martes, 25 de junio de 2013

AJUSTE DE CUENTAS

No soy dado a hacer acotaciones o aclaraciones sobre mis propios textos. Tampoco me veo en la obligación de dar explicaciones a nadie sobre mi manera de pensar, la cual se traduce a menudo en mi manera de escribir. Pero soy consciente de que tras escribir un artículo "caliente" como el que acabo de parir puede haber gente que se sienta ofendida por alguna frase, comentario o pensamiento. No era mi intención. He intentado reflejar lo que han sido, a mi juicio, errores y males del reciente Real Madrid. Errores creo que afortunadamente ya superados, y he tratado de dotar al texto de cierto sentido del humor. Insisto en que no es mi intención la ofensa, pero sé que en terrenos de escritura irónica la delgada línea que separa el humor de la referida ofensa es muy tenue, pero también sé que depende más del lector y su recepción a lo escrito que del escribano, por lo que lo único que puedo hacer es reiterar que no busco ofensas ni polémicas ni atacar a nadie. En todo caso el objeto de esta entrada es una defensa a ultranza a quien considero uno de los mayores y mejores profesionales que ha tenido el Real Madrid de baloncesto en los últimos tiempos, y en efecto, más allá de eso, un símbolo. Y eso es que lo realmente me mueve, la defensa, y no el ataque. Y pocos personajes de nuestro baloncesto se lo merecen más que Felipe Reyes (que diferencia cuando pienso en el trato que ha recibido durante toda su carrera el capitán barcelonista Juan Carlos Navarro)  



"Hubo quien dijo que no iba a llegar, ahora les miro desde aquí, no pido ya más..."




Vaya por delante que esta entrada sé que no gustará a mucha gente (en el caso improbable de que la lean) Sería un texto posiblemente polémico de ser el autor algún reconocido analista o mejor/peor, un reputado periodista deportivo, gremio al que desde algunos sectores se acusa de ser el auténtico responsable de los males del equipo de los amores de los interfectos en cuestión (vamos, que el 4-0 del Borussia Dortmund al Madrid de Mourinho no fue perpetrado por ese animal del área llamado Lewandoski, si no que fueron obra de Santiago Segurola, Alfredo Relaño, Manolo Lama y Enrique Ortego, por citar cuatro jinetes de un Apocalipsis del que sólo salvarían a elementos de dudosa catadura del estilo de Josep Pedrerol, Siro López, Eduardo Inda o Julián Ruiz), pero al tratarse de un simple blogero juntaletras no debería tener la cosa mayor recorrido, sobre todo cuando nuestro punto de partida es un deporte, de momento (y que siga así), poco intoxicado por los talibanismos furibundos. En efecto, los seguidores del baloncesto posiblemente estemos cerca de eso que los proclamados “madridistas verdaderos” llaman “piperos”. Nos gusta el deporte, no la guerra. Disfrutamos de las victorias sin restregárselas por la cara al rival, y no tenemos ningún reparo en darle la mano en la derrota. Un símbolo de nuestro baloncesto como Juan Carlos Navarro únicamente será un enemigo circunstancial durante los 40 minutos de un partido. Nunca más allá de eso. Y esto, como digo, sé que no gusta. Pero a mí tampoco me gustan muchas cosas que escucho, leo y veo. Eso es libertad de pensamiento, y espero que nadie busque cuestiones personales en lo que no dejan de ser discrepancias sobre la manera de entender el deporte. La mía, desde luego, procuro llevarla a rajatabla y con la mayor coherencia posible (es decir, no podemos estar poniendo a parir a LeBron James con 25 años, y ahora que empiezan a llegar los títulos subirnos al carro de que es el jefe del cotarro) 

No me gustan los hooliganismos, ni en la vida ni en el deporte. A veces, entre amigos, bromeamos de lo ridículo que resulta ver gente de 30 o 40 años que de la noche a la mañana se envuelven en estéticas y círculos como la escena mod, punk, rocker, etc… cuando a los 20 estaban a tope con el indie, el noise, el techno, o la que fuera la moda “alternativa” del momento. Lo mismo me sucede cuando veo a gentes de esas edades volverse radicales y ultras deportivos. Quizás es que con 15 años no conocieron lo que era estar dentro de un “tifo” y ver los partidos del equipo de tu tierra desde el fondo (norte o sur) correspondiente, y ahora buscan sentirse vivos y recuperar una juventud no disfrutada volviéndose más talibanes que el Ochaíta de turno (hablo estrictamente de lo futbolístico, que nadie me entienda mal, aunque sé que quien quiera entender mal, lo hará) De modo que llevo años soportando de una manera estoica a ese autoproclamado madridismo verdadero repartiendo carnets de autenticidad y despreciando a los que no seguimos el dedo que al parecer señalaba el camino, lejos de eso, lo repudiamos, como un apéndice digital que jamás de los jamases podrá representarnos a quienes hemos elegido otra opción de entender el deporte y el madridismo.    


¡Placa placa!


Y finalicemos esta ajardinada introducción, que ya bastantes disgustos he tenido últimamente como para darle mayor alimento a la cólera., y centrémonos en el protagonista de nuestra historia. Sólo así comprenderán el porque de esta extraña digresión ejercida por su humilde amigo y servidor El Tirador.   

Remontémonos unos años atrás. En Junio de 2009 se producía sobre el Paseo de La Castellana la Segunda Venida de Nuestro Señor Florentino, especialista en asuntos mesiánicos y máximo apóstol de la cultura del talonario. Conocido también como Ser Superior, o para quienes tienen más confianza como Tito Floren (“Tito Floren, fíchame a éste”) Florentino, padre del madridismo verdadero nunca ha tenido problemas para complacer a sus hijos comprándoles los juguetes más caros y lujosos. Todo el dinero es poco para satisfacer al madridismo verdadero, ese al que se llena la boca hablando de “proyectos” pero está constantemente pidiendo la cabeza de sus jugadores, preferiblemente si son españoles, canteranos, y muestran un fuerte grado de compromiso con el escudo. Este tipo de profesionales son en realidad para el madridismo verdadero una estirpe de traidores acomodados que si llevan tantos años defendiendo la camiseta blanca es por amistad con los periodistas (recuerden, los auténticos enemigos del club), nunca jamás por sus méritos deportivos. Con el nuevo advenimiento del mesías merengue se abría una vez más un periodo de prosperidad y gloria coleccionado balones de oro (ganados en otros clubes) y dejando salir a esos sospechosos bultos con patas de nuestra cantera a los que si se les tuvo en las categorías inferiores era prácticamente por lástima. Nuestro Señor Florentino venía esta vez con ganas, a tope de madridismo verdadero. No íbamos a ser sólo los más grandes en fútbol, si no que también en el tantas veces denostado y maltratado dentro del propio club baloncesto blanco. Había que poner la nave en manos de los mejores, es decir, en las de los de mejor palmarés, los más famosos, aunque no tuvieran ni repajolera idea de lo que sigfinica el Real Madrid y viniesen de otras ligas, otros países, otras culturas. El florentinismo se basa en un sagrado precepto: “el que gana, es que es bueno”. Extrañamente en el deporte que se juega con los pies el sibilino Jorge Valdano logró colocar una apuesta personal: un técnico chileno con cierto aire a Menotti muy exitoso en América (campeón en Ecuador  y batiendo records en Argentina con San Lorenzo de Almagro) pero que no había ganado nada en Europa. Aún así era autor de la proeza de clasificar segundo en la siempre bipolar liga española al Villarreal y llevarlo a los cuartos de final de la Liga de Campeones de Europa, todo ello con un fútbol muy, ya saben, “pipero”, del gusto de los Segurola y compañía… es decir, alejado del autoproclamado madridismo verdadero, que por aquel entonces ni existía ni era consciente de si mismo… pero estaría al caer un año más tarde con la salida, orquestada por el periodista Eduardo Inda (un héroe para el madridismo verdadero próximo a nacer), del estoico técnico chileno rumbo a un Málaga donde siguió tejiendo fútbol de muchísimos buenos quilates para los “piperos” que nos sentamos a disfrutar de un buen espectáculo. 

Donde sí quiso dejar claro Nuestro Señor Florentino su capacidad para construir gloriosos proyectos fue en el ámbito de la canasta, fichando a un laureado técnico acostumbrado a liderar (no se crean, también tenía buenos jugadores) proyectos ganadores, a pesar de que su baloncesto era, siendo generosos, un poco aburrido, y que de hecho la mayoría de los aficionados españoles que salivaban cada vez que pronunciaban su nombre somos conscientes de que únicamente veían un par de partidos dirigidos por él al año (los dos de la Final Four, pero eso les bastaba para decidir que era el mejor entrenador de Europa) Ettore Messina, el hombre llamado a traer al baloncesto blanco la “Gloria in excelsis Florentino”, llegó acompañado además de otro personaje de esos que dicen de “perfil alto”, es decir, de los que tanto le gustan a Nuestro Señor Florentino, patrón de los desamparados. Nos referimos a Antonio Maceiras, director deportivo con experiencia NBA y en España en clubes como el Girona y… el Barcelona (y no queremos ser mal pensados, pero visto lo visto después, cualquiera podría pensar que venía entonando un “hoy, mañana y siempre, con el Barça en el corazón”) Nuestro Señor Florentino ya tenía su pareja ganadora, esa que nos guiaría en el camino a la tierra prometida y haría olvidar el honrado trabajo de ese desconocido y accidental técnico llamado Joan Plaza (sobre quien ya no hay dudas sobre su sobrada calidad como “coach” de este deporte) La ecuación no podía fallar. Messina = títulos. Así de fácil.     


"¡Qué felices seremos los dos!"


Felipe Reyes, por aquel entonces con 29 años, venía de protagonizar una de las mejores temporadas de su carrera, evidenciando ese crecimiento sólo reservado a los más grandes. A los que año tras año son mejores y añaden nuevas facetas a su juego. Los números no ofrecían dudas. Sus 16.3 puntos y 9.4 rebotes por partido se traducían en una valoración media de 22.7 que le había llevado a obtener el MVP de la liga regular. Hasta en diez ocasiones había superado los 30 puntos de valoración en aquella temporada. Se encontraba en el mejor momento de su carrera, y era el indiscutible líder del Real Madrid de Joan Plaza cuya guardia pretoriana comprendía además de nombres como los de Raúl López, Sergio Llull, Alex Mumbrú, Louis Bullock o Axel Hervelle. Poco podía imaginar que aquel mejor momento de su trayectoria deportiva, al menos en lo individual, iba a sufrir un frenazo con la llegada de Nuestro Señor Florentino y sus nuevos planes para el baloncesto blanco. 

Habíamos dejado a Nuestro Señor Florentino encerrado en su despacho pergeñando sobre una servilleta la ecuación a todas luces ganadora. Messina = títulos. Tras gritar un “¡Eureka!” que hizo peligrar los cimientos de todas las construcciones de ACS el Ser Superior salió alborozado de su habitáculo. ¡Tenía la fórmula secreta para ganar títulos! Ahora sólo se trataba de darle un cheque en blanco a Messina así como a su compinche Maceiras y otorgarles, por vez primera en la sección, poder absoluto (el que no tuvo Plaza, el que no tiene Laso) para despedir a todo jugador que quisiesen y hacer lo propio con las contrataciones. Dicho y hecho, el Madrid de Plaza pasó a la historia. Veteranos de dudosa condición física comenzaron a estampar su firma como jugadores blancos mientras el núcleo duro del último equipo madridista campeón se deshacía. El madridismo verdadero, aún no existente como tal, lo celebraba. Poco importaba que aquellos jugadores hubiesen ganado dos títulos dos años antes y realizado soberbias ligas regulares, además de practicar un baloncesto bastante atractivo y con el que muchos aficionados (“piperos”, seguro) se sentían identificados, no sólo por la calidad del juego si no por la garra e intensidad expuesta sobre la cancha (terrenos esos, los de la garra e intensidad, donde Felipe Reyes marcaba un punto y aparte) El embrionario madridismo verdadero celebraba jubiloso la enésima limpia de vestuario. Fuera con todos. Que vengan caras nuevas. Pero aún con todo el poder absoluto conferido a Messina y Maceiras, nuestro particular dúo del desastre no logró acabar completamente con el Madrid anterior. Hervelle luchó como un jabato para intentar demostrar a un injusto Messina que tenía sitio en el equipo blanco, hasta que cansado de luchar contra quien no atendía a razones emprendió el mismo camino que Mumbrú meses antes partiendo hacia Bilbao donde se gestaba un ambicioso proyecto (un año más tarde eliminarían en semifinales por el título ACB al Real Madrid de Lele Molin, el discípulo de Messina que quedó al mando del navío tras la estampada del siciliano en unos play offs sonrojantes con el equipo blanco realizando partidos de 50 puntos) Bullock y Reyes, por otro lado, permanecieron en el equipo como sombras molestas de un pasado en el que el entrenador italiano no creía. Sus presencias le incordiaban. Fueron señalados desde el principio por el dedo acusador del de Catania como máximos responsables del no crecimiento y de la no evolución del equipo. Más sangrante en el caso del capitán, que vio como parte de la afición (ese madridismo verdadero que daba sus primeros pasitos y se preparaba para la llegada del Salvador de Setúbal) se unía al linchamiento. En un equipo plagado de jugadores recién llegados con altísimos contratos y un estado de forma deplorable, el MVP de la pasada temporada se convertía en el mayor blanco de las críticas. Para mear y no echar gota, que diría alguno. La rumorología y la infamia (o siendo más prosaicos, “la máquina de echar mierda”) no demoraron en ponerse en marcha. Felipe era un cáncer enquistado que debía salir cuanto antes y si seguía en el equipo era simplemente por su amistad con la prensa (recuerden, el Gran Satán) que le bailaba el agua únicamente por ser español, internacional con nuestra selección, y un tipo majo, atento y normal. ¿A qué les suena la historia respecto a un guardameta balompédico también de brillante trayectoria internacional y poseedor de la capitanía en la otra sección deportiva de este club? Y así, mientras las placentas de los futuros madridistas verdaderos escupían sobre la profesionalidad de Felipe Reyes, los “piperos”, pseudomadridistas, madridistas disfrazados, o como rayos quieran llamarnos, observábamos atónitos la irrupción en la zona blanca de extraños elementos no exentos de calidad pero con una preocupante falta de sangre en sus venas, ese líquido vital del que es rebosante el corajudo ala-pívot cordobés. Nombres como Novica Velickovic, Darjus Lavrinovic o posteriormente el fichaje de invierno Ante Tomic, el llamado “Gasol del Este” (el daño que pueden llegar a hacer algunas comparaciones), relegando todos ellos a Felipe como última opción interior pese a la exasperación que producía ver la fragilidad de carácter y la poca capacidad de lucha y sacrificio ofrecida por estos (por otro lado brillantes) jugadores. No debieron ir a clase el día que se explicó que el principal factor para atrapar un rebote es el deseo.   


Novica "I'm a lover not a fighter" Velickovic


Y las cosas empeoraron al curso siguiente. Con la consolidación en el roster madridista del genial canterano (por fin) Nikola Mirotic a Felipe se le acusó de “tapón” para el crecimiento del hispano-montenegrino. El madridismo verdadero (que ya era una realidad en 2010) lejos de celebrar que posiblemente contásemos con la mejor pareja de “cuatros” de la ACB, y quizás de Europa, seguía pidiendo la cabeza del capitán. El tiempo ha demostrado (las pasadas finales de Liga Endesa sin ir más lejos) que ambos jugadores son complementarios y absolutamente necesarios para este equipo. A Niko las grandes citas le siguen quedando un poco grandes. Felipe lleva el deseo de victoria cosido en su ADN. Llegó la huída de Messina, dejando detrás de si en menos de dos años al frente de la nave blanca y con el poder absoluto otorgado en su momento por Nuestro Señor Florentino un bagaje de 18 fichajes, 58 millones dilapidados, 0 títulos, y las gradas cada vez más vacías con un baloncesto que aburría hasta al “speaker”. Y Felipe se quedó. Y pasó lo que tenía que pasar. Que el Real Madrid siguió existiendo, que el Real Madrid siguió ganando, y que Nuestro Señor Florentino se tragó con una botella de agua mineral y un frasco de bicarbonato aquella servilleta en la que había escrito “Messina = títulos” mientras corría, sin el mínimo pudor, a abrazarse empapado en champán con un Pablo Laso en el que en ningún momento creyó y que ha vuelto a poblarle las cristaleras de títulos. Messina, para dejar las cosas claras, en cuanto volvió a Italia rajó de España, del Madrid, y de la prensa, a la que acusó de ser el auténtico enemigo del baloncesto blanco (repito, ¿les suena la historia?), y acuso en ese complot periodístico, como no, a Felipe Reyes. El hombre que con 18 fichajes y 58 millones no había sido capaz ni de llegar a unas finales ACB (Laso ya lleva dos, una por temporada) lo tenía claro: la culpa era de los que escriben, y de esos jugadores con los que compadrean. Y así sucedió lo que los “piperos” intuíamos. Que Felipe Reyes seguiría siendo muchísimo más importante para el Real Madrid que Ettore Messina. El italiano ya es sólo un mal recuerdo y desde entonces a Felipe le hemos visto levantar tres títulos y jugar incontables finales (siendo MVP de las últimas) El tiempo, ese juez insobornable, que se dice. 

Y así enlazamos con el comienzo de nuestra historia de hoy, encontrando evidentes paralelismos entre el maltrato sufrido por nuestro capitán de baloncesto y nuestro capitán de fútbol por parte de los madridistas verdaderos. Pero créanme, cuando Felipe atrapa un rebote o Casillas hace una parada, los “piperos” sonreímos y los madridistas verdaderos lloran. Y créanme también esto. A ambos les quedan aún muchos rebotes y muchas paradas que hacer en el nombre del escudo al que honran. 

Lo dijo Felipe al recibir el trofeo de MVP en las pasadas finales de la Liga Endesa: “Ha habido gente que me ha criticado mucho, y va especialmente para ellos. Este éxito me sabe especialmente bien por ellos”… y yo, mientras sigo comiendo pipas y disfrutando del espectáculo y la épica que me transmite este inmenso deporte, veo en Felipe la viva imagen de aquel al que llevan años intentando asesinar y no para de contemplar los cadáveres de sus enemigos pasando por delante de sus ojos. Lo llaman ajuste de cuentas. ¿No decían los madridistas verdaderos que renegaban del “buen rollo”? Pues traguen.      


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