"Hubo quien dijo que no iba a llegar, ahora les miro desde aquí, no pido ya más..." |
Vaya por delante que esta
entrada sé que no gustará a mucha gente (en el caso improbable de que la lean)
Sería un texto posiblemente polémico de ser el autor algún reconocido analista
o mejor/peor, un reputado periodista deportivo, gremio al que desde algunos
sectores se acusa de ser el auténtico responsable de los males del equipo de
los amores de los interfectos en cuestión (vamos, que el 4-0 del Borussia
Dortmund al Madrid de Mourinho no fue perpetrado por ese animal del área
llamado Lewandoski, si no que fueron obra de Santiago Segurola, Alfredo Relaño,
Manolo Lama y Enrique Ortego, por citar cuatro jinetes de un Apocalipsis del
que sólo salvarían a elementos de dudosa catadura del estilo de Josep Pedrerol,
Siro López, Eduardo Inda o Julián Ruiz), pero al tratarse de un simple blogero
juntaletras no debería tener la cosa mayor recorrido, sobre todo cuando nuestro
punto de partida es un deporte, de momento (y que siga así), poco intoxicado por
los talibanismos furibundos. En efecto, los seguidores del baloncesto
posiblemente estemos cerca de eso que los proclamados “madridistas verdaderos”
llaman “piperos”. Nos gusta el deporte, no la guerra. Disfrutamos de las
victorias sin restregárselas por la cara al rival, y no tenemos ningún reparo
en darle la mano en la derrota. Un símbolo de nuestro baloncesto como Juan
Carlos Navarro únicamente será un enemigo circunstancial durante los 40 minutos
de un partido. Nunca más allá de eso. Y esto, como digo, sé que no gusta. Pero
a mí tampoco me gustan muchas cosas que escucho, leo y veo. Eso es libertad de
pensamiento, y espero que nadie busque cuestiones personales en lo que no dejan
de ser discrepancias sobre la manera de entender el deporte. La mía, desde
luego, procuro llevarla a rajatabla y con la mayor coherencia posible (es
decir, no podemos estar poniendo a parir a LeBron James con 25 años, y ahora que
empiezan a llegar los títulos subirnos al carro de que es el jefe del
cotarro)
No me gustan los
hooliganismos, ni en la vida ni en el deporte. A veces, entre amigos, bromeamos
de lo ridículo que resulta ver gente de 30 o 40 años que de la noche a la
mañana se envuelven en estéticas y círculos como la escena mod, punk, rocker,
etc… cuando a los 20 estaban a tope con el indie, el noise, el techno, o la que
fuera la moda “alternativa” del momento. Lo mismo me sucede cuando veo a gentes
de esas edades volverse radicales y ultras deportivos. Quizás es que con 15
años no conocieron lo que era estar dentro de un “tifo” y ver los partidos del
equipo de tu tierra desde el fondo (norte o sur) correspondiente, y ahora
buscan sentirse vivos y recuperar una juventud no disfrutada volviéndose más talibanes
que el Ochaíta de turno (hablo estrictamente de lo futbolístico, que nadie me
entienda mal, aunque sé que quien quiera entender mal, lo hará) De modo que
llevo años soportando de una manera estoica a ese autoproclamado madridismo
verdadero repartiendo carnets de autenticidad y despreciando a los que no
seguimos el dedo que al parecer señalaba el camino, lejos de eso, lo
repudiamos, como un apéndice digital que jamás de los jamases podrá
representarnos a quienes hemos elegido otra opción de entender el deporte y el
madridismo.
¡Placa placa! |
Y finalicemos esta ajardinada
introducción, que ya bastantes disgustos he tenido últimamente como para darle
mayor alimento a la cólera., y centrémonos en el protagonista de nuestra
historia. Sólo así comprenderán el porque de esta extraña digresión ejercida
por su humilde amigo y servidor El Tirador.
Remontémonos unos años atrás.
En Junio de 2009 se producía sobre el Paseo de La Castellana la Segunda Venida
de Nuestro Señor Florentino, especialista en asuntos mesiánicos y máximo
apóstol de la cultura del talonario. Conocido también como Ser Superior, o para
quienes tienen más confianza como Tito Floren (“Tito Floren, fíchame a éste”)
Florentino, padre del madridismo verdadero nunca ha tenido problemas para
complacer a sus hijos comprándoles los juguetes más caros y lujosos. Todo el
dinero es poco para satisfacer al madridismo verdadero, ese al que se llena la
boca hablando de “proyectos” pero está constantemente pidiendo la cabeza de sus
jugadores, preferiblemente si son españoles, canteranos, y muestran un fuerte
grado de compromiso con el escudo. Este tipo de profesionales son en realidad
para el madridismo verdadero una estirpe de traidores acomodados que si llevan
tantos años defendiendo la camiseta blanca es por amistad con los periodistas
(recuerden, los auténticos enemigos del club), nunca jamás por sus méritos
deportivos. Con el nuevo advenimiento del mesías merengue se abría una vez más
un periodo de prosperidad y gloria coleccionado balones de oro (ganados en
otros clubes) y dejando salir a esos sospechosos bultos con patas de nuestra
cantera a los que si se les tuvo en las categorías inferiores era prácticamente
por lástima. Nuestro Señor Florentino venía esta vez con ganas, a tope de
madridismo verdadero. No íbamos a ser sólo los más grandes en fútbol, si no que
también en el tantas veces denostado y maltratado dentro del propio club
baloncesto blanco. Había que poner la nave en manos de los mejores, es decir,
en las de los de mejor palmarés, los más famosos, aunque no tuvieran ni
repajolera idea de lo que sigfinica el Real Madrid y viniesen de otras ligas,
otros países, otras culturas. El florentinismo se basa en un sagrado precepto:
“el que gana, es que es bueno”. Extrañamente en el deporte que se juega con los
pies el sibilino Jorge Valdano logró colocar una apuesta personal: un técnico
chileno con cierto aire a Menotti muy exitoso en América (campeón en
Ecuador y batiendo records en Argentina
con San Lorenzo de Almagro) pero que no había ganado nada en Europa. Aún así era
autor de la proeza de clasificar segundo en la siempre bipolar liga española al
Villarreal y llevarlo a los cuartos de final de la Liga de Campeones de Europa,
todo ello con un fútbol muy, ya saben, “pipero”, del gusto de los Segurola y
compañía… es decir, alejado del autoproclamado madridismo verdadero, que por
aquel entonces ni existía ni era consciente de si mismo… pero estaría al caer
un año más tarde con la salida, orquestada por el periodista Eduardo Inda (un
héroe para el madridismo verdadero próximo a nacer), del estoico técnico
chileno rumbo a un Málaga donde siguió tejiendo fútbol de muchísimos buenos
quilates para los “piperos” que nos sentamos a disfrutar de un buen
espectáculo.
Donde sí quiso dejar claro
Nuestro Señor Florentino su capacidad para construir gloriosos proyectos fue en
el ámbito de la canasta, fichando a un laureado técnico acostumbrado a liderar
(no se crean, también tenía buenos jugadores) proyectos ganadores, a pesar de
que su baloncesto era, siendo generosos, un poco aburrido, y que de hecho la
mayoría de los aficionados españoles que salivaban cada vez que pronunciaban su
nombre somos conscientes de que únicamente veían un par de partidos dirigidos
por él al año (los dos de la Final Four, pero eso les bastaba para decidir que
era el mejor entrenador de Europa) Ettore Messina, el hombre llamado a traer al
baloncesto blanco la “Gloria in excelsis Florentino”, llegó acompañado además de
otro personaje de esos que dicen de “perfil alto”, es decir, de los que tanto
le gustan a Nuestro Señor Florentino, patrón de los desamparados. Nos referimos
a Antonio Maceiras, director deportivo con experiencia NBA y en España en
clubes como el Girona y… el Barcelona (y no queremos ser mal pensados, pero
visto lo visto después, cualquiera podría pensar que venía entonando un “hoy,
mañana y siempre, con el Barça en el corazón”) Nuestro Señor Florentino ya
tenía su pareja ganadora, esa que nos guiaría en el camino a la tierra
prometida y haría olvidar el honrado trabajo de ese desconocido y accidental
técnico llamado Joan Plaza (sobre quien ya no hay dudas sobre su sobrada
calidad como “coach” de este deporte) La ecuación no podía fallar. Messina =
títulos. Así de fácil.
"¡Qué felices seremos los dos!" |
Felipe Reyes, por aquel
entonces con 29 años, venía de protagonizar una de las mejores temporadas de su
carrera, evidenciando ese crecimiento sólo reservado a los más grandes. A los
que año tras año son mejores y añaden nuevas facetas a su juego. Los números no
ofrecían dudas. Sus 16.3 puntos y 9.4 rebotes por partido se traducían en una
valoración media de 22.7 que le había llevado a obtener el MVP de la liga
regular. Hasta en diez ocasiones había superado los 30 puntos de valoración en
aquella temporada. Se encontraba en el mejor momento de su carrera, y era el
indiscutible líder del Real Madrid de Joan Plaza cuya guardia pretoriana
comprendía además de nombres como los de Raúl López, Sergio Llull, Alex Mumbrú,
Louis Bullock o Axel Hervelle. Poco podía imaginar que aquel mejor momento de
su trayectoria deportiva, al menos en lo individual, iba a sufrir un frenazo
con la llegada de Nuestro Señor Florentino y sus nuevos planes para el
baloncesto blanco.
Habíamos dejado a Nuestro
Señor Florentino encerrado en su despacho pergeñando sobre una servilleta la
ecuación a todas luces ganadora. Messina = títulos. Tras gritar un “¡Eureka!”
que hizo peligrar los cimientos de todas las construcciones de ACS el Ser
Superior salió alborozado de su habitáculo. ¡Tenía la fórmula secreta para
ganar títulos! Ahora sólo se trataba de darle un cheque en blanco a Messina así
como a su compinche Maceiras y otorgarles, por vez primera en la sección, poder
absoluto (el que no tuvo Plaza, el que no tiene Laso) para despedir a todo
jugador que quisiesen y hacer lo propio con las contrataciones. Dicho y hecho,
el Madrid de Plaza pasó a la historia. Veteranos de dudosa condición física
comenzaron a estampar su firma como jugadores blancos mientras el núcleo duro
del último equipo madridista campeón se deshacía. El madridismo verdadero, aún
no existente como tal, lo celebraba. Poco importaba que aquellos jugadores
hubiesen ganado dos títulos dos años antes y realizado soberbias ligas
regulares, además de practicar un baloncesto bastante atractivo y con el que
muchos aficionados (“piperos”, seguro) se sentían identificados, no sólo por la
calidad del juego si no por la garra e intensidad expuesta sobre la cancha (terrenos
esos, los de la garra e intensidad, donde Felipe Reyes marcaba un punto y
aparte) El embrionario madridismo verdadero celebraba jubiloso la enésima
limpia de vestuario. Fuera con todos. Que vengan caras nuevas. Pero aún con
todo el poder absoluto conferido a Messina y Maceiras, nuestro particular dúo
del desastre no logró acabar completamente con el Madrid anterior. Hervelle
luchó como un jabato para intentar demostrar a un injusto Messina que tenía
sitio en el equipo blanco, hasta que cansado de luchar contra quien no atendía
a razones emprendió el mismo camino que Mumbrú meses antes partiendo hacia
Bilbao donde se gestaba un ambicioso proyecto (un año más tarde eliminarían en
semifinales por el título ACB al Real Madrid de Lele Molin, el discípulo de
Messina que quedó al mando del navío tras la estampada del siciliano en unos
play offs sonrojantes con el equipo blanco realizando partidos de 50 puntos)
Bullock y Reyes, por otro lado, permanecieron en el equipo como sombras
molestas de un pasado en el que el entrenador italiano no creía. Sus presencias
le incordiaban. Fueron señalados desde el principio por el dedo acusador del de
Catania como máximos responsables del no crecimiento y de la no evolución del
equipo. Más sangrante en el caso del capitán, que vio como parte de la afición
(ese madridismo verdadero que daba sus primeros pasitos y se preparaba para la
llegada del Salvador de Setúbal) se unía al linchamiento. En un equipo plagado
de jugadores recién llegados con altísimos contratos y un estado de forma
deplorable, el MVP de la pasada temporada se convertía en el mayor blanco de
las críticas. Para mear y no echar gota, que diría alguno. La rumorología y la
infamia (o siendo más prosaicos, “la máquina de echar mierda”) no demoraron en
ponerse en marcha. Felipe era un cáncer enquistado que debía salir cuanto antes
y si seguía en el equipo era simplemente por su amistad con la prensa
(recuerden, el Gran Satán) que le bailaba el agua únicamente por ser español,
internacional con nuestra selección, y un tipo majo, atento y normal. ¿A qué
les suena la historia respecto a un guardameta balompédico también de brillante
trayectoria internacional y poseedor de la capitanía en la otra sección
deportiva de este club? Y así, mientras las placentas de los futuros
madridistas verdaderos escupían sobre la profesionalidad de Felipe Reyes, los
“piperos”, pseudomadridistas, madridistas disfrazados, o como rayos quieran
llamarnos, observábamos atónitos la irrupción en la zona blanca de extraños
elementos no exentos de calidad pero con una preocupante falta de sangre en sus
venas, ese líquido vital del que es rebosante el corajudo ala-pívot cordobés.
Nombres como Novica Velickovic, Darjus Lavrinovic o posteriormente el fichaje
de invierno Ante Tomic, el llamado “Gasol del Este” (el daño que pueden llegar
a hacer algunas comparaciones), relegando todos ellos a Felipe como última
opción interior pese a la exasperación que producía ver la fragilidad de
carácter y la poca capacidad de lucha y sacrificio ofrecida por estos (por otro
lado brillantes) jugadores. No debieron ir a clase el día que se explicó que el
principal factor para atrapar un rebote es el deseo.
Novica "I'm a lover not a fighter" Velickovic |
Y las cosas empeoraron al
curso siguiente. Con la consolidación en el roster madridista del genial
canterano (por fin) Nikola Mirotic a Felipe se le acusó de “tapón” para el
crecimiento del hispano-montenegrino. El madridismo verdadero (que ya era una
realidad en 2010) lejos de celebrar que posiblemente contásemos con la mejor
pareja de “cuatros” de la ACB, y quizás de Europa, seguía pidiendo la cabeza
del capitán. El tiempo ha demostrado (las pasadas finales de Liga Endesa sin ir
más lejos) que ambos jugadores son complementarios y absolutamente necesarios
para este equipo. A Niko las grandes citas le siguen quedando un poco grandes.
Felipe lleva el deseo de victoria cosido en su ADN. Llegó la huída de Messina, dejando
detrás de si en menos de dos años al frente de la nave blanca y con el poder
absoluto otorgado en su momento por Nuestro Señor Florentino un bagaje de 18
fichajes, 58 millones dilapidados, 0 títulos, y las gradas cada vez más vacías
con un baloncesto que aburría hasta al “speaker”. Y Felipe se quedó. Y pasó lo
que tenía que pasar. Que el Real Madrid siguió existiendo, que el Real Madrid
siguió ganando, y que Nuestro Señor Florentino se tragó con una botella de agua
mineral y un frasco de bicarbonato aquella servilleta en la que había escrito
“Messina = títulos” mientras corría, sin el mínimo pudor, a abrazarse empapado
en champán con un Pablo Laso en el que en ningún momento creyó y que ha vuelto
a poblarle las cristaleras de títulos. Messina, para dejar las cosas claras, en
cuanto volvió a Italia rajó de España, del Madrid, y de la prensa, a la que
acusó de ser el auténtico enemigo del baloncesto blanco (repito, ¿les suena la
historia?), y acuso en ese complot periodístico, como no, a Felipe Reyes. El
hombre que con 18 fichajes y 58 millones no había sido capaz ni de llegar a
unas finales ACB (Laso ya lleva dos, una por temporada) lo tenía claro: la culpa
era de los que escriben, y de esos jugadores con los que compadrean. Y así
sucedió lo que los “piperos” intuíamos. Que Felipe Reyes seguiría siendo
muchísimo más importante para el Real Madrid que Ettore Messina. El italiano ya
es sólo un mal recuerdo y desde entonces a Felipe le hemos visto levantar tres
títulos y jugar incontables finales (siendo MVP de las últimas) El tiempo, ese
juez insobornable, que se dice.
Y así enlazamos con el
comienzo de nuestra historia de hoy, encontrando evidentes paralelismos entre
el maltrato sufrido por nuestro capitán de baloncesto y nuestro capitán de
fútbol por parte de los madridistas verdaderos. Pero créanme, cuando Felipe
atrapa un rebote o Casillas hace una parada, los “piperos” sonreímos y los
madridistas verdaderos lloran. Y créanme también esto. A ambos les quedan aún
muchos rebotes y muchas paradas que hacer en el nombre del escudo al que
honran.
Lo dijo Felipe al recibir el
trofeo de MVP en las pasadas finales de la Liga Endesa: “Ha habido gente que me
ha criticado mucho, y va especialmente para ellos. Este éxito me sabe
especialmente bien por ellos”… y yo, mientras sigo comiendo pipas y disfrutando
del espectáculo y la épica que me transmite este inmenso deporte, veo en Felipe
la viva imagen de aquel al que llevan años intentando asesinar y no para de
contemplar los cadáveres de sus enemigos pasando por delante de sus ojos. Lo
llaman ajuste de cuentas. ¿No decían los madridistas verdaderos que renegaban
del “buen rollo”? Pues traguen.
Sospechosos habituales |
Líbranos, Señor, de los conversos.
ResponderEliminarConverso All Stars... grandes zapatillas...
ResponderEliminarjajaja, si, grandes zapatillas. Chuck Taylor.
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