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martes, 29 de enero de 2013

AUTOGESTIÓN


Y Pau rajó. Nuestro mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos, el hombre que ha llevado nuestro deporte de la canasta a niveles inimaginables hace décadas. Un ejemplo de profesionalidad, una conducta intachable en todo momento, incluso la pasada temporada cuando fue objeto de un traspaso frustrado a comienzo de temporada. Y rajó. Y rajó bien además. Un par de declaraciones contundentes en principio dirigidas a la línea de flotación del nombre propio de su actual entrenador, Mike D'Antoni, pero que en el fondo no suponen más que la afirmación  de una norma habitual en muchos grandes equipos, plantillas a la postre campeonas y coleccionistas de títulos. Una norma, una palabra, que produce auténticos escalofríos a quienes piensan en el deporte de elite como una especie de campo de concentración militar: autogestión.  

"¿Qué estarán pensando de mí estos cabrones?"

Primeramente preguntaron a Pau tras la brillante victoria angelina frente a los incontestables Oklahoma City Thunder, qué le parecía la nueva y generosa versión de Kobe Bryant como "facilitador" (28 asistencias en los dos últimos partidos, 14 y 14 consecutivamente) y no mirar tanto aro (10 y 12 tiros de campo respectivamente, ni un sólo intento triple, además 9 rebotes en cada uno de los partidos, es decir, quedándose a un rechace de hacer dos triples-dobles consecutivos), una versión inteligente de la Mamba Negra que ha resultado clave para las dos convincentes victorias de los necesitados Lakers ante Utah y Oklahoma (y a este respecto, no dejen de echar una ojeada al estupendo estudio que publica hoy el blog Jugones)... la respuesta de Pau fue admitir que aquello era tan raro como verle a él jugando tan lejos del poste bajo. El mayor de los Gasol se queja con cierta razón de que D'Antoni le aleja demasiado de la pintura, donde pierde gran parte de su potencial. No he seguido demasiado a los laguneros este curso, pero en los partidos que he presenciado he visto a Pau jugándose demasiados lanzamientos exteriores muy precipitados o intentando penetraciones un tanto alocadas que en varias ocasiones acababan con chapa del rival. Todos sabemos que Pau tiene capacidad para jugar por fuera, correr, y hacer cosas que parecen reservadas sólo a jugadores exteriores, pero también es cierto que eso debería ser un as en la manga que ha de guardarse cuando no le funcione lo mejor de su repertorio. Esto es, el juego de espaldas al aro, el postear a los rivales, y dar fluidez desde la bombilla. Particularmente a mí me gusta la propuesta de D'Antoni, su idea de "run&gun", de partidos a ritmo alto y posesiones cortas, pero precisamente hay cosas que no logro entender dentro de su ideario baloncestístico si pretende llegar a buen puerto con un baloncesto tan dinámico. Uno de los más significativos es el de las rotaciones. El técnico de West Virginia siempre ha sido criticado por su aversión a dichas rotaciones y su obsesión por exprimir a los jugadores en pista. Creo que esto es un error. La búsqueda de un baloncesto de ritmo alto precisamente ha de apoyarse en la frescura física de los jugadores, necesitados de tomar aliento de tanto en cuando en el banquillo para volver a cancha con las piernas lo suficientemente frescas para atravesar la cancha en el menor tiempo posible tanto en transiciones ofensivas como en defensa. Por otro lado D'Antoni llega ahora a un equipo al que en un análisis erróneo se le tacha de descompensado, con cuatro grandes estrellas y el resto poco menos que jugadores del montón. Esto me parece subestimar a cestistas tan válidos como Metta World Peace (Ron Artest para los viejos aficionados), Jodie Meeks, Cris Duhon, Steve Blake... y sobre todo Antawn Jamison. Un forward que durante toda su carrera ha promediado 17 puntos por partido y con D'Antoni no llega a los 20 minutos por encuentro. Si el bigotudo entrenador angelino busca un frontcourt rápido y dinámico, la pareja Jamison-Pau le puede procurar buenos beneficios en ese sentido por mucho que signifique sacrificar en determinados momentos al considerado center más dominante de la NBA como es Dwight Howard, jugador que por otro lado supone un problema para el equipo de Los Angeles cada vez que se enfrentan a un final igualado. El nuevo "hack-a-shaq", aquella vieja táctica que consistía en mandar a la línea de tiros libres a Shaquille O'Neal (52% en tiros libres durante toda su carrera) ha encontrado su nueva versión con Howard. El actual pívot titular de los Lakers muestra un 58% a lo largo de su trayectoria, en ese sentido supera a Shaq, el problema es que en sus dos últimas temporadas no llega al 50% (49.5% este curso), de hecho su mejor porcentaje lo consigue en su año rookie, con 19 años, un discreto 67%. También es cierto que fue la temporada que menos visitó la "charity stripe", pero, ¿cómo es posible que la disciplina del juego qué es claramente más mejorable con los años simplemente a base de entrenamiento, en este caso vaya tan descaradamente a peor con este jugador?     

"¡Oigan, qué desde casa parece muy fácil!"

Sigamos con la rajada de Pau, porque su siguiente declaración dio absolutamente en el clavo de lo que parecen pretender los Lakers hoy día y su compromiso para alcanzar unos play offs que se les han puesto realmente caros, y de no conseguirlos estaríamos hablando del mayor fracaso en la NBA que yo pueda recordar (ni punto de comparación con los "Fab Four" de Kobe, Shaq, Payton y Karl Malone, ya que si bien acabaron mordiendo el polvo frente a unos brutales Detroit Pistons, en temporada regular dominaron la Pacific Division y sólo Minnesota y San Antonio les superaron en victorias en el Oeste... aquella temporada 2003-2004, por cierto, dos jugadores de la actual plantilla laker recibían distinciones individuales: Artest, por entonces en Indiana, como mejor defensor de la temporada, y Jamison, en Dallas, como mejor sexto hombre) Al ser inquirido sobre si el equipo, por fin, se estaba adaptando al sistema de su nuevo entrenador, el jugador de Sant Boi no pudo ser más claro y contundente: “Estamos haciendo nuestro propio sistema”. 

Como digo, el afirmar y reconocer que hay eso que llaman “autogestión” (que nunca llega a ser total, ya que sin ir más lejos si así fuera, si existiera total autogestión por parte del roster angelino, Pau sería titular), puede llegar a sobrecoger a los aficionados amantes de la férrea disciplina y del poder dictatorial del entrenador. Suele ser un tipo de aficionado que gusta del técnico con (aparente) personalidad y carisma, chillón, vociferante, dado al aspaviento y a regalar titulares en ruedas de prensa. Pero la realidad es que hasta ese tipo de entrenadores con aire de generales también en ocasiones saben que han de apartarse a un lado y dejarles a los jugadores algo absolutamente sagrado para que puedan expresar su calidad: libertad. 

Sin salirnos de la familia Gasol, cuando Marc delante de las cámaras de La Sexta no se mordió la lengua tras la derrota contra Turquía en el Eurobasket de Polonia 2009 en la que no supimos aprovechar nuestra última posesión para llevarnos el partido lanzó aquel dardo de “esto pasa por jugárnosla con el chico nuevo” (en referencia a la decisión de Scariolo de buscar una penetración de Sergio Llull… quien por cierto recibió una descarada falta personal no señalizada), sin que nadie lo supiera, posiblemente sin saberlo ni siquiera él mismo, estaba empujando a una cierta autogestión dentro de la llamada ÑBA que a partir de ese momento arrasó en aquel torneo conquistando nuestro primer oro europeo, que dos años más tarde se repetiría en Lituania. La autogestión en nuestra selección nacional de baloncesto viene de lejos, ya se hablaba de ello con Pesquera… con Pepu, y fuimos campeones del mundo (y no quieran saber como pasaron la noche antes de la final, esa en la que apalizamos a Grecia, algunos jugadores), con Aito, plata olímpica, y por supuesto con Scariolo, dos máximos títulos continentales y otro subcampeonato olímpico. Y en todas esas citas los entrenadores han sabido aportar sin que se perdiera esa autogestión. Esa es la clave. 

Clamosoro agarrón y falta personal a Llull (brazo izquierdo) en el final del partido contra Turquía en el 2009. Al final hasta nos vino bien la derrota.


Un entrenador tan en apariencia tiránico y duro (y cambiamos de deporte) como Fabio Capello sabe bien lo que es la autogestión, y como puede acabar dando un título. En la temporada 2006-2007 el Barcelona de Ronaldinho, Deco, Eto’o y Xavi entre otros, proclamado campeón de Europa el curso anterior, dominaba con comodidad y mano firme la liga española de fútbol. El Real Madrid, a rebufo, parecía destinado a otro año en blanco en la primera temporada de Ramón Calderón después de los desastrosos últimos años de un florentinismo convertido en un monstruo devorándose a si mismo. A Capello se le había fichado como urgente especialista en conquistar títulos independientemente de la calidad o belleza del juego gracias a su mano dura para enderezar estrellas. Nada más lejos de la realidad, ya que la remontada de aquella temporada viene propiciada por la conjura de los jugadores que no sólo no comparten las actitudes de su técnico, si no que incluso le obligan a satisfacer sus deseos de “indultar” a jugadores como David Beckham o Ronaldo a los que el entrenador italiano había mandado a la grada en un patético intento de demostrarle al mundo “aquí mando yo”. En realidad mandaron los jugadores y se acabó ganando una liga que parecía imposible. ¿Les suena de algo la historia? En efecto, el Madrid actual, por mucho que le cueste admitirlo a los talibanes mourinhistas incapaces de reconocer nunca debilidad alguna en su ídolo de Setubal, vive su particular conjura de jugadores dispuestos a intentar salvar la temporada. Hagamos memoria reciente, tan reciente que sólo hay que remontarse apenas un mes atrás. Tras el último incendio provocado por el técnico portugués, inventándose, vaya usted a saber porque (será eso de que el diablo cuando se aburre mata moscas con el rabo), un problema en una de las pocas facetas donde el equipo blanco lleva años funcionando con sobriedad (la portería), y dejando al equipo en navidades a nada menos que una diferencia histórica de 18 puntos con el líder tras caer en Málaga y una eliminatoria de Copa del Rey en desventaja, los pesos pesados deciden dar un paso al frente, hacer piña (autogestión), y dar un ejemplo de auténtico madridismo. Con el damnificado capitán Iker Casillas al frente, el primero en dar la cara, vemos desfilar esos días en rueda de prensa a los capitanes y líderes del equipo (algo que debería ser normal, pero que en este Madrid paranoico que busca enemigos por todas partes y decide vivir encerrado en si mismo intoxicando su pensamiento con que existe una conspiración en su contra “ahí fuera” se convierte en noticia) dispuestos a apagar el incendio provocado por Mourinho. Los marineros, una vez más, salvando al patrón. Llamamientos a la unidad, Casillas asumiendo su suplencia, conjura, piña, autogestión. Un mensaje soterrado de “vamos a salvar esta puta mierda de temporada que estamos haciendo, amigos” Los números son elocuentes desde entonces. Siete partidos saldados con cinco victorias y dos empates. 20 goles a favor y 4 en contra.   

Y Fabio se bajó los pantalones.


Vicente Del Bosque ostenta el honor de ser el único técnico en la historia del fútbol en ser campeón de Europa y del mundo tanto en selecciones como en clubes. Sus recetas para el éxito, entre otras (imagino que llevar 45 años entre jugador y entrenador en el mundo del fútbol al máximo nivel ayuda lo suyo), la cordura, la sensatez, la mano izquierda, el respeto a jugadores propios y rivales… todo ello sin renunciar a tener que tomar decisiones no compartidas por muchos aficionados (el doble pivote Alonso-Busquets o el “falso nueve” entre otras) A nadie se le escapa que Leo Messi en el FC Barcelona en ocasiones manda más que los propios Guardiola, Vilanova o Roura. ¿A algún barcelonista le parece mal tal situación?, revisen la colección de títulos acumulados por los azulgrana en los últimos años y luego contesten. Derribemos por tanto de una vez el mito de la “mano dura” para los equipos destinados al éxito. Personalmente creo que lo ideal es el equilibrio, siempre el equilibrio, esa virtud aristotélica, entre la suficiente capacidad de decisión propia y libertad de los jugadores y la ascendencia jerárquica de sus superiores al mando técnico. Y en ese sentido tengo que volver a citar a Del Bosque, en efecto, el personaje más aristotélico del deporte en nuestro país y el español más sensato que conozco (tanto que a veces ni parece español), el auténtico equilibrista. 

Para finalizar con esta disgresión futbolística que espero sepan perdonar los lectores, recordaré un episodio que demuestra hasta que punto todo eso de la disciplina, la mano dura, y el entrenador dictatorial y de carácter duro como claves del éxito son una pamplina para acomplejados que se dejan impresionar por esos tipos que, como no suelen tener razón, intentan buscarla dando voces o haciendo aspavientos desde un banquillo deportivo o una sala de prensa. Eurocopa de 1992. La Yugoslavia de los Prosinecki, Pancev, Jarni y Boban era una de las ocho selecciones clasificadas para la fase final del torneo, pero la guerra civil comenzada un año antes y que daría con el desmembramiento de la república socialista refundada por Josip Broz Tito era un oprobio demasiado grande para la UEFA, que decidió excluir a aquel potente combinado futbolístico. La decisión fue una sorpresa para todos, incluyendo a los segundos clasificados en el grupo de calificación yugoslavo, unos jugadores daneses que estaban en aquellos momentos haciendo las maletas para sus vacaciones veraniegas. Tanto es así que el mejor jugador danés del momento, el gran Michael Laudrup, rechazó la improvisada llamada de su seleccionador Richard Moller-Nielsen. El técnico aún así logró reunir un grupo de veinte jugadores dispuestos a renunciar a sus vacaciones en la playa por unos cuantos partidos en Suecia, sin apenas preparación ni entrenamiento. No era falta de profesionalidad, simplemente no había tiempo. Los jugadores accedieron a acudir a la improvisada cita, pero a cambio llevarían con ellos a sus esposas y novias y tendrían la libertad suficiente para pasarse horas en la piscina del hotel y beberse toda la cerveza que les apeteciese. ¿Resultado? Ganaron la Eurocopa. Aquellos chicos fueron simplemente a pasárselo bien, como un grupo de amigos con sus parejas, a pasar unos días de verano tomándose unas birras, darse unos chapuzones y jugar unos cuantos partidos de fútbol. Volvieron a casa con un título de campeones de Europa dejando en la cuneta a selecciones como la Francia de Blanc, Deschamps, Papin y Cantoná, la inolvidable Holanda de Koeman, Rijkaard, Gullit, Van Basten y Bergkamp, y sorprendentemente derrotando en la finalísima a la Alemania de los Brehme, Sammer, Effenberg o Klinsmann, quienes pasaron las horas y días previos al partido encerrados en el hotel, sin acceso a aparatos electrónicos ni contacto con el mundo exterior ni sus familias, dentro de una disciplina casi militar impuesta por Berti Vogts, mientras sus rivales daneses se divertían con sus chicas, sus cervezas y sus chapuzones.   

¿Y ahora qué?, ¿unas birritas?

 Por eso a nadie debería sorprender a día de hoy, es más, a nadie le debería escandalizar o no ser capaz de tolerar que deportistas de elite busquen “autogestionarse” (no sólo en el mundo del deporte, les aseguro que yo trabajo mucho mejor y mucho más feliz cuando no tengo a mi jefe encima y me puedo permitir marcarme yo mismo mis pautas) al margen de sus entrenadores cuando ven que estos no dan con la tecla, o que incluso marcadamente se pueden estar equivocando. Por mucho empeño que D’Antoni ponga en que sus jugadores corran o jueguen a su estilo deseado, la química necesaria para que su equipo triunfe sólo puede salir de la suma de lo que hagan esos hombres en la pista y fuera de ella, de sus guiños, sus complicidades, sus libertades, sus apoyos, sus conjuras y su autogestión. Todos buscan el bien común, y a nadie le debería resultar extraño ver en un tiempo muerto de los Lakers a un jugador tan clarividente como Steve Nash hablar en ocasiones más que el propio D’Antoni. El propio entrenador seguro que es capaz de reconocerlo, no olvidemos que estamos hablando de quien fuera durante casi dos décadas un brillante base tanto en USA como en Europa, y en más de algún momento de su larga carrera como jugador seguro que se ha encerrado con sus compañeros en un vestuario sin su entrenador para buscar la mejor solución a un momento de crisis. El problema de esto que llamamos “autogestión” provoca una vez más una evidente doble vara de medir en muchos aficionados. Cuando se gana  se alaba la capacidad de hacer piña, la amistad del grupo, el valor humano, la manera de ver el deporte desde un prisma falto de presión buscando no perder la inocente diversión con la que todos empezamos a jugar a este juego, y que por encima de todo sean un grupo de amigos que se juntan para jugar a la “pocha”… pero cuando se pierde estamos hablando de una serie de jóvenes irresponsables faltos de disciplina, mal acostumbrados y mimados y a los que alguien debería meter en cintura.   

Al fin y al cabo, una vieja historia, tan vieja como todas las historias del deporte, tan vieja como el bigote de nuestro querido amigo D’Antoni.   

Esos hombres con bigote, tienen cara de hotentote.

martes, 3 de julio de 2012

FÚTBOL NO ES FÚTBOL

El nuevo Maestro Zen



Imagino que puede haberle entrado algún pequeño escalofrío al lector ante el título de esta entrada a priori tan alejada de las canchas de 28x15 que concentran nuestra atención y donde se cuece nuestra mayor felicidad a plena ebullición. No se preocupen, desde aquí mismo admitimos también que en el fútbol moderno se encuentran muchas de las cosas que más detestamos del deporte y que se alejan completamente del concepto de la esencia misma del citado deporte, esa que nace cuando un par de griegos se ponen a echar una carrera por la colina de Cronos sólo por el placer de competir y el orgullo de ver quien tiene las piernas más rápidas, y no por discernir quien es más guapo, más famoso, o luce el peinado más horrible. 

No obstante es en el fútbol de selecciones nacionales donde si sigue latiendo cierto espíritu honorable, y donde el misticismo de un deporte tan grande como el del balompié permanece inquebrantable gracias al arrojo de unos tipos que se juntan todos los veranos (fases de clasificación aparte) bajo una misma bandera y escudo, y realmente es muy difícil de sustraerse de la emoción y épica de un torneo como una Eurocopa o un Mundial, que nos traen tantísimos recuerdos a los de mi generación, quienes crecimos con las hazañas de hombre y nombres ya inmortales y que nos retrotraen a felices jornadas de nocilla y televisión. Sócrates, Zico, Platini, Rossi, Zoff y un largo etcétera a los que emular la tarde siguiente en cualquier campo cercano, sin importar que fuera de hierba o de cemento o de que nos dejásemos en ello nuestras benditas y prepúberes espinillas. Y por supuesto, los nuestros, esos ídolos vestidos de rojo que por alguna u otra razón se la acababan pegando cuando más feliz pintaba el final de la película. Un balón que se le escapaba a nuestro guardameta por debajo del cuerpo, algún penalti mandado al limbo, o la permisividad del árbitro de turno con unos rivales que siempre habían ganado algo más que nosotros y se merecían más respeto por parte de los estamentos que el que nuestra camiseta pudiera imponer.  

Sócrates y Zico, el "xogo bonito" del 86.


Hasta que un buen día y de golpe y porrazo (o mejor dicho, tres porrazos consecutivos) hemos visto como todos esos fantasmas del pasado se quedan en un mal recuerdo. Dentro de esta “edad dorada” del deporte español, el fútbol, el mayor espectáculo de masas europeo, también ha conseguido darnos una serie de deportistas excepcionales que se unen a la fabulosa camada surgida de entre algunos de nuestros compatriotas más ilustres nacidos en los primeros años 80. Xavi Hernandez (1980) e Iker Casillas (1981) son la punta de lanza de esta generación, y los equivalentes a nivel baloncestístico de lo que serían Navarro o Pau Gasol (ambos nacidos en 1980), y dos jugadores que al igual que nuestros genios baloncestísticos se conocen desde las selecciones de formación, donde ya forjaron su amistad y respeto mutuo.

Una década haciéndonos felices.


Y aquí es donde queríamos llegar, claro, para darle sentido a esta entrada, llevar el ascua a nuestra sardina y zampárnosla sin ningún miramiento y dejar que atruenen ahí fuera sobre falsos nueves, dobles pivotes y demás debates estériles que deberían quedar enterrados en cuanto hemos hecho historia de una manera abrumadora logrando lo que jamás nunca se había conseguido con tres grandes torneos de selecciones conquistados de manera consecutiva. 

De modo que vamos a llevar esto a nuestro terreno. Verano de 2006, Saitama, Japón. Ahí comenzó la leyenda de un grupo de campeones que han llevado el baloncesto español a las cotas más altas jamás soñadas. El oro mundial que se cuelgan los muchachos de Pepu Hernández, quien queda señalado desde aquel momento como un brillante gestor de recursos humanos, viene acompañado posteriormente de una extraordinaria cosecha de nada menos que dos oros europeos, una plata olímpica y otra plata europea. Esa selección se convirtió en un magnífico ejemplo en el que poder mirarse como paradigma de ciertos valores imprescindibles a la hora de hablar de un grupo consecuente con el éxito, tales como el compromiso, el esfuerzo y la solidaridad entre los compañeros. De modo que en cierta manera el éxito y el estilo de aquellos chicos y aquel entrenador tranquilo y poco mediático que gustaba vivir alejado de las trincheras y los fuegos de artificio sin dar una palabra más alta que otra fue un pequeño empujón para nuestro fútbol.   

Saitama marcó el camino.


La hazaña de Saitama, que inició como decimos nuestra mejor época de la historia del deporte de la canasta, comenzó sin embargo a gestarse varios años antes, cuando asistimos a la feliz casualidad de que se juntaron en la misma época un grupo de chavales con calidad y ambición a partes iguales y capaces de navegar por la vida sin miedo al fracaso. Pero aparte de calidad y ambición también iban provistos de humildad, capacidad de esfuerzo, y respeto por rivales y compañeros, y por supuesto repeto por unos magníficos entrenadores de formación (ahí brilla con luz propia el nombre de Charly Sainz de Aja), en definitiva el huir del éxito fácil y vivir el deporte, su deporte, ese para el que han sido elegidos por los dioses (y por lo que deben sentirse unos privilegiados felices con la vida y no unos niñatos malencarados con falsa pose de rebelde de baratija), con profesionalidad y compromiso. 

La imagen de aquel líder impecable que ha sido siempre Pau Gasol lesionándose a dos minutos del final de aquella semifinal que cambió para siempre nuestra historia (algo así como la tanda de penalties que las manos de Iker Casillas inclinaron para nuestro lado en los cuartos de final de la Eurocopa 2008 contra Italia, marcando el punto de inflexión entre una suerte antaño esquiva y la gloria inminentemente venidera), saliendo a hombros de su hermano Marc y un enorme Garbajosa, para al día siguiente estar a pie de pista espoleando a un equipo que ante su ausencia reaccionó como un solo hombre para firmar una final de escándalo ante Grecia a la que borraron de la pista desde el minuto 1 (y otra vez, excelso Jorge Garbajosa, ahora que acaba de retirarse y la memoria reciente no le hace justicia, hay que recordar el jugador que era antes de su grave lesión en Toronto), o el gesto de Pepu Hernández conociendo en víspera de la final la noticia de la perdida de nada menos que su padre, suceso que guardó en el más absoluto de los silencios y que sólo conocimos, al igual que los jugadores, cuando el cetro mundial era nuestro… aquel campeonato dejó inolvidables detalles y muestras, pistas para conducirse al éxito desde el mejor de los estados anímicos. Pero sobre todo dejó un mensaje bien claro: podíamos ser campeones sin necesidad de hacer ruido ni de disparar cañones. Podíamos ganar siendo fluidos como el agua, y no duros como una piedra. En definitiva, éramos unos campeones zen.     

Un líder tranquilo.


El “maestro zen” como bien sabrán los aficionados es como se conoce al gran Phil Jackson, un tipo que ha sido capaz de conseguir nada menos que trece anillos de campeón de la NBA (ya que a sus once como entrenador, hay que añadir dos como jugador, aunque su ascendencia sobre el equipo no fuera la misma que como técnico) con la enorme tranquilidad de quien confía en sus posibilidades ajeno a las críticas externas y fiel a su propio estilo sin apartarse de su camino. Me resulta imposible que haya un solo aficionado al deporte del baloncesto que considere que los éxitos de Jackson se hayan debido tan solo a la suerte, al haber tenido la fortuna de contar con los jugadores más dominantes del globo en cada momento (Jordan, Pippen, Rodman, Kobe, Shaquille, Pau Gasol…), más bien al contrario, el seguidor de este juego considerará al entrenador de Montana como la pieza clave en encauzar las carreras ganadoras de sus pupilos, como el inteligente gestor que ha sabido tocar la tecla adecuada en cada momento, sea la emocional, la técnica, la táctica o la física. Comprenderán por tanto que me resulta más agradable moverme en las amables coordenadas de un deporte que hace justicia a quien en justicia triunfa, que en otro en el cual a quien acaba de erigirse en el mejor entrenador de todos los tiempos, siendo el único en haberse proclamado campeón del mundo y del continente tanto en selecciones internacionales como en clubes, no se le trata con el mismo respeto y debida admiración por el trabajo bien hecho. 

Quizá sea, y contradiciendo a Vujadin Boskov, porque en el fondo “fútbol no es fútbol”.    

¿Dudar de Jackson?, ¡hay que tener bigotes!