T-Mac y Grant Hill. Talento quebradizo. |
En verano de 2000 la aventura
del amigo Grant en la MoTown llega a su fin. Los Pistons envían al alero a
Orlando a cambio de dos piezas en principio discretas: el base Chucky Atkins y
el granítico pívot Ben Wallace. Ambos conquistarán el anillo con la camiseta de
Detroit en 2004 a las órdenes de Larry Brown, siendo “Big Ben” Wallace una de
las piezas claves con su magnífica defensa sobre Shaquille O’Neal en aquellas
finales. Visto con la perspectiva del tiempo, los Pistons acertaron con el
movimiento, por mucho que en aquel momento los aficionados nos echásemos las
manos a la cabeza. No era para menos. Se iba nuestra gran estrella y lo hacía
precisamente en su mejor temporada, dejando unos números de autentico
megacrack. 25.8 puntos, 6.6 rebotes, 5.2 asistencias y 1.4 robos de balón que
volaban a Florida, a los emergentes Orlando Magic de Doc Rivers y con Tracy
McGrady como compañero estelar. Números de jugador total que le emparentaban en
la genealogía de los Oscar Robertson, “Magic” Johnson, Larry Bird o lo que
actualmente significa LeBron James. Sin embargo, y sin que nadie lo hubiera
podido prever, aquello significó el comienzo del calvario de Hill en forma de
lesiones, o más bien, la continuación de su infortunio con una lesión en el
tobillo ante Philadelphia a poco de terminar su última temporada regular con
Detroit. Hill descansó los tres partidos siguientes con los que la regular
season tocaba a su fin, pero arriesgó para jugar en primera ronda contra Miami,
castigando su pierna de manera decisiva para el futuro. Posteriormente
declararía que jugó aquella serie presionado por el entorno de Detroit y
luchando contra la alargada sombra de Isiah Thomas, de quien aún se recuerda su
épica gesta anotando 25 puntos en un cuarto con el tobillo lesionado en las
finales del 88 frente a Los Angeles Lakers.
Con la herencia de esa lesión
a cuestas, la carrera posterior de Hill ofrece datos desoladores. En sus tres
primeras temporadas en Florida, de un total de 246 partidos de temporada
regular, sólo es capaz de vestirse de corto en 47 ocasiones. La leyenda negra del
jugador comienza nada más aterrizar en su nuevo destino, ya que en su primer
curso sólo aparece en pista en cuatro contadas ocasiones, truncando las ilusiones
de quienes deseaban disfrutar del espectáculo de la pareja de malabaristas
Hill-McGrady. En plena tercera y fatídica temporada aún vendría lo peor. En
Marzo de 2003 Hill se somete por cuarta vez a una operación de tobillo, y en
esta ocasión del modo más drástico posible. Peligraba la carrera de quien había
firmado un contrato de 93 millones de dólares por vestir durante siete
temporadas la camiseta de la ciudad de Disneyworld, de modo que los cirujanos buscaron
rizar el rizo para que aquel brutal talento no desapareciera de las canchas. Hill
pasa por el quirófano para someterse a una compleja operación con la finalidad
de reconstruir su tobillo mediante material genético y librarse de los tres
tornillos con los que se veía condenado a vivir y a jugar al deporte que amaba.
Parecía una buena apuesta, pero el infortunio se ceba una vez más con nuestro
protagonista, quien incluso ve peligrar su vida tras la operación. En efecto, a
los cinco días de pasar por el quirófano sobreviene la tragedia. Hill, aquejado
de alta fiebre (más de 40º) y sufriendo espasmos y convulsiones, es ingresado
en Cuidados Intensivos donde se le detecta una grave infección de estafilococos
en el tobillo operado. Recibe injertos de su propia piel para luchar contra la
nueva herida, y una vez que su vida es salvada, aún le espera una larga lucha
contra la enfermedad en forma de tratamiento de seis meses con antibióticos
intravenosos. El estatus de Hill pasa del de lesionado crónico al de moribundo.
Y tras el infierno… la
resurrección. Hill vuelve a las canchas el 3 de Noviembre de 2004. Habían
pasado 657 días desde su última aparición pública como jugador profesional de
baloncesto. Al estilo de Fray Luis de León nuestro protagonista decide soltar
un “como decíamos ayer” sobre la cancha presentando una lustrosa tarjeta de 20
puntos, 4 rebotes y 2 asistencias en 33 minutos de juego. Tiene por aquel momento
31 años, pero en cierta manera, es un debutante. Un hombre reinventándose a si
mismo. Ya no está McGrady, quien ha llevado su talento (y sus lesiones) a
Houston, pero Hill se encuentra con un joven grupo de jugadores en progresión
donde destaca un gigantón de 19 años con hombros de acero llamado Dwight
Howard. Era el primer año del center, al igual que el del base Jameer Nelson,
quienes trabajan a la sombra de los Steve Francis, Hedo Turkoglu, y por
supuesto, un Grant Hill dispuesto a volver a empezar.
El retorno del dandy |
¿Había vencido por fin a la
mala suerte? Desgraciadamente no. Pese a acabar brillantemente la temporada
2004-05 de su regreso a las pistas (19.7 puntos por partido y retorno al All
Star Game), el año siguiente le depara nuevas y desagradables sorpresas. Ahora
es una pubalgia la que hace que durante el curso 2005-06 Hill despliegue su
talento una vez más con cuentagotas (únicamente disputa 21 partidos) La
temporada siguiente se presentaba crucial para el alero, ya que finalizaba
contrato en Florida y su futuro se presentaba bastante incierto. Su curso
resulta bastante discreto (14.4 puntos por partido), pero la gran noticia está
en sus 65 partidos disputados con una media de 30.9 minutos por encuentro. Con
34 años se convertía en agente libre. Castigado por las lesiones, sí, pero con
una calidad innata como muy pocos jugadores de la liga, también. Novias no le
iban a faltar, y aparece una muy brillante y soleada, tanto es así que la
siguiente y casi definitiva andadura nos presenta la mejor versión posible del
jugador desde sus tiempos en Detroit. Un Grant Hill ya definitivamente
reconvertido y rehecho con los mejores porcentajes de tiro de su carrera.
Seguro que han escuchado
hablar alguna vez del mito de la Fuente de la Eterna Juventud. Si hubiera que
ubicarla en alguna ciudad moderna, no se me ocurre mejor emplazamiento que en
Phoenix, Arizona. Y es que allí un “jovencito” Steve Nash jugaba el mejor
baloncesto de su carrera en unos indómitos Phoenix Suns que desataban tormentas
perfectas por todas las canchas de la NBA bajo el mandato de un apóstol del
“run&gun” como Mike D’Antoni. Nash había sido dos veces MVP de la temporada
regular y había llevado a su equipo a dos finales de conferencia consecutivas.
Los Suns no eran un equipo campeón, pero unánimemente eran el conjunto más
atractivo para cualquier aficionado imparcial por aquellos momentos. Desde los
despachos de la franquicia de los soles lo tuvieron claro. Hill podría ser la
pieza ideal que encajase en el esplendoroso puzzle constituido por piezas del
talento de Steve Nash, Amar’e Stoudemire, Shawn Marion y Boris Diaw. Por
primera vez en su carrera, Hill se veía con opciones reales de optar al anillo
de campeón. Curiosamente en Phoenix podía sentirse como el auténtico
protagonista de la leyenda del ave renacido de sus cenizas.
Además de los citados, jugadores de la clase de Leandro
Barbosa, Raja Bell o la por aquel entonces promesa Marcus Bank mostraban la
sobredosis de talento exterior para un equipo para el que correr era una
cuestión vital más que un estilo de juego. Cansados de ser un club admirado por
su espectáculo pero abocado a la derrota cuando llegaban los momentos decisivos
frente a equipos más duros (en especial los San Antonio Spurs), en Phoenix
deciden dar un giro y apostar por meter centímetros y kilos en la pintura. Y
nadie mejor que otro ilustre veterano como Shaquille O’Neal (en el nómada
carrusel en busca de anillos que no llegaban que protagonizó la parte final de
su carrera) para ejemplificar todo ello. Shaq, rebautizado como “Big Cactus”,
llega en Febrero de 2008 a cambio de Marion y Banks. La cosa no termina de
funcionar y los de Hill caen en primera ronda, contra, lo han adivinado,
nuevamente unos San Antonio Spurs convertidos en auténtica bestia negra del
club soleado. Batacazo colectivo al margen, Grant Hill recupera por fin su
sitio en la NBA. Que su nombre aparezca en los box scores ya deja de ser noticia.
Se vuelve a sentir importante. Sus números de 13 puntos, 5 rebotes y 3
asistencias en 31 minutos por partido con porcentajes del 50% de acierto en
tiros de campo, para un jugador de 35 años con cuatro operaciones en el tobillo
y que cinco años antes se encontraba al borde de la muerte, no están nada mal
como ejemplo de superación, lucha y constancia en la mejor liga de baloncesto
del mundo. Pero lo mejor estaba por llegar.
Dos maduritos en busca de anillos. |
La temporada siguiente
apuntaba un cambio de estilo en la franquicia arizoniana con la marcha de Mike
D’Antoni, auténtico arquitecto del vistoso juego de Phoenix a New York. No fue
fácil. Terry Porter como nuevo inquilino del banquillo de los Suns buscó dotar
al grupo de mayor empaque defensivo. El resultado fue un equipo falto de chispa
y abandonado de su personalidad anterior. Porter no acabó la temporada, siendo
sustituido por su asistente Alvin Gentry. Hill por fin estaba pletórico de
salud, llegando a jugar por primera vez en su vida y con 36 años los 82
partidos de la temporada regular. ¡Por fin! Pero la desgracia rondaba cerca, en
este caso en la figura del fundamental Amar’e Stoudemire, quien sufre un
desprendimiento de retina en un choque contra Los Angeles Clippers. El
power-forward se pierde los últimos meses de competición y los Suns se ven
fuera de post-temporada por vez primera en los últimos cinco años. Cuando Hill
lograba remontar el vuelo en el plano individual se encontraba con otra
decepción grupal. La historia de su vida. Sus números y minutos en la pista van
descendiendo gradualmente (12 puntos, 4.9 rebotes y 2.3 asistencias), pero
alcanza un excelso 52,3% en tiros de campo, y sobre todo el reconocimiento
unánime de la afición que ya identifica en esta segunda juventud del alero un
ejemplo de imbatible tenacidad y amor por el baloncesto. Mil veces caído,
tantas otras puesto en pie.
El curso posterior deparaba
buenos momentos para nuestro hombre. 81 partidos en liga regular (sólo se
pierde uno), todos ellos como titular, con 30 minutos en pista, dejando 11.3
puntos por partido, 5.5 rebotes y 2.4 asistencias. Sigue siendo un todoterreno
fiable. Y a sus 37 años se da otro gustazo con la misma ilusión de un
debutante: por fin sabe lo que es ganar eliminatorias de play offs. Portland en
primera ronda, para posteriormente
vapulear a sus grandes enemigos de San Antonio con un inapelable 4-0.
Finalmente caerán ante los vigentes campeones por aquel entonces, los Lakers de
nuestro Pau Gasol quienes iban camino de su segundo título consecutivo. Nunca
Grant Hill había llegado tan lejos en una temporada. El baloncesto se lo
debía.
Aún jugaría dos años más a
buen nivel con la elástica de los Suns, sin bajar de los 10 puntos por partido,
pero sin pisar play offs. Finalmente la pasada temporada ya con 40 años intenta
una nueva aventura en los pujantes Clippers de Chris Paul y Blake Griffin, a
donde llega lesionado de su rodilla derecha y su papel finalmente acaba siendo
bastante anecdótico. No ha sido la mejor de las despedidas posibles para un
jugador único e irrepetible. Un baloncestista total que entre 1995 y 1999
repartió más asistencias que ningún otro jugador que no fuera base, que lideró
a los Pistons en puntos, rebotes y asistencias durante tres campañas (sólo Wilt
Chamberlain y él a lo largo de la historia han sido capaces de ser los máximos
realizadores de las principales categorías del juego en un roster durante tres temporadas),
y que en sus seis primeros años NBA acumuló 9393 puntos, 3417 rebotes y 2720
asistencias. Números sólo superados en el mismo periodo de tiempo por Oscar
Robertson, Larry Bird y LeBron James. Sirva este dato para comprender la
dimensión del jugador que en algún momento Hill llegó a ser, y el utópico
límite al que hubiera aspirado traspasar de no mediar el infortunio en su
carrera y su vida. Pero quédense también con esto: entre 2008 y 2011 jugó 243
de los 246 partidos de temporada regular de la NBA. No está mal para un tipo
que, como Jack Palance en el brillante (e infravalorado) remake de “High
Sierra”, “murió un millar de veces”.
Que bello es vivir. |
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