Y a la tercera fue la vencida para Pedro Martínez.
Tras perder las finales de Copa del Rey y de Eurocup, se desquitó, y de qué
manera, precisamente ante su verdugo en la Copa y en las semifinales por el
título ACB la pasada temporada. Es la primera liga en la historia del club
taronja, y sin duda es el mayor éxito obtenido hasta la fecha por una entidad cuyo
equipo había sido campeón de Copa y de Eurocup, máxime en el contexto del
baloncesto actual y en una competición tan disputada y con tanta calidad como
la ACB. De hecho en el camino hacia el título el Valencia ha ido superando a
los tres equipos que este año competían en Euroliga: Barcelona, Baskonia y Real
Madrid respectivamente. El dato tomado desde otro punto de vista nos deja una
reflexión, y es que parece claro que la dureza y calendario del nuevo formato
euroliguero ha pasado factura a estos tres grandes. Un formato que el propio
Valencia conocerá la próxima temporada, junto al Unicaja, como campeón de la
Eurocup. Con nuestros cinco mejores equipos disputando la máxima competición
continental el próximo curso, se prevé de nuevo una gran igualdad en la tabla
clasificatoria y posibilidades para que equipos más modestos sigan dando la campanada,
caso del Tenerife de este año. Aunque ya habrá tiempo de hablar de eso.
El Valencia se lleva las finales por 3-1, rompiendo
el factor cancha en el segundo partido y dando dos exhibiciones en La Fonteta. Se
recordará el maravilloso juego desplegado por los de Pedro Martínez y como han
volado sobre su rival a partir del segundo cuarto del tercer partido y en el
segundo acto del cuarto y definitivo encuentro, pero justo es recordar también
una canasta que puede ser considera punto de inflexión de estas series finales.
Era el segundo partido en Madrid, el que podía poner el 2-0 y dejar al Valencia
sin margen de fallo. El choque se movía en unos parámetros de igualdad
similares a los del primer encuentro, abocado a uno de esos finales en el
alambre en los que tan a gusto se sienten los funambulistas de Laso con Llull a
la cabeza. Pero en esta ocasión no fue el Aeroplano de Mahón quien se sacó de
la chistera una genialidad con la que los espectadores se llevasen las manos a
la cabeza. El montenegrino Bojan Dubjlevic, a la sazón MVP de las finales, anotaba
una canasta increíble encontrando un hueco imposible entre la defensa de
Nocioni y Hunter rompiendo el empate del luminoso a falta de un minuto para el
final. Una canasta que finalmente vale una liga.
Dubjlevic ha sido justo MVP de las finales con sus
14 puntos y 7 rebotes por partido (pese a su pobre 25% en el triple), pero la
hazaña valencianista ha tenido unos cuantos nombres propios más. Destacadísimo
San Emeterio, con 13 puntos, 3 rebotes y 3 asistencias por choque, y además con
un demoledor 67% en triples, pero por encima de todo se ha erigido como
auténtico guía espiritual y líder del grupo taronja, pese a llevar sólo dos
años en este club. Nadie puede dudar ya de que estamos ante uno de los mejores
jugadores españoles de la historia, y sólo el haber coincido en la misma
generación que los Gasol, Reyes, Navarro y compañía hace que no seamos del todo
conscientes de la magnitud de su juego. Junto a ellos, Pedro Martínez ha
encontrado su “factor x”, ese héroe inesperado con el que nadie contaba, en
Will Thomas. De unos discretos 6 puntos y 4 rebotes, para 9 de valoración en
liga regular, en estas finales ha pasado a 13 puntos y 3 rebotes y una
valoración media de 13.75, anotando desde todas las posiciones y con
porcentajes por encima del 50%. Antoine Diot ha sido otro de los jugadores
claves para Pedro Martínez, sin Van Rossom y con Guillem Vives aquejado de
problemas físicos, se ha tenido que multiplicar en la pista. Joan Sastre por
otro lado, campeón de Europa Junior en 2011, se instala definitivamente en la
élite del baloncesto español. El gran capitán Rafa Martínez parece no haber
brillado tanto como en otras ocasiones, pero su defensa ante el juego exterior
madridista, especialmente frente a Jaycee Carroll (triste 3 de 15 en
lanzamientos triples, cuando ante Unicaja había anotado nada menos que 9 de
15), es clave para entender el triunfo levantino.
En el polo opuesto un Real Madrid en el que, como
suele ser habitual alrededor de este club, se dispara el nivel de crítica hasta
niveles absolutamente insoportables. El principal señalado es un Pablo Laso que
lleva seis años poblando de títulos las vitrinas blancas pero se le coloca en
la diana en cuanto llega algún tropiezo. Se le critica haber fundido a la
plantilla, cuando en realidad sus rotaciones durante toda la temporada han sido
modélicas. El único jugador excesivamente utilizado ha sido Sergio Llull con 26
minutos por partido en liga regular (lo cual tampoco es una barbaridad),
precisamente el hombre que en mejor forma ha acabado el curso. El resto de
jugadores habituales se han movido entre los 12 minutos de Nocioni y los 21 de
Rudy y Ayón. Al Real Madrid se le ha hecho larga la temporada, es cierto, pero
no ha sido culpa de la mano de Laso. La dureza del nuevo formato de Euroliga con
30 partidos de la máxima exigencia no ofrece dudas ¿Es culpable Laso de la
difuminación de Randolph, de la aparición nuevamente de la versión más temerosa
de Doncic, de la indolencia reboteadora de Hunter (3 rebotes en 47 minutos en
los tres primeros partidos… ahora ya saben porque no Laso no le hace saltar a
la cancha en el cuarto) o de la sequía anotadora de Carroll? Para mí
sinceramente la gran diferencia en estas finales ha sido algo sumamente
sencillo: un equipo con un núcleo sólido llegando en su mejor momento de forma
de la temporada, frente a un equipo en el que lo que se presuponía una de sus
mayores virtudes, el fondo de armario, ha sido un lastre. Con varios pesos
pesados en su peor versión de la temporada, a Laso sólo le han respondido
Llull, Ayón y Felipe Reyes. El escandaloso segundo cuarto del último partido
(29-11 de parcial para Valencia) llega con un quinteto formado por Doncic,
Carroll, Maciulis, Nocioni y Randolph, una segunda unidad que cualquier equipo
desearía para sí. Pero increíblemente esos jugadores vieron como el Valencia
les pasaba por encima una y otra vez en cada ataque taronja, mientras que en el
otro lado de la pista se estrellaban una y otra vez contra la muralla naranja.
¿Alguien se sigue preguntando porque Doncic y Randolph no jugaron un minuto en
toda la segunda parte? Vuelvan a ver ese segundo cuarto y no me digan que no hubieran
actuado como Laso.
En definitiva triunfo histórico del Valencia dentro
de una temporada igualmente histórica para el baloncesto ACB. Nada menos que
cinco campeones distintos hemos conocido este curso. El Gran Canaria sorprendió
haciéndose con la Supercopa, allá por finales de Septiembre de 2016. El Real
Madrid en Febrero fue fiel a su asombrosa fiabilidad en Copa del Rey para
alzarse con su cuarto título consecutivo. A principios de Abril Joan Plaza se consagraba
ganando la Eurocup con el Unicaja, y a finales de ese mismo mes Txus Vidorreta
(por cierto, próximo entrenador taronja tras la negativa de Pedro Martínez a
renovar) hacia lo propio con el Tenerife y la Champions League. Y finalmente la
campanada valencianista en Liga para demostrar que la ACB goza de una salud
excelente.
Qué la campaña próxima sea cuanto menos tan
excitante como la recién finalizada.
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