Meter, meter, meter y volver a meter... |
Segundo partido de las finales NBA con un guión casi
calcado al del primero. Cleveland resistiendo, aguantando hasta el descanso
(64-67), pero incapaz de seguir el vendaval ofensivo de esta máquina perfecta,
infernal, en la que ha convertido Steve Kerr (por fin de vuelta al banquillo) a
sus Golden State Warriors. El propio Kerr, listo como él solo, ha frenado la
euforia californiana llegando incluso a declarar que jugando como en el segundo
partido no tienen opción de ganar en Cleveland, aludiendo a que la victoria fue
una cuestión de talento individual. No quiere relajaciones, pero la realidad es
que estamos asistiendo a un equipo tan demoledor como demuestra su inaudito
14-0 en play offs y sus 27 victorias en los últimos 28 partidos. 12 partidos
seguidos en post-temporada ganando por más de 10 puntos, y una cantidad de
records para el recuerdo. El último, sus 18 triples, máximo conseguido en un
partido de series finales. 18 triplazos que ayudaron a estirar el marcador a
esos 132 puntos finales que constituyen la segunda mejor marca en la historia
en un partido por el título (el tope lo siguen teniendo los Boston Celtics de
1987, con 141) Los Cavaliers consiguieron llegar a esos 113 puntos con los que
los Warriors les derrotaron en el primer choque, pero de poco les sirvieron
ante la voracidad ofensiva de Golden State. Y es que a Durant (33) y Curry (32)
se les sumó el que faltaba. Klay Thompson recuperó su tino anotador con 22
puntos. 87 puntos entre jugadores. Demencial.
Pero los focos se siguen concentrando principalmente
en Durantula. 35,5 puntos por partido está promediando en estas finales. De
otro planeta. LeBron mantiene el tipo y sigue devorando estadísticas. El domingo
noche sumó un nuevo triple-doble, es su octavo en unas finales, lo que le
iguala en este campo con el legendario “Magic” Johnson.
El problema para los de Ohio, qué duda cabe, está en
que la segunda unidad no da un solo motivo de esperanza para mantener alguna
opción al título. El caso más sangrante es el de Deron Williams. Si hace tres
años nos hubieran dicho que unos Cavaliers con Irving y Williams como pareja de
bases iban a echar de menos a Mathew Dellavedova hubiéramos preguntado por el
camello de quien hiciera tal afirmación, pero así de caprichoso es este
deporte. El antaño All Star de la NBA acumula 4 pírricas asistencias, un 0 de 9
en tiros de campo, y un -16 cuando está en pista en estos dos primeros
partidos. Para llorar. Tyronn Lue sigue sin encontrar un “factor X”, un héroe
inesperado al que aferrarse y que pueda, ya no desequilibrar, al menos igualar
la balanza frente a unos Warrios muy superiores en estos dos primeros partidos.
¿Dónde quedó la asombrosa capacidad reboteadora de Tristan Thompson?
Las finales viajan a Cleveland con el mismo
resultado que el año pasado a estas alturas. 2-0 para Golden State. Incluso
podríamos decir que el pasado curso la situación pintaba peor ateniéndonos a
los números, ya que los de Kerr acumulaban un +48 en los dos primeros partidos
ante su rival, y habían aplastado sin miramientos a los de Ohio por nada menos
que 33 puntos de diferencia. Pero, ¿hay motivos para pensar que Cleveland pueda
repetir la proeza de 2016? Sinceramente lo dudo. Para empezar la propia
experiencia de lo sucedido la anterior campaña sirve tanto de aviso como de
acicate para que los de la Bahía sigan haciendo su mejor baloncesto, como el
propio Kerr ha demostrado con sus declaraciones. Y luego el efecto Durant, el
elemento que proporciona el desequilibrio total en los distintos aspectos que
pueden garantizar el éxito en las finales. Por un lado en el aspecto deportivo,
ya que hablamos del jugador con mayor talento ofensivo del planeta (o al menos
capaz de igualarse con Harden, Westbrook, y su propio compañero Curry), en un
gran estado de forma y totalmente recuperado de una lesión que si bien le tuvo
en el dique seco durante meses, ha permitido que tenga en sus piernas tantos
minutos como sus compañeros. Por otro lado en el aspecto emocional, ante la
posibilidad de ganar por primera vez un anillo y de sacarse la espina de las
finales de hace cinco años, cuando los Miami Heat de precisamente LeBron James
echaron por tierra el sueño del alero de Maryland. Aquellas finales supusieron
el fin de la sociedad Westbrook-Harden-Durant, con la salida del escolta,
traspasado a Houston y acusado de no responder en los momentos decisivos de un
campeonato. Desde entonces los intentos de Westbrook y Durant por alcanzar el
ansiado anillo por Memphis, San Antonio y los propios Golden State. Nadie
parece desear por tanto este título más que KD, y su demoledor arranque en las
finales parece confirmar este hecho.
Cleveland, de hecho, parecen tener mejor tono
ofensivo que el pasado curso, con un Kevin Love por fin rindiendo al nivel
esperado. Pero siguen sin encontrar solución a la máquina infernal
californiana. Nadie parece querer (o quizás poder) bajarse al barro y hacer
sufrir a un equipo envuelto en la mayor inercia ganadora que se recuerda en
muchísimo tiempo. Dicen que en el vestuario de Cleveland olía a marihuana
después del segundo partido. Hay que tomarse la vida con filosofía. Quizás
incluso también se escuchase algún suspiro entonando un “Mathew, we miss you…”
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