo predicho cuando en su debut caían derrotados ante Montenegro por cinco puntos. A partir de ahí, una agónica victoria frente a Croacia (que acabaría quedándose fuera en primera ronda) para seguir con vida, y posteriormente el comienzo del milagro. Una victoria contundente frente a Grecia les ponía en franquicia el pase a la segunda fase, el cual consumaron venciendo a una también sorprendente Finlandia con muchos apuros, y con mayor convicción frente a Bosnia. Ya en la segunda ronda, con dos victorias de colchón, apretaron para ganar a Georgia, derrotaron a Eslovenia demostrando que ya eran más que un equipo revelación, y en la jornada que cerraba el grupo acariciaron la primera plaza con la punta de los dedos hasta que el triplazo de Monya les despertó bruscamente. Toda Lituania sonreía frente al rival que le había tocado en suerte. Francia, por que no decirlo, también veía como sus previsiones y cuentas de la lechera (esas que una vez más se vuelven a romper por no tener los pies en el suelo y no hablar JAMÁS sobre resultados futuros que no se han producido) se iban cumpliendo… hasta lo de anoche.   


Stefanov, nombre ilustre del pasado reciente.


Lo de anoche, que ya es historia de nuestro deporte. Uno de esos momentos por los que merece la pena amar el baloncesto. Póngale ustedes los calificativos que quieran. 

Lo único que pido mañana a mis compatriotas, por favor, es el máximo respeto a esos tíos de la camiseta con la bandera de los ocho rayos de sol. Se lo han ganado donde hay que hacerlo. En la cancha, no en una cabina de comentaristas.  

Macedonia de piña

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